Dom 05.06.2011
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FOTOGRAFíA> FORMAS DE VIDA, DE GABRIEL DíAZ

Un mundo frente al mundo

En los años ’90, Gabriel Díaz trabajó dos series de fotografías lejanas pero conectadas entre sí: los chicos de la calle de Constitución, Retiro, Congreso, y los jóvenes de Chernobyl que iban a recibir tratamientos médicos a Cuba. Ahora, estas series se exponen junto a la que compuso en estos últimos tres años: un abanico de formas de viviendas urbanas que dan cuenta de las tensiones sociales en Buenos Aires. El trabajo, en su conjunto, se expone en el Museo de la Memoria de La Plata y muestra la evolución de una visión documental y de contenida militancia hacia una ampliación reflexiva y cromática.

› Por Angel Berlanga

Gabriel Díaz ha fotografiado viviendas urbanas pero sus imágenes, las que componen Formas de vida, llevan a pensar de inmediato en la intemperie, en las amenazas humanísticas de la intemperie, que pueden ir tomando forma del lado de adentro, entre pecho y espalda. Las soluciones para esos peligros no son –aunque busquen serlo– lo que se dice tranquilizadoras: garitas, alambres, rejas, cámaras. El encierro en la cueva, en la jaula confortable. En la casa del barrio de Liniers, amurallada, enrejada y simétrica, gris, friso sobre puerta de entrada y plaquita con nombre de propietario sobre friso de puerta de entrada, puede pensarse incluso en un panteón: una seguridad casi final.

¿Cómo puede ser, visto de afuera, desde la calle, el sitio en el que vive el otro, el desconocido? Los rasgos de las fachadas y alguito del entorno, nomás, alcanzan para que Díaz despliegue una diversidad de respuestas que dialogan entre sí, se espejan y se retrucan, se caricaturizan y componen un retrato de abismo social de la ciudad en estos días. Hay una imagen fundante en la serie: bajo un puente de hormigón en la General Paz, en Saavedra, contra las piedras de una pared que acompaña una curva, quedan las huellas negras de varias fogatas. Es un sitio desierto, un refugio que cada tanto vuelve a ocuparse. Frente a esa foto está, en otra, la fachada brillante e imponente de ese símbolo menemista que es también el Hotel Hyatt; podríamos decir también impoluta y simétrica si no fuera por un casi imperceptible detalle, dos ventanas debajo del balcón destinado a personas muy muy top: una mujer vestida de mucama que limpia un vidrio. Que convive, a la vez, con otra mujer –mayor– que en la foto de al lado barre, también diminuta y solitaria en el centro de la mole, la escalera de un monoblock descascarado, de ventanas oxidadas.

Al principio, cuando la serie empezó a esbozarse como tal, no había personas en las fotos. “Pero luego fueron apareciendo”, dice Díaz en el Museo de la Memoria de La Plata. En las pocas que, en efecto, aparecen, lo hacen subordinadas a las construcciones: la alarmante mirada de un guardia de seguridad que asoma en una garita ante un chalet en zona norte, una señora que reposa en un jardín enrejado junto a uno de esos leones blancos de cemento, dos pibes tras el alambrado-ventana de un refugio hecho bajo el arco de ladrillos de un puente de ferrocarril, en Barracas. Hay una excepción, pero es la última y queda para el final, de la muestra y de esta nota.

En el camino de vuelta hacia Buenos Aires, Díaz –que nació, vive y trabaja aquí– señalará, en zona sur, junto a la autopista, dos o tres construcciones de chapa que fotografió al comienzo de esta serie, en la que viene trabajando desde hace tres años. En una de esas fotos, tras un pastizal con restos de basura, hay un chaperío apaisado, rectangular, que remite a las franjas de la fachada de un edificio revestido en ladrillos en la foto de enfrente, ante el que brilla impecable el césped de un campo de polo que exhibe, en un borde, otras chapas: coloridas, diseñadas, publicitarias.

Gabriel Díaz es parte del extraordinario panorama de la actividad hoy en la ciudad y el país, muy reconocido entre sus pares, casi cultor de un perfil bajo del que da cuenta esto que dice a continuación: “Evitá las comillas, los textuales: más bien poné lo que te parece a vos”. Se ríe bastante. Mejor que hablen las fotos su lenguaje. Nació en 1965, cursó en la Escuela de Arte Fotográfico de Avellaneda y se formó con Adriana Lestido, Dani Yako y Eduardo Gil. Ganó, por ejemplo, los premios Casa de las Américas de Cuba en 1994 y “La mirada justa” (que dan el British Council y la Asociación por los Derechos Civiles) en 2005. Junto a Darío Lanis creó en 2000 la Colección Fotógrafos Argentinos, que, más allá del parate pos crisis, dirigen desde entonces. “En los 90 había un desencuentro entre el hacer y la galería, o el museo, un cuestionamiento acerca del sitio por dónde circula esto –rebobina Díaz–. Al no encontrar un contenedor, pensé que los libros eran quizás el canal apropiado para la fotografía en estilo ensayo. Empecé con muertes menores, con fotos mías, y seguí con mujeres presas de Lestido y con (argentina) de Gil. Ahí vino el corte, pero retomamos en 2007 y le incorporamos un prólogo de un escritor o artista que dialoga con la treintena de fotos que aproximadamente tienen los libros, que por otra parte son temáticos, un modo de abrirse un poco de la lógica “para entendidos”, de intentar conectar con un público más general. Algunos títulos y autores ya publicados: la mirada, de Sara Facio; desapariciones, de Helen Zout; los restos, de Juan Travnik; el jugador, de Marcos López. Del catálogo de 22 títulos, ya aparecieron la mitad. En proyecto para salir, entre otros: Tierra, de Daniel Muchiut; Chaco, de Guadalupe Miles; territorio, de Marcos Zimmermann; Salamone, de Esteban Pastorino.

Los dos pisos y la distribución de los ambientes de la vieja casona que es hoy el Museo de la Memoria contribuyeron a que Formas de vida albergue y ponga en juego otras dos series de fotos de Díaz, más antiguas, que se exhiben en la planta alta. La primera es la ya citada muertes menores, imágenes de chicos de la calle tomadas bien al comienzo de los ‘90 en Constitución, Retiro, Congreso. Pasaron veinte años, pero siguen sacudiendo al que las ve: un desamparo que no cesa. El viaje a Cuba para exponerlas desembocó en la otra serie: Chernobyl. Díaz se encontró en la isla con cientos de chicos ucranianos afectados por la catástrofe nuclear (alopecías, problemas de piel sobre todo) que se instalaban durante varios meses allí para hacer tratamientos. Palabras de Las alas del deseo proponen un nexo entre ambas series: “Cuando el niño era niño / era el tiempo de las preguntas./ ¿Por qué yo soy yo/ y no soy tú?/ ¿Por qué estoy aquí/ y por qué no allá?/ ¿Cuándo empezó el tiempo/ y dónde estaba el espacio?/ ¿Es la vida bajo el sol/ tan solo un sueño?/ Lo que veo y oigo y huelo/ ¿no es solo la apariencia de/ un mundo frente al mundo?”

Estas dos series se sostenían en un sesgo acaso militante, documentalista, más visceral. “Pero era un intercambio desigual, ¿qué sentido tenía estar haciendo eso, si no proponía alguna solución para estos temas?”, se pregunta. Sobrevino una pausa y una inquietud en su trabajo autoral, que desembocó ahora en estas Formas de vida. De la impronta expresionista y dramática del blanco y negro pasó al color, fotos grandes con mucha definición que rescatan intactos objetos y materiales, que investigan y describen el exterior de los refugios de hoy. Mirada que casi es tacto sobre superficies hostiles. El vínculo entre estas nuevas fotos de Díaz y las de sus series anteriores excede la escalera arriba en el Museo y la escalera atrás en el tiempo: está, también, en esas personas que fueron apareciendo. Y en esa última foto que se prenunciaba antes: la toma de tierras del Indoamericano, a fines del año pasado. La rotunda intemperie de esa nena que apenas ha empezado a caminar.

Formas de vida
Museo de Arte y Memoria
Calle 9 entre 51 y 53, La Plata
Martes a viernes de 14 a 19. Sábados de 16 a 20.
Puede visitarse hasta el 30 de junio.

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