VISITAS > ELTON JOHN TOCA EN VéLEZ, EN UNO DE SUS MEJORES MOMENTOS
Elton John fue muchos –revelación y prodigio, apadrinado por John Lennon, creador de hits serial, diva, cocainómano, déspota, baladista meloso, celebridad, infiel notorio, padre abnegado, esposo feliz– y ahora llega a Buenos Aires convertido en lo que parece ser la suma de sus mejores partes: en plena búsqueda de su segundo hijo junto a su pareja, David Furnish, y con un disco junto al gran T-Bone Burnett que promete ser lo mejor en mucho tiempo, el hombre del single más vendido de la historia viene a tocar sus innumerables grandes éxitos y, con suerte, presente algo nuevo.
› Por Sergio Marchi
No fue algo hecho adrede, pero Elton John parece haber completado un círculo en su vida y en su arte. Alguna vez le puso música a una letra de Tim Rice, “Círculo de la vida”, uno de los tantos engendros que sonorizaron al film El Rey León, pero nada tiene que ver con esto. Es como si alguien hubiese escrito una partitura prolija y redonda que Elton ejecuta sin saberlo como por designio.
Primero, los datos fríos. Al tiempo que llega a Buenos Aires para tocar el 2 de marzo en Vélez, en el marco de una enésima gira de “Grandes éxitos” (que los tiene y a montones), Elton John dejó finalmente en proceso de fabricación un álbum nuevo que ya cambió de nombre dos veces. Al comienzo iba a llamarse The Diving Board y ahora será editado en el mes de mayo bajo el título Voyeur. En el medio, Elton John hizo algo a lo que no está acostumbrado: tomarse su tiempo para evaluar las cosas. Una vez que Elton hace un disco, ya está; no hay tiempo para reflexionar porque hay otra gira de por medio, otra celebridad a la que socorrer, otra causa benéfica que requiere su atención o algún mall que lo atrae como un imán al hierro (dejó todos sus malos hábitos, salvo el de comprar compulsivamente).
Entre The Diving Board y Voyeur transcurrieron casi dos años; mucho tiempo para alguien tan ansioso como Elton, que además aseguró que este disco era de lo mejor que había hecho en mucho tiempo. La gestación de este nuevo álbum comenzó en el 2010, cuando Elton trabajó con el productor T-Bone Burnett en un disco en conjunto con Leon Russell titulado The Union. Más allá de la satisfacción de haber podido ayudar con altura a uno de sus ídolos (de acuerdo con Russell, estaba “tocando en baños”), Elton se encontró con algo más: un coequiper en la figura de T-Bone Burnett. “No voy a grabar con ningún otro productor”, le dijo. “No hay ningún problema, así será”, contestó entre risas Burnett. Elton ya le había puesto el ojo para su próximo disco y de esa manera comenzaron las primeras tomas de grabación en el 2011.
Como siempre, Elton iba y venía; renovaba y perdía la fe en el proyecto, no quería avanzar hasta ver las letras de Bernie Taupin que, como siempre ha sido, alcanzaron la altura de sus expectativas. T-Bone Burnett le propuso volver a las raíces, pero ese plan estaba trillado: Elton John retomó el contacto y la calidad de sus primeros proyectos con sus últimos tres álbumes de estudio, una saga que inició con Songs From The West Coast (2001), continuó con Peachtree Road (2004) y concluyó con The Captain & The Kid en 2006, un disco que le dio continuidad al último de sus grandes discos de los ’70: Captain Fantastic & the Brown Dirt Cowboy. Luego vino el proyecto con Leon Russell, que constituyó a la vez que una bisagra, una continuidad muy bienvenida en una carrera que supo de espasmos y convulsiones.
Pero en esta ocasión, T-Bone le propuso a Elton ir más allá de esas primarias raíces examinadas en aquellos discos. Hay unas quinientas personas que tienen en claro el momento en que Elton John se convirtió en una superestrella, porque aconteció delante de sus propios ojos en The Troubadour, un renombrado club de Los Angeles cuyo titular, Doug Weston, elegía con ojo clínico a los artistas que harían una residencia; no existía para él la idea de un show único sino el concepto de crear un ambiente durante una serie de shows que podía ir de tres a cinco fechas. La serie de Elton comenzó el 25 de agosto de 1970. ¿Quién estaba allí? T-Bone Burnett que, como los demás, presenció algo nunca visto en aquel tiempo: un baladista muy especial que toca el piano acompañado por un bajista y un baterista, pero que además puede rockear como Little Richard. En tiempos en que Joni Mitchell y James Taylor marcaban el standard de lo que debía ser la música, Elton John parecía encajar a la perfección, y a la vez ampliar el menú.
Para este nuevo disco, la idea de T-Bone fue que Elton volviese a ese formato de trío: un bajo y una batería. Lo demás lo tenía que hacer él. Burnett arrojó una carta al lienzo: “Tengo un baterista que te hace todo y no necesitás nada más: melodía, tono y groove. Es Jay Ballerose”. Elton lo conocía porque lo habían utilizado en The Union y lo aprobó de inmediato. “Entonces, yo voy a elegir al bajista”, contraofertó el británico. Era un trato justo. El elegido fue Raphael Saadiq, un músico con una carrera propia a quien Elton admira. Tanto entusiasmo fue reducido en apenas dos días de grabación. “Fue como una catarata. Sin dudas el disco que hice más rápido, y también el más excitante.” El álbum estuvo listo antes que Elton pudiera disfrutarlo, pero no se podía editar tan inmediatamente después de The Union. Había que esperar un poco. Algo que a Elton nunca le gustó.
Pero ese tiempo le hizo bien porque tuvo tiempo de escuchar su nueva obra y reflexionar sobre ella, al tiempo que se preparaba para ser padre por segunda vez. Y encontró en un grupo de canciones una suerte de hilo argumental, y le pidió a Bernie Taupin que escribiese más letras con esa idea en la mente, lo que derivó en más canciones. Como la agenda de Elton siempre es muy complicada, las nuevas grabaciones no pudieron realizarse hasta comienzos de 2013, y es por eso que Voyeur recién verá la luz en mayo. De acuerdo con T-Bone Burnett, “el disco era demasiado feliz, necesitaba algún toque que lo equilibrara, y eso lo logramos con las nuevas canciones”.
Hoy Elton John vive en varias realidades paralelas que son las que conforman un todo que lo exime de explicación alguna. Sin embargo, hay muchos que han olvidado o que nunca supieron que fue la gran superestrella de rock de la primera mitad de los ’70. Se habla mucho de David Bowie, de Marc Bolan, de Lou Reed y hasta de Iggy Pop, pero el reconocimiento popular más masivo lo tuvo Elton John, desde aquel artículo que el periodista Robert Hilburn publicara en Los Angeles Times, en el que anunciaba el nacimiento de una supernova rockera: “Su nombre es Elton John, se trata de un británico de 23 años y su show en el Troubadour fue, en todos los sentidos, sensacional”. Fue esa review la que lo consagró en Estados Unidos antes que Inglaterra terminara de despabilarse con respecto a la identidad de ese Dwight Reginald, que había sido el pianista de Bluesology, grupo de acompañamiento del genial Long John Baldry.
Es otro inglés el que le da a Elton la bienvenida al cielo de las estrellas de rock un poco más adelante: John Lennon. El beatle tenía olfato y también le gustaba brindar su apoyo a músicos que él estimaba sin ninguna razón más que una simpatía a primera oída, tan sólo por escucharlos en la radio. Con Elton John tuvo algo más que un gesto: desarrolló una amistad. Por un lado, lo veía como su reemplazante natural y lo trataba como a un ahijado, aconsejándolo sobre cómo sortear las trampas del show business. Cosa curiosa: Elton John se convertiría en el padrino de su hijo Sean y sería el único que podría atravesar las puertas del Dakota, tras el silencio que Lennon se autoimpuso desde 1975 hasta 1980. A lo largo de esa década, Elton John triunfó una y otra vez con hits como “Rocket man”, “Daniel” y “Your song” (que Lennon confesó querer grabar algún día), y también dejó sentada su innegable calidad en discos como Honky Château, Don’t shoot me, I’m only the piano player y Goodbye Yellow Brick Road.
La cocaína, los malos disfraces, cierta impertinencia imperial y el alcohol lo hicieron trastabillar durante 15 años en los que siempre tuvo un hit a mano para renovar su tanque. Fue meloso, bisexual, divo despiadado, gay no asumido, hombre de la casa, marido infiel, gay declarado, reina sin corona y zombie de sí mismo durante un tiempo que tardó demasiado en terminar. “Realmente malgasté esos años –reconoce Elton–; mucha gente moría a mi alrededor mientras yo no podía derrotar mi adicción. Así de mala es la enfermedad. Podría haber usado esos años en luchar contra el sida”. Después de la rehabilitación de rigor para toda estrella excesiva, llegó el desierto creativo que atravesó con el oficio que lo mantuvo a flote en los años desquiciados. Ya en los 2000, recuperó el prestigio artístico con obras que restauraron su buen nombre. Y ahora va por más.
Pero... ¿qué más puede querer un hombre que tiene el tema más vendido de todos los tiempos? “Candle in the wind”, compuesto en memoria de Marilyn Monroe en 1973, fue reconfeccionado prêt-à-porter para la muerte de su amiga Lady Di en 1997 y superó todos los records de ventas. Es el “Thriller” de los simples. Pero a Elton no le alcanza.
Lo dijo claramente en el 2001 en un tema de Songs from the West Coast: “Quiero amor”. Hay artistas a los que les basta con el cariño del público, los mimos de la prensa, la intensidad del entorno y el respeto de sus pares. Bueno, a Elton, no: él quiere amor. Por un lado, el matrimonio civil con su pareja David Furnish fue un gran paso en la dirección de ese amor, que se incrementó cuando planearon tener un hijo. Para ellos, no se trataba simplemente de una adopción sino de algo más complejo, que requería de un vientre de mujer y un óvulo a ser fecundado con espermatozoides de ambos mezclados. Y que el azar decidiera cuál sería el afortunado.
Obviamente eso condujo a que una vez nacido el niño y en tenencia de la feliz pareja, hubiese un escrutinio de la criatura para ver a quién se parecía más. ¿Pero en qué familia no ha pasado eso? La conclusión fue que Zachary Furnish-John se parece más a Elton. Ahora están esperando que crezca el segundo: Elijah Joseph Daniel Furnish-John, nacido de la misma madre que el anterior, a quienes David Furnish y Elton John quieren como una hermana más allá de que ha habido una recompensa material de por medio. “Queremos que los chicos sepan quién es su madre biológica”, aseguraron. “Queríamos un hermano para Zachary –reconoció Elton–, porque para él la vida va a ser difícil, ya que en el colegio le van a preguntar por qué tiene dos papás y no una mamá, y además el peso extra de tener un padre famoso. No queríamos agregarle la carga de ser hijo único.”
Y para que termine de quedar clara la determinación de su búsqueda amorosa, la hizo universal en el libro que escribió el año pasado. Quizás no sea el que todo el mundo podría llegar a querer leer, pero sí uno que ayudará a una causa para la cual creó la Elton John Foundation: la lucha contra el sida. “Cuando mezclás una droga y un trago, te sentís invencible. Yo tuve la suerte de salir HIV negativo de todo eso.” El libro se titula Love is the Cure: On Life, Loss, and the End of AIDS (El amor es la cura: en la vida, la pérdida, y el final del sida). Se editó a mediados de 2012 y en él Elton se apoya en testimonios de amistades como Elizabeth Taylor, en la conmovedora historia de Ryan White, un chico que murió de sida en 1990, y a quien Elton ayudó junto con Michael Jackson, Lady Di y Freddie Mercury. Las recomendaciones de Bill Clinton y Joan Rivers están a la altura y refuerzan el mensaje de amor medicinal que el pianista británico intenta brindar.
“Tenemos que liberarnos de este estigma –escribió Elton–; es la barrera más grande que hay hacia el progreso. Necesitamos detener el odio y la ignorancia. Es muy idealista decir que el amor es la cura..., pero en verdad lo es.”
Pese a lo múltiple de sus ocupaciones, que también incluyen una compañía de representaciones que tiene entre sus artistas a Lily Allen y James Blunt entre otros, Elton John dice que jamás ha disfrutado tanto de su carrera. “Es que ahora tengo una vida –confirma–; ya no me acuesto tan tarde por ir a una fiesta, porque me quiero poder levantar para hacerle el desayuno a mi hijo o ver a mi pareja. Si tuviera que salir a tocar para poder pagar el alquiler o las cuentas, seguramente sería algo que haría con resentimiento. Pero en mi caso es un lujo que me doy, porque cuando me subo al escenario soy un hombre feliz. Ya no tengo la obligación de la estrella de quedarme tomando drogas hasta la madrugada. Mis obligaciones hoy son otras.”
Es ese nuevo tiempo, lejos del apuro, cerca del placer, y no obstante, urgido por la obligación que implica tener dos hijos (aunque puede reclutar un batallón de niñeras), lo que parece darle a este nuevo trabajo de Elton John la posibilidad de no ser hijo de la necesidad, sino del amor que siente por la música, y también de no ser hijo de la velocidad. “Lo que define este disco es que Elton ha tenido tiempo para escuchar lo que ha hecho y trabajar para mejorarlo”, resume su productor T-Bone Burnett.
Y es así como cierra el círculo: amor, hijos, tiempo, ganas, algún capricho satisfecho y ganas de ayudar a los que lo necesitan, se trate de estrellas de rock olvidadas (como lo fue Leon Russell) o de causas humanitarias como un orfanato en Lesotho (“nos regalaron como nueve cochecitos y los vamos a donar”), o bien de guerras no resueltas como la batalla final contra el sida. Aunque en verdad, Elton no cierra el círculo: lo retroalimenta. Y de ese modo lo mantiene en constante movimiento, el que, sabemos, se demuestra andando.
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