Dom 11.09.2011
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ENTREVISTAS > NILDA FERNáNDEZ, EL CANTAUTOR NóMADE CANTA EN BUENOS AIRES

Encerraré en mi cabaña las suelas gastadas de mis viajes

Nació en Barcelona, creció en París, se crió con la juglaría castellana, el flamenco andaluz y la chanson francesa, vivió con los indios en Canadá, se mudó a Moscú, musicalizó a Lorca, la noche que cantó en San Telmo deslumbró a Mercedes Sosa que lo invitó a cantar con ella, a mudarse a Buenos Aires y a ayudarlo a grabar un disco de música popular argentina. Pero Nilda Fernández siguió y siguió en movimiento perpetuo cantando y componiendo esas canciones que, bajo el ropaje engañoso de lo melódico y el pop, esconden letras extraordinarias sobre la tristeza y la desolación. A punto de volver a cantar en Argentina, habló con Radar de su falta de rapport con los cantautores franceses, su amistad con Jane Birkin, su novela, el libro de cuentos sobre Buenos Aires que está escribiendo, sus canciones, el origen de su nombre y ese nomadismo que no es otra cosa que el modo de buscar su casa.

› Por Mariano del Mazo

En la Buenos Aires de los años ‘90 provocó desconcierto y enseguida admiración: ¿quién era ese sujeto menudo que cantaba en español y en francés con una voz ínfima, entonada y femenina y que, además, se llamaba Nilda Fernández? Bastó escuchar su disco 500 años y verlo en La Trastienda susurrar en vivo “toda una tarde en el Retiro / tirando piedras a un farol /sont des amours que se han derretido / de tanta luz, tanto sol / Madrid, Madrid, me desesperas”, trepando las mesas como un navajero o un yonqui del Barrio Gótico de Barcelona a punto de quebrar tu paseo. Ese fue el efecto: dejar al público en esa situación de indefensión que provoca lo imprevisto.

Todos quedaron embelesados, incluso Mercedes Sosa. La cantante lo convocó para uno de sus conciertos del Opera, interpretaron a dos voces el tema de Fernández “Mon amour” y se vieron un par de oportunidades más en las que Mercedes le preguntó por qué no se compraba un departamento en Buenos Aires y por qué no musicalizaba el Canto General de Pablo Neruda. “También me aconsejó que hiciera un disco de música popular argentina, que ella me asesoraría. Tengo un gran recuerdo de Mercedes Sosa. Cuando grabamos el clip de ‘Mon amour’, en un descanso, me dijo algo que me quedó dando vueltas. Por cómo me lo dijo, por el momento. Me dijo: ‘Nilda, vos hacés canciones muy tristes’”.

Tristes, desoladas, de trenes y aeropuertos, de cotidianidades que mutan en viñetas extraordinarias. Una escucha desatenta puede llevar a la confusión: como Franco Battiato y tantos otros, es posible que esas canciones soberbias aparezcan camufladas como si se tratara de las ropas banales de un mero intérprete melódico, o de un distante curtidor del tecno pop. Nilda Fernández es un camaleón que juega a la androginia, que no busca que lo sonoro se imponga al núcleo duro de una poética de la melancolía y que gusta escribir versos dentro de cierta imperfección que los embellecen y le dan así una lucidez diferente a la de esos cantautores con oficio y rima perfecta. “Me separé de vos/ por no decirte adiós / Me separé de vos/ por ganarte / Quise perderte a ti/ por no perderme a mí / Quise perderte a ti / por ganarme”, comienza “Como soy”, del fundamental Niña bonita (1998), disco bajo influjo porteño (de ahí el “vos”) que hizo con la producción de Michel Camilo. Por ahí, por esos versos, se puede escudriñar la telaraña de su lírica.

Nació en Barcelona en 1957, hijo de una familia andaluza protestante que a sus siete años se radicó en París. Así, entre la rumba catalana, la juglaría castellana, el flamenco andaluz y la chanson francesa, forjó una obra extraña que tiene más de un detalle singular. Si ya no fuera curioso llamarse Nilda (nació como Daniel y decidió invertir las sílabas del nombre “sin saber que Nilda era un nombre femenino; me enteré cuando me lo contó un periodista argentino”), anduvo por Quebec investigando la cultura indígena y viviendo en una aldea con nativos (experiencia que quedó registrada en el disco Innu Nikamu, que en un dialecto utilizado en el norte de Quebec significa “El hombre canta”) y en el 2001 se radicó en Moscú. Vivió seis años en Rusia e hizo un buen alboroto cantando a dúo con la estrella local Boris Moisseev.

Por teléfono desde Burdeos y después por mail, donde está grabando “un disco de rock que incluye cuatro canciones en castellano”, Nilda Fernández habla con Radar de su nomadismo radical y de su aberración por la idea de sofisticación francesa, critica el esnobismo del mundillo de la chanson, cuestiona la vida burguesa occidental y sugiere el deseo de encontrar finalmente un hogar, viajando. Un anclaje en movimiento.

¿Por qué tanta demora en volver a Buenos Aires?

–No es fácil ir a la Argentina. Y además debo decir que la experiencia rusa me marcó mucho. Dedicarme a cantar en Rusia me demoró varios proyectos que tenía, entre ellos volver a Buenos Aires.

¿Por qué te fuiste a Rusia?

–A principios de 2000 una amiga me invitó. Siempre insistía. Al final fui, conocí a Boris Moisseev y enseguida tuvimos bastante éxito. Alquilé un apartamento... y me quedé seis años. A los rusos les encanta el francés. Aprendí mucho en Moscú. Ellos han sufrido tanto que tienen una forma muy especial de ser. Es gente áspera. De todos modos, logré descubrir una dimensión extraordinaria en las cosas, al más allá de lo ordinario. Lo contrapesaba con lo que ocurre en París, en la música de París. En Francia hay una tendencia de poesía cotidiana en las canciones que no me entra, que me aburre. Me parece que no hay vuelo, que los autores se refugian en algo muy estrecho, como si tuvieran miedo de lo ancho, de lo planetario, por falta de respuestas. En Moscú aprendí a sobrevivir y a buscarle la vuelta a esa ciudad. Al final, es cierto, me di cuenta de que no era lo mío. Me gustó, pero fue una etapa.

¿De dónde sale tu nomadismo?

–Yo creo que ser nómade es buscar dónde está tu casa. Tal vez sea una visión romántica, pero me gusta pensar en lo que representaban los juglares, que iban de pueblo en pueblo trasmitiendo noticias. Creo que los cantantes, aun con Internet, cumplen ese papel social. No me da satisfacción la ética de la vida occidental tal como nos llegó y las fronteras siempre me parecerán un límite impuesto. En fin, me gusta ir a los países y caminar, meterme en los bares, quedarme. Ahora tengo dos fechas en Buenos Aires, pero pienso quedarme unos quince días.

En Moscú llegó a aprender ruso y fue la plataforma para conciertos en Ucrania, Turkmenistán, Israel. A pedido del Ministerio de Cultura de Cuba escribió y dirigió el programa titulado “Las noticias del mundo”, con casi cuarenta artistas de circo y bailarines, y giró por Rusia, Francia y Canadá con el pianista cubano Aldo López Gavilán. Antes, en 1999, logró cumplir un viejo sueño que de algún modo lo devolvió a Buenos Aires: musicalizó poemas de Federico García Lorca y lanzó un disco que tituló Castelar 704, en referencia al hotel y la habitación que Lorca utilizó en su estadía porteña de los años ‘30. En el disco tocaron Tomatito y Lucho González. “Es tal mi veneración por Federico, que hasta mi dirección de mail incluye el número 704”.

NINGUNA MEDIANOCHE EN PARIS

¿Te sentís parte de la movida de la chanson actual?

–No, para nada.

¿Pero hay algo de identificación en gente como Benjamin Biolay, Coralie Clement, que se mueve dentro de cierto pop de autor?

–Poco, poco. Los conozco a todos, pero viven una vida muy especial, que no es la mía. El show business de la chanson me aburre soberanamente. No tengo afinidad. Lo que hay es respeto. En Francia son muy cerrados y esnobs. Cuando yo estaba en Moscú tenía la posibilidad de oficiar de puente y de llevar a artistas franceses. Pero nadie quería. Me costó muchísimo.

¿Qué explicación le das a esa actitud?

–Es muy complejo. El francés se educa con un sentimiento de superioridad histórica. Yo descubrí esta cultura a los siete años y me aportó muchísimo. Pero cada vez más, por suerte, creo estar perdiendo esos rasgos culturales. Yo, por ejemplo, no soy adorador de Serge Gainsbourg. No me influyó y sus seguidores, que en Francia abundan, me parecen burdos imitadores. Mi conexión, sí, fue con Jane Birkin, que es adorable.

¿Qué te unió a Jane Birkin?

–En mi primer show que di en París hace mil años lancé una rosa al azar. Y cayó sobre ella. Así nos conocimos. Luego hicimos dúos, canciones mías, canciones de Gainsbourg. Hasta me atreví a escribirle una canción que yo canto también, y que la incluí en Ti amo. Se llama “Plus loin de ta rue”, Más allá de tu calle. La había escrito para Luz Casal, que siempre me pide canciones en francés, y se la quedó Jane.

“Para poder mantenerme más allá de tu calle / me inventaré circunstancias /Para no mentirte, no te veo más/ Es una cuestión de decoro /Mi sentimiento se pierde en el fondo del mar /Y yo pienso en tu existencia/ Mi sentimiento se hunde y doy vueltas /Y reclamo tu indulgencia”, dice “Plus loin de ta rue” en francés. Es que Ti amo –hasta el momento su último disco– lo grabó en Génova y está enteramente cantado en francés. Es un pop con algunos elementos, sí, de la chanson y se mueve entre el vodevil y algún milongón (otra vez, el camuflaje) y la liviandad de arreglos bastante convencionales que ocasionalmente rozan el flamenco o la encantadora levedad sonora beatle a lo “Penny Lane”. Tiene grandes momentos, como “Berceuse” y “Si tu me perds”, pero el mejor tema es “Plages de l`Atlantique” y su declaración de principios: “Encerraré en mi cabaña las suelas gastadas de mis viajes / Arrastraré en mi caída la lluvia de todas mis grandes nubes/ Qué alivio para mis venas, qué tranquilidad para mi sangre/ La nueva raza inhumana no me da más miedo que un gigante”.

MI BUENOS AIRES QUERIDO

A su vez, Nilda está cada vez más inclinado hacia la literatura y el cuaderno de bitácora. Publicó la novela Carepartpour un soliloque, el diario de viaje Les chants du monde y actualmente está terminando un libro de relatos que inició durante su primera visita a la Argentina y que algún día espera poder terminar. “Son textos breves, se llama Buenos Aires y otros cuentos”, dice, y pregunta por Pedro Aznar –con quien grabó–, por Charly García y por León Gieco. No sabía nada del “nuevo” Charly. “Qué va, estaba endemoniado. ¿Dices que es otra persona?”.

La amistad es, dice, fundamental en su vida. Y este viaje lo toma como eso: “Una manera de encontrarme con viejos amigos. Europa se puso fea. Hace años, los financieros detrás del FMI embistieron contra América latina, ahora se lanzan sobre Europa como buitres. Ningún político, ningún periodista por acá tienen los cojones para decir la verdad de la especulación generalizada que finalmente cae contra los pueblos. Tengo ganas de ir a Buenos Aires. Buenos Aires, nuevos aires. Volver a caminar, volver a esos bares, mirar ese cielo, conversar con esa gente... ¡y ver si termino mi maldito libro!”.

Nilda Fernández se presenta el jueves 15 y el domingo 18 de septiembre, a las 20.30, en la Sala Siranush, Armenia 1353. Localidades en mesas: $150, $120 y $90. Reservas: [email protected] o venta telefónica por Ticketek, 5237-7200

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