Hace diez años, los Redonditos de Ricota dieron lo que sería su último show en el Chateau de Córdoba. Dejaban atrás 25 años de transición democrática, rock rabioso en medio del pop alfonsinista, verdad callejera en medio del cinismo menemista, hastío en vísperas del derrumbe delarruista y un fenómeno litúrgico y masivo único que los superó en número, violencia y demanda. Adelante asomaba, además, Cromañón. Diez años después de aquel show, a pesar de los insistentes pedidos de la grey, el Indio Solari y Skay Beilinson se han peleado públicamente, han grabado discos solistas en los antípodas y transitan caminos alejados, cargando lo que a cada uno le tocó en la separación de bienes. ¿Qué fue de esta década sin los Redondos? ¿Qué dejó y qué se llevó la separación? ¿Y desde qué lugar mira todo Patricio Rey?
› Por Mariano Del Mazo
El arco trazado es perfecto y convoca a una hipótesis: pese a haber nacido en dictadura, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota –las letras, el ánimo de su música– reflejó de un modo impecable el derrotero de la democracia. De la luminosidad de su disco debut de 1985, Gulp! (“¡A brillar, mi amor!”), al tenebroso clima de Momo Sampler (“¡No da más la murga de los renegados!, ¡no da más!”), la vibrante y retorcida lírica del Indio Solari y también los riffs sinuosos de Skay Beilinson retrataron la fiesta alfonsinista, el cinismo menemista y la incapacidad delarruista. El 4 de agosto de 2001, en el estadio Chateau Carreras de Córdoba, el Indio terminó con su garganta cascada (“la gola a media asta”) la frase final de “Un ángel para tu soledad”. Fue el segundo bis, fue la última imagen del naufragio. Nadie lo sabía, ni ellos: incluso tenían programado un concierto en Santa Fe para noviembre.
El país se despeñaba hacia la desintegración. El uno a uno se tornaba insostenible, Cavallo asumía el poder total y la Alianza exhibía una ineptitud supina: no parecía el marco adecuado para los conciertos ricoteros, cada vez más masivos, violentos e incontrolables. Acontecimientos federales, itinerantes, que fusionaban temerariamente la mística de Grateful Dead con los modales de la barra brava de Chacarita. La fiesta se desarrollaba, habitualmente, a dos centímetros de la tragedia. Por otro lado, lo que parecía una impasse mutó en acotadas revelaciones periódicas (cada espaciada entrevista que daban por separado) del malestar interno de la banda. Una banda que no era tal: como dijo el Indio Solari, los Redonditos se reducían a un trío: “Skay, Poli y yo”.
Por esos días, Skay le dijo en una entrevista a este periodista: “Se acabó la magia, el misterio. El Indio también hacía tiempo que quería parar y el nacimiento de su hijo habrá influido. La verdad es que todos necesitábamos un cambio. Decidimos tomarnos un año sabático. Un año sabático no tiene que durar exactamente un año. Pueden ser dos, tres años. Quién sabe. Llega un momento en que uno no se sorprende con las ideas del otro”.
Beilinson estaba a punto de editar su disco A través del Mar de los Sargazos; Solari empezaba a trabajar en lo que sería El tesoro de los inocentes (bingo fuel). Internet se pobló de foros de freaks y fans ricoteros que analizaban entre la angustia y la ilusión cuál era la situación de la banda, y en el primer show en vivo del guitarrista, en noviembre de 2002 en el Teatro Roxy de Mar del Plata, se escuchó un cantito que a partir de entonces fue el mantra de cada presentación del Indio o de Skay: “Sólo te pido que se vuelvan a juntar”.
Una súplica vana: el daño estaba hecho y parecía irreversible. El concierto del Chateau fue la terraza de Let it Be de Los Beatles, y el histórico comunicado de abril de 1970 anunciando el final de la banda de rock más importante de todos los tiempos fue, en este caso, en el de la banda de rock más importante de la Argentina, el estallido de un conflicto que redujo el romanticismo que siempre rodeó y pregonó la banda en un vulgar problema de dinero. El final develó el eufemismo de “los dos, tres años sabáticos” y llegó de una manera un tanto miserable para la gloriosa trayectoria de la banda: un mezquino cotorreo público alrededor de unas valiosísimas grabaciones de audio y video de los últimos shows, algunas de ellas filtradas en la red. ¿Quién las tiene, quién las cuida, cuánto cuestan, quién las filtró? Lo que empezó como una celebración vital de rock y desenfreno, se desplazó hacia estudios de abogados. La pelea Indio vs. Skay-Poli se desarrolló en los diarios y en un comunicado de Solari por Internet, y está atravesada por el rencor y la desconfianza. Esa fue la lápida de Patricio Rey: una historia una fábula demasiado bella para ser cierta; un sueño hippy, o beatnik, con palabras hechizantes como “contracultura, independencia, rock antisistémico”, etcétera. Una larga noche de sexo, droga y rock and roll que duró casi 25 años. Una noche de cristal que se hizo añicos.
Se ha escrito hasta la extenuación: los Redonditos de Ricota empezaron siendo una banda de sótano con una convocatoria módica (básicamente intelectuales, artistas, periodistas), sustentada por una idea de performance que completaba su rock and roll elemental. Alrededor de la figura alegórica de Patricio Rey, destacaban las letras intrigantes del Indio Solari herméticas, drogonas, lunfardas, con toques de ciencia ficción, apuntes de política internacional, metáforas siempre sorprendentes, su voz arrabalera y áspera, el buen gusto y la economía y los riffs adhesivos de la guitarra de Skay. La puesta en escena era parte del concepto. Encantadora y caótica, Skay aparecía con pilotín y sombrero, Enrique Symns monologaba entre tema y tema y podía ser interrumpido, quizá, por Silvia Peyrou totalmente desnuda... y así. El clima de jolgorio de aquellos años, los ’80, se puede palpar en cientos de grabaciones piratas que circularon por los parques y que se mudaron a la red.
Progresivamente, la banda atrajo gentes de otros barrios y, mientras su música se complejizaba sin perder la impronta de rock and roll, las salas comenzaron a quedar chicas. El Indio afiló su poética hasta convertirse en uno de los letristas más interesantes del rock argentino e impuso enigmáticas frases que, aun en su complejidad y en las múltiples lecturas posibles, quedaron esculpidas en los corazones de un público que ya había dejado de ser esa clase media con veleidades intelectuales. Solari los definió como “los desangelados”: una tropa popular suburbana, víctima del modelo de exclusión menemista. ¿Cómo resonaban en esas almas desarrapadas versos como “Vamos las bandas, rajen del cielo”, o “Me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared la tribu de mi calle”, o “Esos chicos son como bombas pequeñitas”?
Jamás hubo tanta distancia entre escenario y público. ¿Qué tenía que ver un guitarrista que había estado en el Mayo Francés y visto a Jimi Hendrix en Londres con esos chicos de cartón de Resero? ¿Y ese burgués calvo de chomba que hacía cine independiente experimental en La Plata y que debe haber tomado el último colectivo en 1981? ¿Cuál era el punto de contacto? La bola crecía imparable, paradójica: sin condescender a ninguna clase de demagogia, e incluso con actitudes antipáticas, la banda enamoró a su pesar. Esa fue la gran honestidad de Skay y el Indio: esa ausencia de retórica para la hinchada que se trasladó a la música en forma de textos eclécticos y una estructura de canción cada vez menos pop. Lo concreto es que se inventó una epopeya alrededor de esos cincuentones impávidos que venían de los ideales de los años ’60. La epopeya representó una serie de Woodstocks criollos al tun tun. La epopeya pronto soslayó el link estrictamente musical. Lo importante era estar, ir, sin que importaran las condiciones. Con o sin entrada, con o sin lugar para pasar la noche.
Fue un punto de inflexión en la historia del rock argentino: el público empezó a ser protagonista y a profundizar la nefasta cultura del aguante. Hace diez años, el último show de los Redondos produjo una diáspora que motorizó fenómenos previos como la futbolización del rock y sus derivados: las banderas, las bengalas... a ver quién tiene la bengala más larga. Dejaron la mesa servida para que Bersuit musicalizara proféticamente la debacle con “Se viene el estallido”, y “los desangelados” se diseminaron por ahí, por la banda de Cordera (en los antípodas de los Redondos: pura demagogia) y por La Renga, Los Piojos, Divididos. Ya latía el huevo de la serpiente de Callejeros. Bajo presión, el rock argentino se deslizaba por un callejón sin salida que chocó con Cromañón.
El sueño terminó, y no sólo el de Patricio Rey. Hoy, el Indio Solari es un sexagenario que vive encerrado en su castillo. Trata de domar sus fobias, educa a su hijo y, como cualquier hijo de vecino, envejece frente a una pantalla. Luce una inteligencia feroz en las tres o cuatro entrevistas que da por cada movida, saca discos impecables que no emocionan. Continúa el pulso cerebral de los dos discos finales de los Redonditos, Ultimo bondi a Finisterre y Momo Sampler: sonidos procesados, electrónica y su voz gastada, gloriosa y rockerísima voz tapada por una pared de capas y capas de sobregrabaciones. En la repartición de bienes, se quedó con la masividad y el misterio.
Skay anda con Poli por las calles de Palermo: curten la noche, la amistad y el buen vino. Saca discos que conservan aquella nobleza sonora de los Redonditos de los años ’80: pasa del rock festivo a la oscuridad, deja colar algún blues, algún ritmo balcánico, algún homenaje velado a Tom Waits. Hace extrañar las letras del Indio. En la repartija, Skay se quedó con el espíritu de los Redonditos, con el placer del toque y la bohemia, con el arte de Rocambole.
“Quisiera agradecer al doctor Guillermo, quien, Decadrón mediante, permitió que estuviera aquí”, dijo el Indio Solari el 4 de agosto de 2001. Después, uno del público le tiró un zapato: “¿Qué te creés, boludo? No somos Los Violadores. Vení al camarín a tirarme cosas”, toreó. Al final hicieron “Ji ji ji” y, ante el bramido de las 50 mil personas, “Un ángel para tu soledad”: “Alguna vez, quizá, se te va la mano / y las llamas en pena invaden tu cuerpo. / Y caés en manos del ángel de la soledad / y él gracias a Dios tampoco cree en lo que oye. / Angel de la soledad y de la desolación / preso de tu ilusión vas a bailar, a bailar, bailar”...
Así quedaron todos, presos de una ilusión: “Sólo te pido que se vuelvan a juntar”.
No falta mucho para que el mantra se vuelva karma.
Lo mejor que puede pasar es que jamás ocurra una reunión.
La extraordinaria historia de los Redonditos de Ricota y su mensaje libertario merecen la muerte definitiva.
El cadáver de Patricio Rey es demasiado bello.
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