TELEVISIóN > LAS MEJORES SERIES BRITáNICAS DEL MOMENTO QUE NO SE ESTRENARON EN LA TELE LOCAL
Hay una TV que no miramos y hacemos mal en perdernos: en Inglaterra se producen ficciones de calidad, muchas veces mejores que las series del momento, y que si bien difícilmente podamos encontrarlas en el cable, pueden conseguirse en lo de los sospechosos de siempre. Aquí un recorrido apenas por la punta del iceberg de algunas de las grandes series que no estamos viendo, desde verdaderas leyendas como Dr. Who hasta nuevos policiales como Case Histories o la al mismo tiempo clásica y contemporánea adaptación del dúo de Baker Street en la fantástica Sherlock.
› Por Javier Alcacer
Así como los controles de la Motion Picture Association of America (MPAA), el abuso de los efectos por computadora y la búsqueda del nuevo blockbuster le dieron al cine de Estados Unidos un golpe que le quitó riesgo, y favoreció a las ficciones en TV hasta llevarlas al lugar del gran relato de nuestros días, las series también tienen sus problemas. A veces las ganas del canal y de los productores por continuar un éxito terminan fracturando la estructura narrativa que tan bien había funcionado en sus primeras temporadas. Hay excepciones (The Wire, Breaking Bad), pero Dexter, Lost y House fueron algunas de las afectadas porque los creadores no se animaron o no tuvieron permiso para cerrar sus historias cuando éstas lo pedían. El paso del tiempo es otra variable que puede terminar perjudicando una serie (¿volverá Mad Men con la misma calidad una vez terminado su hiato?), además de imponderables como la salida de un actor (ejemplo: la renuncia de Lisa Edelstein obligó a la resolución del romance de House y Cuddy e hizo que esta semana se decidiera que la temporada actual será la última), un recambio de guionistas (The Walking Dead, Millennium) o el fallecimiento inesperado de uno de los involucrados (el caso de Andy Whitfield, el héroe de Spartacus). Las series producidas por los canales premium, con dosis generosas de sexo y violencia para captar suscriptores, presentan temporadas más cortas, compuestas por arcos argumentales que mantienen una coherencia impensable para el ritmo frenético de las de los canales de aire, siempre sujetas a volantazos de acuerdo con la última planilla de rating. Aun así, la cancelación pende cual espada de Damocles sobre todas ellas. Recordemos a Twin Peaks: en 1990, con apenas ocho episodios, revolucionó la historia de la televisión y despertó un fanatismo nunca antes visto. En 1991, los ratings decayeron, la serie fue cancelada y el agente Cooper quedó encerrado en esa dimensión extraña llamada Black Lodge.
Pero, mientras contamos con una oferta abrumadora de series de Estados Unidos, hay una gran potencia de la ficción en TV que supera en calidad a la tierra que alguna vez supo colonizar, logra escaparse de algunas de las contras que mencionábamos y ofrece programas más estimulantes que los estrenos del jueves. Con las producciones de la BBC a la cabeza, la poca difusión de las series inglesas hace que podamos referirnos a ellas, precisamente, como “series inglesas”, una etiqueta práctica que prioriza la procedencia para identificar a un grupo vasto y diverso que, además del lugar de origen, comparte una media elevadísima ofreciendo ficciones que rebosan de creatividad presentadas con producciones de primer nivel.
Si bien a lo largo de la historia de la TV inglesa podemos encontrar hitos como Monty Python’s Flying Circus, Fawlty Towers, Brideshead Revisited o Tinker, Tailor, Soldier, Spy (adaptada al cine en la inminente El topo) e incluso a The Office, cuya remake estadounidense todavía sigue en producción, la gran responsable del boom que vive de la TV inglesa –y que nos perdonen los seguidores de las intrigas de la decadencia de la nobleza de la multipremiada Downton Abbey– es una serie protagonizada por un visitante del espacio y una caja azul.
En 2005, Russell T. Davies, el creador de Queer as Folk, fue elegido para comandar una nueva versión del personaje más emblemático de la BBC: Doctor Who, un extraterrestre amigable que viaja por el tiempo y el espacio a bordo de una cabina telefónica azul (la Tardis) que llegó a la TV por primera vez en 1963 y se había emitido, con alguna que otra interrupción, hasta 1989. Davies, nacido el mismo año que comenzó la serie, había crecido con el personaje y convocó a Christopher Eccleston para interpretarlo, quien al terminar la primera temporada fue reemplazado por David Tennant. Es que cuando los galifreyanos (la especie del Doctor) son heridos de muerte, sus cuerpos regeneran, cambiando su aspecto físico y también su personalidad (¿y su género?), aunque mantienen siempre cierta excentricidad y una actitud voluntariosa por ayudar a la humanidad para solucionar problemas cósmicos que podrían eliminarla. Ocho actores habían interpretado al Doctor hasta 1989, manteniendo un efecto de continuidad inédito; a su vez, cada uno de ellos tenía acompañantes humanos que lo ayudaban en sus aventuras y de los que eventualmente tenía que despedirse. Resumir la historia de una serie tan rica en unas pocas líneas es una tarea imposible: bastará (o no) con señalar que, además de incluir conceptos ingeniosos que dialogaban con la literatura de ciencia ficción de la época y tener una producción –digamos– modesta, con los años armó un panteón de enemigos notables a los que el Doctor, un firme creyente en la no violencia, tenía que vencer. Los más emblemáticos de ellos, los daleks, una especie impiadosa y destructiva cuyo aspecto, una versión lisérgica de un cono de tránsito con sopapas de baño, define tanto las limitaciones como la inventiva que caracterizaron la serie.
Su regreso, con presupuesto más generoso y unos efectos especiales que, sin llegar a ser espectaculares, cumplían con los fines narrativos, fue un éxito no sólo en su tierra natal sino también en el resto del mundo. Faltaban dos componentes para que Doctor Who, al que algunos consideran el único producto inglés, junto a Los Beatles, ajeno al cinismo, se convirtiera en una serie fundamental: la llegada de Steven Moffat a los guiones (el episodio Blink es una obra maestra de la ciencia ficción a secas) y, a partir de la quinta temporada (estrenada en 2010), su relevamiento de Davies, quien se fue a trabajar a Torchwood, un spin-off “para adultos” de la serie que andaría con más pena que gloria hasta su tercera temporada, subtitulada Children of Earth.
Moffat, otro fanático del Doctor, no dudó en renunciar a su trabajo en la reciente adaptación de Tintín para hacerse cargo de la serie. Junto a él llegó el undécimo doctor: Matt Smith, y Doctor Who alcanzó su mayor pico de popularidad. En 2013, la serie cumplirá 50 años. Nada tiene que envidiarle a Star Trek, ni tampoco a Star Wars: es más inteligente, inocente, vital y conmovedora, es de esas cosas cuya existencia justifica la de la televisión.
Mencionábamos a Steven Moffat, uno de los nombres clave de la TV inglesa. Vale la pena contar cómo llegó a la BBC: su padre, un profesor de primaria, se acercó a los productores que estaban filmando en la escuela en la que enseñaba para proponerles una serie sobre un periódico escolar. La idea les gustó, pero el profesor tenía una condición: su hijo Steven tenía que escribir los guiones. Los productores le dijeron que no podían aceptarlo así nomás, que necesitaban una prueba, así que Moffat Jr. les mandó un libreto. “Es la mejor primera versión de un guión que leí”, contestó una de las productoras y desde entonces Moffat viene escribiendo para TV. Hace algunos años, I.Sat estrenó la sitcom Coupling, una comedia con dos o tres decorados en la que Moffat, creador y guionista, escribía una versión barata, pero mucho más ingeniosa de la fórmula de Friends. En 2007 se animó a ¿actualizar? ¿continuar? ¿parodiar? al clásico de Robert Louis Stevenson en Jekyll, una extraordinaria miniserie de terror con toques de humor incorrecto que caracterizan todos sus trabajos. En 2010, ya ocupándose de Doctor Who, Moffat –acompañado por su mujer, la productora Sue Vertue, y su amigo el guionista y actor Mark Gatiss– volvió a adaptar a un icono de la literatura inglesa en Sherlock. Allí presentó una versión contemporánea y joven del detective con Benedict Cumberbatch como el personaje y Martin Freeman como su fiel Watson. Moffat y Gatiss optaron por acercarse a Holmes desde la comedia: es un ser insufrible, sin interés por nadie ni nada que no sean sus casos. Mientras resuelve crímenes y delitos, Watson será el responsable de enseñarle a Sherlock las nociones básicas del comportamiento, aunque sin demasiada suerte. El anacronismo les sienta bien a los del 221 B de Baker Street: blogs, smartphones, Internet, el Holmes siglo XXI es un adicto a la tecnología que se nutre de ella no sólo para consultar información sino también para buscar nuevos misterios, mientras que la bitácora online de Watson los hace famosos. Es que, aunque parezca paradójico, a pesar del siglo y la década que lo separan del original de Arthur Conan Doyle, el Sherlock de Moffat y Gatiss es sumamente fiel al que aparecía en esos textos. De hecho, la mayoría de los casos son adaptaciones modernas de las historias más emblemáticas del detective. Por ahora van dos temporadas con tres episodios de 90 minutos y se anuncia una tercera. Es el antídoto ideal para la versión bobalicona que llegó a los cines dirigida por Guy Ritchie.
El hecho de que Sherlock Holmes, un empirista rabioso, sea una figura fundamental en la cultura inglesa tal vez explique la profusión de detectives que protagonizan las series inglesas. A pesar de la cantidad, no hay ninguno que se parezca al otro, ni en su método de trabajo, ni en su personalidad. En primer lugar tenemos al D.C.I. John Luther, interpretado por Idris “Stringer Bell” Elba, nacido en Londres y no en Baltimore. Al inspector suelen tocarle casos extremos en los que se ve obligado a recurrir a su forma favorita de hacer justicia: pasando por encima de la ley. En la primera temporada entabla una amistad con una asesina que logró cometer un crimen perfecto y que será su asesora y confesora ocasional. Luther suele mostrar al responsable del delito directamente, dejando que la intriga pase por el modo en que el detective logrará dar con él y atraparlo.
Un poco más lejos, en Edimburgo, el ex policía y militar Jackson Brodie hace equilibro entre su trabajo como investigador privado y la crianza de su hija en la serie Case Histories, adaptación de las novelas de Kate Atkinson. Jason Isaacs (Lucius Malfoy en la saga de Harry Potter) interpreta al protagonista, un hombre de una templanza sólo comparable a su mala suerte.
Pero el gran policial de los últimos años, además de Red Riding, la trilogía de película que adaptaba el cuarteto de novelas de David Peace, es The Shadow Line, una serie oscurísima que narra las consecuencias del asesinato de un gangster que había salido de la cárcel mediante un perdón otorgado por la corona tanto del lado de los criminales como de la ley. Por supuesto, la división entre las dos es todavía más difusa de lo que parece.
Las comedias tuvieron un poco más de suerte. Coupling, The Office, The Mighty Boosh, Little Britain, The IT Crowd y Extras son algunas de las que pudieron verse en los canales de cable, pero aun así nos estamos perdiendo lo mejor. Garth Marenghi’s Darkplace (2004), por ejemplo, un delirio que presenta a un best-seller de novelas terror (Matthew Holness) que desempolva una serie de TV que protagonizó, produjo y escribió en los ’80 junto a Dean Learner, su editor, y que sólo pudo verse en Perú. Esta tiene la estructura de un drama hospitalario, pero con la irrupción de las amenazas sobrenaturales que caracterizan a la obra de Marenghi, un trabajo berreta en todos los rubros técnicos (voces fuera de sincro, malos actores, encuadres que no pegan) y una trama incoherente guiada por la megalomanía del creador. El escritor y su editor, además, aparecen de vez en cuando comentando alguna escena o revelando detalles de la trastienda. La serie tuvo una sola temporada, pero Dean Learner (interpretado por Richard Ayoade, parte del elenco de The IT Crowd, director de videos de los Arctic Monkeys y de la película Submarine) logró obtener su propio programa de entrevistas: Man to Man with Dean Learner, en el que Holness interpretaba al invitado de turno.
Otra comedia extraña es The Trip, un experimento del realizador Michael Winterbottom y los comediantes Steve Coogan y Rob Brydon, dos celebridades gigantescas en Inglaterra, que interpretan versiones exageradas de sí mismos que se embarcan en un viaje por los mejores restaurantes del norte del país para que Coogan escriba una nota para The Observer. Pero hete aquí que Coogan y Brydon están lejos de ser amigos: se detestan y en cada almuerzo se baten a duelo para demostrarle al rival quién puede imitar mejor a Michael Caine, quién es más gracioso o más exitoso. A medida que avanza el viaje quedan expuestas las miserias de cada uno de ellos y los choques, en los que nunca se llega a la estridencia, se vuelven cada vez más corrosivos. La química entre el director y los actores hace que no se necesite de mucho más para mantener el interés y que todo lo que se muestra parezca natural.
Así las cosas, entre policiales, comedias y mitos como Dr. Who, hay un verdadero mundo a descubrir que, todavía, ninguna señal de cable se decide a ofrecer. En estos tiempos, por suerte, es más sencillo buscar y conseguir. Porque, la verdad, no fue justo que, décadas atrás, nos quedáramos sin Blackadder o sin la dicha de ver Fawlty Towers en eterna repetición o a los Monty Phyton en su gloria. Ahora esa falta puede ser paliada, y también es posible ponerse al día.
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