FENóMENOS > HATSUNE MIKU, LA NUEVA ESTRELLA DEL POP JAPONéS
Canta, baila y anda por el mundo llenando estadios. Sus canciones las componen los propios fans. Algunos filman citas imaginarias con ella. Protagoniza una serie, vende productos, está en la Playstation y ya se perdió la cuenta de los millones de veces que alguien hizo click en alguno de sus 100.000 videoclips en Internet. Pero la mayor particularidad es que no existe... o no exactamente. Esta es Hatsune Miku, la inmensa estrella virtual del pop japonés.
› Por Julián Varsavsky
Hatsune Miku llegó al mundo a través de un post el 31 de agosto de 2007. Nació de 16 años en Japón con 1,58 cyber-metro de altura, 42 cyber-kilos de peso y dos colas azul marino largas hasta los tobillos. Miku es una niña angelical con delicadeza de sílfide, cinturita de avispa y unos ojos cinco veces más grandes que su ínfima boca. Su vocecita dulce y cibernética parece cantar desde otro planeta y con ella ha llenado estadios en Japón, Singapur y Estados Unidos, vende millones de DVD y es uno de los booms más arrasadores de la historia de Internet. Pero hay un pequeño detalle: ella no existe.
Hatsune Miku –“primer sonido del futuro” en japonés– es un holograma 3D, un efímero ángel futurista por cuyas venas digitales corren ceros y unos.
Desde que Julio Verne publicó De la Tierra a la Luna, en 1865, hasta que el hombre pisó el satélite blanco, pasaron 104 años. Pero el tiempo desde la publicación de Idoru, por William Gibson, en 1996, hasta la irrupción de Hatsune Miku fue de once años. En esa novela, el inventor del término “ciberespacio” cuenta la historia de Rei Toei, una estrella pop virtual idolatrada por millones –una idoru en japonés–, de quien se enamora un cantante de carne y hueso llamado Rez, que se propone casarse con ella.
Un dibujante de manga llamado Kei vendría a ser el padre de la niña, que no es por cierto la primera estrella pop virtual del ciberespacio, aunque sí la más exitosa. Pero el ADN digital de la incorpórea Miku es mucho más complejo, porque fue naciendo por partes. La idea de concebirla surgió en las oficinas de Crypton Future Media, una empresa con base en la ciudad de Saporo. Primero crearon la voz a partir de grabaciones hechas a la actriz Fujita Saki, sometidas a un proceso de síntesis digital utilizando el programa Vocaloid II de la firma Yamaha, con la cual hicieron un convenio para comercializar personajes “vocaloides” como Hatsune Miku. Tiempo después, un nuevo programa estaba listo para que los usuarios ingresaran melodías y letras de canciones que Miku cantaría.
A esa voz le faltaba un cuerpo, que en un principio sólo estaría impreso en la caja del programa. Para eso fue contratado Kei, quien le dio la forma de una colegiala con faldita al límite, medias por sobre las rodillas y un busto prominente que no termina de encajar en esa adolescente de delgadez extrema y frescura infantil congelada para siempre en sus 16 años.
Crypton lanzó al mercado en 2007 el programa con el banco de voces de Hatsune Miku y el éxito fue absoluto. Aunque nuestra idoru no estaba completa todavía: tenía un cuerpo estático y una voz, pero le faltaba bailar. Lo raro es que el encargado de darle “vida” fue Yu Higuchi, un fan que hizo en su casa –por puro gusto– el programa Miku Miku Dance y lo arrojó al ciberespacio de manera gratuita.
¿Al ser animada Miku obtuvo un alma? ¿Un ánima? Para algunos pareciera que sí, pero lo (hiper)real es que la diva baila con la plasticidad de las mejores del género y con una sensualidad que paraliza de asombro a todo aquel que deletrea su nombre en YouTube y la ve aparecer como un fantasma atravesando el suelo de un escenario real para cantar “El mundo es mío” ante 25.000 personas en éxtasis cibernético.
Con furor global, miles de fans por día comenzaron a componerle canciones para que ella cante y baile sin parar. Esa música tuvo un efecto viral en YouTube y en su equivalente japonés Nico Nico Dogua, expandiéndose de manera inédita sin ninguna corporación musical detrás. Crypton creó entonces el sitio www.piapro.jp donde los fans intercambian canciones y videos que modifican entre todos.
Según sus creadores, la princesa del J-Pop (nombre del peculiar pop japonés) es un instrumento como una guitarra o un teclado. Crypton toma de la web las mejores composiciones, las retoca y las vende en formato CD, DVD y Blue Ray. En última instancia, Hatsune Miku es la voz de sus fans.
El primer disco de la lolita azul, Vocalogenesis, llegó a la cima del chart japonés Oricon el 31 de mayo de 2010, convirtiéndose en el primer vocaloide en alcanzar ese lugar (también canta en chino, coreano, inglés y español).
Su debut en vivo ya había sucedido casi un año antes, el 22 de agosto de 2009, en el Animelo Summer Live de Japón, para el que se usó una pantalla invisible proyectando a la cantante sobre el escenario acompañada por músicos reales. Los espectadores gritaban y hasta lloraban con los brazos estirados hacia ella. Pero como todo el mundo sabe, las estrellas pop no se dejan tocar. En ese concierto, su vestuario incluyó un vestido amarillo con portaligas, tan corto que al darse vuelta se le veía una tanga.
El fanatismo, en Japón, es cosa seria. Y uno que vio la veta cyber-política del fenómeno fue Kenzo Fujisue, un candidato a diputado que quiso tener a la atractiva Miku a su lado durante la campaña para atraer el voto juvenil. Pero Crypton no quiso mezclar los tantos –o no ir tan rápido– y solamente negoció la voz para el jingle de campaña, negándole al político el fatigado cuerpo de Miku.
La esperaban lanzamientos todavía más extraordinarios: del ciberespacio Miku voló directo al espacio exterior. Sumio Morioka fue el fan que tuvo esa idea lunática y no paró hasta concretarla: mandar a Miku a la órbita de Venus en un cohete espacial. El muchacho inició con ese fin una campaña de recolección de firmas –por Internet, naturalmente– y para enero de 2010 ya tenía 14.000, que fueron recibidas por el doctor Seiichi Sakamoto, de la Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón. Y el el 21 de mayo de 2010 a las 6.58.22 la nave exploratoria Akatsuki partió hacia Venus con tres pequeños platos de aluminio en el fuselaje tallados con imágenes de Hatsune Miku.
El fenómeno avanza en la web con la potencia de un tsunami virtual que nadie puede parar y cuyo desarrollo ningún escritor de ciencia ficción se atrevería predecir. En su momento William Gibson twiteó: “Hatsune Miku no me emociona, quiero más resolución y menos animé”. Pero a los pocos días lo pensó mejor y mandó un segundo mensaje: “Es un fenómeno más complejo de lo que inicialmente asumí. Requiere más estudio”. El hecho es que Miku se cuela por cada resquicio del consumismo frenético de la sociedad japonesa gracias a su estética kawaii, un concepto de belleza que, si no se lo tiene en cuenta para analizar el fenómeno Miku, uno podría pensar que los japoneses están locos.
La palabra kawaii no tiene una traducción exacta, pero es un adjetivo referido a cosas y personas que irradian ternura, belleza encantadora y dulzura. Esto incluye peluches, dibujitos animados como My Little Pony, la gatita Hello Kitty –el summum de la cultura kawaii–, los bebés, las niñas y las adolescentes. En Japón es imposible salir a la calle sin ser bombardeado por estas imágenes que están en casi todas las publicidades, en los ositos que cuelgan de la mochila de las chicas, en llaveros, camisas, medias, corbatas y hasta ropa interior.
En los aeropuertos se ven aviones con el fuselaje decorado de Pokemones y Hello Kitties gigantes. Toda prefectura japonesa tiene su mascota estilo kawaii, así como algunas fuerzas policiales y las grandes empresas. Estos dibujitos que a nuestros ojos pueden parecer infantiloides, aparecen hasta en el papel higiénico.
Parte de la moda kawaii es también el fenómeno de las lolitas que se ven por millares en las calles de Japón. Estas adolescentes visten como muñecas de porcelana y tienen modales y vocecita de niñas. A las lolitas no se les otorga en teoría el sentido sexual que tendrían en Occidente y están institucionalizadas a tal punto en la cultura popular japonesa que el ministro de Asuntos Exteriores designó a tres lolitas como embajadoras kawaii ante el mundo para promover esa moda. Hatsune Miku no es otra cosa que una lolita japonesa que encierra en su cuerpo virtual –un avatar de pura luz– la quintaesencia de lo kawaii.
Una serie de animé es protagonizada por la etérea Miku y en otra aporta sólo la música. Su imagen se ve por la calle en la carrocería de los autos Itasha –decorados con personajes de manga y animé–, una moda de los otakus, esos fanáticos de las historietas y los dibujos animados que llevan una vida asocial encerrados entre jueguitos electrónicos e hiperconectados a Internet. Algunos de ellos –a juzgar por las declaraciones que suben a YouTube–, están perdidamente enamorados de Hatsune Miku (uno se filmó a sí mismo en una cita “cara a cara” con ella que habría tenido lugar en una plaza). Otros simplemente le mandan felicidades para su cumpleaños al Facebook oficial, mientras Crypton aprovecha esos aniversarios para editar nuevos compilados en CD.
El fenómeno Miku entra y sale de la pantalla con un feedback increíble. En los masivos eventos de cosplayers –los disfrazados de personajes de manga y animé–, la niña azul es el personaje femenino más popular del momento. Allí se ven centenares de chicas con larguísimas colas azules hablando, cantando y bailando igual que ella, algunas con los ojos operados para tenerlos grandes como su ídola y ser casi su clon, algo así como muñecas vivientes con una vida paralela.
Un caso de ida y vuelta entre los mundos analógico y digital alrededor de Hatsune Miku es el del instrumento ano-gakki, parecido a esos teclados que se cuelgan del cuello como una guitarra, pero que en lugar de teclas tiene una pantalla táctil. El instrumento fue dibujado por un fan que bajó de Internet una canción compuesta por otro e hizo un videoclip. Un tercer fan –ingeniero electrónico– vio el clip y trasladó la idea a nuestro mundo tangible construyendo el instrumento de verdad. Y ahora existe una aplicación para convertir un smartphone en un ano-gakki.
La empresa Sega compró la licencia para usar a una Miku ya todoterreno en un juego de Playstation llamado Project Diva (Nintendo también tiene el suyo). Toyota contrató a la teen azulada para conducir su auto Corolla en varias publicidades y Google hizo lo mismo para posicionar el buscador Chrome.
Google arroja 34 millones de resultados al tipear “Hatsune Miku” y entre los videos que aparecen hay robóticas versiones de “No llores por mí, Argentina” y hits de Los Beatles. También la han convertido en actriz porno.
Si la diva japonesa sigue fluyendo omnipresente hacia nuestro mundo físico, tarde o temprano se le ocurrirá presentarse a elecciones (inquieta pensar cuántos votos cosecharía).
¿Cuál es el futuro de Hatsune Miku? La respuesta es de profunda índole filosófica. En el hit que hizo famosa a la gran estrella pop de los ’80, Madonna cantaba: “Vivimos en un mundo material y yo soy una chica material”. Hatsune Miku es todo lo contrario. Ella es un ser inmaterial con efecto de tridimensión que habita en ese lugar al que los humanos no podemos entrar: el ciberespacio.
El filósofo francés Paul Virilio, al observar la nueva modernidad en la que cada vez más cosas ocurren en la virtualidad de la web, habla de un mundo en proceso de desmaterialización. Vivimos un tiempo en el que Google trabaja con la NASA en un programa de viaje virtual a Marte y en el que cada calle de toda ciudad del mundo está digitalizada en Google Earth. Hoy las tecnologías hiperrealistas pueden a veces confundirnos a la hora de discernir qué es real y qué virtual, dos espacios opuestos que cada vez se parecen más y tienden a fusionarse. En este contexto, no es extraño que aparezca Hatsune Miku.
¿Existe ella realmente? ¿Lo virtual es también real? Y siguen las preguntas sin respuesta: ¿Hasta donde llegará el fenómeno? Pero la duda más terrible para sus fans es: ¿cuál será el final de la gran estrella pop japonesa del siglo XXI? Mal que les pese, su idoru es apenas la primera en tener éxito de masas, la precursora. Y más temprano que tarde llegará otra artista virtual más sensual, talentosa y –por sobre todo– más real. Tan real que la podríamos llegar a tener sentada al lado sin siquiera sospechar que es un robot o un holograma, del que perfectamente nos podríamos enamorar. Miku será recordada entonces con nostalgia, como el icono de un tiempo ido en el que la gente todavía podía discernir qué cosa era virtual y qué otra real.
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