Dom 11.09.2011
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CINE > LOS PECULIARES DOCUMENTALES SOBRE EL AUGE Y LA CAíDA DE LOS CEAUCESCU EN RUMANIA

Ascenso y caída del imperio rumano

Durante 25 años, Nicolae Ceaucescu gobernó Rumania apoyado en la mano de hierro y un arrollador culto a su personalidad. Junto a su esposa, presentada como “sabia internacional”, se filmaban hasta tres horas por día para luego convertir ese material en propaganda. Veinte años después, el director Andrei Ujica (que ya había hecho junto a Harun Farocki la celebrada Videogramas de la revolución, sobre el alzamiento que derrocó al matrimonio) se sumergió en las mil horas de ese archivo para montar Autobiografía de Nicolae Ceaucescu, un trabajo de 180 minutos que conmocionó a Rumania, la enfrentó cara a cara con su pasado más atroz y la obligó a pensar su relación con aquel hombre al que aplaudió durante décadas. Ahora, esos dos trabajos se presentan durante un mes en Proa.

› Por Diego Rojas

La imagen es inestable, la textura fílmica es antigua, granulosa. La pareja está sentada detrás de dos mesas escolares. La mujer –una señora mayor cubierta con un abrigo grueso– carraspea. El hombre canoso que está a su lado, un señor mayor vestido con un sobretodo negro, se toma las manos. “¿Escucharon?”, les pregunta una voz masculina detrás de la cámara (que se mueve, que no se mantiene fija, que deja abierto todo el sonido ambiente, como si no tuviera intenciones estéticas sino la razón sola de documentar la realidad). “¿Escucharon los cargos en su contra?” Un silencio breve sobreviene, un mínimo cruce de miradas se percibe entre el hombre y la mujer. “Yo sólo respondo ante la Gran Asamblea Nacional –dice el hombre–. Cualquiera sea esta farsa de ustedes, no la reconozco.” “Farsa fue la suya, y duró 25 años –interrumpe la voz detrás de la cámara–. Ha llevado al país al desastre.” Otro silencio breve. El hombre retoma la palabra. “No reconozco esta Corte. Todo lo que se ha dicho aquí es falso. Hay 3 millones y medio de departamentos. Mil fábricas.” La voz detrás de la cámara dicta: “Me declaro inocente de los cargos”. “¡No! –protesta el hombre–. No he dicho eso.” La voz detrás de cámara ordena: “Anote: ‘Me declaro inocente de los cargos’”. La mujer se dirige al hombre, en voz baja, pero indignada: “Pueden decir lo que quieran”. El hombre advierte: “No voy a firmar nada”. La voz detrás de cámara empieza a enunciar los cargos en contra de la pareja. El hombre toma las manos de la mujer, hace gestos de resignación. Vuelve a tomar las manos de la mujer. La voz detrás de la cámara pregunta: “¿Quién ordenó el genocidio en Timisora?”. La cámara se acerca hasta lograr un primer plano de la cara del hombre, que eleva su mirada hacia lo alto. Poco tiempo después, el hombre y la mujer serían fusilados.

Así transcurre la primera escena de Autobiografía de Nicolae Ceaucescu, la monumental obra del rumano Andrei Ujica –y monumental no sólo por sus tres horas de duración–. Así: documento puro, sin narrador que la explique, sin subtítulos que le den contexto, sin intervención aparente sobre la filmación del juicio sumarísimo –que de eso se trata– al dictador rumano Nicolae Ceaucescu y su esposa (y co-dictadora) Elena realizado el 22 de diciembre de 1989, año que, según Eric Hobsbawn, dio fin al siglo XX.

El matrimonio de Nicolae y Elena en los viejos tiempos.

Esa primera escena da comienzo a un film que se construyó a través de la exploración de más de mil horas de material fílmico de archivo de la televisión estatal rumana. Retazos de archivos que dan cuenta de la gestión de gobierno que los Ceaucescu mostraban, de los viajes que realizaban, de los actos y celebraciones convertidos en manifestaciones de apoyo al gobierno, de filmaciones íntimas (vacaciones, cacerías, partidos de voley) que la pareja organizaba, y también (por una única vez, imágenes fuera de su control) de su caída. Extractos del relato audiovisual que el Estado realizó sobre los Ceaucescu durante el cuarto de siglo que estuvieron en el poder. Imágenes compaginadas con mano maestra por Ujica pero que, a través de las tres horas de duración del film, aparentan ser puras. O que simulan ser el grado cero de la propaganda.

Ujica (que en 1992 filmó junto a Harun Farocki la celebrada Videogramas de la revolución, película que se exhibe junto a Autobiografía... en Proa y que compagina los archivos de la televisión rumana durante la insurrección que barrió a Ceaucescu) trabajó tres años para realizar el film. Durante un año, dos investigadores se sumergieron en las mil horas de cinta de los archivos estatales (en cierto momento de la dictadura se grababan hasta tres horas diarias de las actividades de Ceaucescu). Rescataron 260, basadas en ciertos acontecimientos políticos que Ujica les había pedido, en los videos que muestran al director en su intimidad y en el material en bruto que hubiera. La edición de ese material de acuerdo con principios cronológicos y temáticos junto a la montajista Dana Bunesco llevó otro año más. El montaje definitivo duró cinco meses y la posproducción, dos más. El resultado es un film impactante que hipnotiza al espectador (¿y no es ése el fin de toda propaganda?), pero que a la vez derrumba el aura que toda operación de propaganda audiovisual pone en funcionamiento sobre los espectadores a los que se dirige. De ese modo, la película muestra las consecuencias del stalinismo, una de las tragedias fundamentales del siglo XX, de un modo extraño, polémico. “Sólo hay dos cosas seguras. La película está hecha a través de documentos, pero no es un documental, y probablemente tampoco una ficción”, declaró Ujica. La mayor parte de las escenas transcurre en medio del sonido ambiente o, directamente, en el silencio. Pero es un silencio raro. Un silencio que induce a la opinión.

Esta cinta poblada de extrañamiento causó un arduo debate en Rumania. La exhibición de un dictador totalitario, represor y que hacía un uso exasperado de los métodos del culto a la personalidad –características que poseía y usaba en nombre de la igualdad de los hombres sobre la tierra, el comunismo– mostrado en bruto, en videos que señalaban “el amor de su pueblo por el líder”, conmocionaron a una sociedad que todavía no cura las heridas de la larga dictadura.

“Recuerdo prisioneros políticos disfrazados de vulgares delincuentes o psicópatas –escribió el filósofo Andrei Plesu–, recuerdo los moretones de los intelectuales maltratados y torturados, las rebeliones de los mineros, los asesinatos de tantos disidentes; pero la película me muestra solamente multitudes aplaudiendo, eufóricas manifestaciones populares, trabajadores con rostros festivos y espectáculos de homenaje. La película está muy bien hecha. Me gustó. Pero salí de la sala más amargado que nunca.”

El crítico literario Costi Rogozanu celebró el film y propuso un ejercicio difícil: “¿Acaso no hemos salido ya de la adolescencia, como para echar una mirada calma y racional a un período extremadamente complicado? En 1989, todos nos identificábamos con aquel fiscal torpe que interrogaba al dictador. Pero me parece que ya es hora de sentarnos con Ceaucescu en la misma mesa y hablar, sin miedo, sin ese odio brusco y grosero”.

La película también provocó que los jóvenes entablaran un diálogo en tono de reproche con sus antecesores. El periodista Vlad Mixich escribió: “La Autobiografía... es absolutamente terrible para las generaciones anteriores a los años ‘80. Es evidente que el principal cómplice de Ceausescu no es su agria Elena sino el dulce pueblo rumano. Ese pueblo que lo ama, lo aclama, le sonríe y, sobre todo, lo aplaude. Y, para esas generaciones, me resulta inevitable una pregunta final: ¿cuántas horas de tu vida te pasaste aplaudiendo a Ceaucescu?”.

Después de la escena inicial del juicio, continúa la encadenación de imágenes. Las cámaras enfocan desde arriba. Muchedumbres hacen largas filas, las rompen, corren, se vuelven a agrupar: todo en blanco y negro, como si intentasen una coreografía desordenada, antigua. Pronto, el espectador se da cuenta de que se dirigen hacia unos grandiosos funerales: el fallecido es Gheorghiu-Dej, secretario general del Partido Comunista Rumano. Es el año 1965. Las siguientes tomas muestran a un hombre de 45 años, de pelo ensortijado, que es elegido como su sucesor. El hombre posa para la eternidad junto al resto del Comité Central que acaba de votarlo. Es Nicolae Ceaucescu, hijo de campesinos, emigrado a Bucarest –la capital rumana– desde muy joven, donde fue trabajador fabril, militante del clandestino Partido Comunista, preso entre 1936 y 1940 por sus actividades revolucionarias. La década del ‘60 en la que asumió también fue agitada dentro de las fronteras de la Cortina de Hierro. En Checoslovaquia se vivía la Primavera de Praga, un movimiento democratizador antistalinista liderado por la juventud. En 1968, una invasión armada soviética acabaría con el movimiento. En Rumania, Ceaucescu convocó a grandes manifestaciones –gigantescas– en apoyo al pueblo checoslovaco y contra la intervención militar. Esta postura le valió una fama de independencia con respecto a los mandatos de Moscú –fue invitado con honores a la China de Mao Tse Tung, que ya había manifestado sus diferencias con la Unión Soviética– y le granjeó popularidad entre los suyos. Pronto esa popularidad se convertiría en contundente culto a la personalidad.

La relativa distancia con los mandatos de Moscú le permitió al régimen establecer relaciones cordiales con los países occidentales. Richard Nixon visitó el país y estableció acuerdos comerciales. En Inglaterra, el matrimonio Ceaucescu fue recibido por la reina Isabel y la Reina Madre. En Corea del Norte fue recibido con honores por Kim Il Sung, quien lo recibió con grandes festejos y coreografías realizadas por miles de gimnastas en su homenaje. En la Argentina, Juan Domingo Perón fue anfitrión de Ceaucescu en marzo de 1974. Junto a Isabelita, su esposa y vicepresidenta, le otorgó la Orden del General San Martín y firmó acuerdos económicos. (La deuda externa que Rumania adquiriría en Occidente sería uno de los factores que aceleraría el derrumbe del país.)

Condecorado por Perón e Isabelita: los contratos comerciales con Occidente lo financiaban y le daban independencia de Moscú.

Más imágenes. Las cámaras recorren los ramos de flores llegados a la residencia presidencial (que Ceaucescu comenzó a ocupar en 1974, ya que antes era, formalmente, la cabeza de un consejo colectivo estatal) para saludar su cumpleaños 55. Son centenares. “Feliz cumpleaños, Ceaucescu”, dicen las notas firmadas por médicos, empleados del Estado, asociaciones obreras, hombres, mujeres, familias, células del Partido Comunista. El pueblo “homenajea” a su líder, autodenominado “conductor”. Ese día recibe como regalo el título de doctor Honoris Causa en la Universidad de Bucarest. Allí, las imágenes muestran a un coro femenino cantando en su honor. Luego, el público irrumpe a los gritos: “¡Fe-liz cum-plea-ños, Cea–ces-cu! ¡Fe-liz cum-plea-ños, Cea-ces-cu!”. Rítmicamente. Ordenadamente. (Otro festejo. Las imágenes muestran a una joven vestida con ropas típicas rumanas. Canta: “Toquen, violines, para él, / deséenle salud, deséenle suerte para todas las cosas. / Que las alondras canten alabanzas / a las bellezas de sus tierras, / a este paraíso de los hombres”. Nicolae Ceaucescu y Elena escuchan agradecidos en dos sillones el espectáculo rendido en su honor.)

Las imágenes muestran el rostro de Ceaucescu presidiendo cada edificio gubernamental, cada desfile oficial. El presidente rumano (ese hombre falto de carisma, que no podía brindar un discurso sin leerlo) bien podría haber parafraseado aquellas palabras y haber dicho: “El Estado soy yo”. Elena podría haber agregado: “Y yo también”. Su figura también encabezaba cada desfile.

Elena fue la compañera de siempre de Nicolae y acompañó su ascenso a la par. Doctora en Química, desarrolló una carrera que permitió que incluso sus trabajos fueran publicados en el extranjero (aunque se sospecha sobre la verdadera paternidad de sus textos). Los textos oficiales la presentaban como “doctora”, “ingeniera”, “académica” o “sabia de renombre internacional”. Fue ganando espacios en la dirección del Partido Comunista y en 1980 fue elegida viceprimera ministra de Rumania. Era venerada por multitudes y odiada a la vez. Una vez fusilados, en las vísperas de aquella Navidad de 1989, se contarían las balas. Nicolae había recibido 10 disparos. Elena, 110.

La construcción de los “Estados populares” en el este europeo luego de la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por el surgimiento de una burocracia estatal, calcada del stalinismo soviético, que llevaba a lugares de privilegio a los miembros destacados del Partido Comunista de esos países. Rumania no fue la excepción. Las diferencias con Moscú no implicaron transformaciones en esa burocratización sino que, por el contrario, profundizaron la tendencia al culto a la personalidad y al totalitarismo, que sólo podían llevarse a cabo con un riguroso aparato de represión e inteligencia. La Securitate fue el organismo de vigilancia y terror que mantuvo en orden a la población y que impidió, cada vez, toda oposición interna. La intromisión del Estado en las vidas de las personas llegó a tal punto que se estableció una policía de la natalidad. En la Constitución reformada de Ceaucescu se prohibió con penas gravísimas el aborto y definió la maternidad como un acto patriótico. Entre ese punto del control sobre el sujeto y la represión política y física a toda disidencia se pueden establecer las coordenadas del poder de los Ceaucescu en Rumania.

En medio de alzamientos masivos y la profundización de la restauración capitalista impulsada por la Perestroika, el descontento con la dictadura de los Ceaucescu se disparó. En Timisora se estableció un foco rebelde que derrocó a las autoridades locales. El presidente rumano llamó a una manifestación en su apoyo en Bucarest. Fueron centenares de miles. Pero mientras su discurso –que leía– se desarrollaba, comenzaron gritos de protesta. Pronto, la muchedumbre lo insultaba y exigía su renuncia. Mientras los Ceaucescu se retiraban, la Securitate comenzó la represión. El matrimonio escapó en helicóptero y luego en auto. Fueron apresados, juzgados sumariamente, ejecutados.

Este film es el autorretrato estatal de este proceso histórico. Es el compendio de imágenes con las que el régimen se ilustraba a sí mismo, realizado con esas imágenes crudas, anteriores a la toma de posición que implica toda edición. Bordeadas por el audio natural de filmación o por el silencio. Un silencio que, de todos modos, no deja de hablar constantemente.


Autobiografía de Nicolae Ceaucescu, de Andrei Ujica, se proyectará junto a Videogramas de una revolución, de Harun Farocki y Andrei Ujica, en la Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929. Los films se presentarán en horarios alternados los sábados a la tarde entre el 17 de septiembre hasta el 8 de octubre. Alan Pauls realizará una introducción a las películas. Los horarios de las proyecciones y las charlas en www.proa.org/esp/events

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