CINE
El que se fue a Sevilla
Revolviendo en su archivo de infancia, Ana Katz exhumó un repertorio de divertimentos familiares –el quemado, la papa caliente– y descubrió que de graciosos no tenían nada. De esa revelación surgió el tema de su largometraje debut, El juego de la silla, una comedia negra sobre un hijo que vuelve al hogar después de años, pasa menos de un día con los suyos y descubre que lo único familiar que reconoce es la incomodidad.
Por Mariano Kairuz
Incomodidad. Ésa es la sensación que recorre abrumadoramente El juego de la silla, primer largometraje de Ana Katz (28 años, egresada de la Fundación Universidad del Cine). En el film, que después de múltiples dilaciones se estrena comercialmente el próximo 7 de agosto, hay un hermano mayor que, instalado profesionalmente en Canadá, vuelve al hogar fugazmente después de mucho tiempo de no ver a su madre ni a sus dos hermanas (una de las cuales está interpretada por la propia Katz), ni a su hermano ni a una ex novia que nunca terminó de asumir la separación. Víctor Lujine, el hijo pródigo que no-ha-regresado, permanece en la casa familiar el tiempo que dura la escala de un vuelo de trabajo, y en esas horas escasas, en medio de una recepción imposiblemente pomposa, se descubrirá observando viejas situaciones familiares con una mirada ligeramente extrañada.
Ana Katz acepta la palabra “incomodidad” y va por más. “Vergüenza ajena”, dice. “La vergüenza ajena es para mí un concepto muy importante. En el montaje, lo que intentaba era dejar esos pocos segundos de más que hacen que cualquier situación se vuelva incómoda. Cualquier expresión enfática tiene cierto ritmo si se la corta en el momento adecuado; pero si le dejás dos segundos más se construye otra cosa. Y como se trata de una familia que está montando una escena –porque ellos también están creando un invento: en ningún momento son espontáneos–, yo quería que eso que esta familia construye quedara bien expuesto. Que se les viera la hilacha, por decirlo así.”
Tres sillas
Primero fue un cuento; después hubo un guión para cine y un año de ensayos regulares con un grupo de actores armado a partir de contactos con talleres de teatro. Entre el rodaje de la película y su montaje definitivo, un premio de coproducción que entrega el San Martín permitió que se convirtiera en una puesta teatral. Pero en rigor de verdad, el origen de todo fue una única imagen. “Muy arbitraria, por cierto”, dice Katz: la imagen de una familia jugando el juego de la silla a partir de una mirada sobre el juego infantil como algo un tanto tenebroso. “Ése: el quemado, la papa caliente. Esos juegos siempre me parecieron espantosos. Yo no recuerdo, en los cumpleaños de mi niñez, que eso me haya parecido alguna vez simpático o gracioso. Siempre son momentos de tensión.” Como los que propone El juego de la silla con su mecánica de la exclusión. “No sé muy bien de dónde sale esta idea”, dice Katz, “pero encontré algo a la vez dinámico y muy tenso en eso de que haya siempre un lugar de menos.”
Dos sillas
Cuando se le piden referentes cinematográficos personales, Katz, contra lo que podría esperarse, no acude al repertorio listo-parausar de películas independientes que tematizan la familia: un Todd Solondz, un Mike Leigh, ni siquiera Los excéntricos Tenenbaum, la película de Wes Anderson a la que parece aludir el afiche con que El juego de la silla se promociona desde hace unos meses. En cambio, Katz esboza una selección de elementos absolutamente diversos; no habla de autores sino de algunos títulos (Historia de Tokio de Ozu, Los inútiles de Fellini, El rayo verde de Rohmer, La celebración de Vintenberg) y, por sobre esa selección, de una idea tutelar, una tradición: “Yo quería retomar La novicia rebelde en una versión un poco perversa, patinada. La ilusión que tuvieron ciertas mujeres con esa historia, pero medio fuera de sincro. Eso, más que un referente artístico, era para mí un referente vital. Algo que no hay forma de que te salga: así que ‘yo lo lamento, yo no bailo, yo no canto, a mí me sale así, ésta es La novicia rebelde que puedo hacer yo’. En la película todos hacen un esfuerzo enorme por hacer todo bien:cantar, bailar, jugar. Todos tratan. Me parece muy valorable ese intento de hacer lo que podés. Aunque por ahí sea una cagada”.
Katz dice que sí, que ya le mencionaron a Solondz, por supuesto, y lo entiende. Aunque la versión de la familia que ella presenta en pantalla sea menos monstruosa que la de Felicidad o Storytelling. “Me parecía que lo familiar era un concepto muy cargado de moral, de lo que son las buenas costumbres. Porque ¿qué es una buena familia? ¿Ésa en la que comen todos juntos, o ésa en la que cada uno come en su cuarto? ¿Qué es una buena madre? ¿La que sabe siempre qué están haciendo los hijos? Yo intentaba describir el mundo de la familia desde lo extraño, no desde lo familiar. Lo familiar es lo que todos sabemos; los Benvenuto, la comida, ‘hijo, ¿volvés tarde?’. Es lo que uno sabe de oído. Y a mí lo que me interesaba era que a un tipo, de golpe, todas las escenas supuestamente familiares se le volvieran desconocidas. Es algo que me parece terrorífico.”
Una
Mientras reescribe una y otra vez el guión de una película que alguna vez se llamó El amigo francés (y que involucraba a ex militantes de los ‘70), Katz se prepara para poner en escena, probablemente en Harrods, una obra llamada Esplendor, que trata del “brillo perdido” y protagonizan “tres burguesas que van de shopping y deciden robarse un conjunto de ropa interior; a partir de eso se genera una situación con un cuidador de la tienda, que es como un empleado vitalicio. Es una obra muy política y bastante oscura, y trabaja la idea de la Argentina como un paradigma completamente arrasado. Muestra la fascinación absurda por las tiendas europeas, ese deleite ridículo de disfrazarse de europeos”. Tal vez entonces –si todo le sale bien– se repita lo que le ocurrió con El juego de la silla a lo largo de los dos últimos, largos años. “Me dijeron que la obra la veían cinematográfica y que a la película la veían teatral”, cuenta la directora. “Y me preguntan y yo les digo ‘No sé, puede ser: yo soy las dos cosas’”.