FENóMENOS > LA VIUDA DE STIEG LARSSON CUENTA LA VERDAD
Detrás del fenómeno literario (más de 20 millones de ejemplares) y cinematográfico (una trilogía europea exitosa y una adaptación norteamericana en camino), la historia de Millennium es todavía más tenebrosa que su trama: su viuda, por no estar casada legalmente y con quien Stieg Larsson compartió 30 años de vida y feroz militancia antinazi, fue despojada de todo derecho. Ahora, en medio de una batalla legal, emocional y ética que todavía no termina, rodeada de aprietes y propuestas insólitas, cuenta su historia y su verdad.
› Por Martín Pérez
Crónica de una vida en pareja, diario de una despedida, y denuncia que termina siendo una declaración de principios. Tres son los actos en los que se puede dividir Millennium, Stieg y yo, el libro con el que Eva Gabrielsson, la viuda del autor de la trilogía iniciada con la novela Los hombre que no amaban a las mujeres, cuenta su versión de los hechos antes y después de la inesperada muerte de quien fue su pareja durante más de tres décadas.
“Quisiera no haber escrito jamás este libro sobre Stieg, sobre nuestra vida, pero también sobre mi vida sin él”, asegura Gabrielsson al comenzar el volumen, en el que también deja en claro de qué manera las novelas que lo convirtieron en un escritor mundialmente famoso –una fama que nunca llegó a conocer, ya que falleció antes de que se publicase el primer libro– son una suerte de homenaje a treinta años de vida común. “Stieg escribió dos mil páginas en dos años, sin apenas tomar notas, ni documentarse, ni investigar. ¿Cómo es posible?”, se pregunta su viuda.
“La explicación es muy sencilla: la base de datos de sus libros era nuestra vida y nuestra convivencia a lo largo de treinta y dos años. Millennium es fruto de la experiencia de Stieg, pero también de la mía; de nuestros combates, compromisos, viajes, pasiones, temores... Estos libros son el rompecabezas de nuestras vidas.”
Durante las doscientas páginas de su libro, Gabrielsson desgrana todas las referencias posibles sobre los escenarios y personajes de los tres volúmenes, que hasta el año pasado llevaban vendidos más de veinte millones de ejemplares en todo el mundo. Algo que lo transforma en lectura indispensable para los fans de la serie, que pueden así enterarse capítulo a capítulo de detalles como que el escenario de la investigación del caso central del primer volumen de la trilogía hace referencia al lugar donde vivían sus abuelos, donde Stieg pasó los mejores años de su infancia. O que cuando Lisbeth Salander se relaja en las playas de la isla caribeña de Granada durante las primeras páginas de La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, se trata de un homenaje al lugar donde Stieg y Eva pasaron las mejores vacaciones de su vida.
Pero semejante catálogo de referencias al mundo real no sólo lo despliega Gabrielsson para los fans, sino también para terminar de probar su vínculo directo con una obra de cuyos derechos ha sido despojada. Al no haberse casado con Larsson, como la ley sueca ignora a las parejas de hecho, los derechos sobre Millennium los detentan el padre y el hermano de Stieg, que después de una sucesión de idas y vueltas, terminaron haciéndola a un lado sin ninguna consideración. “¡Qué insulto a Stieg, a su vida, y a nuestra vida durante treinta años! Estoy dividida entre la cólera, la indignación, la desesperación y el pánico”, escribe Eva en su diario en mayo del 2005, seis meses después de la muerte de Stieg, cuando se entera de que finalmente la han despojado de todo, incluso de la mitad del departamento que compraron a medias con su marido.
Si hay algo que le importa dejar en claro a Gabrielsson ante los millones de lectores de la trilogía, es que su rol como escritor de novelas policiales nunca fue el más importante de su vida. Reniega de lo que llama la Industria Millennium porque, asegura, de la manera en que está siendo manejada, en cualquier momento la cara de Stieg aparecerá en una botella de cerveza, una paquete de café o un coche, en vez de dedicarse a subrayar su condición de luchador social y de ferviente feminista. Por ejemplo, señala, pese a que la editorial lo consideraba poco vendedor, Larsson nunca dejó que cambiasen el título del primer volumen de la trilogía, que en Suecia se llamó Los hombres que odiaban a las mujeres. Sin embargo, para la traducción francesa –y también para la española– el nombre del libro pasó a ser Los hombres que no amaban a las mujeres. Y en inglés –la última en editarse– ya no queda nada del original: su título es La muchacha con el tatuaje del dragón.
“Millennium fue apenas una obra de Stieg, y ni siquiera es su mejor obra”, asegura Gabrielsson, que en la primera parte de su libro reconstruye la vida de ambos, criados –cada uno por su lado– por sus abuelos. “Me han señalado que, aparte de la hermana de Mikael, en Millennium no aparece ninguna madre clásica, ni siquiera una sola familia tradicional –escribe en el capítulo titulado Nuestras madres–. No me parece en absoluto un rasgo azaroso. Stieg y yo crecimos sin madre, y ni siquiera la abuela más tierna y solícita, y las nuestras lo eran, puede sustituir a una madre.”
Primero maoístas y luego trotskistas, Larsson y Gabrielsson se conocieron en una reunión de apoyo al Frente Nacional de Liberación de Vietnam en 1972 y, uno al lado del otro, fueron testigos de sus respectivas vidas. En el caso de Eva, su destino terminó decantando hacia la arquitectura, y en el de Stieg hacia el periodismo –fue el padre de Eva, periodista, el que primero lo alentó–, pero nunca dejaron de compartir sus convicciones. Tanto en lo que respecta a la literatura popular –juntos fueron responsables de fanzines dedicados a la ciencia ficción, y si Larsson fue un gran lector de policiales, Gabrielsson llegó a traducir al sueco El hombre en el castillo, de Philip K. Dick– como a la lucha contra el nazismo, que en Larsson nace a partir del legado de su abuelo, ferviente antinazi. Si bien la decisión de no casarse responde al hecho de mantener el nombre de Eva fuera del radar de los grupos extremistas, ambos llegaron a trabajar codo a codo en Expo, la revista que Stieg creó para luchar contra un movimiento tan violento que llegó a asesinar a un par de periodistas, e incluir –a pesar de sus precauciones– el nombre de ambos en una lista pública de sus enemigos.
“Nunca te imaginarás lo que está planeando Lisbeth”, cuenta Gabrielsson que podía llegar a decirle Stieg con una sonrisa en los momentos en que ella lo descubría pensando en silencio, durante la que sin dudas fue la mejor época de sus vidas, desde la estabilidad laboral y el comienzo de la escritura de las novelas, hasta cuando ya las ha entregado y espera su edición seguro de que va a tener éxito. Pero son unos capítulos cuya lectura no se puede disfrutar demasiado, ya que sobre ellos planea la sombra de la tragedia, que sobrevendrá cuando Larsson sufra un mortal paro cardíaco, a la edad de 50 años. “Cuando Stieg murió, yo no estaba junto a él porque estaba de viaje –escribe Eva–. ¿Acaso hubiera sido diferente de haber estado allí? Nunca lo sabré, pero quiero pensar que sí; el hecho de estar juntos transformaba extraordinariamente cada instante de nuestra vida.”
Tras la muerte de Stieg, comienza para Gabrielsson una pesadilla que, asegura, sólo puede recordar gracias al diario personal que llevó por esos días. Se trata de una lucha por su propia superviviencia en medio de un terrible dolor personal –que transmite la lectura de párrafos de esos diarios, incluidos en el libro–, durante el que debe enfrentarse, además, a la traición de los Larsson, que la consideran poco confiable por recordar cómo Stieg y ella pensaban donar parte de las ganancias de las novelas. Eva recuerda que llegaron incluso a proponerle que se case con el padre de Stieg, para dividir así la herencia en partes iguales. “Se tratará, por supuesto, de un casamiento de conveniencia”, la tranquiliza (?) Joakim, su cuñado.
El eje de la disputa es la computadora personal de Stieg, donde –confirma Gabrielsson en su libro– habría escrito antes de morir unas doscientas páginas del cuarto volumen de la saga, en la que Lisbeth Salander termina liberándose de sus fantasmas y de sus enemigos, titulado –más que apropiadamente– La venganza de Dios. En su primer amago de negociación, los Larsson pretendieron cambiar su parte del departamento de Eva por esa computadora, a lo que ella se negó (finalmente le terminarían cediendo la propiedad, a causa de la presión social). Por su parte, Gabrielsson habló de ceder esa novela sin terminar, a cambio de tener las riendas sobre el legado intelectual de su ex marido. “Soy perfectamente capaz de terminarla”, escribe hacia el final de Millennium, Stieg y yo, aunque en la reciente conferencia de prensa de la edición española del libro aceptó que esa propuesta había sido un error (“porque podría abrir la puerta a otros escritores fantasma, y de Stieg sólo quedaría su nombre en la portada”), y ahora prefiere que quede sin terminar.
“No estoy amargada, sino que estoy enfadada, y tengo todo el derecho de estarlo”, aseguró entonces Gabrielsson, que –como escribe en el libro– asegura que seguirá “batallando para obtener el derecho moral de Millennium y de todos los textos políticos de Stieg”. Por lo pronto, otro de los misterios que devela el libro de Gabrielsson es que Larsson efectivamente escribió sin ayuda sus tres novelas, algo sobre lo que muchos llegaban a sospechar, ya que no hay nada en su pasado que avale semejante producción. Por esa razón había quienes señalaban a su mujer a la hora de buscar un cómplice. Pero no sólo por las confesiones de su libro, sino también ante la evidencia de su titubeante factura, Stieg Larsson es efectivamente el autor de Millennium, ya no cabe duda de ello. Y también sobre el hecho de que, de alguna manera, la trilogía los identifica a ambos. Tanto Eva como Stieg son Mikael y Lisbeth, y el mundo de ellos es el suyo. O lo fue, por lo menos, mientras estuvieron juntos para disfrutarlo. Y combatirlo, claro. “En Millennium, Lisbeth se tatúa el cuerpo para acordarse de la gente que le ha hecho daño y de la que quiere vengarse. En mi caso, los tengo grabados en mi memoria”, escribe Eva, a la que ahora parece haberle llegado su turno y por momentos –sobre todo durante un pasaje algo escalofriante del libro, en el que reza un libelo a la usanza nórdica contra sus enemigos– aparenta ser cada vez más Lisbeth y menos Mikael.
“La noche del entierro de Stieg escribí que deseaba sobrevivir un año. Unos meses más tarde, en el primer aniversario de su muerte, esperaba aprender a revivir. Hoy la palabra que trazo con serenidad es vivir”, confiesa sin embargo Eva Gabrielsson hacia el epílogo del libro en el que cuenta su historia, que –ahora ya no cabe ninguna duda, si es que alguien la tenía o podía alentarla– es también la de Stieg Larsson.
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