FOTOGRAFíA
En tránsito
Paisajes desiertos, interiores sombríos, fragmentos de una realidad que huye... Las fotos de Constanza Niscovolos, joven discípula de Adriana Lestido, hacen visible la condición profunda de todo viaje: la soledad. El texto que sigue es la presentación que Guillermo Saccomanno escribió para el catálogo de la obra que Niscovolos presentará en “Foto-Septiembre”, la prestigiosa megamuestra internacional que se realiza todos los años en México D.F.
POR GUILLERMO SACCOMANNO
La impresión que transmiten las fotos de Carolina Niscovolos es de una soledad tan absoluta como inexorable. No hay cosmetización alguna, ni de la realidad ni de la mirada; hay, en todo caso, una obsesión que se expresa en el registro crudo de fragmentos que nos sugieren una realidad siempre incompleta: la de alguien que está a solas. No hay figuras humanas en estas imágenes de transitoriedad, quizá porque lo único humano que nos interesa es la soledad de quien observa una totalidad inabarcable, de la que únicamente podemos capturar retazos. En su elección del blanco y negro, Carolina Niscovolos encuentra los tonos adecuados para plantear la soledad, pero nunca en términos maniqueos. Su blanco y negro adquiere sentido a través de los grises, tonalidad que parece esfumarse por la incandescencia de una luz o el borroneo de una lluvia.
Los motivos enfocados pueden ser una autopista bajo un temporal o maderas, como ataúdes, flotando en el agua; un edificio que se recorta contra un cielo o el interior sombrío de un galpón. Si los motivos, en su simpleza, se vuelven esenciales –signos desplazados de la modernidad–, es porque Niscovolos se mantiene fiel a un principio clave: lo que cuenta no es lo que se elige para fijar en una imagen: es el modo en que se refleja y atrapa una realidad siempre en fuga. Y esta realidad en fuga no refiere a otra cuestión que la de la soledad. En El cuarto de Jacob, Virginia Woolf ha escrito: “Jacob se acercó a la ventana y se quedó allí, inmóvil, con las manos en los bolsillos. Vio mástiles de barcos, vio gente ociosa u ocupada de clase baja que formaba grupos y gesticulaba con las manos. La causa de su tristeza no era el hecho de que esas personas no se preocuparan por él, sino más bien una convicción más profunda: no era que él estuviese solo, sino que todo el mundo lo está”. En efecto, lo que Carolina Niscovolos pone en escena no es otra cosa que lo que insinúa el fragmento de la Woolf: la conciencia irreductible de la transitoriedad. Ésa y no otra, arriesgo, es la historia que cuentan sus fotos de viajes.