Hace exactamente 30 años, con Los Twist y La dicha en movimiento, Pipo Cipolatti cambió la manera de entender la música pop argentina desde un sitio único, rupturista, lleno de humor y provocación, y también de homenajes oblicuos a la cultura popular argentina, que se multiplicaron cuando encontró su lugar en la televisión. Con su humor desquiciado, extremo y narcótico, Pipo les dejó la mesa servida tanto a los Auténticos Decadentes como a Alfredo Casero y Diego Capusotto, con estilos propios, pero deudores de “Sandor, el hombre mosca paraguayo” y “La larva”, y tantos otros. Escapando de una actualidad extraña después de un paso trágico por la prensa amarilla, hoy está mostrando su pequeño e indescifrable libro Lo que nunca se dijo. Conversaciones con José Retik (Distal), y en esta entrevista, junto a Hilda Lizarazu y Daniel Melingo, recuerda los comienzos del rock argentino en los ’80, al final de la dictadura, y cómo, entonces y hoy, la relación con Charly García marcó su carrera y su vida.
› Por Mariano del Mazo
Entre el genio del absurdo del rock y el pobre hombre que se dejaba despellejar en vivo y en directo por Mauro Viale luego del suicidio de la madre de sus hijos, por esa senda ancha y trágica, se retuerce la vida de Pipo Cipolatti. Es el espacio que media entre la más lúcida canción testimonial de la década del 80, “Pensé que se trataba de cieguitos” (tal vez compita en su inteligencia con el cinismo de “No bombardeen Buenos Aires”) y el consecuente propalador de viñetas fascistoides. Pero Pipo Cipolatti es mucho más que esa brecha aparentemente inconciliable. Todos lo conocemos: un artista complejo, indescifrable, que hace exactamente 30 años cambió la manera de entender la música pop argentina desde un sitio único y equidistante entre la solemnidad hippie y las impostaciones sajonas de bandas como Los Violadores, G.I.T. y otras. Con su humor desquiciado, extremo y narcótico le dejó la mesa servida a, por ejemplo, Los Auténticos Decadentes; en televisión, de esa misma mesa comieron Alfredo Casero y Diego Capusotto, con estilos propios, pero deudores de Sandor, el hombre mosca paraguayo y La larva, y tantos. Aquí está: en un bar de Independencia y Matheu (“mejor acá, mi casa es chica, dos ambientes, y están los gemelos...”), tomando un ristretto, buscando trabajo y mostrando su pequeño, interesantísimo y también indescifrable libro Pipo Cipolatti, lo que nunca se dijo. Conversaciones con José Retik (Distal).
¿Quién es este tipo con rostro de nerd, jopo eterno de rockabilly pelirrojo, emblema como pocos de los encantadores desvaríos de los primeros ’80? Seguramente el copete de la sinuosa entrevista de presentación que le hizo Gloria Guerrero en su trinchera de Las páginas de Gloria en la revista Humor tenga vigencia y se pueda trasladar, 30 años después, a esta nota: “El resultado de esta charla dará algunas pautas acerca de si Cipolatti es un orate, un genio, un crítico mordaz o un tonto”. “La gente –dice Pipo ahora, en el bar de San Cristóbal– me tiene como un payaso, un quemado, algunos como un genio. Muchos me paran y me dicen: ‘¡Ehh, Pipo, convidá la que tomás!’ Me fastidia. ¿Tengo cara de Coppola? ¿Se creen que soy Pity Alvarez, que es el único ser en el mundo que canta peor que yo? Yo no robo remises, ni ando armado, ni salgo en los diarios por eso... ni lleno estadios.”
Lo que nunca se dijo acerca pistas hacia la revelación del enigma-Pipo. Ahí conviven, juntos y revueltos, lecturas e interpretaciones de Kierkegaard, Gurdjieff, Lacan, Freud y las religiones, con recuerdos de niño casi prodigio, dibujos, recetas, cuentos de terror para chicos, la historieta Osvaldo, el ratoncito, la amistad febril con Charly García, su paso por el rock, por la revista Fraude que crearon Jorge Guinzburg y Raúl Becerra, por La TV ataca de Mario Pergolini, por Rompeportones de Hugo Sofovich. “Es un libro de misceláneas. No sé si soy culto, lo que pasa es que uso anteojos. Yo no estudié, aprendí. Trascendí por las canciones, pero lo mío pasa por varios lugares. No soy un gran guitarrista, ni gran cantante, ni gran compositor, pero siempre tuve ideas y creo que las tengo todavía.”
¿Quién es José Retik?
–Platense, admirador mío y psicólogo. Sabe más de Los Twist que yo. Un día me vino a hacer una nota para la revista del Colegio de Psicólogos de La Plata y nos hicimos amigos. Muy buena onda, como no sé manejar, cuando iba a tocar a La Plata me venía a buscar en auto... Mucha charla, mucho mail después. Yo estaba escribiendo un libro sobre drogas, que había nacido de un cuadro sinóptico que hice cuando dirigía Fraude, en el que mezclaba humoradas con cosas serias. Se lo comenté a Retik y me propuso hacerlo, pero en profundidad. El es fanático de Thomas Szasz, el capo de la antipsiquiatría, profesor emérito de la Universidad de Siracusa, Estados Unidos, que murió hace poco. Szasz está en contra de la medicación para la curación, en contra de la internación forzada en los neuropsiquiátricos y de obligar a alguien drogarse para dejar de drogarse. Exactamente lo contrario a lo que hicieron con Charly. Bueno, te decía, ese libro que nunca salió fue el germen de estas Conversaciones.
El “caso Charly García” volverá una y otra vez. Es que durante todo el proceso que sacó al músico de su bunker atómico de Coronel Díaz y Santa Fe a la quinta de Palito Ortega en Luján, disposición judicial mediante, Pipo Cipolatti fue sindicado –él, y otros– como un peligro mayor para la marcha del tratamiento, como un estigma del pasado, el exceso, la locura y el infierno. “No es tristeza lo que siento, es impotencia. Hice lo que pude. Después muchos dijeron lo que yo dije al principio. Pero ya era tarde.”
¿Por qué?
–Ninguna internación forzada es saludable. Con ocho pastillas por día no podés curar a un adicto. Le metieron una droga muy potente llamada halopidol, que es un neuroléptico que te hincha y te deja zombie y babeante. Yo llamaba y preguntaba por él y el director de la clínica me decía que no jodiera más. “Está muy tranquilo”, me decía. ¡Y claro, cómo no iba a estar tranquilo si lo mantenían supersedado! La etapa de Palito fue diferente, pero el daño ya estaba hecho. Y es irreversible.
La hipótesis es que si seguía con su vida anterior iba derecho a la muerte...
–También podés chocar en la ruta... Este no es Charly, Charly es el tipo que yo conocí, que escribía diez canciones por noche, que movía las manos por el piano como un colibrí... Estos medicamentos inhiben la actividad neuronal, le fueron matando la memoria afectiva y la creativa. Hablábamos mucho con Charly, eran charlas muy profundas. Sabía perfectamente qué le pasaba. En la época de Cerebrus estaba enojado. Le han robado muchísimo.
La época de Cerebrus nace a partir de un intento –uno más– de hacer resurgir la mística de Titanes en el ring. Paulina, la hija de Martín Karadagian, le pidió a Cipolatti que inventara nuevos personajes y que compusiera las músicas. Cuando comentó la propuesta, Charly quedó encantado con la idea y la dupla entró en un estado de gracia compositiva en pleno maremoto Say no more. Además del “Dr. Cerebrus”, escribieron entre otras “Mr. Moto”, “Machuca la hiena”, “Tarántulo”, “Mr. Bosta”, “El Senador”, “El Hacker” y el increíble y trunco “Eolo”, proyecto que, dice Pipo, “paradójicamente se lo llevó el viento”. “Tenía la música de ‘Blowin’ in the Wind’ y el estribillo decía: Eolo, my friend, is blowing in the ring. Muchos temas fueron tocados en vivo, y hay un disco que alguien se afanó y que apareció en Parque Rivadavia.”
La relación con Charly también está cumpliendo treinta años. Fue Charly el que advirtió el potencial de las canciones de Pipo Cipolatti y Daniel Melingo y de la voz, belleza y sensualidad escénica de Fabiana Cantilo. Resulta curioso: cuando García ya había patentado con su demasiado ego de siempre la certera frase “mientras miro las nuevas olas yo ya soy parte del mar” en la que se proclamaba más allá –más arriba– del nuevo rock argentino salido de los sótanos, y se disponía a dejar a todos rendidos a sus pies a través de la rotunda modernidad de Clics modernos, apostaba por un grupo que musical y estéticamente remitía a El Club del Clan. Fue él quien vislumbró y produjo La dicha en movimiento en apenas tres días con sus noches. Pero hubo una previa.
“Con Melingo nos conocimos a principios del ’82 –desanda Cipolatti–. Yo tenía algunas canciones, como ‘Pensé que se trataba de cieguitos’ y ‘El primero te lo regalan, el segundo te lo venden’. El también tenía varios temas y me propuso hacer una banda. ‘25 estrellas de oro’ la escribimos en un bar de San Telmo: cada uno tiraba una frase. Empezaba: ‘Desde la cancha de Atlanta hasta la Dársena sur’. No pegaba con nada, después lo enderezamos y salió lo de ‘desde la cancha de Boca hasta el Luna Park’. Empezamos a recorrer bares y actuábamos los dos solos en los intermedios de los shows de Fontova Trío, donde Dani tocaba como invitado. Primero nos llamamos Los Sea Monkeys, después Freak and Rola. Incluso salimos a pintar algunos graffiti. El ya estaba con Los Abuelos de la Nada, pero tenía ganas de tocar la guitarra. Hicimos unas presentaciones en el Mágico Parque Genovés, que quedaba en la Ciudad Deportiva de la Boca, y debutamos junto a Sumo en el Einstein.” Cipolatti era Pipo Látex y supo utilizar sus rudimentos de escuela técnica para resolver parte de la instalación eléctrica y la pintura del café regenteado por Omar Chabán y Helmut Sigger antes de su inauguración. Ahí compartió la trastienda con bandas como Los Violadores y Soda Stereo, pero la mayor cantidad de shows compartidos era con Sumo. Durante meses sobresalió una invitación en el primer piso de Córdoba 2547: “Cene, baile y diviértase en el Einstein con Sumo y Los Twist”.
Fue un momento rutilante y de intersección de caminos: el post Malvinas y la caída del régimen militar provocaron un choque estético entre el viejo ghetto setentista y lo moderno. Asimilando cada una de las tendencias del rock del Primer mundo –el punk, la new wave, el reggae, el ska, el dark–, el rock argentino se desentumecía y aprendía a bailar. Algunos pioneros se reformularon: Miguel Abuelo con la segunda etapa de su banda, Miguel Cantilo con Punch, Raúl Porchetto con lo que después sería G.I.T., Pappo con Riff. Convivían, con tensiones, en una escena donde se destacaban Virus, Soda Stereo, Sumo, los Redonditos. Los Twist se ubicaron en un limbo ideológico: peronistas, con guiños tangueros, retros y modernos a la vez. “El concepto era mío, la música de Daniel. Le pusimos Los Twist por el ritmo y también porque quiere decir retorcido.”
Desde París, Daniel Melingo tira mails y aporta datos del kilómetro cero: “A Pipo lo conocí en San Telmo, exactamente en Lo de Pirilo, una pizzería de parado para taxistas, en Defensa e Independencia, que sigue existiendo. Pipo entró en dúo con Gerardo D’Ambrosi, que lo acompañaba en guitarra. El ingreso fue como si fuera un western, a través de una puerta vaivén. Había una barra en la esquina muy pesada, que entró detrás de ellos con cara de pocos amigos. Pipo se puso a cantar, y la muchachada empezó a entusiasmarse y a mover los pies. Era ‘Pensé que se trataba de cieguitos’. Para alivio y sorpresa de todos hubo final feliz: la barra acalorada nos perdonó la vida y se retiró. Nos presentamos, y yo le conté que tenía un proyecto con Fabiana Cantilo y El Gonzo que se llamaba Chacarita Twist. El resto es historia.”
¿En qué andabas vos musicalmente?
–Me sentía muy inspirado. Tenía un manojo de temas míos, como “Cleopatra”, “Hulla Hulla”, “Ritmo colocado”, que había escrito para el grupo femenino de Vivi Tellas con Fabi, Isabel de Sebastián y la querida Diana Nylon. Pipo tenía las suyas, y no paramos. Escribíamos con alegría y desenfado. Corrían años muy duros y sórdidos. Era el final de la dictadura militar, todavía existían muchas prohibiciones. Habían exterminado casi todo menos la alegría de escribir canciones...
¿Qué importancia le das a La dicha en movimiento?
–Mucha. Fue un disco bisagra en el rock nacional. Hay un antes y un después en todo sentido. Para mí fue un gran juego de estilo. Lo recuerdo con cariño y también nostalgia. En aquel tiempo había mucho por descubrir y experimentar. Recuerdo durante la grabación las caras de asombro de músicos como Luis Alberto Spinetta, David Lebon, Rinaldo Rafanelli, Pedro Aznar, que pasaron por el Estudio Panda invitados por nuestro productor artístico, Charly García.
Cipolatti y Melingo habían grabado un demo, El twist uruguayo, que a Daniel Grinbank –que manejaba DG discos– no lo convenció. Mientras la mayoría de los integrantes del grupo orbitaba en otros proyectos artísticos y Los Twist parecían congelados en una impasse que tendía a perpetuarse, los llamó Charly. Los había visto en una de las noches del Einstein y disponía horas de estudio sobrantes y un pedazo de cinta con multitracks de Seru Giran, banda que acababa de diluirse. “Charly fue al grano –cuenta Cipolatti–. ‘Quiero el tanto por ciento para mí, y otro tanto para ustedes. El viernes entran a grabar’. No entendíamos nada. Casi sin ensayos, fuimos. Grabamos en vivo, todos juntos, un día entero. El día siguiente metimos unas voces, unos coros, unos solos, y el tercero Charly mezcló todo. Salió el 17 de octubre de 1983, todavía era dictadura.”
“En tres días hicimos todo –relató García–. Les pedí que tocaran todo el repertorio de corrido, un tema atrás del otro. Una vez que terminaron les dije ‘váyanse’. Ahí lo mezclé, llamé a los que hacían falta. Yo puse un tecladito, alguna viola. Fabi cantó divina. Les censuré un par de cosas: en el último tema metían algo de chilenos, judíos. Eran medio heavies, por eso los saqué” (de Corazones en llamas, de Cynthia Lejbowicz y Laura Ramos).
El título lo sacaron de un Manual de Toxicomanía de la Policía Federal que tenía el padre de Cipolatti en su casa. Decía: Cocaína: Raviol. La dicha en movimiento. La tapa original iba a ser la imagen de un asalto, aquellas fiestas que se hacían en los patios de las casas de la década del ’70. Era una foto que había tomado Mariano Galperín, pero poco antes de salir el disco murió una de las chicas que aparecían en la foto y decidieron cambiarla. La resolvió de apuro el artista plástico Rubén Vázquez, alias Nebur, tomando como punto de partida la promoción de Pepsi de un supermercado. Aún débil y en retirada, la censura objetó la difusión de gran parte de las canciones. “Jugando hulla hulla” porque decía huevos; ‘25 estrellas de oro’ porque decía al pedo.” El corte de difusión fue la inofensiva “Cleopatra, la reina del twist”. “Empezó la democracia, pero quedó como una inercia paranoide de censura y represión. Sólo Lalo Mir se animó a poner ‘Pensé que se trataba de cieguitos’ en su programa 9 PM.”
Rock and roll, twist, algo de funk, algo de reggae y ska, compases enteros tomados del clásico cubano “El manisero”, una frescura general irresistible y letras con apelaciones sutiles y no tanto al mundo de las drogas, definieron el cóctel oportuno para ese instante del pop nacional.
La dicha en movimiento vendió 120.000 copias, las canciones se adhirieron al tarareo popular y por causas propias y ajenas la banda nunca pudo repetir el suceso. “Fabi conoció a Fito y me dijo que se iba de la banda porque se había hecho comunista; Dani Melingo se comió un sandwich de Robert Smith, se volvió gótico y se fue a Europa a hacer Lions in Love; Grinbank le vendió su catálogo a Pelo Aprile y Pelo decidió que grabáramos en seguida el segundo disco. Estábamos a punto de ir a la conquista de América como Zas y Los Enanitos Verdes... pero no. Fue un conglomerado de cosas. Además, en ese momento Charly era el gran Najdorf del rock: movía las piezas de un modo magistral... Se llevó a Fabi, a Melingo, a Gonzo. Después hicimos La máquina del tiempo, que para mí es un discazo, pero es cierto que La dicha... eran todos hits.”
Hilda Lizarazu, que andaba sacando fotos para Humor, El Porteño y Cerdos & Peces, ocupó el lugar de Fabiana Cantilo. “Primero estábamos con Juana Molina: estrenamos nuestras voces al unísono nada más ni nada menos que en el Estadio Obras, en el ’84 –recuerda Hilda–. Las dos éramos tímidas e intrépidas a la vez, pero aceptamos el reto de acompañar a Los Twist porque nos gustaba lo que proponían a nivel musical y teatral. Eramos amigas con Juana, nos reíamos mucho. No sé por qué se fue del grupo en ese momento; tampoco sé por qué yo me quedé... Nunca sentí que reemplazaba a Fabi. Yo disfrutaba de este nuevo oficio de cantante, no sentía ninguna presión externa, no me hacía ni medio rollo. Dejé de laburar como fotógrafa porque tenía más trabajo con Los Twist... ¡Nunca imaginé que los músicos cobraban por tocar! Para mí salir a cantar en un escenario era una fiesta.”
Con “El twist de Luis” o “El estudiante”, que ilustra puntualmente cada uno de los noticieros argentinos de cada 21 de setiembre, Cipolatti se arrimó a cierto fulgor pasado. Fue recién en los ’90, con La TV ataca, de Mario Pergolini, Juan Di Natale y Paki Galé, y luego en Hacelo por mí, que logró sintonizar nuevamente su tiempo, tal vez incluso algo adelantado. Fue una ráfaga brillante, con personajes que integran la aristocracia del mejor humor absurdo argentino: Los Hermanos Monseñor, El Enano Garrison, el Payaso Almíbar.
Da una receta de muslitos de codorniz con salsa de arándanos y guarnición de cous cous a la crema de gírgolas, mira el reloj y dice que tiene que ir a su casa, a cuidar a los gemelos. “Desde que nacieron –la voz neutraliza su brillo, pasa de mate a oscura– tengo que combinar bohemia con responsabilidad.” Reflexiona sobre escuelas públicas y privadas y dice que San Cristóbal no es un buen barrio para criar chicos: “Mucho chorrito, mucha falopa”. Los gemelos están a punto de cumplir 11 años y ya pasaron por una lista sábana de psicólogos: hoy Pipo Cipolatti dice que ya basta y que los ve bien, que no sabe exactamente qué es un niño normal. “No tengo mucha comunicación con ellos. Les hablo y me dicen cosas de Messi o de que tienen miedo de ir al baño por un fantasma que vieron por Internet.”
El drama de la vida de Pipo quizás habite en la tragedia del 2004, cuando su ya entonces ex mujer y madre de los gemelos se tiró por la ventana y murió. O en la etapa inmediatamente posterior, cuando ponía su cabeza en la guillotina del ciclo de Mauro Viale o en el de Chiche Gelblung. Cipolatti describe ese período como “una mierda”. “Iba a lo de Viale porque necesitaba dinero para mantener a mis hijos. Duró hasta que se tiró Pradón, o hasta el Caso Rímolo o hasta el nuevo travesti que estaba en lista de espera, no sé.”
Recalculando: la ironía desaparece e incluso sus comentarios xenófobos alrededor del barrio quedan como una mueca de un Pipo Cipolatti que da lo que la gente espera de él. Parece, por momentos, atrapado por ese personaje de Peter Pan de kermesse. La dicha se detuvo quién sabe cuándo. Trata de retomar las riendas de su discurso. “Desde el 30 de marzo del 2012, exactamente por los 30 años de la fundación de Los Twist, actúo como Pipo Cipolatti y el grupo que alguna vez se denominó Los Twist.” Mavi Díaz es la voz femenina principal y piensa arrasar estos carnavales.
Orate, genio, crítico mordaz o tonto. El enigma Pipo vuelve sobre sus pasos:
–A mí me pasó de todo. A mí me expulsaron del rock... ¡Y yo quiero rendir libre, ja! Nunca se me perdonó que voy al frente, que no engaño, que digo lo que pienso, que detesto la corrección política. Me hicieron fama de inmanejable... y la única vez que llegué tarde a un laburo fue a Rompeportones porque se grababa a las 10 de la mañana... Pero ¿sabés lo que me dio más bronca, lo que en mi vida fue una gran cagada? Es que mi viejo no llegó a conocer a mis hijos por dos semanas. Más que mis hijos, para mí los gemelos son los nietos de mi papá. Murió de un cáncer. Era un tipo muy rígido, moralista, con muchos valores. Era policía y anti policía. Yo soy hijo único, y no pude salvarlo. La primera y única vez que le pude decir te quiero fue dos horas antes de que muriera. ¿Sabés qué me respondió?
¿Qué?
–Nada. Le dije te quiero y se le cayó una lágrima. Te cuento esto y entro en un Parque Chas mental. Qué absurdo, ¿no?
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