TELEVISIóN > VUELVE DALLAS, LA TELENOVELA PETROLERA
La estética neta y la ironía que florecería en los ’90 supieron pasar a retiro los grandes novelones familiares: Dinastía, Falcon Crest y Dallas. Pero la familia como núcleo irreductible del infierno, la venganza y el destino sigue resistiendo el paso de las épocas. Y ahí vuelve Dallas para demostrarlo. Con el mismísimo Larry Hagman como el despiadado y encantador J. R. y una nueva generación de herederos, dispuestos a desollarse vivos por eso que otro texano –George W. Bush– volvió a poner en el mapa sangriento de la historia: el petróleo.
› Por Paula Vazquez Prieto
Declaración de principios si las hay, “el cine es sangre, lágrimas, violencia, odio, muerte y amor” fue el grito triunfal de Douglas Sirk, excelso director alemán que dejó una imperdible filmografía en sus años en Hollywood, filmografía clave en la definición de la esencia del melodrama familiar americano. Seis de sus películas (Lo que el cielo nos da, Escrito en el viento, Interludio de amor, Angeles sin brillo, Tiempo de vivir, tiempo de morir e Imitación a la vida), todas ellas filmadas en los ’50, fueron descubiertas veinte años más tarde por otro amante germano del género, Rainer Werner Fassbinder, que forjó a partir de ese descubrimiento el corazón de un estilo tan excesivo, visceral y manierista como aquellas palabras, que todavía hoy representan el alma furibunda que habitó en las fábulas sirkianas.
Esa tradición dinástica dentro del melodrama cinematográfico cargaría con el estigma de un desprestigio brutal durante los tardíos ’60, cuando el cine de arte y ensayo impuso una mirada más crítica sobre la realidad, influido por las vanguardias europeas como el neorrealismo italiano o la nouvelle vague. Considerada la vertiente más artificial, conservadora y démodé del género, el melodrama familiar encontraría refugio una década más tarde en la nueva estrella del entretenimiento, el prime time de la televisión abierta.
En los últimos años de la era Jimmy Carter, mientras la economía mundial todavía se recuperaba de los embates de la crisis del petróleo, la presencia de un millonario prepotente, grotesco y exhibicionista era casi impensable en la ficción televisiva. Pero en 1978, la cadena NBC estrenó Dallas, la soap opera nocturna que derribaría definitivamente ese prurito e instalaría en el centro de la escena la moda del culebrón, que daría nacimiento a uno de los grandes placeres culpables de los ’80. Moda que regresa con fuerza en estos días de secuelas, precuelas, remakes, reversiones y otras yerbas con el estreno de una nueva Dallas, con varios de sus viejos integrantes (que nos hace lamentar la ausencia de Victoria Principal), pero con el mismo espíritu desmedido de sus inicios.
Como lo señalan muchos críticos norteamericanos, la “telenovela” del day-time, lo que sería la franja diurna hasta las 8 pm, se encuentra en proceso de extinción. Y las que todavía sobreviven, como The Bold and The Beautiful o Days of Our Lives ya tienen más de 25 años en el aire. Hoy la nueva sensación son series como Revenge o Scandal, suerte de novelones bastardos que se apropian de los espacios lujosos y estridentes del melodrama, con intrigas, secretos, falsas identidades, padres perdidos, herencias recuperadas, que hacen de los espectadores esclavos culposos. Y el renacimiento de Dallas viene a acompañar un poco esa tendencia, que a principios de los ’90 había derivado en parodia de sí misma y que supuso la cancelación de casi todos sus exponentes: Dinastía terminó en 1989, Falcon Crest en 1990 y la primera Dallas en 1991.
No hay que olvidarse que Dallas era, ayer como hoy, una mezcla de telenovela de la tarde con western urbano que recupera el estilo seriado, acumulativo e hiperbólico del folletín decimonónico, aunque verdaderamente asienta sus raíces en los relatos de familias en descomposición en torno del sexo, el dinero y el poder que fueron emblema del cine hollywoodense de los ’50, como Gigante (George Stevens, 1956), Escrito en el viento (Douglas Sirk, 1956), Horizontes de grandeza (William Wyler, 1958) o Susan Slade (Delmer Daves, 1961), tal cual lo señala el autor español Pablo Pérez Rubio en su libro El cine melodramático.
Estas historias suelen partir del supuesto de que la estabilidad en el seno de la institución familiar se sustenta en valores utópicos e ilusorios, de ahí que pueda pensarse como una ilustración de las principales contradicciones del mundo burgués. Nada es tan seguro como parece, y menos el hogar y la familia. El hogar se convierte en Dallas en un nido de víboras, escenario de las disputas más salvajes y encarnizadas alrededor de la extracción de petróleo y el disfrute de sus dividendos. Un personaje como J. R. (Larry Hagman) excede la dinámica del villano atractivo y encarna la fractura definitiva de la justicia poética, que otrora castigaba el vicio y recompensaba la virtud, para glorificar la falta de escrúpulos, en una clara exposición del materialismo como nueva forma de moralidad.
La moral impúdica de la riqueza era casi un anticipo de los lineamientos ideológicos del reaganismo, donde el dominio impune de los poderosos era estridente y vulgar, incluso en su presencia corporal. Los sombreros de los falsos ganaderos, la moda colorinche, y la sensualidad grotesca simbolizaban un orden, en apariencia estable, que exponía de soslayo las marcas de la podredumbre. La infidelidad, el alcoholismo, la pederastia, son temas tabú que Dallas se animó a sugerir en el marco de sus situaciones cliché, que muchas veces derivaban en soluciones extremas, giros inesperados o encuentros insospechados a manos del destino. Pero, como señala Umberto Eco en La estrategia de la ilusión, “si dos clichés producen risa, cien conmueven”.
En la Dallas actual, la familia Edwig sigue a cargo del rancho Southfork en el norte de Texas. El bueno de Bobby (Patrick Duffy) quiere mantener el legado de su madre (Barbara Bel Geddes, quien murió en 2005) y evitar la destrucción de las tierras a manos de los excavadores de petróleo. Pero John Roos (Josh Henderson), hijo de su hermano y archienemigo J. R. (la reaparición del mismísimo Larry Hagman), va a hacer todo lo posible para extraer hasta la última gota de petróleo que corre por suelo de Southfork y quedarse con el control del imperio. J. R. aparece algo canoso y desmejorado, pero su aura maléfica y su presencia amenazante resisten inmaculadas. Y como siempre que hay un villano hay un héroe, será Chris (Jesse Metcalfe), el hijo adoptivo de Bobby, quien preserve el patrimonio familiar y dispute el reinado de los Ewing al pérfido John Roos.
De legados y recuerdos vive esta nueva saga. La omnipresencia de aquella intensidad condensada en lágrimas, violencia, odio, muerte y amor encuentra en los laberínticos caminos del Oeste norteamericano la sobrevida de un universo rocambolesco, plagado de escaleras y espejos.
Dallas se da los lunes a las 22, por Warner Channel.
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