Domingo, 12 de febrero de 2012 | Hoy
Por Luis Alberto Spinetta
Nos iban a juntar en una entrevista. Era tal la presión que yo sentía de tener que ir a verlo por todo lo que representaba para mí, que por esos juegos del inconsciente llegué tarde.
La nota se levantó a último momento y no me avisaron. Así, me encontré solo frente a él en su departamento. El viejo sentado con su bastón mirando hacia otro lado me veía. Cambiamos muy pocas palabras porque era muy duro el momento para mí. No sabía ni cómo empezar una conversación.
Le pregunté por Antonin Artaud y dijo desconocerlo. Me petrificó. Hablamos un poco de “El Cuervo”, de Poe, y él recitó una poesía en inglés referida a ese poema. Yo no le entendía bien las palabras y tenía tanto miedo de estar frente a él como de estar frente a Dios. Conocí a varios tipos importantes de cerca, pero nunca sentí lo que sentí frente a tamaña persona. Se me movía todo dentro de mí.
Hablamos tres palabras más, yo le dije que era músico, que tenía dos hijos, y que no sabía demasiado bien por qué estaba con él, pero que para mí representaba una gran satisfacción porque lo admiraba mucho. Me despidió diciéndome: “Permiso, me tengo que ir”. Vino una señora y se lo llevó. Yo entendí que todo había terminado y bajé conmocionado a la calle Maipú. A veces pienso que fue un encuentro con Homero. Pero era Borges.
Este recuerdo de Luis Alberto Spinetta sobre su encuentro fallido con Jorge Luis Borges está escondido dentro del libro Martropía, conversaciones con Spinetta (Aguilar, 2006), de Juan Carlos Diez.
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