ARTE > LUX LINDNER Y MASSIMO LISTRI EN EL MAMBA
Uno fotografía lugares emblemáticos e históricos del saber y del poder; el otro da cuerpo a dos ciudades imaginarias del siglo XX, una de Xul Solar y otra de Gyula Kosice. Uno los exhibe desiertos y atemporales. El otro los hace batirse a duelo. Así, una al lado de la otra, las muestras de Massimo Listri y Lux Lindner que coinciden en el Museo de Arte Moderno ofrecen una experiencia doble, en la que lo imaginario cobra una hiperrealidad sometida a las reglas de la vida, y lo real exhibe su inmutabilidad casi fantasmática.
› Por Veronica Gomez
Sobre el mármol verde esmeralda las líneas blanquecinas se desplazan dibujando nervaduras en ese material que parece haber sido extraído de las entrañas de la eternidad, sin restar con su movimiento espasmódico ni un ápice de solemnidad a la habitación que las aloja, en el suntuoso Palacio de Drotthingholm, Suecia. Cada tanto se interrumpe la superficie marmórea y deja paso a una oquedad que alberga la cabeza de un personaje de la nobleza, de un santo o de un filósofo, sedente e impasible en su pedestal, mientras la luz tenue que trasciende el ventanal se posa sobre su frente, para nosotros, inescrutable. El espacio nos seduce con su versatilidad de texturas y formas, con la excelencia de sus materiales, con el virtuosismo del trompe l’oeil plasmado en el cielorraso, con el derroche ornamental que prueba la existencia de esmerados oficios y nos permite imaginar eximios artesanos absortos en la gesta formal de la elegancia, artífices laboriosos del buen gusto y la suntuosidad. Y al mismo tiempo, este espacio nos recuerda que si bien se nos da el privilegio momentáneo de ser observadores, jamás seremos dignos de habitarlo. Nos expulsa con su indiferencia. ¿Nuestro pecado? Ser demasiado terrestres y vulgares. Demasiado foráneos. Incluso: demasiado ignorantes.
Massimo Listri (Florencia, Italia, 1954), desde hace más de veinte años se dedica a fotografiar espacios arquitectónicos emblemáticos del saber y del poder. En su gran mayoría, estos edificios han sido declarados Patrimonio Arquitectónico de la Humanidad. Así, han desfilado frente a su cámara lúcida el Museo del Vaticano, la Galería Uffizi en Florencia, el Castillo de Compiègne en Francia, la Biblioteca de la Abadía de Melk en Austria, el Museo de Ciencias Naturales en Torino, el Palacio Pitti de Florencia, el Palacio de Versalles, el Palacio Real de Estocolmo y el Castillo de Rivoli, entre otros.
Si los interiores vacíos que Listri retrata poética y nítidamente resultan difíciles de habitar, no es solamente por la distancia temporal, la distancia de clase o la distancia cultural. Es porque, bien presentido, el espacio no está tan vacío como parece. Aunque no haya humano a la vista, el espacio está atiborrado de presencias. Presencias que van mucho más allá de los objetos y ornamentos, aunque sean ellos mismos los que las traen a colación. El espacio padece de una superpoblación de fantasmas. Cuando Allan Kardec, el padre del espiritismo, realiza la codificación de la doctrina espírita, en la Francia de 1857, y da a luz El libro de los espíritus, interpela de mil maneras al Espíritu Superior para desentrañar los misterios sobrenaturales, la mayoría renuentes a la comprensión de la limitada mente humana. Ante las preguntas de Kardec, el Espíritu Superior dicta respuestas precisas, aunque no siempre clarificadoras. Así, cuando Kardec pregunta si la materia es un obstáculo para los espíritus, el Espíritu Superior responde: “No, ellos lo penetran todo: el aire, la tierra, las aguas y hasta el propio fuego pueden ser igualmente penetrados por ellos”. Y acto seguido el Espíritu Inteligente va un poco más allá y define al Periespíritu como una envoltura semimaterial que rodea al espíritu y puede volverse visible para el ojo humano y, algunas veces, hasta palpable.
Massimo Listri pareciera presentarnos cada detalle de la arquitectura como una envoltura evanescente de la historia, de aquello que se llama “espíritu de época”. La luz, preferentemente luz natural, colabora en la sensación de meditada quietud, de flotación precavida, una construcción de la intimidad escenográfica al mejor estilo Vermeer, aún tratándose de espacios cuyo uso habitual es el turístico y, algunos de ellos, en épocas remotas y no tanto, supieron oficiar como sitios dúctiles a un intenso intercambio social.
Lo que Massimo Listri logra en sus fotografías es transformar esa materialidad del espacio, de índole barroca y poseído de densidad histórica, en pura apariencia, como un escenario que sólo existe en la fantasía del espectador y que desaparecerá en un abrir y cerrar de ojos. Los párpados al cerrarse son algo así como el telón que cae, anunciando el final de la función.
En un espacio pequeño, denominado Espacio Digital y pegado a la sala donde se despliega la muestra de Massimo Listri, una batalla histórica y de tono mucho más local acontece: la Vuel Villa de Xul Solar y La Ciudad Hidroespacial de Gyula Kosice se baten a duelo por sobre un colchón de nubes blancas y algodonosas. El minifilm pertenece a Lux Lindner y se titula: Los descansos de pantalla se derrumbarán sobre tu cabeza. Uno más de los enigmáticos vaticinios a los cuales el artista nos tiene acostumbrados.
“Los sueños, sueños son, pero aquí se hacen realidad”, proclamaba Berugo Carámbula en el programa de TV Atrévase a soñar, mientras un ama de casa, otrora anodina y ahora emperifollada y destellante, hacía su entrada triunfal guiada por un arco iris pintado en el suelo. Lindner, como el vecino oriental, parece invitarnos a soñar un sueño clásico de la infancia: aquello que observamos fascinados en un cuadro puede hacerse corpóreo y convertirse en juguete para ser manipulado a nuestro antojo. Descontextualizado, puede ser ahora sometido a nuevas ficciones, reguladas por una especie de capricho justiciero. Ficciones épicas en formato de videogame. Y, por si fuera poco, teñidas de cierta crítica a una construcción de la historia del arte argentino demasiado seria, crítica que Lindner sabe camuflar bajo el ala del divertimento. Así, la ciudad voladora de Xul Solar, pergeñada en 1936, muy parecida a un barquito, con sus escaleras ondeando y su geometría tan tierna como disparatada, abandona la acuarela y el papel para convertirse en objeto a través de la simulación 3D. La versión lindneriana de la villa voladora ha renunciado a las transparencias del color cálido para lucir un blanco refulgente que le da un aspecto más eterno y universal. Casi angelical. Pocos segundos después, La Ciudad Hidroespacial se asoma entre las nubes con todos los chirimbolos que Kosice supo inventarle en 1976. Ambas naves se desplazan con parsimonia, bucólicamente en el cielo azul. Se acercan con la lentitud suficiente para darnos tiempo a formular un anhelo: “Qué lindo, siempre supimos que iban a hacerse amigas y que alguien iba a tener el buen tino de reunirlas”. Pero el globo de la ilusión se pincha rápido: las ciudades comienzan a dispararse entre sí. Una de ellas es herida de muerte y se hunde, tragada por las nubes que nos habían parecido cándidas y ahora se muestran voraces e implacables. No vamos a anticipar aquí quién resulta ganador de la trifulca. Vayan a verlo y dejen que su corazón decida por cuál bando se inclina, si es que resulta necesario tomar partido por alguno.
Mientras Lux Lindner enfrenta en un escenario aéreo dos ciudades utópicas imaginadas por artistas durante el siglo pasado, ciudades que retoma para tratarlas digitalmente hasta volverlas hiperreales, otorgándoles movimiento y corporeidad, sometiéndolas a las peripecias de la lucha por la supervivencia y de la muerte, Massimo Listri pareciera hacer lo contrario: vuelve irreales e inmutables aquellos espacios que trascendieron el plano de la imaginación humana para volverse ambiciosamente materiales, haciéndose partícipes, tal vez a su pesar, de la contingencia. Aún cuando el espacio fotografiado da cuenta del paso del tiempo con registros minuciosos de acumulaciones de polvo, grietas y colores algo vahídos, frente a ellos tenemos la sensación de que el tiempo se ha congelado. Y no se trata de esa virtud por excelencia de la fotografía, la de capturar y eternizar un instante, se trata más bien de las características de aquello que Listri decide retratar. Comparada con la edad de esos edificios, la extensión temporal de una vida humana es ínfima. Sabemos que están ahí desde siglos antes de nuestro nacimiento e intuimos que permanecerán allí siglos después de nuestra muerte, y de la muerte de nuestros nietos, y de la de nuestros bisnietos, y así... Tal vez sea ese el motivo por el cual las imágenes de Listri nos fascinan y nos inquietan.
Jane Austen decía: “Me maravillo a menudo de que la historia resulte tan pesada, porque gran parte de ella debe ser pura invención”. Y por ahí ese sea el secreto por el cual un artista, a pesar de la sensación de que todo está hecho, se conecte con la liviandad y encuentre razones para seguir trayendo objetos al mundo.
“En perspectiva: el vacío interior”,
Massimo Listri.
“Los descansos de pantalla se derrumbarán en tu cabeza”, Lux Lindner.
Hasta el 30 de marzo de 2013.
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires,
Av. San Juan 350.
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