FOTOGRAFíA > DEMOLICIóN: MARCOS LóPEZ, ALBERTO GOLDENSTEIN Y ATAúLFO PéREZ AZNAR
La activa usina artística en la que se ha ido convirtiendo la Universidad Di Tella en los últimos años da ahora un nuevo paso, al organizar una muestra como Demolición. En pos de una fotografía ¿argentina?, en la que Guillermo Ueno se vale de los trabajos de tres autores indiscutibles como Marcos López, Alberto Goldenstein y Ataúlfo Pérez Aznar para explorar la identidad de la fotografía nacional. Como un plus invalorable, se ofrece también la posibilidad de espiar y hasta manipular los archivos de esos tres fotógrafos. Marcos Zimmermann recorrió la muestra para ver cuán posible es difuminar los límites entre las obras en busca de una identidad colectiva.
› Por Marcos Zimmermann
La idea es original. Y buena. Borrar los límites entre fotógrafos que tienen estéticas diferentes y asociarlos libremente en las paredes de una muestra en grupos que, como en un ideograma chino, expresen un significado nuevo. Guillermo Ueno, curador de la muestra Demolición. En pos de una fotografía ¿argentina?, explica que su propuesta es repensar nuestra fotografía desde una nueva estética local, demoliendo las fronteras entre estos autores como una manera de bucear en lo que tiene de propio y de extraño la fotografía de nuestro país.
Para lograrlo, Ueno se apoya en el trabajo de tres reconocidos fotógrafos que dejaron su sello en la historia contemporánea de nuestro arte. Sería redundante decir que Marcos López es el icono fotográfico argentino por excelencia del paso que dio la fotografía hacia las galerías de arte en los últimos años. Sus coloridas fotografías dan la vuelta al mundo y contagian con su estética a decenas de fotógrafos locales que imitan como monos excitados sus puestas en escena y su iridiscencia, desconociendo en la mayoría de los casos que el trabajo de López es el resultado de la larga elaboración de otros anteriores, y que lo suyo no es sólo color y forma. Ataúlfo Pérez Aznar, por su parte, es un autor que desde hace años viene realizando una labor silenciosa en La Plata como fotógrafo y curador. En su mítica galería Omega de esa ciudad, levantada a pulmón, expusimos a principio de los años ’80 varios de los fotógrafos argentinos que hoy seguimos transitando las lides de este arte. Su obra, resultado de un esfuerzo de hormiga, lo convierte en un referente de algunos valores que no pertenecen sólo a la fotografía sino que lindan además con lo político. Alberto Goldenstein ha sido, desde el principio, el más rupturista de estos tres autores. Desde su fotografía de un joven con un pequeño charco de semen en el vientre (expuesta y censurada en los ’80) hasta ahora, ha dado a luz una obra personal y ha influido en gran parte de una generación de nuevos fotógrafos desde su actividad docente en el Centro Cultural Ricardo Rojas, donde supo convertir un pasillo en una de las galerías fotográficas de referencia ineludible en Buenos Aires.
La intención de Ueno de proponer la demolición de la secuencia lógica que guía el trabajo de cada uno de estos fotógrafos para rearmarla con un nuevo lenguaje que vaya en pos de lo que él define como una fotografía argentina en forma interrogativa, es interesante. Pero el resultado final de su búsqueda resulta demasiado críptico. Recibida en una amplia sala del campus de la Universidad Di Tella por Inés Katzenstein, directora de su activísimo Departamento de Arte –desde cuyos laboratorios salieron muchas de las obras contemporáneas que han tenido más visibilidad en los últimos años–, la exposición propone ese reagrupamiento, al estilo de los ideogramas chinos, que Ueno expone sin identificación ninguna de tema o autor. Delante de ellas se extienden unas vitrinas donde también se mezclan los procesos de búsqueda que llevaron a estos tres fotógrafos a construir su obra. Pero además, un poco más allá, dos grandes mesadas exponen, por primera vez al público, la cocina real de sus trabajos.
Es allí en donde la muestra tiene su lado más interesante y más instintivo. Donde uno puede divertirse realmente, enfilándose unos guantes blancos y metiendo las manos en portfolios, para observar de cerca originales de López de diferentes épocas y tamaños, hojear contactos llenos de marcas de trabajo de Goldenstein a los que a veces hasta les falta un fotograma, seguramente usado en alguna selección final de un ensayo, o enterarse del inmenso trabajo que guardaba Pérez Aznar en las misteriosas cajas de madera que contienen parte del profuso material que sostiene su obra.
Poder darse el lujo de amasar con nuestras propias manos el trabajo diario de cada uno de estos fotógrafos y seguir paso a paso el camino que los ha llevado a sus fotografías finales es más que valioso y atractivo: pocas veces el público de una muestra tiene acceso a los procesos previos de elaboración del arte. Pero, a la vez, la falta casi completa de identificación de quién es quién en toda la muestra –algo que decidió adrede el curador, siguiendo su propósito de demoler fronteras– entorpece la comprensión de los contenidos propios de cada fotógrafo y esto, contrariamente a lo buscado, no ayuda a entender a fondo la propuesta general. Es que, a pesar de la puesta, los contenidos propios de cada autor afloran. Y se imponen.
De este modo, la búsqueda de un “no lenguaje” que toma el camino de un haiku, válida por lo arriesgada y valiente, se ve dificultada en los hechos por la intención forzada de buscar un nuevo lenguaje fotográfico argentino que no termina de definirse claramente. Esta propuesta juvenil, casi diría punk, de Ueno, de demoler lógica para fundar incertidumbre como un nuevo armado de sentido, resulta demasiado vulnerable. Y esto, también hay que decirlo, no es una buena idea.
Si bien es cierto que la fotografía argentina no ha encontrado aún un sello propio y exclusivo, hay un camino largo que baja y (evidentemente) se pierde en la memoria de muchos jóvenes. Es el camino recorrido por fotógrafos que han impreso desde hace más de un siglo la Argentina en su modo de trabajar y en sus temas. Sus fotografías explican con diáfana sencillez aquello que Ueno se desvive por definir –con lógica dificultad–- como la búsqueda de una argentinidad al palo, pero sin palo. Habría que recordar aquí que obras fotográficas como las de Benito Panunzi, Cristiano Junior, Samuel Rimathé, Fernando Paillet, Hans Mann, Juan Di Sandro, Gustav Thorlichen, Grete Stern, Walter Roil, Sameer Makarius, y de muchos otros fotógrafos contemporáneos, marcan una senda imposible de obviar, si es que se trata de reflexionar acerca de fotografía argentina.
Entonces, la intención de usar imágenes de tres fotógrafos como Pérez Aznar, López y Goldenstein e intentar la discusión de un lenguaje fotográfico autóctono sólo con ellos tres, en una lengua que mezcla kanji, hermetismo y ausencia de pasado, parece una obra excesiva para Ueno. Y para cualquiera. Si me sacudo un poco las pulgas, diría que es un intento francamente extravagante. Este equilibrio por ir a la búsqueda de un lenguaje argentino y, a la vez, tratar de evitar cualquier asociación con el nacionalismo –tal como él mismo lo expresa– deja a Ueno entre dos corrientes contrarias y lo pone al borde mismo de un rápido turbulento y embarullado, tributario del vacío que anega la retórica de muchos curadores que hacen una profesión de lo confuso.
La tentación de poner en primer plano las ideas de un curador en exhibiciones de fotógrafos es siempre riesgosa y poco recomendable. Sobre todo, cuando los autores tienen la talla de éstos y vienen expresando desde hace mucho lo argentino a través de sus obras, sin necesidad de interpretaciones chinas. El esfuerzo de Ueno de poner sobre la mesa esta reflexión acerca de los lenguajes propios y ajenos en la fotografía argentina es, de por sí, muy valioso. Pero es bueno saber también que fotógrafos como Pérez Aznar, Goldenstein y López están más que maduros para relatarse solos.
Demolición.
En pos de una fotografía ¿argentina?
Alberto Goldenstein, Marcos López
y Ataúlfo Pérez Aznar.
Curador: Guillermo Ueno.
Sáenz Valiente 1010.
Del 2 al 17 de noviembre, de 15 a 20
(domingos, cerrado).
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