Domingo, 29 de abril de 2012 | Hoy
DIBUJO 1 > DELFINA ESTRADA Y MARTíN LANEZáN EN EL CONTI
Paisajes entrevistos en sueños, entre nieblas o en otras épocas: Delfina Estrada y Martín Lanezán ocuparon el espacio Dos Paredes del Centro Conti con una serie de dibujos nacidos de la exploración y el aprendizaje de la memoria.
Por Veronica Gomez
Desde las parrillas solitarias, el humo se expide como una bocanada casi blanca; asciende atravesando los árboles altos y partiendo en dos una laguna oscura. Pareciera que su verdadera profesión no fuera indicar que hubo fuego allí recientemente, sino nublar las cosas, quitar nitidez. El efecto que Delfina Estrada logra con carbonilla sobre una de las paredes del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti –donde expone junto a Martín Lanezán en una muestra curada por Andrés Labaké bajo el título Revelaciones de una noche subtropical– también lo lleva maravillosamente al aguafuerte, que es su territorio madre. Pues ninguna técnica como la del aguafuerte es capaz de pasearnos con tanta destreza entre un extremo y otro: desde la precisión obsesiva de la línea hasta la indeterminación de las nubes, pasando por innumerables matices intermedios. Delfina Estrada maneja el oficio irrefutablemente sin perder ni por un segundo una sensibilidad delicadísima y, por sobre todo, manteniendo el carácter de un mundo singular que, si bien abreva en paisajes de siglos pasados, no lo hace desde un lugar nostálgico, como ciertas obras nuevas que llegan al mundo revestidas con una gruesa pátina de vejestorio, sino que lo que Delfina toma es transformado en pura actualidad autobiográfica. Ella sabe esquivar la solemnidad y no es nada fácil hacerlo desde una disciplina como el grabado, tan poco amiga de los actuales tiempos vertiginosos, tan poco canchera. “Cuando cierro los ojos hay hormigas que forman paisajes y así escapo hacia alguna costa del Paraguay”, leemos en uno de los pequeños grabados donde una chica permanece de pie con los ojos vendados. Tal vez hayan sido hormigas las que trazaron las incisiones en la chapa que luego fueron, ácido mediante, patos gigantes merodeando una carpa donde un hombrecito meditabundo espera vaya uno a saber qué cosa. Quizás el más poderoso de los atractivos de la obra de Estrada es que el relato gráfico de lo extremadamente pequeño puede evocar la inmensidad. Intuimos que lo que nos muestra es apenas un rincón ínfimo y riquísimo de un universo que no tiene límites y donde lo lejano está cerquísima. Sin embargo, como en una semilla, todas las fábulas posibles laten ahí adentro, minúsculas, próximas a devenir enredaderas espesas, yuyos o desflecados sauces llorones.
Si los aguafuertes y aguatintas de Estrada hunden sus raíces en representaciones de paisajes remotos donde nos topamos con Rembrandt, Durero y mucho de aquellas ilustraciones que recrean tiempos prehistóricos con lujo de detalles, los dibujos de Martín Lanezán nos acercan también a cierto tiempo prehistórico fantaseado, pero su manera de hacer emerger las cosas desde lagunas blancas le da una distancia pretérita. Como si Martín estuviera recordando algo que han vivido sus ancestros, tal vez en una etapa pre-verbal. Da la impresión de que estas imágenes le han sido reveladas durante el sueño o en estado de duermevela y que se han reiterado tanto hasta lograr asomar al fin la nariz, traspasando el papel como quien atraviesa un umbral hacia otra dimensión. Porque nuestro mundo es ancho y ajeno para las criaturas de Martín. ¿Será él para estas criaturas lo que para E.T. era el pequeño Elliott? ¿Un aliado en un mundo extraño, lejos de casa?
Los reinos que habitan los sueños de Lanezán parecen escapados de manuales de Ciencias Naturales antiguos, donde gran parte del saber era todavía terreno de la mitología. Recreaciones de hábitat de animales nunca vistos todavía, recogidos en relatos de exploradores o testimonios de lugareños. Animales que irrumpen en un hábitat que no es el suyo, sembrando el terror o la total indiferencia, como si lo extraño fuera amigo de la naturalidad. El pez-piedra, el hombre encapuchado con la piel de su versión más primitiva –el mono–, el señor calamar flotando al lado de un caballo, todos estos personajes que Lanezán estudia con cuidado y fineza, sin contar de más, sólo lo suficiente, gozan de una deformidad que, bajo el tono del artista, se vuelve tan perfectamente posible que hace que nos preguntemos si cuando soltamos la frase “eso no es natural” estamos tan seguros de saber exactamente cómo es la naturaleza. Porque bien mirada, la naturaleza es lo más deforme que existe, empezando por nosotros.
La memoria como método de exploración y aprendizaje, como recuperación minuciosa de recuerdos ajenos o propios pasados por el tamiz de la fantasía o de la descripción exhaustiva, aparece tanto en la obra de Estrada como en la de Lanezán. Los murales con los que ambos intervienen el espacio Dos Paredes, un espacio que propone recuperar la camaradería como leitmotiv, son el fruto de una estadía compartida, un proceso que vivieron codo a codo y donde las decisiones y opiniones de uno repercutían en las acciones del otro. Es algo para celebrar que estas obras se den cita en un sitio tan sobrecargado de un pasado oscuro y reciente como la ex Esma. Un sitio tan cargado de ideas acerca de lo que es o debe ser la memoria. Obras así, como las de esta muestra, nos recuerdan que la memoria no es una cosa fosilizada, sino un hueso que sostiene el esqueleto de un cuerpo vivo en plena caminata.
Revelaciones de una noche subtropical
Intervenciones de Delfina Estrada y
Martín Lanezán
Hasta el 6 de mayo
Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
Av. Del Libertador 8151-CABA
Martes a viernes, de 12 a 21.
Sábados, domingos y feriados, de 11 a 21.
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