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Domingo, 8 de abril de 2012

MúSICA > CELSO PIñA, EL ACORDEóN LATINOAMERICANO

Che, acordeón

Sus comienzos fueron un tremendo pecado original por el que lo condenaron a la sospecha, la mofa y la desconfianza: era un mexicano empecinado en tocar música colombiana. Pero treinta años después, no sólo los convenció, sino que los tiene rendidos a sus pies. Toca con todos, de Café Tacuba y Lila Downs a Gloria Trevi y el Kronos Quartet, rebasó todas las fronteras y se ha convertido en un emblema de la fusión de la música latinoamericana. Acá, Celso Piña habla antes de tocar en Buenos Aires esta semana.

Aún hoy, a más de tres décadas de sus comienzos, Celso Piña asegura que sigue teniendo que aclarar que él no es colombiano, sino que es “regio hasta las cachas”. Es el precio a pagar, después de todo, por haberse decidido a tocar cumbia colombiana en Monterrey, “la capital mundial del cabrismo y la machaca, y del chorizo con huevo y huevo con chorizo”, bromea Celso del otro lado de la línea telefónica, exagerando su tonada mexicana con el correr de la frase.

En territorio regiomontano, un acordeón siempre significó un corrido, una redoba, un chotis, una polca o unos huapangos. Pero gracias a las manos de Celso Piña, un acordeón en Monterrey es hoy también sinónimo de cumbia colombiana, con Ronda Bogotá en primerísimo lugar, el grupo que formó al comenzar la década del ’80 junto a sus hermanos Eduardo, Rubén y Enrique para tocar su música preferida. “Vivo en las faldas del Cerrito de la Campana, pegado al gran Cerro de la Silla, símbolo de nuestra región”, cuenta Celso. “Allí fue donde, llegando desde lo alto del Cerrito, escuché por primera vez música colombiana, los vallenatos del maestro Alejo Durán, del maestro Alfredo Gutiérrez. Y a partir de entonces me empecé a clavar sobre el acordeón, y vi la pauta a seguir.” El resto es historia, como se suele decir. O música para bailar, en el caso de Celso. “Yo no pongo a bailar a nadie, todos bailan solos. Sólo es cuestión de agarrarlos y que la música no los suelte”, asegura el acordeonista más popular de México. Cuando se trata del baile, sin embargo, su opinión es contundente. “La música sí me gusta, pero antes que bailar prefiero un ataque cardíaco”, se ríe Piña, cuya música nació para cruzar fronteras y romper prejuicios, primero por el simple gusto de ser mexicano pero querer tocar música colombiana, algo que en sus comienzos fue recibido con escepticismo. Y después por haber decidido mezclar su acordeón con otros ritmos y artistas, de Café Tacuba a Gloria Trevi, pasando por el Kronos Quartet o Lila Downs, lo que le permitió empezar a trascender fronteras.

“Celso Piña es un fenómeno social, como bien afirman, y un fenómeno musical, como se oye”, solía decir Carlos Monsiváis, en una frase que se repite hasta el cansancio en las notas sobre el Acordeonista de Hamelin, como el gran cronista mexicano supo apodarlo. “La música es música, lo demás no importa”, asegura Piña, el músico de la raza, bien de pueblo, pero que sabe hacer bailar también a personalidades como Fernando Botero o Gabriel García Márquez. “Cuando estos tremendos señores andaban por Monterrey y daban conferencias y charlas, les llevaban música que intentaban fuera de su agrado. Pero parece que siempre les llevaban lo mismo, y cuando me empezaron a llevar a mí para cambiar un poco, el Maestro se paró a bailar y todo. La verdad que no me lo esperaba. ¡Si terminó pidiendo temas y hasta cantamos juntos eso de ‘Los cien años de Macondo suenan en el aire’, del tema ‘Macondo’! A partir de entonces cada vez que pasa por Monterrey pregunta por mí.”

EL ACORDEON HERIDO

Alguna vez los Café Tacuba confesaron que, en sus comienzos, ellos querían ser como The Cure. Se hacían llamar Alicia Ya No Vive Aquí, en homenaje a la película de Martin Scorsese, y hacían lo que ellos creían que era música dark. Pero cada vez que les mostraban sus canciones a sus parientes, éstos les decían que sonaba mexicano. Lo intentaron una y otra vez, hasta que se rindieron. Eran mexicanos, a fin de cuentas, así que lo que hicieran iba necesariamente a sonar mexicano. Celso Piña se podría decir que recorrió con su obsesión colombiana el camino inverso. Desde que empezó a tocar profesionalmente lo presentaron como colombiano, pero su problema siempre fue convencer que tenía algún sentido dedicarse a hacer en México esa clase de música. “Ni mi madre confiaba en mí”, asegura Celso. “Pero ella aún hoy piensa que tengo que dejar todo y volver a mi trabajo. Yo le digo: esto es lo mío, no hay trabajo al que volver. Pero ni modo.”

Para Celso la música viene de familia, pero saltándose una generación. “Mi abuela tocaba la mandolina, el abuelo José tocaba el violín, el tío Ernesto el acordeón. Pero papá no toca nada, así que fue como un brinco hacia mí”, explica. Aunque la música parece haberlo salteado, su papá Isaac –a diferencia de su madre– siempre amparó a su hijo, fabricándole los instrumentos de percusión que necesitaba para arrancar tocando en diversos grupos de Monterrey, que versionaban los éxitos de la época. “Por aquí siempre ha gustado el ritmo tropical, nos han inundado estilos como el mambo o el danzón, que son de Cuba, o la música argentina de los Wawancó, y todo eso tocábamos con esos grupitos hasta que decidí salirme y hacer algo para mí.” Lo que Celso decidió fue aprender a tocar el acordeón, para poder tocar esa música colombiana que tanto le gustaba, y que se solía escuchar por las calles de Monterrey.

Cuando dos años atrás visitó por primera vez Colombia, invitado al Festival de Barranquilla, lo primero que hizo Piña fue confesarle a Alfredo Gutiérrez, integrante de Los Corraleros de Majagual, que había sido su maestro, pero virtual. “Porque yo compré sus discos, me metí en mi cuarto, agarré el acordeón y no salí hasta haber asimilado su música”, confiesa. Sin abandonar su trabajo de asistente en un hospital infantil, recién cuando Celso sintió que estaba listo empezó a tocar su música. “Ponía calcetines arriba de los discos para que girasen más despacio, y así podía aprenderme las notas. Y como el fuelle del acordeón usado que me había conseguido papá estaba roto, lo arreglaba con cinta adhesiva. La gente se burlaba, me decía: ‘¿Está herido?’.”

Pero tanto empeño solitario demostró haber valido la pena: apenas llegó al disco a comienzos de los ’80, su grupo Ronda Bogotá demostró ser un éxito, y una década más tarde Monterrey era casi un centro musical colombiano dentro de México. “Salían grupos de debajo de las piedras”, se burla Celso. “Cuando yo empecé era el único, nadie tocaba esta música por miedo al fracaso. Pero luego tres de mis músicos hicieron otra banda, la Tropa Colombiana. Y luego tres de ellos se separaron e hicieron la Tropa Vallenata. Y así fue como Monterrey se volvió un marasmo de grupos, todos tocando música colombiana.”

SALE COMO PIÑA

Como bajista del grupo El Gran Silencio, Javier “El Moco” Villarreal fue uno de los pioneros en fusionar cumbia con rock en Monterrey, que desde fines de los años ’90 fue una de las capitales de la nueva movida de la música joven mexicana. Fue él quien se acercó a Celso Piña para el cambio de siglo con la propuesta de juntarlo con sus colegas, para intentar algo nuevo. “No importa la clase social, en Monterrey todo el mundo ha sido expuesto a la cumbia colombiana”, explica Villarreal, que cuando abandonó su grupo intentó probar, sin suerte, sus dotes de productor con grupos latinos en tierra gringa, como King Changó en Nueva York, o los Oxomatli en Los Angeles. “Pero me di cuenta de que estaba orgulloso de Monterrey, y comencé a apreciar la magia de mi ciudad.”

Por entonces, según recuerda Piña, él ya estaba algo aburrido con lo que venía haciendo, que era un éxito, pero sólo en Monterrey. Donde, además, cada vez tenía más competencia. “Me arriesgué, tiramos una moneda al aire y salió bien, encontramos algo nuevo”, dice hoy Piña de Barrio Bravo, el disco que encarna lo que vendría a ser el Momento-Café-Tacuba de su carrera. No tanto porque algunos integrantes del grupo participaron como invitados del disco (“Aunque no sea conmigo” es el bolerazo que canta a dúo con Rubén Albarrán), sino porque fue cuando Celso Piña se dio cuenta de que no importa qué ritmo tocase con su acordeón, iba a seguir siendo Celso Piña.

“Moco les habló a Tacuba y Santa Sabina, yo llamé a Lupe Esparza de Bronco, y a unos cuates de La Firma, gruperos de por acá, e hicimos la fusión, que fue de padre. Hasta entonces no había salido yo de México, y a partir de ese disco empecé a ir primero a los Estados Unidos y luego a Europa”, intenta reconstruir Celso el recorrido de un disco que vendió medio millón de copias, y cuyo gran éxito –el tema “Cumbia sobre el río”, un cumbia-dub, también llamado rebajada– terminaría un lustro más tarde inmortalizado en la banda de sonido de Babel, de Alejandro González Iñárritu.

A partir de entonces el nombre de Celso Piña dejó de sonar regiomontano, e incluso colombiano, y su música terminó por saltar por sobre los decorados de escenas y generaciones. “Cuando las cosas se dan solas son mejores que cuando las buscas, porque muchas veces cuando te aferras a algo no lo encuentras”, asegura hoy Piña, que al suceso de Barrio Bravo le siguió Mundo Colombia –nominado al Grammy latino– y luego Una visión, discos en los que continuó y amplió un mestizaje sonoro que terminó siendo su pasaje para recorrer el mundo. “Hubo un tiempo en que pensé que hubiera sido bueno que llegara este viaje veinte años atrás, cuando tenía recién diez de tocar y todo por delante. Pero ahora creo que todo llega en el momento preciso.”

EL DUO QUE FALTA

Al teléfono desde la combi que lo lleva por una pequeña gira norteamericana, la voz de Celso Piña suena bien mexicana, lista además para salir al aire por una radio si es que hiciese falta, plena de deliciosos regionalismos. Profesional del entretenimiento y la comunicación, Piña asegura rápidamente que hace tiempo que deseaba visitar la Argentina, algo que hará por primera vez a partir de esta semana, con shows planeados en Buenos Aires, Córdoba y La Plata. “Hace años que tenía ganas de que me llevaran para allá, teníamos invitaciones y todo, pero no parecía ser la gente adecuada. Ahora sí parece que llegó el momento”, se entusiasma.

Ante la pregunta de qué es lo primero en lo que piensa ante la palabra Argentina, Piña responde sin cambiar de tono de voz: Palito Ortega. Pero al hablar de su música preferida, esa voz parece endulzarse por los recuerdos: “El primer disco argentino que escuché en mi vida es uno de mis preferidos, lo llevo en mi IPod y recién lo venía escuchando, se llama Mi árbol y yo, y es de Alberto Cortez, lleno de rolas que son muy chidas. Y ya en la onda tropicalona y guapachosa pienso en los Wawancó, y ese gran disco de Villa Cariño”, confiesa Piña, que también recuerda haber girado por los Estados Unidos junto a grupos de cumbia actuales como los Supermerk2, y tocar en Monterrey con los Pibes Chorros.

El disco que Celso seguirá presentando en esta pequeña gira argentina es con el que reapareció en escena después de una ausencia de casi un lustro en los estudios de grabación, un poderoso álbum de duetos llamado Sin fecha de caducidad, en el que cruza su acordeón con las voces de Natalia Lafourcade, Alex Lora y Pato Machete, entre otros. “Celso Piña une sus diversidades”, escribió Monsiváis del disco, a modo de presentación. “Es un músico consumado, un guerrero del acordeón, la naturalización de un género musical que sin problemas se traslada de sur a norte, un cumbiero mayor, un entusiasta de lo popular que directamente al tocar expresa sus orígenes, un convencido de lo obvio: sin música que les sea suya las comunidades nunca alcanzan su punto de fusión.”

Tanto con Sin fecha... como con su sucesor, un doble disco en vivo y dvd en el que registró un show de celebración de sus 30 años con la música realizado en el Auditorio Nacional de México, con los mismos invitados, Piña regresa al comienzo de su última y mejor época, la del mestizaje de su música, con su acordeón mezclándose con otros ritmos y otros artistas. Después de más de una década dedicado a formar esas parejas extrañas, ¿sueña con algún invitado que le esté faltando? “Faltar, faltan muchos por invitar. Y primeramente necesitamos que Dios nos dé vida y salud, claro. Pero al que le traigo ganas es al maestro Carlos Santana. ¡Imagínate nomás esa guitarra con el acordeón, cabrón! ¡Se va a oír perrón! No dejo de soñar con ese encuentro.”


Celso Piña toca el jueves en Niceto Club (Niceto Vega 5510, Buenos Aires), el sábado en Casa Babylon Club (Córdoba) y el próximo domingo 15 como parte del festival gratuito Fifba 2012, en los Bosques de La Plata.

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