MúSICA > EL TUCUMANO DIOSQUE EN BUENOS AIRES
Su primer disco, producido por Daniel Melero y editado por una multinacional, le dio un lugar y una visibilidad que merecía. Pero el segundo nunca llegó a las disquerías. Y en vez de enredarse en discusiones y disputas, decidió colgarlo gratis en Internet y salir a presentarlo. Con una poesía romántica y ligeramente surrealista, melodías intuitivas que parecen nacer en sus manos y un disco de lisérgica nostalgia, el tucumano Juan Román Diosque presenta Bote esta semana.
› Por Leopoldo Estol
Una de las noticias que madrugaron este año fue la muerte de Vicente Luy en Salta. El suicidio de este gran cordobés que escribió en su mayoría poemas breves que no daban muchas vueltas e iban directo al grano. Dos ejemplos: “Lo que está mal está mal/ Pero lo que está bien/ también está mal/ Charlalo con tus padres”, o si no el verso frontal y directo a la mandíbula que sirvió de título a su último librito: “Si va a morir gente, votemos quiénes”. La partida de Luy dibuja un mapa misterioso como lo es siempre el territorio poético, un mapa permeable al que se llega la mayoría de las veces por casualidad. En esos bordes que se desdibujan vive mucha gente, y otro de esos habitantes precarios es tucumano y está a punto de dar un gran concierto.
Juan Román Diosque nació en Tucumán hace treinta años pero vive desde el 2004 en la Capital. Buscador temprano de alguna latitud musical, sus tíos recuerdan cómo en el medio de un caluroso asado el microscópico Juan viró una melodía de León Gieco súbitamente llenada de sus propias palabras. De púber ganó prestigio entre sus colegas siendo un digno baterista, instrumento que no tardó en dejar de lado. Negador profundo del conocimiento sistemático de las cosas –aún hoy–, Diosque se resiste a llamar a las armonías de la guitarra por su nombre. Sus yemas las saben un lugar antes que un conocimiento. Luciana Tagliapietra –una compañera de generación– recuerda algunas de sus primeras canciones de las que no quedan grabaciones: “Se notaba que iba a la secundaria porque se le mezclaba la vida en la canción y los problemas se resolvían en una letra como en el colegio: ¡despejando la equis!”.
I canción ya incluye un juego: se pronuncia la I como el yo del inglés. Ese, su primer disco, fue editado por Sony Music, lo que le valió instantáneamente un asomo en las grandes ligas. En la tapa se lo veía a Juan dudando, tomándose la cabeza, vestido con un short flúo montando un caballo. Que Daniel Melero lo haya producido quiere decir que le hizo ajustes para que sonara mejor. En ese momento, en el que empezás a tener amigos copados en una ciudad que no es la tuya, es cuando aparecen las fantasías de saltar del Pepsi Music a alguna otra ciudad del mundo entero. Diosque no descartó vender souvenirs por la calle o encarar un ambicioso proyecto digno del arte conceptual más riguroso: identificar a todos los perros callejeros que habitan la capital tucumana. Por una cuestión de imaginación, en esa gran sopa de ideas y de ganas, todas estas fantasías hacen el amor con melodías y, poco después, se separan. Trayendo al mundo canciones huérfanas. Que hablan en un sentido pero también lo traicionan. De lo raro que es crear estas golosinas del momento que nadie sabrá jamás si son efímeras o eternas. Las canciones.
I canción brilló en una primavera de cantautores que tuvo al Festival Buen Día como epicentro allá por el 2007 y que encontraba asidero en casas, centros culturales, veredas y boliches. Amadeo Pasa, Aldo Benítez, las Kellies, Coiffeur o Leo García –en un espectro de masividad más reconocible– sacaban pecho cantando en formaciones intercambiables que daban cuenta de que así como se multiplicaban las galerías y las tiendas de ropa, una bandada de nuevas voces y con sus voces, nuevas líricas y formas de asociar estaban luchando por un lugar. En ese conglomerado de gente Diosque sorprende con letras como ésta: “Ay canción ay canción/ le pido peras al olmo que me las va a dar/ le pido peras al olmo que me las dará/ Estreno zapatillas por la tarde/ cruzo la avenida sin mirar/ el verde me encandila la cabeza/ soy verde fosforescente y perezoso cuando/ Hay canción y uso mi voz”. Lo caprichoso es sinónimo de surreal, algo taciturno como quien anhela lo imposible, sumémosle cierto situacionismo criollo para el divague y una cucharada muy autorrefencial que termina por sembrar letras confusas y divertidas. Como en “Yo yo”: “Todo terminó con un beso/ todo terminó con un beso/ terminé junto a un espejo”. Lo que le da un lugar especial a Diosque –en el panorama que alguien se animó a llamar indie folk– es que no sólo es un gran explorador de texturas musicales con un oído atento a lo Aphex Twin, también es un hacedor de melodías que recuerda esos momentos cotidianos felices de los trovadores franceses y lo que suma y rebasa, es su poesía. Nunca es obvia y logra sin perder un gramo de romanticismo siempre fugar hacia un horizonte tierno y juguetón. Basta con detenerse en “Basural”: “Colecciono porquerías/ Color y olor insano/ Busco valor en el cartón/ En el piso/ La basura tiene un precio que no puedo dar”.
A finales del año pasado su segundo disco vio la luz. Pero no la batea. Extraño momento en donde la música es tan inmaterial como siempre pero su soporte es dudoso. Los escuchas más añejos entran en la disquerías y en vez de comprar discos preguntan cómo es bajar música por Internet. Quizá por eso, Diosque decidió prescindir del cd y ofrecer su nuevo álbum gratis y en una calidad digna a través de su sitio web donde lleva acumuladas más de 6000 descargas. Bote tiene inscripto en su interior la calidez de la madera como la deriva en su ser y funciona como lo que es: un noble transporte sin tiempo. Lleno de atmósferas de cuartos inventados que mucho le deben a ese aire sórdido y experimental que viene desde Los Angeles –pensemos en Ariel Pink o John Maus– con sus temas lisérgicos llenos de lamentos alterados. Ahora en la música de Diosque una relación fallida se vuelve una composición nostálgica que se enreda en el pasado. Como Proust colgado de una magdalena que no para de sentir y mientras siente escribe: “En el freezer de mi mente estás vos/ Congelada y hermosa para mí” o Truffaut describiendo a su actor predilecto: “Fantasioso. Jean Pierre Leaud, sus actuaciones son plausibles y verosímiles, pero su realismo es el de los sueños”. Así, con lagañas en los ojos pero cantando, contagiando su ánimo sin vergüenza, el insólito tucumano se arroga el derecho de transformar todo en cosa suya y hacia el final del disco lo oímos tarareando el Bolero de Ravel. ¡Por favor! Qué apuesta más fantástica, de repente estamos en un concierto en el Colón y las señoras paquetas arrojan sus pañuelos, en signo de emoción, de revuelta, de fin de fiesta. Esa es otra de sus canciones, resumiendo o doblando la apuesta: una música sin timidez que mezcla olores autóctonos con una intuición lejana algo herrumbrada, una banda de gente que se conoce en tertulias y desea fervientemente la libertad pero sin creérsela, una melodía que revuelve y devuelve la vida al clima desprejuiciado y virgen de los primeros días.
Como corolario hay mucha más pasta para festejar. Por un lado, un vinilo que viene a cubrir el hueco para los amantes de las cosas. A cien pesos y con todo el ritual de un sonido hermoso esculpido en plástico negro. Y para los amantes del vivo, de la fiesta, los deseosos de conocer gente nueva: una fecha en La Trastienda, en donde el tucumano tocará con todos sus secuaces y una invitada especial que recién llegada del norte no será Mercedes Sosa pero se las trae.
Diosque presenta Bote en La Trastienda Miércoles 23 de mayo, 21 hs.
Artista invitada: Luciana Tagliapietra Entradas Anticipadas: $40 Se puede descargar el disco en www.diosque.com.ar
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