Algo medio taoísta: Moji Moji es a Lucas Page lo que Lucas Page a Moji Moji. O algo así. Formado en las clases particulares del mítico Osvaldo Suárez, guitarrista y cabeza compositiva de una banda de culto llamada Fiat Lux, egresado de la carrera de Audiovisión de la Universidad de Lanús, y musicalizador y sonidista de gran parte de las películas nacionales estrenadas en cartel, Page, en los últimos años atrincherado en su casa de Adrogué con una Gibson SG y una computadora, formó su alter ego en función de aunar sus dos facetas: el cine y la música.

N es su primer CD, aunque su segundo disco resultado de esa ambición. Moji Moji es más conocido en Europa por la edición digital de Detroit de Le Maire, fruto de la experiencia por un viaje en la Isla de los Estados. N viene a complementar el disco anterior como una suerte de Ushuaia a La Quiaca personal y para nada etnográfico. La música de Page es extraña; con ecos a Godspeed y Mogwai pero también con algo del Pink Floyd más experimental, las guitarras distorsionadas se deslizan con slides sobre bases y cambios de ritmos abruptos, sin menospreciar nunca el gusto por la melodía. Un crítico europeo denominó su música como “post-rock”. Más allá del afán de crear categorías, el epíteto de post sella a la perfección el universo creado por Page, que funciona no tanto por una superación de cierta “tradición rockera” sino más bien como evocación: Moji Moji recuerda a los músicos del romanticismo alemán decimonónico que buscaban sublimar a la naturaleza por medio de la música. Page inicia su viaje ahí: no quiere documentar una experiencia sino narrar una sensación estética desfasada. El verbo es adecuado porque la música de Moji Moji es narrativa; la forma se despliega en sus siete canciones y se abre como un campo sonoro, como la banda de sonido de una película fantasma, donde el personaje principal es el oyente que atraviesa una historia ajena por un paisaje familiarmente desconocido.

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