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Domingo, 5 de agosto de 2012

MúSICA > DIRTY PROJECTORS Y BEACH HOUSE: ELOGIO DE LO SIMPLE

Indiecitos

Una banda está signada por el cambio permanente, el virtuosismo de su líder y la belleza difícil y fragmentada de su música. La otra banda, por el contrario, busca mantener su identidad constante con teclados viejos y una voz femenina. Pero ahora, dos de las bandas predilectas del indie se cruzan en un mismo punto: la osada sencillez de sus nuevos discos. Conclusión: lo bueno, si simple, dos veces bueno.

 Por Micaela Ortelli

El periodismo de música hizo del indie una escena de fronteras imprecisas, pero reconocibles, con sus consagrados, caras nuevas, olvidados e infiltrados. A pesar de ser muy distintas, desde hace unos años, los neoyorquinos Dirty Projectors y el dúo de Baltimore, Beach House, integran la lista de protegidos. Después de lanzar cada una un álbum fundamental en su carrera –Bitte Orca (2009) y Teen Dream (2010), respectivamente–, sus nuevos discos eran, en este mundo paralelo –uno de los tantos que creó, sostiene y expande Internet–, dos de los más esperados del año. Con Swing Lo Magellan, que acaba de editarse, y Bloom, que salió en mayo, las bandas defienden el título y vuelven a colgarse el cartel de recomendadas al costado de las reseñas. La parte buena es que se lo merecen, que hicieron discos adorables –íntimos y completamente expresivos–, que en tiempos de abundancia y vapor reafirman el valor de un álbum como obra de arte integral.

Dirty Projectors empezó como proyecto personal de David Longstreth, que también integra la lista de nueva camada de genios precoces (tiene treinta). Se crió en New Haven, Connecticut; tiene un hermano mayor, Jake, de quien heredó una grabadora cuatro canales con la que empezó a experimentar después de una lectura obsesiva de Revolution in the Head, el libro de Ian MacDonald sobre Los Beatles. Después del secundario, se fue a estudiar música a Yale, pero como buen incomprendido, no se adaptó y abandonó. Se fue a vivir con Jake a Portland, grabó un álbum en el sótano –The Graceful Fallen Mango (2002)–, y volvió a estudiar. Una vez con el diploma, influencias multidisciplinarias a cuestas (William Blake, Richard Wagner y John Coltrane están entre las personas que “realmente admira”) y otra lectura clave, African Rhythm and African Sensibility (ritmo y sensibilidad africana), de John Chernoff, surgió el nombre Dirty Projectors, que en adelante incluyó colaboradores aunque su formación nunca es definitiva.

Hablar de los primeros discos como meras “rarezas” sería simplificarlo demasiado; más justo es decir que exigen tiempo y dedicación: la de Dirty Projectors es una belleza difícil y fragmentada, en la que la voz, su principal componente, se entremezcla con bases R&B, arreglos de cuerdas orquestales y ritmos tribales. Longstreth es un virtuoso y lo asume; la actitud jactanciosa del músico autodidacta lo aburre: “Es obvio que la técnica no es un fin en sí misma”, dice, aunque su música refleja la espontaneidad más que la perfección de las interpretaciones. Es, además, un hombre de muchas ideas; en general, sus álbumes son conceptuales: The Getty Address (2005) es una ópera rock sobre Don Henley (fundador de Eagles), y Rise Above (2007), una recreación “de memoria” del disco Damaged, de Black Flag. Para cuando salió este último, Longstreth se había instalado en Brooklyn, y Dirty Projectors tenía un lineup más o menos estable del que nació Bitte Orca, su mejor trabajo hasta la fecha. Las voces femeninas son acá las grandes protagonistas, en figura o en fondo: son como pajaritos. Este álbum democratiza finalmente la genialidad de Longstreth –también él, un cantante pomposo y brutal– y es el que más se acerca a caracterizar su sonido: tiempos que suben y bajan y líneas melódicas que se parten y comparten entre las distintas voces e instrumentos.

Lo de Beach House puede parecer, a priori, menos sofisticado: si la única constante de Dirty Projectors es el cambio, mantener una identidad sonora parece ser lo principal para el dúo integrado por Victoria Legrand y Alex Scally. Ambos tecladistas entrenados (Scally aprendió a tocar la guitarra para la banda), se conocieron a través de amigos y enseguida empezaron a hacer música. Grabaron su primer disco (Beach House, 2006) en un sótano en tres días, y lo editaron con el primer sello que se interesó. La música se etiquetó rápidamente como dream pop, subgénero con el que se supo identificar a los Cocteau Twins, The Cure o Spiritualized. Aunque ellos aseguran no haber intentado encajar en un estilo musical, que hacen lo que les sale porque “ésos son los teclados que nos gustan y ésa es la voz de Victoria” (a saber: baja, cuidada, imperturbable, comparada más de una vez con la de Nico). Usan teclados viejos por cariño o porque siguen descubriendo sonidos, no por fetichistas de lo vintage; y el reverb –o los arreglos que produzcan el mismo efecto expansivo– es simplemente su estilo. Si bien las canciones de Beach House no cambian con el tiempo en su estilo y estructura, el sonido en Bloom creció: es más fuerte y pesado, no deja espacios libres. Eso, mal que les pese a los que se habían encariñado con el lo-fi de sus primeros discos, lo convierte en el trabajo más ambicioso e interesante de la banda, su mejor prueba de que creen en lo que hacen: Bloom atrapa desde el comienzo con “Myth” y es un viaje sereno, emotivo y luminoso hasta “Irene”.

Aunque nada asegura que la conducta se mantenga, Dirty Projectors se vuelve más accesible con el tiempo; Swing Lo Magellan es, de hecho, un álbum fácilmente disfrutable. El concepto esta vez fue “hacer música del modo más convencional”, con herramientas simples, cuidando la consonancia entre la gramática del sonido y la del lenguaje y obedeciendo las reglas (siempre hasta cierto punto). Longstreth asegura que hacer este disco significó un cambio radical en su forma de componer, y que la simpleza, precisamente, fue lo más difícil de lograr: “Hacer algo raro es fácil, meterse en un territorio abstracto, que no esté ligado a ningún sentido. Pero eso es un proyecto moderno y ya no hay energía en el modernismo. Esas ideas fueron radicales en otro momento, pero ahora ya no se sienten reales. Ahora es más osado intentar hacer algo simple”. En Beach House, por el contrario, la simpleza es parte de la idiosincrasia; y aunque algunas canciones les resultan cursis después de tocarlas durante años, no tienen otras intenciones más que seguir haciendo “pop que no sea estúpido”.

Semanas antes de que efectivamente salieran, Swing Lo Magellan y Bloom ya se habían filtrado en la web, y miles de personas alrededor del mundo los habían escuchado con el ventilador de la computadora de fondo. A tanta irrealidad, Dirty Projectors entregó “una piedra suave en la mano”, y Beach House, “un álbum que te haga sentir que estás en el mundo”. Dos discos con volumen, que dan cuenta de algo que a veces se nos escapa por oír tanto y no escuchar bien: que la música, además de sonido, es color, volumen y textura.

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