Domingo, 30 de octubre de 2011 | Hoy
TEATRO > CAMILA FABBRI Y KATIA SZECHTMAN, DOS NUEVAS PROMESAS
Con 23 y 22 años, sus primeras obras en el teatro independiente son una de las revelaciones de la escena de este año. Hechas a pulmón, sin esperar el dinero de los subsidios y con un agudo talento, Corresponsal y Brick ofrecen una mirada sobre dos mundos polémicos de estos tiempos: el de los medios y el del trabajo. En esta nota, Camila Fabbri y Katia Szechtman hablan del largo camino que recorrieron para empezar y lo que tienen por delante.
Por Agustina Muñoz
Camila Fabbri y Katia Szechtman estrenaron este año sus primeras obras como directoras y dramaturgas. Con 23 y 22 años se montaron sobre ese difícil caballo que es el teatro independiente y salieron a convocar actores que estuvieran dispuestos a ponerse a las órdenes de tan jóvenes manos, a buscar dinero para producción, a entablar diálogo con los rubros técnicos y ahora, arengar al público para tener espectadores cada semana. ¿Qué las llevó a hacerlo? Es la pregunta que surge ante la vocación temprana llevada a cabo con tanta determinación y arrojo. Katia escribió y dirigió Corresponsal con Ignacio Sánchez Mestre, que había sido su compañero en la escuela de Nora Moseico (semillero de jóvenes actores con personalidad y gracia) después de haber tenido una experiencia de creación colectiva durante el año pasado con la obra Jorge. “Queríamos escribir algo, pero no teníamos ninguna intención de tratar un tema en particular sino producir algo nuestro. Teníamos un código entre nosotros que queríamos seguir explorando. Nos dábamos consignas y cada uno escribía cosas por separado, íbamos armando escenas, se la pasábamos al otro y así fuimos avanzando. Fue un trabajo de escritura de a dos pero también bastante individual. La primera idea fue la de dos hermanas que jugaban a un juego, después decidimos que jugaran a tener un noticiero y ahí apareció toda una cantidad de ideas relacionadas con el periodismo, con la tele, con una cosa idealizada dentro del imaginario de unas chicas que fueron criadas en un ámbito que tiene a la televisión presente todo el tiempo.” Así, Corresponsal se convirtió sin quererlo en una obra que reflexiona con un humor muy inteligente sobre los medios, la realidad y la creación desde las cabezas de unos jóvenes que tuvieron su infancia en pleno menemismo.
Camila, por su lado, dirige sola su primera obra y dice estar, en igual medida, fascinada y aterrada con la experiencia. Escribió Brick en el taller de escritura que hacía con Romina Paula y decidió dirigirla cuando se dio cuenta de que la tenía toda montada en su cabeza: “Pienso que la mejor persona que puede llevar un texto a escena es el que la escribió. Al menos a mí me pasó eso; mientras escribía todo el tiempo pensaba en la puesta, no separé una cosa de la otra; de algún modo siempre supe que la iba a poner yo. Y cuando empecé a ensayarla me di cuenta de que tenía un despliegue en mi cabeza que no sabía que estaba”. Brick cuenta a tres obreros de la construcción de distintas generaciones que son obligados a convivir durante un largo período en una obra que parece fantasma. Cada tanto, dicen que viene un jefe a controlar, pero la mayor parte del tiempo se la pasan solos, compartiendo ese tiempo laxo y poco íntimo de una obra en construcción. De este modo, el vínculo entre ellos es una confusa mezcla de erotismo, compañerismo y soledad que se despliega entre trabajo y confesiones solapadas en unos hombres que recelan de sus sentimientos íntimos más por miedo que por reserva.
Tanto Camila como Katia fueron primero actrices antes que directoras y dramaturgas. Katia formó parte del mítico Magazine For Fai y antes de estudiar dirección de cine en la Enerc (se recibe este año en la carrera de dirección) creía que eso era lo que más le gustaba hacer. “A mí me gusta el cine y también el teatro; me pasa que quiero todo y a la vez no sé bien qué quiero; estás dirigiendo pero también te gustaría estar actuando. En ese sentido, hacer un proyecto propio es lo que más te ancla, lo que te conecta a tierra. Es algo que aparece a pesar de uno, en contra de la incertidumbre que produce el ser llamado por otra persona para trabajar.” Ambas parecen haberse armado un refugio en medio de la inestabilidad que muchas veces puede tener ser actor. Camila, que estudió cinco años con Chávez, cuenta que fue su aversión a los castings lo que la llevó a hacerse directora: “Ir a un lugar a ser evaluada me daba mucha angustia. Me empezó a agarrar el deseo de generarme yo misma lugares de ficción. Me sorprende que algo tan bueno haya aparecido de algo que me ponía tan triste”.
A las dos se las ve con unas fuerzas arrolladoras que hacen pensar que las veremos mucho en la escena de los años que vienen. Se hicieron rápidamente conscientes de la exposición que implica estar al frente de un proyecto, pero pareciera que el hecho de haber empezado pronto las hubiera acostumbrado rápido a cómo son las cosas: la gente habla, opina, y eso es así. A Katia, lo que más le molestaba al principio era tener que salir a saludar en el hall después de lo que ella creía había sido una mala función: “Como director, te las comés un poco todas vos. Muchas veces la gente que no es de teatro puede mirar la obra con mucha más liviandad y terminan diciendo cosas mucho más copadas que los que son de teatro. Yo no puedo escuchar nada, ni cosas lindas ni cosas feas, no puedo. Me pasa de pensar que en este momento están circulando en la cabeza de la gente opiniones y pensamientos sobre lo que estoy haciendo, cosas que yo también hago como espectadora, pero ahora me doy cuenta de que es un lugar muy vulnerable. De todas formas, el estreno es liberador; a pesar de la gente y todo eso, siempre es peor antes. Nosotros tuvimos una previa difícil, con una pasada general en la que se electrocutó una chica, imaginate. Estrenar es lo mejor que te puede pasar”. Camila cuenta que en cada función la cabeza le explota: “En la sala yo tengo que manejar el sonido y lamentablemente les veo la cara a los espectadores, no puedo no hacerlo; en cada persona que está viendo la obra estoy yo. Si veo un bostezo o una seriedad excesiva, me vuelvo loca. Pero bueno, hay que bancársela”.
Para la producción de la obra, tuvieron que arriesgarse sin saber si conseguirían o no los subsidios. A Camila uno de los actores le adelantó el dinero y todavía nos sabe si va a poder devolver esa plata. Katia e Ignacio decidieron financiar ellos mismo el proyecto: “Es bastante arriesgado; pero a la vez, tiene esa cosa increíble de poder llevar adelante nuestro propio proyecto. Nos pasó con la escenografía de Victoria Chacón, que hace también el vestuario; veníamos hablando mucho hasta que dijimos: con la plata que tenemos todo esto que estamos fantaseando no se puede. Dejamos de lado la puerta, no había paredes, sólo nos pudimos quedar con una ventana que era lo que en nuestra cabeza tenía que haber sí o sí. Revertir todo a lo mínimo le terminó dando mucha personalidad a la puesta”.
Camila acaba de terminar de escribir un proyecto para presentar al concurso de series que abrió el Incaa y se propuso obligarse a escribir todos los días: “Necesito armarme una rutina; si no estoy dirigiendo ni actuando, necesito sentir que hago algo, si no me angustio”. Por eso, lee mucho y va a ver todas las obras que puede. A ambas se les enciende la mirada hablando de los directores que admiran y las últimas obras que vieron y coinciden en que ver el trabajo de los otros las inspira. Camila dice que, sobre todo, la emociona la gente que produce, más allá de los resultados que se vean. Cuando Katia tiene que hablar de su trabajo, dice: “Creo que estas cosas requieren mucha confianza, en una, en la vida, en lo que sea. Confianza en que trabajar trae buenos resultados. No sabés si va a venir alguien a ver tu obra, sin embargo, uno avanza, pura fe en ir para adelante. Eso es lo más lindo, no sé por qué estoy acá, nadie me está asegurando nada, pero sé que algo lindo va a salir. Ahora, por ejemplo, pienso en cómo me gustaría trabajar con este actor, como me gustaría probar esto: todo el tiempo me dan ganas de hacer obras nuevas pronto”.
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