MITOS > LEROY GRANNIS, EL PADRE DE LA FOTOGRAFíA SURFER
Domador de olas, artesano constructor de tablas y, para muchos, el padre de la “surfotografía”, LeRoy Grannis dedicó largos años de su vida a documentar la edad de oro de la cultura surfer en California y Hawai. Arrancó vendiendo retratos de surfistas a un dólar y hasta inventó dispositivos para cámaras subacuáticas dignos de la mente de Jacques Cousteau. Surf Photography of the 1960s and 1970s (Taschen) es un libro que compila buena parte de su obra y a la vez funciona como una auténtica biografía visual de una generación que se propuso revolucionar el milenario deporte de los reyes hawaianos.
› Por Nicolas G. Recoaro
“Puede decirse que estos hombres son casi anfibios. En grupos de 20 o 30, siguen el oleaje sobre troncos planos y ovalados, y usan sus piernas y brazos para guiarlos. Las olas los mueven a una velocidad sobrenatural, y el gran arte es saber deslizarse. Es sólo una diversión, y estos hombres realmente sienten el placer que da este ejercicio”, tatuaba en su diario de viaje en 1779 el teniente James King, mano derecha del mítico capitán Cook, al describir aquellas asombrosas caminatas acuáticas que practicaban los nativos de Hawai. Los originarios llamaban he e’nalu (antecesor del anglosajón surf) a ese milenario deporte que practicaban para demostrar su status y bravura al montar los picos marinos. Casi un siglo después, Mark Twain visitaba las islas del Pacífico y destacaba la pasión que mostraban los hawaianos para defender la práctica del “baño de olas”, después la prohibición impuesta por los misioneros protestantes, que habían llegado a “modernizar” la isla: “Nadie, salvo los nativos, ha conseguido dominar el arte del surfing”. También se cuenta que, por aquellos años, el surf quedó al borde de la muerte y sólo algunos isleños continuaron practicando el ritual en la clandestinidad, en las infinitas olas de la playa de Oahu.
Paradójicamente, durante las primeras décadas del siglo XX, los occidentales que venían de la vecina Costa Oeste estadounidense comenzaron a interesarse en el arte de deslizarse sobre las olas. Entonces, el milenario he e’nalu dejó espacio al surf, los clubes californianos le ganaron la pulseada al linaje hawaiano y la sofisticación en el diseño de las tablas dejó en el olvido los artesanales troncos de madera. Para la década del ’60, el surf se transformó en un deporte de masas y generó una novedosa subcultura (música, películas y modas) que lo puso en el ojo del huracán. Seguramente en esta historia hay pocos personajes que colaboraron más intensamente en forjar la iconografía del surf como el fotógrafo LeRoy Grannis (1917-2010). Bravo domador de olas, artesano constructor de tablas, colaborador de revistas de culto y, para muchos, el padre de la fotografía de surf. Grannis dedicó largos años a documentar la vida en las soleadas playas del Pacífico. Buena parte de su obra fue compilada en el ahora reeditado Surf Photography of the 1960s and 1970s (Taschen), un libro que funciona como una auténtica biografía visual de una generación de tablas tomar, que se propuso revolucionar el milenario deporte de los reyes hawaianos, unos cuantos años antes de que se transformara en un vacío negocio multimillonario.
LeRoy Grannis era el tipo perfecto para la playa porque de hecho había nacido en la playa, o casi. Nació en 1917, a una cuadra de la siempre soleada Hermosa Beach, en California. Listo e inquieto, LeRoy creció junto a su padre –un surfer ocasional y obrero permanente–, y de él heredó la pasión por los picos oceánicos. “Nací a una cuadra del océano, por eso creo que el océano siempre ha sido una parte muy importante en mi vida. Mi viejo trabajaba todo el día en la construcción y recuerdo que cuando yo tenía cinco o seis años, en los veranos él se levantaba y se iba a nadar al mar y yo lo seguía. Por esa época también empecé a practicar bodysurfing”, recuerda Grannis en una entrevista publicada en la Juice Magazine.
Su familia era pobre, la gente del suburbio playero era pobre, todo el país era pobre durante la gran depresión de la década del ’30. Grannis explicaba en la entrevista que durante aquellos años “casi todos estábamos embarcados en el mismo bote. Y mi familia no tenía nada y yo pasaba meses sin tener ni un centavo en el bolsillo. Después tuve un trabajo cortando madera con mi viejo. Ganaba 30 centavos por hora y sentía que era rico. Fue una buena manera de aprender a vivir sin nada”. Incluso sin tabla. Por eso, algo cansado de pedirles el barrenador a sus amigos, cuentan que, a los 14 años, un carpintero amigo de su papá le enseñó a trabajar las milenarias maderas de wiliwili, hau, gava y ulu. “Hice mi primera tabla en 1931. Un carpintero me enseñó a curtir el corte, a hacer surgir la nariz de la tabla. Yo le di una forma de lo que creía era una tabla de surf, la barnicé y me fui a la playa. La cosa se puso jodida, porque la tabla era pesada como una roca de 45 kilos.”
Por esos años, Grannis se cruzó con John “Doc” Ball, un veterano fotógrafo y fundador del Palos Verdes Surfing Club, y éste lo convenció de unirse a un grupo de surfistas hippies avant la lettre que vivían al mejor estilo californiano, pero con presupuesto tercermundista. En forma cooperativa trabajaban diseñando tablas, cosiendo sus trajes y así solventaban sus excursiones a los picos oceánicos de Malibú, San Onofre y la Bahía de Palos Verdes. Y John Ball los inmortalizaba en el celuloide. Cuando le preguntaban a Grannis sobre sus comienzos en la fotografía, no tenía más que palabras de agradecimiento para con el autor del libro California Surfriders (1946), considerado el “Viejo Testamento” de la fotografía de surf, en el cual un jovencísimo LeRoy aparece retratado en acción en una docena de fotos. Si Grannis es el padre de la “surfotografía”, Doc Ball sería algo así como el abuelo. De él aprendió la técnica y la paciencia para capturar la adrenalina cinética del deporte parido en Hawai.
Para la década del ’40, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial borró de un plumazo el incipiente crecimiento del surf californiano, ya que la mayoría de los surfistas tuvo que cambiar, a la fuerza, las tablas por los fusiles. Grannis recuerda: “Habíamos estado surfeando todo el día. Estábamos dando vueltas por ahí, conversando, y escuchamos en la radio que los japoneses habían bombardeado Pearl Harbor. Nos miramos unos a otros y comprendimos que nada iba a ser igual”. En 1943, LeRoy Grannis, ya casado y con una pequeña hija, se enroló en la Fuerza Aérea. Las tablas deberían esperar por mejores olas durante varios años.
La guerra terminó. Ya de vuelta en Hermosa Beach, la nueva batalla para Grannis consistía en conseguir el dinero suficiente para alimentar a sus cuatro hijos. “En mi primera semana de vuelta fui a Malibú. Caminamos un poco con un amigo por la playa y vimos a unos doce tipos surfeando. El lugar estaba en ruinas. Y por ese tiempo empecé a trabajar todo el día en la Pacific Bell Telephone, instalando paneles.” Una larga temporada sabática, con relación al surf, lejos del mar y las playas, que terminó con un ataque de estrés y una úlcera gástrica que casi le cuesta la vida. El consejo de los médicos fue claro: menos cemento y más arena.
Para finales de los ’50, siguiendo las recomendaciones médicas, Grannis regresó al círculo surfero y comenzó a perfeccionar su hobby de sacarles fotos a otros corredores. “No tenía equipos muy decentes. En el ’60 me decidí a armar un cuarto oscuro en el garaje de mi casa y compré una cámara de 35 milímetros hecha en Alemania del Este y unos lentes Meyer de 400 milímetros. Ese fue el comienzo.” Grannis retrataba a los bronceados chicos que domaban los picos de California y después vendía las instantáneas a un dólar. ¿El lugar adecuado y el momento preciso? Algo de eso hay en esta historia. Para principios de los años ’60, quizá por poco tiempo, el sueño americano se había mudado a las playas de la Costa Oeste. La edad de oro del surf. Como explica el periodista Steve Barilotti en el prólogo del libro, “la California de los ‘60 se transformó en el lugar donde un puñado de jóvenes iba a gestar una cultura de masas y revolucionar un deporte”. Porque si en el pasado el surf era un mundo pequeño, en los ’60 se transformó en el mundo donde todos querían estar.
Armado de su cámara desgastada por el salitre, Grannis fue el primero que inmortalizó para las míticas revistas International Surfing y Reef las hazañas de los campeones desde el agua, ayudado por ingeniosos dispositivos subacuáticos, dignos de la mente de Jacques Cousteau. Uno de los hijos de Grannis recuerda: “Ideó una caja cerrada que le permitía cambiar el rollo sin salir del agua. El fue el primero en retratar desde el mar cómo se corrían en el salvaje pico Pipeline, en Hawai. Yo era un pibe, pero recuerdo que lo miraba desde la playa y era algo que realmente daba mucho miedo”.
LeRoy Grannis puso su granito de arena para hacer masiva una estética que con el pasar de los años transformó al surf en un negocio millonario. Chicos que bailan sobre sus longboards. Jinetes del Apocalipsis que cabalgan las pantagruélicas olas de Waimea. Rubias y rubios hiperbronceados que lucen sus bikinis y trajes de neoprene en un acantilado. Los familiares de los surfistas mirando atentos, desde la costa, las hazañas de sus hijos. Pibes posando con sus tablas y su Ford Deluxe sacado de la leyenda de John Dillinger. La iconografía de un nuevo estilo de vida y de un deporte todavía en su adolescencia. Una época anterior a las tablas cortas y las celebridades. “Hay una textura especial en las fotos de Grannis, algo que te transporta a otro reino”, explicó alguna vez su colega Ben Barnett.
Algo harto de la competencia entre los fotógrafos de surf por captar el ángulo perfecto, en los años ’70 abandonó la fotografía profesional, pero nunca se alejó demasiado de las playas. Cuentan que surfeó hasta sus 84 años. Finalmente, LeRoy Grannis murió en febrero de 2011 en un centro médico de Los Angeles. A una cuadra del mar.
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