EVENTOS > EL FESTIVAL AZABACHE DE MAR DEL PLATA
Por segundo año consecutivo, con un día más de duración y una convocatoria de 15 mil personas, se organizó en Mar del Plata el Festival Azabache dedicado al policial. Convocados sobre una base amplia, que va de la novela a la crónica, y llega incluso a los corresponsales de guerra, escritores, periodistas y profesores universitarios de todo el país y diferentes partes del mundo, se dieron cita para diseccionar el policial desde mil y un ángulos. Radar estuvo ahí en busca de pistas de la asombrosa vigencia del género en todo el mundo. Y Gustavo Nielsen, participante del festival, se entretuvo haciendo estos identikits de los demás participantes y de la escena del crimen.
› Por Angel Berlanga
El costado romántico del policial desde los comienzos del género, desde Poe y Dupin: por ahí empezó Pablo De Santis su participación en la segunda edición del Festival Azabache de Mar del Plata, en el que pudo verse un salto rotundo respecto del debut del año pasado en cuanto a expansión espaciotemporal (un día más de duración, alguna sede más para las actividades), cantidad de autores invitados y público asistente (unas 15.000 personas), diversidad de propuestas. Pasaron unos 170 años desde que Edgar Allan le dio pista a su investigador, el hombre que desentrañó los crímenes de la calle Morgue, y ahí sigue el oficio: el cordobés Fernando López, sin ir más lejos, presentó en el Azabache las dos primeras novelas de la saga que protagoniza Philip Lecoq, detective. Mankell, Larsson, Camilieri, Elmer Mendoza, Petros Márkaris: hay muestras más que sobradas de la vigencia y potencia del policial de pura cepa y sin embargo cada tanto surgieron junto al Atlántico, como en la edición anterior, reivindicaciones encendidas a su favor, salidas al cruce de hacedores de epitafios o de consideraciones peyorativas. El festival resuelve esto con un doble movimiento: el género como punto de partida, y desde allí, apertura.
Muestras de esto hay unas cuantas. Para esta edición llegaron desde el exterior autores como el estadounidense Jon Lee Anderson (biógrafo del Che, cronista de guerra, periodista del New Yorker) y el catalán Andreu Martin (un prócer-antihéroe del policial en España); escritores de distintas ciudades del país, como Mempo Giardinelli (Resistencia), Osvaldo Aguirre (Rosario) y Lucio Yudicello (Córdoba); veteranos referentes consagrados del género, como Vicente Battista y Juan Sasturain; catedráticos especializados, como Cinthya Schmidt-Cruz (Universidad de Delaware); cronistas deluxe, como Cristian Alarcón y Josefina Licitra; narradores de vasta y reconocida obra, como Leopoldo Brizuela, Gustavo Nielsen, Federico Jeanmaire, y otros que presentaron aquí sus primeras novelas, como Natalia Moret, Hugo Salas y Kike Ferrari. También figuras más mediáticas, cómo no: Federico Andahazi, Gabriel Rolón, Reynaldo Sietecase. Y guionistas para televisión, como Leonardo Bechini y Liliana Escliar. O personajes tan singulares como Carlos Salem, un argeñol radicado en Madrid, protagonista en las últimas ediciones de la Semana Negra de Gijón, el tradicional festival que motorizó Paco Ignacio Taibo II, aquel que inspiró el Azabache, montado aquí por iniciativa de los escritores Javier Chiabrando, Carlos Balmaceda y Fernando Del Río, que siguen al frente de la organización. Un abanico de personajes y actividades, con mesas que proponen discutir “crímenes políticos y popularidad”, o trazar un mapa de “capitales del crimen”, o abordar “lo social y lo criminal en la crónica policial”. Yudicello, Guillermo Orsi y Leonardo Oyola además anunciaron, como jurados del primer concurso de Novela Azabache, que Horacio Convertini, con La soledad del mal, había sido elegido ganador entre los 120 participantes.
Además de en Gijón, hay festivales del género en Barcelona y en Munich, en Santiago de Chile y Madrid, por citar nomás algunas ciudades; tras los pasos del Azabache, el mes que viene tendrá lugar el Buenos Aires Negra, organizado por Ernesto Mallo. Las claves del policial negro son, parece claro, fuerza de atracción. En principio, porque dan cuenta de la violencia de estos tiempos, seguramente heredera de la de tiempos anteriores: en su intervención, De Santis citó un estudio que observa al policial como descendiente del western, evolución y traslado desde lo rural a lo urbano. En su antología del cuento policial argentino, Jorge Lafforgue va todavía más lejos cuando pregunta y provoca: “¿Cuándo nació el género?, ¿con la Biblia o con Poe? ¿Queremos un rescate minucioso y sorprendente de sus elementos para fortalecer las raíces ancestrales de nuestro hacer, o nos atenemos a un quehacer sólido, reglado (y desreglado) a partir de pautas definidas?”. En el policial alguien ha sido asesinado, hay alguien que investiga y hay un motor de suspenso: saber. Intervienen ahí la vida y la muerte, el poder y el entendimiento, lo que es evidente y lo que está oculto.
Saber, o tener la ilusión de que se sabe, planteó Brizuela cuando le tocó hablar, luego de citar a Borges en torno de cómo en el camino del policial blanco al negro cambió la certeza de que el crimen se resolvería y que se establecería justicia: “Y es interesante –dijo– cómo subsiste en nosotros, como lectores del género policial o como escritores, esa búsqueda, en la ilusión de que controlamos al mal, leyéndolo o escribiéndolo”. Eso conecta con el interés por “la seguridad”, el morbo con el que suele mirarse por ejemplo al conurbano, sus líquidos y sus liquidados, materias aptas para calmar “la secreta sed de realidades abominables de la gente”, tal vez el modo de controlar los propios fantasmas. Quizá contra ese morbo, Andreu Martín aseveró que las características del crimen no son lo que importa en una novela policial: “Lo importante es la relación entre los personajes, eso es la literatura –dijo–. De ahí surgen las características del vínculo entre verdugo y víctima, el tema de los abusos de poder, de la indefensión de la víctima y del monstruo contra el que hay que luchar. Y la lectura, sí, nos da la ilusión de que controlamos el mal; aun cuando ese mal se imponga en la narración, tenemos esa sensación. Al estar el miedo en el papel, está menos en nosotros”. También talla en el género, muchas veces, el componente lúdico: “Mi señora me aconseja que no diga esto, pero el policial es un juego –largó–. ¿Qué es la novela de enigma? ‘A ver si adivinas’. Está claro que una de las funciones del policial es entretener”.
Difícil encasillar ahí, en el entretenimiento, algunas de las coberturas que evocó Jon Lee Anderson –entrevistado por Licitra– en torno de su trabajo como cronista de guerra, su experiencia, por ejemplo, entrevistando a un policía de un escuadrón de la muerte en El Salvador, a solas, en un cuarto casi pelado, el matón con un revólver metido entre las páginas de un diario que estaba sobre la mesa. Difícil, también, encuadrar a este cronista en el policial, pero ya se habló aquí antes de la (bienvenida) apertura que propone el festival, capaz de albergar esas páginas dramáticas y, también, una mesa sobre “Crímenes y risas”, animada por el quinteto de cuerdas compuesto por Sasturain, Orsi, Nielsen, Oyola y Chiabrando. Campea en el Azabache un clima de buen humor y por momentos de estudiantina, con escritores que “actúan” en El cofre, una película bastante bizarra (mejor actriz, Claudia Piñeiro), o participan de un combate de Paint Ball en el que Nielsen resultó letal.
Ese sesgo festivo convive y hasta fomenta, por supuesto, pensar el género. Con la observación de ese rasgo romántico de origen que señaló De Santis, por ejemplo, la pasión por descubrir la verdad y la soledad de los primeros investigadores, las carencias o penares amorosos de los narradores del policial. O con la definición de la novelista Mercedes Giuffré, que ve que esta narrativa opera “como un escalpelo que puede abrir una ventana a la sociedad”. O, por intentar un fundido a negro provisorio, con la expectativa de continuidad que observa Giardinelli, que trabaja en la materia desde hace cuarenta años y piensa que el asunto no pasa por la originalidad de un crimen (porque la realidad parece insuperable, ahí están los nueve cuerpos colgados de una autopista en México), ni por cuánto más excéntrico podría ser el detective: “Quizás, en nuestra contemporaneidad, la cosa tenga más que ver con el tono del narrador –dijo–. Quién narra. Una primera persona muy poderosa, que determina los rasgos, el punto de vista del criminal, el punto de vista de la víctima. Desde qué ángulo se narra, cuál es el ojo que está detrás de la cámara. Ahí veo las posibilidades de originalidad y renovación”.
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