Domingo, 25 de mayo de 2003 | Hoy
Fuegos artificiales
Michael Keaton y Helena Bonham Carter cubren la Primera Guerra del Golfo, pero no salvan ni la película. |
En una entrevista
para el site de HBO, Mick Jackson (Volcano, El guardaespaldas) habla sobre la
adaptación de los sucesos en que se basa Fuego sobre Bagdad (Live from
Baghdad, 2002) pero nada dice acerca del posicionamiento ideológico con
que se decidió abordar esta producción con tanto sentido de la
oportunidad: Fuego sobre Bagdad transcurre en 1990, en los seis meses previos
a la invasión de Irak por orden de George Bush (padre), aunque se estrenó
en la televisión norteamericana en diciembre de 2002, es decir, casi
en las vísperas de la “guerra preventiva” de George Junior.
La historia es la de Robert Wiener, productor ejecutivo de la CNN y su equipo
apostado en el Golfo, según el libro que el propio Wiener publicara poco
después de la experiencia. A fines promocionales, Jackson compara a Wiener
con Hunter S. Thompson y finalmente vomita un par de trillados insultos sobre
Saddam Hussein.
Por su parte, el propio Wiener supo ser más cauto al hablar sobre la
película, así como al expresar su postura en la discusión
sobre la responsabilidad periodística (que el film apenas alcanza a raspar
muy superficialmente). “Creo que el patriotismo no tiene nada que ver
con el periodismo –dijo–. El público norteamericano tiene
que ser extremadamente cuidadoso con la propaganda proveniente de la Casa Blanca.”
Tras la publicación del libro, varios estudios de Hollywood se le acercaron
para comprarle los derechos, llegando a captar el interés de Barry Levinson
y Dustin Hoffman. Ellos finalmente se desentenderían del proyecto (sabiamente,
ya que se abocaron a la mucho más interesante Mentiras que matan) y el
guión quedó dando vueltas en la nada. Reflotándolo en los
últimos tiempos con reflejo oportunista, la producción convocó
a un reparto encabezado por dos personajes de un perfil un tanto oscuro: Michael
Keaton (como Wiener) y Helena Bonham Carter como Ingrid Formanek, otra productora
de la CNN.
El resultado no debe tomarse con seriedad: el nivel de la discusión sobre
ética y agenda periodísticas que ofrece es más vale rastrero
(“nosotros sólo somos los ojos, no le decimos a la gente cómo
interpretar”, llega a decir Ingrid en un momento) y el retrato de la diplomacia
iraquí no sobresale por su verosimilitud (uno de los personajes protagónicos
es el iraquí Naji Al-Hadithi, por entonces ministro de Información
y luego ministro de Exterior de Hussein). Wiener, por su parte, parece querer
despegarse un poco de la película, que glorifica sin pudor al equipo
de la CNN que se quedó en Bagdad cuando todos sus colegas emprendían
la retirada, ante la inminencia del ya irreversible ataque yanqui. Habiendo
regresado a la capital iraquí más de cuatro decenas de veces,
dice Wiener, “uno puede caminar las calles de Bagdad y no sentirse amenazado
nunca, incluso como un ciudadano cuyo país bombardeó Irak. Me
atrevo a decir que si fuera al revés, y un periodista iraquí caminara
por Washington después de un ataque de ese origen al DC, sería
desmembrado”. Diez años después de la primera publicación
de Live from Baghdad, Wiener escribió un nuevo epílogo en el cual
dice “que en mi opinión Bush sabe tanto de política exterior
como el gato que tengo en casa”.
Nueve reinas
y media
David Mamet le da otra vuelta de tuerca a su género
favorito: |
En
diversas entrevistas concedidas desde mediados de los ochenta hasta hoy, David
Mamet ha postulado una serie de afirmaciones acerca de la escritura para cine,
de las cuales podrían destacarse, un poco caprichosamente, las siguientes:
1) David Mamet no escribe para descargar el desprecio que siente por sus personajes.
“Escribo sobre gente a la que amo y que me fascina –dijo para la
época en que ganó el Pulitzer por Glengarry Glen Ross–.
Muchas veces quiero escribir cartas a los diarios para insultar a gente, pero
en general logro resistir ese impulso.”
2) David Mamet no opina que la vida sea tan sólo ese “juego de
estafas” que suele ser central a sus argumentos, pero: “ciertamente
creo que todo el comercio lo es” y que los norteamericanos “nos
regocijamos considerando a la vida como una empresa comercial”. La inescapabilidad
respecto de este rasgo de “carácter nacional”: ésa,
agrega, es la gran tragedia americana.
3) David Mamet distingue dos tipos de thrillers: “Yo marco un contraste
entre thriller liviano y film noir. El thriller liviano es más cercano
a la tradición de la comedia, en la que a pesar de los traspiés
del héroe, al final triunfan las fuerzas del bien. En la tragedia, en
cambio, el héroe parece estar dando siempre el paso correcto, pero al
final de la película termina consignado a la perdición o a la
muerte o a la desgracia, por alguna falla interna. Por eso el film noir es más
cercano a la tragedia y el liviano o hitchcockiano, a la comedia”.
4) David Mamet dice que su trabajo en Hollywood lo ha ayudado mucho: “Una
buena película tiene que estar escrita con mucha claridad. La acción
debe ser muy clara. Uno no puede tomarse un rato para digresiones; debe contar
la historia”.
Bajo la perspectiva que ofrecen estas citas mínimas y la de su obra cinematográfica
previa, Un plan perfecto –título con el que sale directo a video
Heist, su última película hasta la fecha– se puede pensar
que: 1) a Mamet le fascinan los estafadores y “los artistas del engaño”;
2) que a sus personajes les es imposible salirse de ese esquema de engaños
en el que se inserta un mundo movido por el dinero; 3) que lo que puede parecer
un thriller liviano probablemente sea, en el fondo, una verdadera tragedia;
y 4) que mucho de lo que tienen sus películas de bueno se debe a su claridad:
las acciones nítidas como las que cuenta la historia de Joe Moore (Gene
Hackman), quien acaba de dar el que debía ser su último golpe
junto a su mujer (Rebecca Pidgeon, esposa de Mamet en la vida real) y su banda
(Delroy Lindo y el mago y actor Ricky Jay). Su plan: agarrar el dinero, subirse
a su barco y dedicarse a disfrutar de su retiro en Argentina (Sí). El
obstáculo: Mickey Bergman (Danny DeVito), su “productor”
–el tipo que provee ideas y consigue financiación para cada golpe–
lo extorsiona para que ejecute un último encargo, “el asunto suizo”.
Con la carga adicional del sobrino de Bergman, el insufrible Jimmy (Sam Rockwell,
protagonista de la inminente Confesiones de una mente peligrosa). La ley de
la inescapabilidad: todo tiene un tono liviano pero inevitablemente algo saldrá
mal.
Heist es la última vuelta de tuerca que da Mamet sobre el juego de estafadores
estafados y engañadores engañados al infinito, como Casa de juegos
o Prisionero del peligro (The Spanish prisoner), por citar dos antecedentes
del guionista-director. Algunos críticos norteamericanos dijeron algo
así como que Mamet está girando en falso. Tendrán o no
razón, pero con Hackman y DeVito juntos, cualquier vuelta extra vale
la pena.
La crisis del
petróleo
Nafta, barquitos, avioncitos y un tipo |
La música de Jim O’Rourke
(Sonic Youth) se ha cruzado ya unas cuantas veces con el cine. Varios de sus
discos se llaman como películas de Nicolas Roeg: Insignificance, Bad
Timing, Eureka. A su vez, Eureka, el disco, formó parte del combo de
inspiraciones del cineasta japonés Shinji Aoyama para su película
de dos años atrás llamada, precisamente, Eureka. Las canciones
de O’Rourke participan ahora de la tristeza profunda en laque el actor
y director debutante Todd Luoiso busca sumergir a sus espectadores en Con amor,
Liza.
Con amor, Liza cuenta la degradación de su protagonista Wilson, un web-designer
(Philip Seymour Hoffman), tras el suicidio aparentemente inexplicable de su
esposa. Liza le dejó una carta que él se resiste a abrir –a
pesar de la insistencia de su suegra (Kathy Bates)– pero que sin embargo
lleva consigo a todas partes. Pronto estará flotando en los aromas aceitosos
de trapos mojados en nafta y practicando, casi sin saber por qué, aeromodelismo
entre aficionados. Louiso no se detiene en los pequeños trips del protagonista,
sino que busca sumirse en su depresión infinita.
Ex alumno-guionista de Saturday Night Live, intérprete secundario de
varios films de diversa calaña (desde Perfume de mujer hasta Apolo 13,
La roca y Jerry Maguire) y admirador de los films de Hal Ashby –de los
cuales suele citar al bizarro, melancólico Harold y Maude (1971)–,
Todd Louiso tuvo algo menos de quince minutos de fama junto a Jack Black como
el más flaco e introvertido de los ayudantes de John Cusack en Alta fidelidad,
de Stephen Frears. Poco después se encontraría con su viejo amigo
Philip Seymour Hoffman, actor secundario, si es que cabe tal categoría
en los repartos corales de P.T. Anderson, y de El talentoso Sr. Ripley, Casi
famosos y Felicidad (donde era el tipo que adhería postales a las paredes
de su cuarto con su propio semen). Fue justamente Anderson quien recomendaría
a Gordy Hoffman, hermano mayor de Philip, que presentara su guión a Sundance.
Y sería Philip quien presentaría a Gordy y a Louiso, recomendando
a este último como la persona idónea para llevarlo a la pantalla.
La producción logró reunir unos 900 mil dólares, provenientes
todos de compañías no norteamericanas y de una firma que detentaría
el derecho a quitarle el proyecto al director si las cosas se ponían
difíciles, se atrasaban o se desviaban de los planes originales. Bajo
esa amenaza casi mortal fue concebida Con amor, Liza.
Mientras que algunos críticos norteamericanos la trataron como la joya
de la corona californiana de 2002, otros la trataron como un nuevo ejercicio
vacío y pretencioso de otro director de aspiraciones independientes.
Entre estos, habrá quienes se irritaron especialmente por una escena
en la que Wilson se zambulle en un lago durante una competencia de lanchas a
control remoto, mientras Louiso hace sonar, es de suponer que nada casualmente,
la canción “Corpus Christi Carol” en la voz de Jeff Buckley,
quien murió en un accidente acuático. A Gordy Hoffman, que se
apresta a dirigir su primera película para la Fox, todo esto probablemente
le importe bastante poco. “A mucha gente no le va a gustar Con amor, Liza,
–dijo en su momento–. Y yo mismo prefiero las películas populares:
soy el primero en ir a ver el último estreno de Jackie Chan.”
Pescado rabioso
El Lovecraft que hizo Francisco Rabal antes de morir. |
“Un escrutinio más
cercano me llenó de sensaciones que no puedo expresar.” “De
sus rostros y formas no me atrevo a hablar en detalle.””Cosas innombrables
que en este mismo momento podrían estar reptando en su viscoso lecho...”
“Intenté determinar la fuente de mi impresión diabólica...”
“Sus trapos indescriptibles, su sombra horrenda, increíble e intangible.”
“¿Dónde termina la locura y comienza la realidad?”
Después de algo más de una veintena de adaptaciones cinematográficas,
la obra del escritor norteamericano H.P. Lovecraft (Providence, Rhode Island,
1890-1937) sigue planteando un dilema al parecer insoluble a la hora de ser
trasladada a la pantalla: esa manera de eludir la definición directa
del horror, de escatimar descripciones, negar toda precisión y volcar
en su lugar las impresiones indefinidas, alucinatorias, de sus narradores. Lo
cierto es que en la filmografía basada en su literatura se destacan algunas
versiones más o menos libres, como la maravillosa Haunted Palace (1963),
una de esas producciones de Roger Corman con Vincent Price que bien podrían
haber integrado la serie de Edgar Allan Poe, aunque firmada no por Richard Matheson
sino por Charles Beaumont, otro de los brillantes guionistas de La dimensión
desconocida. También puede citarse Muere monstruo muere (de 1965, basada
en el cuento “El color que cayó del cielo”), con Boris Karloff.
Pero el punto culminante de esta serie de adaptaciones correspondería
a una obra claramente inspirada en Lovecraft pero que sin embargo no la toma
oficialmente, sino que se dedica a jugar con su universo: se trata de En la
boca del miedo (1995), la mejor película de John Carpenter en la última
década y media.
Aunque entre aquellos primeros intentos de los años 60 y ésta
se ubica parte de la filmografía de Stuart Gordon, probablemente quien
más se haya dedicado a explotar a H.P.L. en el cine. Nacido hace casi
56 años en Chicago, miembro fundador, hacia 1971, del Organic Theatre
(“colectivo teatral” del cual surgieron David Mamet, Joe Mantenga
y Dennis Franz y que puso en escena obras basadas en comics de la Marvel), socio
de la productora clase B de Charles Band, Gordon dirigió Reanimator (1985),
From beyond (1986, bautizada “Re-sonator” en el video local) y Castle
Freak (1995) sobre historias de Lovecraft, a las cuales les sumó, dos
años atrás, una rareza llamada Dagon. Combinación del cuento
homónimo con otro llamado “The shadow over Innsmouth” –a
los cuales pertenecen todas las citas del principio–, Dagon, la secta
del mar, no termina de ajustarse ni a uno ni a otro pero logra invocar esa atmósfera
deforme, indefinida y viscosa que caracteriza al autor de los mitos del Cthulhu.
Al misterio de la Orden Secreta de Dagon, “Dios-Pez según una antigua
leyenda filistea”, según recuerda el escritor, Gordon, su guionista
Dennis Paoli y su actor protagónico Ezra Godden le aportan un toque de
humor a la manera del Sam Raimi de los comienzos (cuando él también
buscaba el Necronomicon, el Libro de los muertos, en su saga de Noche alucinante).
Francisco Rabal interpreta un papel fundamental en Dagon (la productora Fantastic
Factory tiene sus cuarteles generales en España). A él está
dedicada la película, ya que el actor murciano moriría en agosto
de 2001, pocas semanas antes de su estreno español, revestido de fama
buñueliana pero sin que muchos supieran de su afición por el escritor
norteamericano de lo innombrable.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.