FOTOGRAFíA > TINA MODOTTI EN EL BORGES
En 46 años, Tina Modotti tuvo una vida de intensidad y vértigo en la que confluyen con talento y tragedia el glamour, las vanguardias y las revoluciones. Nació en Italia, fue modelo y actriz en Estados Unidos, viajó a México, aprendió fotografía de su segundo marido, Edward Weston, y en sólo siete años dejó una obra que fusionó como nadie la revolución y la fotografía de vanguardia. Admirada por sus amigos Rivera, Orozco y Siqueiros, abandonó el arte por el compromiso político, viajó a Berlín en los ’30 (donde para vivir sacó fotos hoy perdidas), y de ahí a Moscú para unirse al Socorro Rojo Internacional, y luego al bando republicano de la Guerra Civil Española, junto a Neruda, Alberti y Miguel Hernández. De vuelta en México, murió de manera inesperada y misteriosa en 1942. Sus fotos de aquellos años mexicanos, como las que se pueden ver en el Borges, justificarían cualquier homenaje. Pero Marcos Zimmermann se rinde a sus pies con más: este racconto alucinado de toda su vida.
› Por Marcos Zimmermann
Es la hora de la siesta. Hace un calor mexicano. Edward Weston se sienta en la mesa, abre una botella de mezcal y decide no parar de tomar hasta tragarse el gusanito que está en el fondo. Mira por la ventana. Afuera, el viento del desierto sacude unas sábanas que se secan sobre una planta de maguey que fotografió hace dos días. Adentro, las paredes de su casa se caen a pedazos. Las que dan al norte, pintadas por Diego Rivera, se mantienen mejor que las que dan al sur, pintadas por Clemente Orozco. En la cocina, Frida Kahlo, sostenida por un andamiaje complejísimo de férulas y muletas de palo que maneja con gran destreza para desplazarse, fríe dos enormes hojas de tuna dentro de una sartén gigantesca. Diego Rivera ronca borracho, recostado en la mesa que está frente al horno. Tiene la cabeza apoyada sobre unos chongos zamoranos de Michoacán, aún calentitos, que Frida acaba de prepararle con harina de maíz. Suda. Del otro lado de la puerta que da al patio, varios escorpiones reclaman sobras de comida, golpeando el zócalo con sus aguijones. En la punta de la pirámide de Chichen-Itzá que se eleva en el fondo del jardín, Juan Antonio Mella, un revolucionario cubano exiliado y buenmozón, practica tiro al blanco con la famosa fotografía del Nautilus de Weston. Sergei Eisenstein, en tanto, duerme siesta en una hamaca que cuelga de la galería. A su lado, Kazimirovich Tisse, su director de fotografía, dibuja en el suelo de tierra la futura puesta de luces de Que viva México y, de reojo, mira pasar a unos jovencitos zapotecas. La calma de aquel desierto hirviente se rompe con los primeros estallidos lejanos de una revolución.
De repente se abre la puerta de la casa y entra una pequeña italiana nacida en Udine. Está mal vestida pero es bellísima. Trae un cinturón repleto de balas que le cruza el tórax, una hoz en una mano y una guitarra en la otra. Dice que se llama Tina, que ha llegado a México siguiendo a sus padres y que acaba de sumarse a los comunistas revolucionarios para cambiar al mundo. Explica que su primer matrimonio ha fracasado y que ahora busca trabajo como modelo. Al oír su voz, Frida se acerca desde la cocina maniobrando su compleja armazón como si fuese su propio titiritero. Al ver la belleza de Tina, trastabilla. El golpeteo de las muletas en el suelo despierta a Rivera, que aparece en la sala con un chongo de Michoacán aún pegado a la mejilla y que también queda pasmado. Hay algo en ella de delicado y de salvaje, al mismo tiempo. “Como una suave ostra en su rugosa concha”, alcanza a balbucear el muralista. “¡Será en la concha de tu tía, ¡viejo verde!”, responde Tina, que no tiene pelos en la lengua, mientras lo amenaza blandiendo la hoz. Clemente Orozco, que dormía en la bohardilla, se levanta con los gritos y baja las escaleras a tientas, mientras trata de ponerse sus anteojos de culo de botella. Una vez en el living acerca su rostro a la muchacha y también queda asombrado. Entonces aparece Edward Weston con la botella de mezcal en la mano y exclama: “¡Yo necesito una modelo!”. En ese momento, entra David Alfaro Siqueiros con una canasta llena de cactus alucinógenos que acaba de juntar en el desierto. Pone uno verde en la boca de Weston y otro rojo en la de Tina. Inmediatamente, ambos se van para el fondo cantando el himno mexicano. Vuelven enamorados. Esa misma tarde, Edward le enseña fotografía a la pequeña ostrita revolucionaria. Tina aprende rapidísimo. A la noche, ya cuenta con una obra fotográfica completa: centenares de retratos, imágenes de denuncia y abstracciones vanguardistas con las que, antes del amanecer, hace una exposición en la Biblioteca Nacional e impone el modernismo en México. Junto con los primeros rayos de sol se afilia al Partido Comunista Mexicano, publica en la revista El machete, hace una campaña por Sacco y Vanzetti, y otra por Sandino.
En ese momento, el tiempo empieza a acortarse cada vez más. Edward abandona a Tina antes del almuerzo. Al ver al pequeño molusco agitador en banda, el cubano buenmozón que practicaba tiro al Weston decide tomarla por esposa. Pero viven juntos un amor de sólo minutos, porque cuando Mella sale a buscar una flor para regalar a su flamante prometida, varios tiros contrarrevolucionarios lo liquidan. Casi enseguida, Frida –que siempre tuvo mala suerte– pisa con la muleta un escorpión que la pica en el tobillo y la deja postrada para siempre. Rivera muere en la siguiente hora de un ataque masivo al corazón. Eiseinstein decide abandonar México esa misma tarde y vuelve a Rusia en donde, antes del amanecer, realiza dos películas: Alejandro Nevski e Iván el Terrible. De Kazimirovich Tisse no se sabe nada, aunque algunos dicen que muere atragantado en el porche, comiendo dos chongos zamoranos de Michoacán juntos, que por la velocidad que había adquirido el tiempo se habían puesto durísimos. Edward, entre tanto, sigue tomando mezcal. Le falta poco para llegar hasta el gusano que yace en el fondo de la botella.
De golpe llega un batallón de soldados y toma prisionera a Tina, que justo estaba revelando sus fotos de las mujeres de Tehuantepec. La deportan bajo la acusación de atentar contra el presidente de la república. A la mañana siguiente, la pequeña bivalva llega furiosa a Alemania y se enrola en las luchas contra el nazismo. Al mediodía se convierte en agente secreta del Socorro Rojo y participa de la resistencia antifranquista en España bajo el nombre de “María”. A la noche vuelve a México.
Va hasta la casa de Edward, pero no encuentra a nadie. Por la ventana ve a Manuel Alvarez Bravo sacando fotos de las sábanas que se secaban sobre la planta de maguey. Cuando está por irse, Tina ve una botella de mezcal sobre la mesa y algo le llama la atención. En su interior, el gusano ha crecido desmesuradamente y ya casi no cabe adentro. Se acerca. Entonces el bicho la mira con su único ojo aplastado contra el vidrio y exclama con una voz opaca:
–Tina, soy Edward. ¡Sálvame de la abstracción!
–Hace mucho que dejé la fotografía, Weston. Ahora me interesa la política y el hombre real –responde ella y escapa en un taxi.
Pero aquel día había sido demasiado intenso. Hasta para Tina, que muere en el asiento de aquel auto, sola, del corazón, mientras ve sus intensísimos cuarenta y seis años de arte y política pasar en sólo segundos.
Tina Modotti. Fotógrafa y revolucionaria
Centro Cultural Borges
Viamonte esq. San Martín
Lunes a sábados de 10 a 21 hs.
Domingos y feriados de 12 a 21 hs.
Entradas: $ 15. Estudiantes y jubilados: $ 10.
Visitas guiadas los sábados y domingos a las 16 y las 17.
También hay visitas acompañadas por artistas:
el jueves 21 de junio con la artista plástica Ana Gallardo,
el miércoles 4 de julio con el fotógrafo Pedro Roth
y el miércoles 18 con el fotógrafo Pablo Garber.
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