› Por Guillermo Piro
Cuando la serie Los expedientes secretos X fue emitida por primera vez, allá por 1993, el panorama televisivo era, naturalmente, otro. Fox Mulder (David Duchovny) y Dana Scully (Gillian Anderson), poco a poco, fueron convirtiéndose en iconos de la cultura popular y sus diálogos dieron lugar a una larga serie de batería de citas que aún hoy son usadas con bastante naturalidad por sus seguidores. Algunas de ellas son célebres: “No voy a preguntar si dijiste lo que creo que escuché porque creo que escuché lo que dijiste”; “El mejor lugar para guardar una verdad es entre dos mentiras”.
Como sólo ocurre con los clásicos, incluso quienes jamás se adentraron en los meandros de la serie conocen casi a la perfección en qué consiste: en el primer capítulo la agente del FBI Dana Scully es destinada a una pequeña oficina que investiga casos calificados como “Expedientes Secretos X” y que consisten en fenómenos paranormales, avistamiento de ovnis, aparición de criaturas extrañas, cosas así. Sucesos que al parecer tienen lugar, pero que nadie confía en que efectivamente hayan sucedido, o bien temen en las implicancias un tanto imprevisibles que pudieran tener hacerlos públicos. La pareja Mulder-Scully encarnaba la perfección dialéctica: Mulder estudió Psicología en la Universidad de Oxford y lo que verdaderamente lo motiva es conseguir esclarecer el caso de abducción por extraterrestres de su hermana Samantha, cosa que ocurrió cuando él era niño. Tan obsesivo se muestra en relación con estos casos que se ha ganado el mote de “Siniestro” entre sus compañeros del FBI. El es el que cree. Scully, en cambio, es la “escéptica”: doctora en medicina forense. Se le asignó el trabajo junto a Mulder con el fin de que “supervise” y elabora informes sobre sus actividades (para lo cual el FBI destina fondos). Ella es quien encuentra a todo una explicación científica. Una de las grandes atracciones de la serie consistió siempre en presenciar ese momento en que Scully cede finalmente a la evidencia y se pase al club de los creyentes, integrado exclusivamente por Mulder. La otra gran atracción es la que a falta de otro nombre podemos llamar “la tensión Moonlighting”, esto es la tensión sexual entre sus dos protagonistas –el nombre alude a la tensión parecida que se desarrollaba en la serie Moonlighting, protagonizada por Bruce Willis y Cybill Shepherd entre 1985 y 1989–. Es cierto que los guionistas de Los Expedientes Secretos no fueron tan cuidadosos y dejaron deslizar más de un beso entre los protagonistas. Por ejemplo en un capítulo de la séptima temporada, donde al comienzo se da a entender que Mulder y Scully pasaron la noche juntos, y durante el desarrollo del episodio se muestran las circunstancias que condujeron a eso. Todos cometemos errores, y el de los guionistas fue sin duda ése.
El atractivo principal de la serie, sin embargo, no era ése, sino la batalla frágil entre el pensamiento racionalista de Scully y la paranoia extraterrestre y paranormal de Mulder. Scully conseguía filtrar sus explicaciones cientificistas aun a costa de cualquier evidencia que demostraba que esta vez sí, sin duda, estaba en presencia de algo que solamente era explicable recurriendo a las explicaciones paranoicas de Mulder. Pero no había caso. Scully resistía.
Cada episodio comienza con una introducción donde se presenta algún suceso misterioso que desencadena la trama y que Mulder y Scully se dedicarán a investigar. Le sigue el célebre tema de apertura compuesto por Mark Snow y los créditos. Estos terminan generalmente con la frase “The Truth Is Out There” (“La verdad está ahí fuera”), pero a veces aparecían otras frases (“Todo muere”, “No confíes en nadie”, “Niégalo todo”, “E pur si muove”, y muchas más). La serie siguió el formato estadounidense de cuatro actos, pautados mediante cortes comerciales para cada episodio después de la introducción. Cada acto tenía una duración aproximada de 10 minutos y la duración media de un episodio es de entre 43 y 44 minutos.
Durante la filmación de la primera temporada, Gillian Anderson se enamoró de uno de los directores artísticos de la serie, Clyde Klotz, con el que se casó en 1994 en el hoyo 17 de un campo de golf en una ceremonia oficiada por un sacerdote budista. Al poco tiempo de casarse quedó embarazada, lo cual supuso un problema, dado que este aspecto no podía ser incluido dentro de la trama de Los Expedientes Secretos X. En un principio, los guionistas consideraron que esto era lo peor que les podía haber pasado, pero con el tiempo se dieron cuenta de que gracias a esta situación podían crear el arco argumental más importante de la serie: la abducción de Scully.
El punto de vista de Scully es el punto de vista del programa. Y por eso el programa tenía que ser construido con una sólida base científica, para que Mulder pudiera partir desde allí... La ciencia es buena, el punto de vista de Scully es válido, pero es Mulder quien tiene que convencerla de que sus argumentos ya no sirven y ella está obligada a aceptar lo inaceptable. Siempre hace falta un conflicto.
Mulder le tiene miedo al fuego y casi nunca duerme en su cama (prefiere el sofá). Le gusta el béisbol y la pornografía y vio la película Plan 9 del espacio exterior, de Edward Wood –considerada una de las peores de la historia del cine–, 42 veces. Como casi todos nosotros, sólo que un poco antes, Mulder no puede vivir sin su teléfono celular a mano, hasta el punto de que en una ocasión Scully le dice: “Mulder, si tuvieras que estar sin tu teléfono móvil durante cinco minutos caerías en una esquizofrenia catatónica”. Scully, por su parte, es pelirroja, sonríe muy pocas veces, estuvo enamorada de un vampiro y tiene una de las narices más perfectas jamás vistas.
Por todo eso vale la pena volver a ver Los Expedientes Secretos X. Y además Gillian Anderson es una de las tres mujeres en el mundo con la que llegué a tener fantasías sexuales. No voy a decir quiénes son las otras dos.
El 19 de septiembre, TCM pondrá al aire
la serie Los Expedientes Secretos X,
cuyos capítulos podrán verse de lunes
a viernes a la medianoche.
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