Dom 20.11.2011
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FOTOGRAFíA > NENAS, DE LAURA ORTEGO

Para mirarte mejor

Si en su primer trabajo con nenas las fotografiaba en la desangelada inmensidad de la ciudad, en su nueva muestra, Laura Ortego las retrata en medio de una naturaleza ominosa, paradas en el centro exacto y sublime donde se encuentran el miedo y la fascinación. Desprotegidas pero curiosas, pictóricas y literarias, estas chicas encierran en su mirada el romanticismo, los cuentos infantiles y una infancia en la aislada Comodoro Rivadavia.

› Por Mercedes Halfon

¿Lobo estás? Parecen decir las imágenes de nenas de Laura Ortego. Pequeñas damiselas con vestiditos anacrónicos y miradas melancólicas que se pierden en el bosque. Nadie sabe qué hacen ahí, qué buscan, pero al verlas luminosas en esas fauces tan oscuras la inquietud que producen es grande. Una nena con medias can-can blancas, mirando fijamente el lodazal donde están metidas sus patitas. Otra acostada en un camino, los ojos abiertos y la oreja pegada a la tierra, mientras la luz parece indicar que está atardeciendo. Una tercera paradita en un cuarto derruido y en la pared blanca que la precede, huellas de pies negros como de un animal de cierto tamaño. ¿Lobo estás? parecen decir esas nenitas. Un peligro las acecha. Difícil imaginarse una desprotección mayor que la suya, solas en un bosque a oscuras.

YO VIVIA EN EL BOSQUE

Nenas es la segunda serie fotográfica con el mismo tema que realiza Laura Ortego. Como una inversión en el orden de los acontecimientos, la primera serie estaba integrada por fotos de nenas en la ciudad, mientras que esta segunda ocurre en el bosque. Nenas I estaba realizada en un riguroso blanco y negro que recortaba los cuerpitos con líneas duras y texturas urbanas. Las locaciones eran tan inmensas que no llegaban a verse en su totalidad. En estas Nenas, en cambio, el entorno es natural. Corazones del bosque, pantanos, patios y cuartos deshabitados, ganados por la tierra y la humedad. Pero lo que se mantiene en ambas series es precisamente la desproporción. La de un ser humano en miniatura –sexo femenino, tal vez algo que remarque más aún la desigualdad– en un espacio gigantesco. Edificios en el primer caso, árboles milenarios en el segundo.

Y hay que saber que esa desproporción, esa falta de escala entre el hombre y la naturaleza, es algo que Ortego vivió en carne propia y tiene grabado en su retina. Oriunda de Comodoro Rivadavia, hija y nieta de comodorenses, vivió durante su infancia y adolescencia un paisaje árido con dimensiones de epopeya. Ella cuenta sobre su niñez: “Es muy fuerte crecer allá. Me acuerdo por ejemplo, de ir a la playa con mi familia, son playas enormes, kilométricas, con un mar helado, donde el viento sopla a 150 km por hora. También me acuerdo de los viajes de vacaciones que hacíamos, horas en el auto, porque a cualquier lugar que vas, saliendo de Comodoro, tenés que viajar muchísimo. La próxima ciudad que hay está a 400 kilómetros, y en el medio no hay absolutamente nada. Es el desierto patagónico”.

Esa hostilidad del clima la ha marcado al punto de que en sus fotos el entorno, sea natural o artificial, se hace presente como una amenaza. Una sensación alrededor de la cual ha hecho su mundo el Romanticismo alemán. El agradable terror del que hablaba Kant en su explicación de lo sublime aparece en los bosques cerrados que rodean a las criaturas de Ortego, de igual modo que las cumbres escarpadas y rodeadas de niebla que pintaba Caspar David Friedrich. Ella cuenta que este año tuvo la oportunidad de ver en vivo las pinturas de icono del romanticismo pictórico, y que sintió ese cosquilleo que produce una obra de arte que toca en un lugar muy personal, casi como si estuviera viendo fotografías de su infancia. “Monje frente al mar es una imagen que me conecta directamente con Comodoro. Me impresionan esas pinturas más que cualquier fotógrafo contemporáneo.”

Sin embargo, tampoco es que Ortego sea algo así como una romántica muy tardía. Hay diferencias de materiales, enfoques, épocas. En Friedrich el eje siempre es el paisaje: sobrecogedor, representante de melancólicos estados de ánimo; las fotografías de Ortego, en cambio, no dejan de ser retratos. Tensos equilibrios entre la figura y el fondo, pero donde el cuerpo está en el centro del cuadro. Y esa diferencia es clave. Tal vez lo que esté fotografiando entonces sea a ella misma de pequeña, su infancia frente al mar helado. O frente a los kilómetros de desierto que se auguraban desde el margen de Comodoro Rivadavia. Tal vez el miedo que aparece en los ojos de las nenas sea el mensaje que la naturaleza le sugería a través del penetrante silbido del viento.

CREACION EX NIHILO

Tanto en la serie de Nenas I y II como en Juego de living, su trabajo anterior, Laura Ortego hace fotografías concebidas como pequeñas puestas en escena. Imágenes donde hay un relato sugerido, pero que además está armado de antemano. Lejos estamos del azar y el hallazgo que propone por ejemplo el fotoperiodismo. No se trata de captar un instante mágico. Las nenas posan, los vestidos tienen los volados planchados, el sendero por donde caminan está iluminado justo en su centro. Ese es el modo de abordar la fotografía que Laura Ortego tuvo desde siempre. Ella cuenta que los primeros rollos que hizo fueron a sus compañeras de colegio, una tarde a la salida de la escuela. Los llama “retratos ficcionados” y confiesa que eran “un poco cursis”: una chica con un vestido vaporoso y una valija, otra con una capelina enorme. Escenitas armadas que pueden remitir a las famosas fotos de niñas disfrazadas de mendigas de Lewis Carroll, o más acá en el tiempo y el espacio, a Las aventuras de Guille y Belinda de la fotógrafa argentina Alesandra Sanguinetti.

Ortego explica de su modo de producción: “Cuando voy a la toma tengo una idea en mente de qué es lo que quiero hacer. De cómo va a ser el encuadre. No hago tantas fotos. Admiro a los artistas que trabajan más con el azar y la improvisación. Yo soy más estructurada. Es un ensamblaje de cosas, pongo piezas y las armo. De hecho, trabajo más como si pintara. A veces me siento más identificada con la pintura que con la fotografía. Me gustan mucho los retratos del siglo XVIII, tipo La muerte de Marat, que los ves y tienen un peso y una estructura muy fuerte. Son sólidos, todo está puesto, no hay nada al descuido. Lejos de tratar de que no se note, a mí la pose me encanta”.

De todas las fotos de Nenas la más rara es una en la que una mujer joven desnuda abraza a un oso que gruñe. Esa foto es en la que más patente aparece la ficción y es a través de su delirio que se echa luz al resto de la muestra. Como si alguna de las nenas extraviadas hubiera crecido y vuelto al bosque a reconciliarse con los miedos que pasó. La idea de armar una historia que atraviesa la obra de Laura Ortego también tiene una vinculación con su origen patagónico. “Todo lo que mi familia y especialmente las mujeres de mi familia hicieron durante su vida fue construir una ficción en un lugar donde no hay nada. Yo tengo una abuela que fue modista, que usa animal print a los noventa años. Y siempre hizo disfraces y tortas súper elaboradas. Es todo glamour en medio de la ciudad desangelada y petrolera. Por eso creo que de chiquita tuve la noción, que es algo que se tiene más tarde, de que todo es una especie de construcción, que la vida es una ficción. Y eso es lo más lindo. Esto de que cuando se termina la ciudad empieza la nada. Algo que al vivir envuelto en una ciudad no te das cuenta. A mí eso me marcó.”

FOTOGRAFA EN FABULA

Y si hablamos de contar historias, la referencia última y primordial de estas fotografías son los cuentos infantiles tradicionales. Caperucita, Gretel, Alicia, la Bella durmiente: todas ellas se vislumbran en estas nenas. La inocencia, la belleza y la oscuridad de los cuentos clásicos es revisitada por Laura Ortego como si nos mostrara los costados menos conocidos de sus protagonistas. Los instantes de cuelgue de las nenas en el bosque. Los momentos en que no estaban intentando resolver su peripecia. Su miedo a la oscuridad y, a la vez, su fascinación por ese sentimiento. De eso se trata lo sublime: de la atracción que produce el peligro de la naturaleza. Ese es el comienzo de la melancolía.

Como una reescritura de los cuentos clásicos, las nenas de Ortego no esperan la salvación en el cazador, no esperan volver a salir del agujero donde están metidas. Pequeñas románticas, disfrutan de su paseo misterioso y sin fin.

Nenas, en el C. C. San Martín,
Sarmiento 1551. Gratis.

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