La nueva muestra de Laura Ortego es un conjunto de quince retratos de, precisamente, Chicas: justo quince, la niña bonita, la edad en la que algunas sueñan pasar una noche mágica envueltas en un vestido vaporoso. Quince retratos de chicas que continúan la serie iniciada en Nenas, en la que esta fotógrafa de Comodoro Rivadavia retrató a pequeñísimas damiselas en el medio del bosque más oscuro. Chicas se llama este nuevo trabajo, pero esa certeza del título entra en crisis cuando vemos las imágenes. Porque si bien las retratadas son chicas, lo son en un sentido particular: son mujeres en miniatura. Nenas que han crecido, pero todavía no completamente. Y, por eso, la edad de las nenas, las miradas que tienen, la forma en que están vestidas, la silueta de sus cuerpos en primer plano, se funden en una gran confusión. Es ese extraño paso de la niñez a la adolescencia, las retratadas se encuentran en el momento de cambio más incierto y vertiginoso.

¿Cómo son estas chicas? Las hay flaquitas y angulosas como dibujadas con una regla, o redondas y tersas como una manzana, las hay con panzas abultadas de niña o peinados sofisticados de grande. Castañas y rubias, con rulos o pelo lacio. Un muestrario de la belleza simple, en el capullo de la edad. Todas un poco incómodas con sus fronteras difusas con el mundo. Están vestidas para salir, se han “puesto lindas para la foto”, pero miran recelosas a cámara. Y esto tal vez sea lo más intrigante de las imágenes. Como si ellas tuvieran algo que decirnos. Como si no estuvieran del todo de acuerdo con que las estuviéramos mirando, a cada una en la soledad de su cuerpo, sin escapatoria posible, ni compañía con la que camuflarse.

En una de las primeras escenas de Las vírgenes suicidas, el extraordinario debut en el cine de Sofía Coppola, la más pequeña de las rubias y depresivas hermanas Lisbon, luego de su primer intento de suicidio, es obligada a atenderse con un psiquiatra. Ante la pregunta de por qué hizo aquello, qué problema tan grave podía tener una niña de trece años que la lleve a cortarse las venas, la nena responde mirándolo fijo con sus ojos de pozo sin fondo: “Lo que pasa, doctor, es que usted nunca ha sido una niña de trece años”. Y algo de esto mismo se vislumbra en las fotos de Laura Ortego. Las imágenes nos interrogan. ¿Qué es lo que sucede en este período, que desde afuera resulta tan opaco y misterioso? ¿Por qué es tan doloroso convertirse en mujer, hasta más difícil que la misma maduración para el sexo opuesto?

Una de las diferencias entre Chicas y el trabajo anterior de Ortego es la falta de entorno. En Nenas, la fotógrafa trabajaba las articulaciones entre cuerpo y paisaje acentuando la inquietante desprotección de las niñas en la naturaleza. Algo del romanticismo alemán y ese agradable terror que trae consigo lo sublime aparecía en la desproporción de las nenas en el entorno natural. Aquí en cambio, tenemos retratos simples con fondos neutros. Las chicas-niñas están tomadas en un plano americano, tienen las manos pegadas al cuerpo y si hay una desproporción, es la de ellas consigo mismas. La desprotección de su cuerpo frente a la cámara. El desfasaje es un movimiento interno que se ve en sus mismos rostros, en su pelo suelto sobre los hombros, en sus miradas sensuales y tímidas, preocupadas y atrevidas, que parecen venir a encontrarse con nosotros, más adelante incluso de la superficie de la imagen.

El vestuario, con resabios de danza clásica, con calzas y polleritas de gasa, muestra que esas bailarinas han perdido parte de sus ropajes en el duro trance de dejar atrás su juego sobre el escenario, para poder iniciarse en la vida de mujeres. Pero algo de ese pasado deberán llevar consigo. Porque la danza no termina y todavía faltan mejores piruetas.

Chicas
Laura Ortego
Fotogalería del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas,
Corrientes 2038.
Gratis
Hasta el 23 de noviembre.