Domingo, 30 de diciembre de 2012 | Hoy
Por John McAfee
Como es Navidad, voy a postear la primera mitad de nuestro escape de Belice. Es una historia feliz, en la línea de casi todas las historias navideñas.
Empieza con nuestra llegada, en secreto, a la ciudad de Belice, unos días antes de nuestra aventuresca partida. Nos habíamos estado escondiendo por un par de semanas, viviendo en condiciones por debajo de las deseables. A mi novia Sam los bichos la comieron viva, y estaba feliz de haber llegado a un lugar con agua caliente y algún confort, lo mismo que yo.
Nuestro plan era simple: hay muchos puestos de control a lo largo de las rutas que salen de Belice, y todos los pasos de frontera y los puertos se habían engrosado con policía y personal de Defensa. Volar era imposible, pues los pocos aeropuertos existentes habían aumentado el personal de seguridad, armándolo con nuestra foto y nuestros nombres.
Elegí unos pocos trucos muy simples de ingeniería social para llevar adelante nuestro escape. La ingeniería social es el arte de predecir el comportamiento de la gente basado en un determinado estímulo. Es el método que eligen los hackers modernos que quieren acceder a información sensible. Craquear la seguridad de un sistema puede ser algo difícil. Más fácil es engañar a una secretaria o al gerente de sistemas para que simplemente te den acceso. Sólo se necesita un hombre joven simpático, o una mujer sexy, o un escenario correcto para un juego de rol, o un pequeño software y un poco de tiempo.
La ingeniería social puede aplicarse a cualquier problema, no sólo al hackeo de computadoras. Las distracciones y los señuelos se han usado durante siglos como una herramienta primitiva de ingeniería social.
Decidimos tomar la carretera del sur hacia una ciudad en el extremo austral de Belice, llamada Punta Gorda. Desde ahí habíamos arreglado para tomar un pequeño bote pesquero y cubrir las treinta millas hasta una ciudad fronteriza de Guatemala llamada Livingston. La autopista del sur, como sabíamos, pues teníamos amigos que la recorrían diariamente de punta a punta, tenía tres puestos de control a lo largo de su trayecto. El día que partimos, elegimos a modo de señuelo a un amigo para que manejara una de mis pick ups más vistosas. Iba tres millas adelante y en constante contacto con nosotros. La documentación de la camioneta estaba a mi nombre y estaba en la camioneta misma, por si no lograban identificarla a simple vista. El plan era el siguiente: si detenían a la camioneta, yo sabía que los oficiales del puesto de control estarían todos pululando a su alrededor. Por consiguiente, lo más probable era que dejaran pasar al resto del tráfico. A modo de distracción, arreglé que mi doble (un hombre que conozco desde hace más de treinta años y que hace algunos se cambió legalmente su nombre por el de John McAfee) fuera arrestado en México, a unas cien millas al norte de la frontera de Belice. Posteamos el arresto en el blog y en el término de una hora las emisoras de radio de Belice transmitían la noticia. Un par de horas más tarde, grupos adelantados reportaron un relajamiento de los procedimientos en los checkpoints de las autopistas del norte y del oeste.
Pero lo de arriba era nuestro plan B, en caso de que fallara el principal. Mi plan A dependía sencillamente de la lluvia. Elegimos partir un día en el que el pronóstico del tiempo predecía casi ciento por ciento de probabilidades de lluvias fuertes en todo el trayecto de la autopista del sur. En Belice, ningún oficial de un checkpoint va a frenar a un auto bajo la lluvia. En cinco años de residencia, nunca vi o escuché que la policía o el personal de Defensa hicieran nada bajo la lluvia, ni hablar de estar parados en el medio de una carretera parando autos. Llovió todo el día, sólo con algunas pausas intermitentes. A modo de compañía, y para distraer la atención de quienes estuvieran buscando a dos personas viajando juntas, teníamos a otras cinco personas en la camioneta, entre ellos los dos intrépidos periodistas de la revista Vice.
Pasamos el primer checkpoint sin incidentes, apenas después de que la lluvia hubiera parado. Sólo había un oficial afuera, reclinado sobre el capó de su auto. El resto estaba metido adentro. Pasamos los tres checkpoints de la misma manera. No pararon ni al auto que iba adelante (y que me pertenecía), ni al auto en el que iba yo.
En Punta Gorda nos registramos con nombres falsos. Nuestro plan era tomar un pequeño barco pesquero de un muelle privado al día siguiente. Esperábamos que la guardia costera hubiera abandonado la vigilancia de las aguas del sur por el reporte de que me habían arrestado el día previo en México.
A la mañana siguiente, preguntamos entre compatriotas que habían salido con el bote de madrugada para localizar o atraer embarcaciones de la guardia costera. Pero la guardia se hallaba notoriamente ausente. Cautamente fuimos al encuentro de nuestro capitán, que ya nos estaba esperando. Habíamos considerado hacer el viaje de noche, pero un bote andando de noche en Punta Gorda se escucharía en toda la playa, y sería sospechoso.
A unas millas de la costa, todos nos relajamos. Sam se puso contenta. Los dos periodistas se pusieron a trabajar. Y un grupo de delfines se acercaron para compartir el buen humor.
Sabía que me quedaba por delante un gran número de problemas, pero eran de naturaleza legal, por no tener sello de salida de Belice. Esto significaba que si entrábamos a Guatemala, yo sería arrestado. Tuvimos que hacerlo como ilegales.
En noviembre de este año, la policía de Belice libró una orden de detención contra el multimillonario John McAfee (67), pionero de los sistemas antivirus, como sospechoso de haber asesinado a un vecino. Alegando inocencia y un complot en su contra (“Dirán que soy paranoico, pero temo que la policía de este país quiera matarme”, dijo el creador de la paranoia informática), McAfee escapó de una primera requisa enterrándose en la playa de su mansión. Desde entonces nada se supo de él, hasta que reapareció hace pocos días nuevamente en Estados Unidos. Ahora acaba de postear en su blog (whoismcafee.com) esta primera parte de cómo escapó, bajo la lluvia, desde el pequeño país centroamericano.
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