ENTREVISTAS > HERNáN CASCIARI: BAR, REVISTA Y DERECHOS DE AUTOR DESPUéS DE GASALLA
Su blog sobre la crisis del 2001 era una sensación, pero cuando se convirtió en la obra de teatro Más respeto que soy tu madre, protagonizada por Antonio Gasalla, su vida cambió. Y él decidió que fuera de la manera más inesperada: decidió financiar una revista sin publicidad ni intermediarios, que pagara bien y que los lectores pudieran comprar en papel por anticipado o descargar gratuitamente de la red. Con cuatro números, Orsai es un éxito de público y de calidad. Ahora, sumó un bar y una editorial. Todo con el mismo espíritu: dejar de discutir el viejo mundo de contratos, empresas e intermediarios y gozar del nuevo mundo digital. Desde su casa en la España de la crisis, Hernán Casciari habla de esa revolución en miniatura que es el mundo Orsai.
› Por Violeta Gorodischer
Doce años atrás, Hernán Casciari viajaba a París dispuesto a recibir el Premio Juan Rulfo de relatos. Su plan era ir a la ceremonia de premiación, agradecer, aprovechar el viaje para pasear un poco y regresar triunfante a la Argentina, a su Mercedes natal. Claro que algo pasó en el medio. Resulta que conoció a una catalana, que se enamoró perdidamente, que se quedó a vivir con ella. La cuestión es que si acá tenía casa y trabajo, en España le pasaba exactamente lo contrario. Tampoco tenía papeles. Para colmo, a los ocho meses estalló la crisis de 2001 y él, desesperado, tuvo que ver las imágenes que ya todos conocemos por televisión. No sólo eso: Racing, su equipo de toda la vida, salía campeón por primera vez. Hernán, que siempre había pensado que se abrazaría con su padre cuando ese momento llegara (en algún momento iba a llegar), tuvo que presenciar a solas la vuelta olímpica del club de sus amores. “Ese día me di cuenta de que el dolor y la fiesta son lo mismo cuando estás en otra parte, se viven de la misma forma”, explicaría mucho tiempo después, el papel tembloroso en la mano, ante un auditorio que lo escucharía boquiabierto en una de las charlas TEDx Río de la Plata. “Eso te pone, inmediatamente, fuera de juego.”
Así fue como nació la idea de un blog que se llamaría, justamente, Orsai. Un espacio de pura catarsis personal que, con el tiempo, fue mutando en laboratorio de cuentos con personajes de todo tipo bajo los que se refugiaba. Cada vez más lectores, de muchos y distintos países, comenzaron a seguirlo. Dejaban comentarios, estaban pendientes de lo que vendría, como si esas historias fueran folletines virtuales en tiempo real. Y la industria, siempre atenta, le puso el ojo encima antes de que Casciari terminara de entender bien lo que estaba pasando. Le ofrecieron que escribiera columnas en distintos medios. Así, con ese tono tan fresco que usaba en el blog, le dijeron. Le cortaron párrafos enteros para que entrara publicidad. Una, y otra, y otra vez. Le ofrecieron también publicar esas mismas historias en grandes editoriales. Le mandaron contratos larguísimos. Más tarde le pidieron que retirara de la web todo eso que, en algún momento, él había regalado a sus lectores. Un día, hablando mal y pronto, Casciari se hartó. En septiembre de 2010, renunció públicamente a Mondadori de Italia, a Plaza & Janés de España, a Sudamericana de Argentina y a Grijalbo, de México. También a sus columnas en los diarios La Nación, de Argentina, y El País, de España. “En 1400 palabras, libres, en el blog, los mandé a cagar.”
Retomó contacto con la gente de su blog y en las sobremesas cálidas de Cataluña, empezó a fantasear junto a Christian Basilis (alias Chiri, su amigo de toda la vida) con la idea de transformar Orsai en una revista. La revista de sus sueños: sin publicidad, sin subsidios, con excelente calidad gráfica, donde sólo escribieran las firmas que ellos admiraban. “Eramos dos cuarentones que querían hacer una revista literaria, en plena crisis del papel”, le gusta decir hoy cuando reconstruye el guión de su propia historia. Para ellos, la crisis de la industria no era financiera sino moral. Sin oficinas, sin staff, desde el patio de esa casa, llevarían adelante el proyecto. “Si salvamos la inversión seremos felices. Y si no, nos chupa un huevo”, escribieron en el primer número.
El runrún de la web puede ser mucho más poderoso de lo que creemos: diez mil personas compraron la revista antes de que saliera al mercado. En Latinoamérica, el precio de venta era de 12 dólares. A esto hay que sumarle que, con todos los ejemplares vendidos, las cajas llenas de Orsai casi quedan varadas en la aduana. La participación de los usuarios fue espontánea y ese mismo día, Twitter explotó con un mismo hashtag: #liberenorsai. El jefe de Gabinete respondió en persona los tweets y al fin la revista llegó a mano de aquellos lectores que esperaban ansiosos. Algo realmente inédito en la industria cultural de nuestro país. Así y todo, Hernán Casciari reniega del rótulo de “activista”. “Soy un gordo perezoso que está todo el día en pijama en su casa mirando series yanquis y partidos del Barça. No hay nadie en todo el mundo al que lo representen menos las palabras ‘activismo’ y ‘cultural’”, dice con ¿falsa? humildad.
Pero generar semejante revuelo virtual, animarse a una revista sin publicidad ni intermediarios, renunciar a los medios y a las grandes editoriales... ¿Cómo definirías todo eso?
–Yo creo que el activismo busca un cambio a gran escala: cultural, social, político. Nosotros estamos muy lejos de esos objetivos, ni siquiera los proponemos. Orsai, el proyecto, surge de la necesidad de diversión de dos tipos de cuarenta años. Uno de ellos tiene un blog y se lo cuenta a sus amigos y lectores virtuales. Sus amigos responden, se arma el proyecto. En un texto bastante reciente, escribí que no hay que luchar contra el viejo mundo, sino divertirse.
No es la primera vez que Casciari utiliza esa expresión: “viejo mundo”. Tampoco será la última. Le gusta recurrir a metáforas que pertenecen al mismo campo semántico para englobar aquello que no le gusta, o con lo que no está de acuerdo, o que simplemente le aburre. Lo viejo, lo caduco, lo putrefacto, lo cadavérico, dice Casciari cuando habla de todas esas cosas. La última vez que usó una de estas figuras, por ejemplo, fue durante su reciente cruce con la escritora Lucía Etxebarría que, a fines del año pasado, anunció indignada que dejaría de publicar libros porque las descargas piratas superaban las ventas. En una carta publicada en su blog a la que tituló “Para ti, Lucía” y que se reprodujo en Radar, Casciari le contaba la experiencia de Orsai y la invitaba a sumarse. Afirmaba que en todo el 2011, la revista había vendido 7000 ejemplares y había tenido unas seiscientas mil descargas gratuitas. Eso, que a Etxebarría le ponía los pelos de punta, a él lo llenaba de alegría. “No es responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan”, escribió Casciari. “Mundo viejo, mundo nuevo”, dijo.
Lo mismo que dice ahora, cuando bosteza ante palabras como “sopa”, “piratería”, “sgae”, “ley sinde”, “canon”, “multa”, “ilegal”... “Les doy muy poca pelota a esos temas. Leo titulares en los diarios, o escucho al del noticiero decir esas palabras y enseguida me da sueño. Estoy convencido de que el cuerpo de todo ese mundo ya está muerto, los que hablan son los gusanos.”
Y de las campañas virtuales para frenar estas leyes, ¿qué opinás?
–Me parece bien que los usuarios de la cultura hagan campañas virtuales, virales y espontáneas. Pero no me gusta cuando las hacen los generadores de la cultura. Hay muchas cosas que hacer en el mundo nuevo, hay mucho laburo y muchas opciones. No da perder el tiempo y la energía en algo que, trasca, se llama “sopa”.
¿Qué diferenciaría a un “usuario” de la cultura de un “generador”?
–Los usuarios de la cultura son los que pasan más tiempo observando contenidos que generándolos. Y por supuesto no hablo de subir sus fotos de las vacaciones a Facebook, sino de generar contenidos de interés. Hay un 90 por ciento de usuarios y un 10 por ciento de generadores. De ese 10 por ciento, sólo el 1 por ciento trasciende.
¿Cuál fue la repercusión de la polémica con Lucía Etxebarría?
–Me parece que rebotó mucho en el mundo Twitter español desde que publiqué el texto en el blog. Y una semana después rebotó mucho en el Twitter argentino, cuando la levantó Radar. Pero más allá de eso no sé, no salgo mucho de casa.
¿De ella tuviste alguna respuesta en particular?
–Puso algo en Twitter muy confuso, dando a entender que yo podía decir eso porque vivía de una herencia paterna. Mi vieja lo leyó y le dio muchísima risa.
Nada parece importarle demasiado. A primera vista. Porque en verdad sí le importa y las figuras retóricas no están usadas al azar. Porque entonces, si uno escarba un poquito, si seguimos con la metáfora de los gusanitos y la carne podrida, algo como la nostalgia empieza a dibujarse en la voz de Casciari. La nostalgia y la bronca. La sensación de haber ido a contramano y que ya sea demasiado tarde para pegar la vuelta.
¿No creés que las situaciones de Argentina y España se invirtieron en el último tiempo? Sobre todo en el campo cultural, España parece aletargada...
–“Aletargada” es un adjetivo muy generoso para la actividad cultural española de hoy en día. No está aletargada: está muerta, congelada, suspendida, se pudre, se va llenando de gusanitos blancos asquerosos –se ensaña Casciari–. El contraste actual con Buenos Aires es extremo. Cuando voy para allá, siempre por diez días o quince, mi mujer me tiene que levantar con espátula para que vuelva a casa. Me dan unas ganas de estar ahí que no se pueden soportar. Dos cosas me mantienen en Barcelona: que tengo mujer e hija catalanas, y que estoy a media hora en tren del mejor fútbol que se jugó en la historia del universo.
Ahora bien, si el proyecto de concretar Orsai sin publicidad ni subsidios fue posible, fue, en parte, porque Casciari contaba con los fondos que le había dejado el éxito de la obra Más respeto que soy tu madre, basada en su blog-novela y adaptada al teatro por Antonio Gasalla. Para los distraídos, se trata de las desventuras de un ama de casa argentina, mercedina como él, que asiste a la debacle económica de su familia luego de la crisis del 2001. Casciari asegura que, al momento de pensar en la adaptación teatral, fue imposible no recurrir a Gasalla. “Cuando con Nacho Laviaguerre, el productor, empezamos a hablar de todo esto, hace mil años, Gasalla se caía de maduro. El personaje es el discurso frenético de una vieja escrita por un tipo. ¿Quién lo iba a hacer, en Argentina, sino Antonio?”, dice. Aunque todavía no imaginaba que iba a ser un éxito de taquilla, ni que seguiría vigente a dos años de su estreno (va primera en ventas en Mar del Plata) sí sabía “que iba a funcionar”. “Yo la vi por primera vez en la casa de Gasalla, cuando todavía no existía el resto del reparto. Antonio hizo todas las voces, durante dos horas inolvidables. Ahí supe que iba a funcionar. Porque me reí y lloré como si no conociera el texto.”
Una vez más, lo que empezó en el etéreo terreno de la plataforma web terminó haciendo pie en el mundo real. Lo que hasta hace veinte años hubiera sido la pesadilla de un fóbico como Casciari, hoy le permite llevar a cabo sus proyectos sin necesidad de luchar contra sus fantasmas. “Internet es maravilloso para el ermitaño”, explica. “En los ‘90 yo tenía exactamente las mismas ideas y las mismas ganas de hacer cosas, pero ni en pedo hacía todas las boludeces que había que hacer para llevar a cabo esas ideas (vestirse, ponerse la camisa adentro del pantalón, ir a una reunión con un tipo, golpear ésta o la otra puerta). Me gusta el mundo así como es ahora. Yo en casa paveando, y vos del otro lado del mundo creyendo que soy un activista cultural.” De ahí que, sin siquiera moverse de su sillón preferido, ya planee la apertura de las otras dos sucursales del flamante bar Orsai. Una será en Barcelona, la otra en Costa Rica, y así darán forma a lo que él llama “el triángulo iberoamericano de la cultura”. La inversión para el proyecto será ni más ni menos que de los propios lectores. Para los incrédulos, Casciari aclara que cuando él y su socio apostaron a la sucursal argentina dijeron en el blog que necesitaban inversores y recibieron 204 solicitudes de gente que quería poner de mil a diez mil dólares. La idea se concretó y hoy el lugar queda en una vieja casona de San Telmo (Humberto Primo 471). Se inauguró en octubre pasado, para la presentación del número 4 de Orsai, y ya funciona como usina cultural. Sobre las paredes de ladrillos siempre hay cuadros expuestos y en la biblioteca del primer piso no sólo se consiguen ejemplares de la revista, sino libros de diversas editoriales independientes. Venden cerveza, pizza y salames de Mercedes. A diferencia de las librerías tradicionales, el bar no se queda con el 40 por ciento del precio de venta, sino que todo va para los editores. Hernán recuerda con cariño su última visita, cuando vino especialmente para la inauguración. “Todavía no estaba para inaugurar. Lo hicimos de caprichosos, sin tener ni gas. Solamente servimos picada de salame mercedino durante el primer mes y medio, y la gente iba igual y llenaba el boliche”, dice. “Ahora ya tenemos gas, y las pizzas están buenísimas. Las cosas que pasan en el bar son espontáneas. Exposiciones de fotos o plástica, gente que lee sus cuentos, presentaciones de libros, dibujantes que van a dibujar. Desde marzo vamos a tener una especie de cartelera cultural un poco más organizada. Por el momento somos gente aprendiendo a tener un bar.” También supervisa que la flamante editorial, con el mismo nombre de la revista, siga en marcha. Al libro Cuadernos secretos, del historietista Horacio Altuna, se sumó uno de su autoría: Conversaciones con mi hemisferio derecho. Y volvieron a establecer reglas propias: tomando el contrato modelo de cualquier editorial, decidieron hacer todo lo contrario. Entre otras cosas, darles a los autores el 50 por ciento, contra el 10 por ciento tradicional. Casciari no para y ya proyecta cosas para el 2013, entre las cuales se vislumbra algo ligado a Orsai en la televisión. Además, acaba de sumarse como guionista a las historietas que Altuna publica en la revista Viva cada domingo.
Pero, ¿vos no habías renunciado a los medios?
–Yo me abro cuando me siento incómodo o estafado. En este caso el contrato es durante el verano y tenemos los derechos de nuestra obra para hacer lo que se nos ocurra después. Yo no me quejo siempre, sino cuando me cagan. Si me respetan, está todo bien.
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