MúSICA LOS BLACK KEYS: LA BANDA DEL MOMENTO QUE TRABAJó DIEZ
Radio, videos, gira, críticas, YouTube: los Black Keys son, sin duda, la banda del momento. Pero debajo del momento hay mucho más: dos amigos de Detroit, criados lago de por medio de los White Stripes (el otro gran dúo del Medio Oeste que resucitó al rock), que se hicieron de abajo, grabando en el garaje, mandando demos a discográficas que los ignoraban, saliendo de gira en una van, cobrando diez dólares el show, ganándose al público disco a disco. Después del éxito de Brothers, con El Camino el dúo sobrevive al momento y se queda en la cresta haciendo lo que cada vez más le agradecen: música sincera que es a la vez un descubrimiento y un reencuentro.
› Por Micaela Ortelli
Probablemente nadie recordaba lo que era descubrir una banda y enterarse de que, no sólo no se formó antes de ayer, sino que ya tiene suficiente material como para sacar un grandes éxitos. Para muchos –de este lado del mundo sobre todo–, ése es el caso cuando se encuentran con los Black Keys. Claro que los amanecidos son cada vez menos, teniendo en cuenta que el año pasado, el dúo de Ohio ganó dos Grammys con su disco Brothers (tres contando el mejor packaging) y, lejos de sentarse a disfrutar del éxito, ya arrancó la gira en presentación de El Camino, que salió en diciembre. Los que, aún así, no sepan de qué se habla cuando se habla de los Black Keys, pueden considerarse afortunados: escucharlos por primera vez es una de las mejores sorpresas que dio el rock internacional del 2000 para acá. Y lejos están Dan Auerbach, en guitarra y voz, y Patrick Carney en batería, de ser dos meros virtuosos –siendo sólo dos, éste bien podría ser el caso–. Los Black Keys hacen mucho más que canciones técnicamente buenas: hacen música sincera, que se mete en el cuerpo y da ganas de cantar y moverse. Son sensaciones básicas, sí, pero que hacía tiempo una banda de rock relativamente nueva no provocaba.
¿Cuánto hacía –también– que no se tenía noticias de una banda que haya seguido el camino clásico? En estos tiempos, eso sería empezar de abajo (literalmente, en un sótano); mandar demos a discográficas; que una –la más chica– se interese y edite el disco; girar en una Van por diez dólares el show; y así seguir –subiendo la apuesta un poco más con cada disco– hasta cumplir el objetivo: vivir de la música. Ese fue, a grandes rasgos, el camino de Auerbach y Carney, que nacieron y se criaron en Akron, Ohio, una ciudad lejos de Nueva York y de Los Angeles; separada por el lago Erie de Detroit, tierra natal de la dupla sí reconocida, The White Stripes. Ambos autodidactas y malos en los deportes, empezaron a zapar por sugerencia de sus hermanos mayores: Auerbach, más influenciado por el blues que escuchaban en casa, y Carney, por el rock clásico. Lo que hacen se define en todos lados como “blues-rock”, aunque Auerbach se cansa de decir que lo de ellos no es eso: “Sólo sé que no hacemos blues; el blues es sólo una piedra de toque para nosotros”.
Akron es, básicamente, una ciudad industrial; se la conoce como “la capital de la goma” porque allí se asentaron la mayoría de las plantas productoras de caucho, neumáticos y afines (hay un barrio llamado Goodyear Heights, incluso). No es, ni cerca, una zona que se caracterice por una gran escena cultural, mucho menos musical –y menos aún en los años ‘90, década en la que crecieron los Black Keys, que apenas superan los treinta años–. Devo, por ejemplo, también es oriunda de Akron, pero ya se había ido a Los Angeles antes de sacar su primer disco; los Black Keys, por su parte, recién se mudaron en 2010, a Nashville, Tennessee. Si en ese sentido el entorno no fue demasiado inspirador para los músicos, definitivamente influyó en su personalidad y en su forma de abordar el trabajo. Auerbach y Carney son dos laburantes; dos tipos simples, que hacen música como si fuera cualquier otro trabajo: con dedicación y profesionalismo, y sin ocultar –bajo el embozo del amor al arte– que lo hacen para ganarse la vida.
Claro que no fue fácil despegarse de la moralina global de “el rock no se vende”: “La primera oferta que nos hicieron para usar una canción nuestra en una publicidad fue de una marca de mayonesa”, recuerda Carney. “Nos ofrecieron mucha plata, una locura. Sobre todo en ese momento.” Eran 200 mil libras, mucho más de lo que los padres de ambos hacían en un año de trabajo. Rechazaron la oferta por consejo de su manager: “Nos dijo que vender las canciones alejaría a los fans y arruinaría nuestra carrera. Teníamos veintitrés años y andábamos en una van del año ‘94 con olor a meo. Nos asustamos y dijimos que no”. Tiempo y más ofertas después, accedieron a que Nissan use el tema “Set You Free”, de su segundo álbum, para un comercial. No fue tan grave, después de todo, y siguieron haciéndolo; en adelante sus canciones musicalizaron películas y series, además de publicidades de todo tipo (incluso de Victoria’s Secret). Así fue que muchos los conocieron: “Nos ayudó mucho”, confiesa Auerbach. “Antes de ‘Tighten Up’ (de Brothers), nunca una canción nuestra había sonado de forma regular en la radio. Nunca tuvimos ese apoyo; y que esas canciones estuvieran en publicidades era como si sonaran en la radio.”
Resulta casi incomprensible que recién en 2010 los Black Keys lograran un reconocimiento importante. Dejando de lado el primer disco, The Big Come Up, de 2002, demasiado crudo y texturado, quizá, para sonar en la radio, todos los demás tienen uno o varios temas pegadizos. En Thickfreakness (2003) –que, al igual que el primero, grabaron en el sótano de Carney en una grabadora de ocho canales–, ya se evidencia una evolución en el sonido, y en Rubber Factory (2004) –grabado en una fábrica abandonada– comienzan a experimentar con más instrumentos y overdubs. Les siguió Magic Potion (2006), que lanzaron con Nonesuch Records (parte de Warner) y fue el primero integrado completamente por temas suyos (en todos los anteriores incluyeron covers). Este fue, tal vez, su álbum menos interesante (toda gran banda tiene uno); aunque ese año ya habían sacado Chulahoma, un EP de covers –uno de los grandes fuertes de los Keys– de Junior Kimbrough, por lo que ya bien podían darse por satisfechos.
Al ninguneo de la radio se le suma el de MTV, que tranquilamente los podría haber pasado, siendo que la música daba con el supuesto revival del rock garajero de comienzos de década (The White Stripes, The Strokes, The Vines y demás Thes). Para completarla, el año pasado, el canal de los realities les dio el premio al mejor video por “Tighten Up” y en la estatuilla, en lugar de Black Keys, decía Black Eyed Peas. Reproches aparte, Auerbach y Carney –que tocan solos porque el día que grabaron su primer demo, “el resto” no apareció– se las ingeniaron para trabajar de forma prolífica y con bajo presupuesto: sacaron prácticamente un disco por año, y aumentaron su caudal de fans y ventas con cada uno. El gran quiebre en el sonido se da con Attack And Release (2007), el primero que grabaron en un estudio junto a invitados y que produjo Brian Burton (Broken Bells y Gnarls Barkley, entre otros proyectos). Con Burton (más conocido como Danger Mouse), el sonido de los Keys se suaviza y se expande sin perder lo mejor que tiene: la intensidad y la definición.
Para entonces, Estados Unidos y parte de Europa estaban cubiertos; pero faltaba el resto del mundo. Todo indicaba que Danger Mouse volvería a ser parte del siguiente disco pero no; sólo produjo un tema (“Tighten Up”), que se convirtió en oro. Para Brothers (2010), los Keys convocaron a Mark Neill, con quien ya habían trabajado en el proyecto Blackroc, un álbum de hip hop en el que tocaron para distintos raperos. Antes de eso, la dupla había tomado un poco de distancia. Auerbach sacó un disco solista, Keep It Hid, que es algo así como los Keys sin Carney; y este último formó una banda con otros bateristas llamada Drummer, con la que sacó un disco intrascendente, sólo para buscarse algo que hacer mientras esperaba que su compañero vuelva de gira. Brothers, grabado en su mayoría en el estudio Muscle Shoals, en Alabama –donde los Stones grabaron “Wild Horses” y “Brown Sugar”–, resultó su obra maestra hasta el momento. Auerbach incluso se animó al falsete y pasó la prueba de fuego: si antes era un gran cantante, ahora es directamente descomunal.
Después de casi una década de trabajo, Brothers, finalmente, convirtió a los Black Keys en una de las grandes bandas del momento. En un punto, eso supondría que lograron empalmar trabajo de calidad con reconocimiento masivo; algo que por más obvio que parezca (muchas personas que consumen algo bueno), rara vez se da. Parecería ser una posición cómoda: ya pasaron las pruebas, ahora se pueden dedicar a girar y dar entrevistas sin presiones mientras planean el próximo zarpazo. No fue el caso. Sin ideas y haciéndose lugar entre la gira de Brothers, los Keys volvieron al estudio (propio, ahora), esta vez como trío. En El Camino, Auerbach, Carney y Danger Mouse comparten los créditos de producción y composición de los temas, que fueron naciendo en las sesiones: “Decidimos ir en cero cada día y tirar ideas hasta tener las canciones. Nos enfocamos más en las melodías que en las letras. Las letras de Brothers son más interesantes, pero este disco tiene melodías más fuertes”, dice Auerbach.
Para sus últimas presentaciones, los Keys también debieron reestructurar su formación; los temas nuevos no pueden hacerse de a dos, así que ahora a las giras los acompañan un bajista y un tecladista. Para los viejos, se la siguen aguantando mano a mano: Auerbach, impecable siempre, y Carney, que lo que le falta en destreza lo compensa con entrega y devoción. Los Black Keys eran la banda que faltaba y que, al mismo tiempo, estaba ahí desde hace años. Y esa impresión causan sus canciones: una sensación acogedora, como si ya las hubiéramos escuchado antes de conocerlas. Poner un disco de Black Keys –cualquiera, el primero o el último– es siempre un reencuentro; como volver a enamorarse de aquel vinilo preferido y entender por qué nos parecía tan bueno. La clave está en lo que esa música genera. Y Auerbach y Carney conmueven siempre, con su abandono, su honestidad, sus letras simples y melodías repetitivas. Entrar en su mundo es un camino de ida; The Black Keys es, definitivamente, una de las bandas del nuevo milenio destinadas a convertirse en clásicas.
El Camino salió en diciembre. Si hubieran esperado un poco más no habrían quedado atrás del marido de Luisana Lopilato, que justo había sacado un disco llamado Christmas. Prefirieron lanzarlo porque a mediados de enero querían arrancar la gira que, por el momento, no los trae a Suda-mérica. El primer single del álbum fue “Lonely Boy” y, sin proponérselo, la canción y el video –que ya vieron más de cuatro millones de personas en YouTube– es una buena síntesis de lo que son los Black Keys. Habían contratado a Jesse Dylan, el hijo de Bob, para dirigirlo; había un guión, presupuesto, actores (lo iba a protagonizar Bob Odenkirk, un comediante conocido) y extras. El producto terminado no les gustó. O sólo les gustó una parte, una en la que aparecía un extra bailando y cantando la canción. El video terminó siendo sólo esa toma (que ni siquiera es buena), la de Derrick Tuggle, un actor, músico y guardia de seguridad part time negro, vestido con una camisa y un pantalón gastados, bailando con el swing más contagioso. “Tengo un amor que me hace esperar/ Soy un chico solo”, dice básicamente la letra; y uno ve, en ese aspirante a actor, en su mímica literal de la canción, a ese chico solo del que hablan los Black Keys, que durante años giraron y durmieron en la van que ilustra la portada del disco.
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