Dom 29.04.2012
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El eterno retorno de la gira sin fin

› Por Alfredo Garcia

En 1988, Dylan se hartó del marketing y decidió ahorrar tiempo y energía, dejarse de pavadas, y consideró que era tiempo de irse de gira de manera firme y grave, Don’t look back style: en su momento, e incluso bastante tiempo después, no llamó demasiado la atención, ni paró ninguna rotativa. Ninguna primera plana explotó con un título catástrofe del calibre de “¡Extra, extra, Dylan se va de gira para siempre!”. Sólo que pasado un tiempo significativo, tipo veinte años después, el chiste este de The Never Ending Tour se empezó a volver bastante serio.

La gira sin fin que comenzó en 1988 seguramente había que mantenerla “on the road”, cabalgata incansable que permitió que –apenas tres años más tarde– aun en nuestras pampas, Bob Dylan tuviera la necesidad de hacer una escala para tomar un café antes de volver a la ruta. De hecho, fueron un par de escalas memorables en el hoy perimido estadio de Obras Sanitarias, inusualmente dispuesto con asientos para disfrutar de semejante hito.

Claro que en 1991 nadie se tomaba en serio eso de la gira sin fin, y el evento escalofriante era la sola idea de que un músico legendario como Dylan pudiera aparecer en carne y hueso en un escenario argentino.

Esos shows del ’91 fueron de lo mejor que se haya visto por aquí. Dylan tocaba sus mejores temas en versiones bluseras, a veces jazzísticas, y se tomaba todo el tiempo del mundo, al punto que uno de los conciertos en Obras duró casi tres horas.

Alpiste, perdiste: los que lo vieron en Obras, aún no lo pueden creer, y los que lo volvieron a ver apareciendo con las mismísimas Majestades Satánicas ofreciéndole un papel de, ups, “invitado”, en el momento culminante del rock & roll Spinal Tap, con “Like a Rolling Stone” por los Stones y el mismísimo Bob Dylan, parece que fue algo que sólo sucedió en el tercer mundo, “where life is cheap”.

En todo caso, el breve show que dio Dylan como acto soporte –¡ups!– de los Stones fue una especie de super shot del mejor Dylan, totalmente opuesto en sus dos presentaciones: una noche se mandó con todos los hits tipo “Lay lady lay” y “Knocking on heaven’s doors”, por esos tiempos tocado a pedido del mismísimo Juan Pablo II, gran momento teológico-celestial para alguien que había decidido irse a la gira sin retorno una década atrás; y la otra se mandó todos los lados B y rarezas, incluyendo el “Cocaine blues” inmortalizado por Johnny Cash...

La gira sin fin volvió a hacer escala en las pampas veinte años después de su inicio. Sin embargo en el 2008 el estadio de Vélez le quedó grande a un Dylan que ya tenía asumido que el asunto de su “never ending tour” era un viaje de ida... Ya sea un chiste que se volvió en serio con el paso del tiempo, o un statement tipo bushido rockallero acerca de que en cualquier momento sí o sí ni la mejor obra social podría impedir que fuera lanzado a la gran gira terminal, la misma que se llevó a Lennon, Harrison, Cash, Orbison y tantos otros amigos de los Travelling Wilburys, incluyendo al baterista Levon Helm de The Band, que murió hace un par de semanas.

Casi un cuarto de siglo después, entonces, Dylan vuelve a hacer escala en Buenos Aires, y ahora da la sensación de que los seguidores argentinos del Judas que le puso una guitarra eléctrica al folk, entre otros, tomaron conciencia de que ni The Never Ending Tour puede ser realmente infinita, y que con Dylan septuagenario volviendo a detenerse acá por cuarta vez, para cuatro shows, nada menos que un lugar ideal como el Gran Rex, es una especie de milagro a no perderse.

Ahora, a esta altura de la gira sin fin, olvídense del Dylan hippie con una guitarra acústica y una armónica. Dylan canta lo que se le canta, y como se le canta. Toca un órgano vintage la mayoría del tiempo, y cuando agarra una guitarra, es eléctrica, y de golpe se manda un solo desafiando a su legendario primer guitarrista Charlie Sexton.

A casi un cuarto de siglo del comienzo de su Never Ending Tour, este Dylan sólo quiere rockear, ya sea con algunos de los temas que le valieron el mote de Judas en 1966, como “Leopard skin pill box hat”. Y si se le da la gana de mandarse un “Blowing in the wind”, también. Cada tema, legendario, clásico, o alguno reciente, está lanzado al público como un meteorito ultra rockero (a veces rockabilly, incluso) de este momento culminante de un tour que es interminable.

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