CINE 1 > GLUE: PUNK, DROGAS Y AMOR JUVENIL EN MEDIO DEL DESIERTO
Dos amigos y una amiga en el verano tórrido de Zapala, tratando de escapar del agobio de sus familias, de lidiar con el ardor incomprensible del sexo y de encontrar sosiego en ese infierno que es la adolescencia: con una geografía mínima y una sensibilidad emocional para los detalles, Alexis Dos Santos captura en Glue la dolorosa gloria de la iniciación.
› Por Ignacio Navarro
Tardes largas, a escondidas de padres que han malgastado sus vidas sólo para criar hijos, fumando cigarrillos robados a hermanos mayores. Noches de tomar tragos tibios, escuchando la música careta que pone el disc jockey del salón, moviendo el cuerpo, esperando que alguna chica mire. Ansias de masturbarse, o de girar la rueda de volumen del discman hasta el final. Música, drogas blandas, desierto y una historia de amor que nunca termina: la adolescencia es el campo para la improvisación y la batalla, para el autoflagelo y las grandes preguntas que nunca serán respondidas.
Glue es la historia de Lucas, Nacho y Andrea, tres chicos de 15 y 16 años que pasan sus vacaciones de verano en la pileta del pueblo, escuchando música y, sobre todo, estando juntos, amasando la materia sentimental que coloca a los amigos en el centro del Universo. Alrededor, el desierto y el supramundo de los adultos, atormentados y confundidos como sus hijos, pero que apenas entran en la película como una voz en off que grita, insulta, se pelea por convenios sociales que, todavía, son ajenos al ojo adolescente que nos va llevando, hipnotizados, hasta el nervio, hasta el latido arrebatado de su corazón: el lugar en donde nace toda la felicidad y toda la tristeza. Los personajes del film de Alexis Dos Santos, que ganó la competencia nacional del Bafici en 2006 y recién ahora se estrena comercialmente en Buenos Aires, convocan todo el catálogo de sensaciones y recuerdos que tierna pero violentamente nacen durante la temprana pubertad. Lucas y Nacho son dos amigos inseparables de Zapala que reciben el verano con ánimos de ocio y diversión. Enfrentado con su padre, y alimentando en silencio su desengaño por saber que engañó a su madre con una vecina, Lucas ve la oportunidad y planea junto a Nacho un viaje a Neuquén, a tomar por un fin de semana su departamento. Encerrados, con las persianas bajas, sin reloj, escriben su página épica aspirando el pegamento que el padre arquitecto utiliza para armar sus maquetas, mirando pornografía y tocándose hasta quedar inconscientes y enredados en una cama. Andrea se ve seducida por la aventura, pero una madre gritona se interpone y recién tendrá su oportunidad en una fiesta de cumpleaños en la que se presenta la banda punk de Lucas y Nacho. Sin perder el encanto, ni la voz, ni la mirada de niña, Andrea (interpretada por Inés Efrón) murmura para sus adentros: “Quiero dar un beso con lengua hasta el fondo, con labios rojos y carnosos que acaben de comer chupetín Pico Dulce”. “A las chicas, ¿en serio les gusta chupar pijas?”, se pregunta a sí mismo Lucas (interpretado por Nahuel Pérez Biscayart). Con algunas líneas de diálogo, sencillas y por eso inteligentes, la historia cuenta el momento híbrido en donde comienzan a convivir los dibujitos animados y la pornografía por cable.
Alrededor, el desierto; adentro, el punk dulce de Violent Femmes, el pegamento y la soberbia descontrolada de dos jóvenes medio borrachitos que se encierran con su amiga en el baño de hombres a tomar, a tocarse y a lamerse como si el mundo se fuera a terminar mañana. El ojo de Dos Santos es una mirada confesional, un testimonio y, a la vez, una etnografía sentimental que captura el ritmo del recuerdo de un verano caliente en la provincia. Observa con exotismo lo que sucede y por eso pone todo en el lugar de la verdad. La cámara pierde su foco en el aliento de la silueta de dos jóvenes que se trenzan en una de esas “peleas pero de mentira” que tanto se fabrican entre hermanos y amigos. Un cuadro de Dos Santos alcanza para poner en evidencia la sensación de arenas movedizas que transmiten los primeros besos, los primeros tragos, los primeros discos. También la desolación, el robo y la culpa. Como el Holden Caulfield de Salinger, los Demian, Narciso y Goldmundo de Hesse o nuestro mejor, y peor, Silvio Astier de Arlt, los chicos de Glue reescriben su propia narración urbana en el desierto de Zapala. “Promesa: por tres semanas no me voy a mirar las tetas, a ver si me crecen”, piensa Andrea, mientras se mira desnuda en el espejo.
Glue es una poesía pequeña y sincera que dibuja la estructura emocional de los años convulsionados de la adolescencia. Una pintura sobre cómo quemar las horas muertas con los amigos, sobre la potencia de la imaginación, el punk y el pegamento, aplastando la soledad del desierto.
Glue se proyectará en el Malba durante julio y agosto, todos los sábados a las 22 y los domingos a las 20.
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