ENTREVISTAS > EDUARDO BERTI HABLA DE LA REEDICIóN AUMENTADA DE ROCKOLOGíA
Todo devoto del rock argentino sabía, hasta comienzos de la democracia, que para entender el mapa de ese inédito fenómeno social que había cambiado la cabeza de ya dos o tres generaciones debía hacerse de un ejemplar de Cómo vino la mano, de Miguel Grinberg. Un entonces joven y muy experimentado Eduardo Berti, periodista de rock en El Porteño, tras su debut con un libro de entrevistas a Spinetta, decidió ampliar aquel mapa. El resultado es una disección en caliente de aquellos ’80 que Berti ve partidos al medio –una mitad festiva, otra más dark– por el ’85.
› Por Martín Pérez
“Del inglés, rock, y del griego, logia.” Así comienza, en la contratapa de la edición original de Rockología, una imaginaria definición enciclopédica dedicada al entonces flamante neologismo. “Dícese de aquellos escritos sobre rock que se proponen analizar diferentes aspectos de este género musical”, agregaba aquella cómplice presentación enumerando, entre los diferentes análisis posibles, el de su evolución, su estética, intérpretes, letras, público, industria, prensa, ideología, relaciones con la sociedad y los poderes políticos, y su futuro. A pesar de ser recién el segundo libro de Eduardo Berti, por entonces apenas un veinteañero, pero a la vez un experimentado periodista de rock con casi una década de carrera, semejante enumeración demuestra que en Rockología –cuya primera edición se imprimió en diciembre de 1989– sus ambiciones no se quedaban cortas. “Creo que sólo pude atreverme a hacer algo así por la insolencia propia de la edad. Desfachatez pura, como cuando agarré el teléfono para decirle a Luis Alberto Spinetta que quería hacer un libro sobre su obra. Hoy no podría hacer esa clase de cosas, supongo”, reflexiona Berti desde España, donde reside desde hace cuatro años, celebrando la flamante reedición de un libro que ya es un clásico dentro de la bibliografía local dedicada al género. “El nombre me lo sugirió el periodista Eduardo Blaustein, con quien trabajaba en El Porteño. Un día, hablando en joda o al menos con cierto tono risueño acerca de una de mis notas, me dijo que lo que yo hacía era rockología. Y me pareció un título piola para el libro”, recuerda Eduardo, que desde que se radicó en París, en 1998, se dedicó a la literatura. Lleva publicados, desde entonces, varios libros de cuentos, antologías y novelas. La última de ellas, El país imaginado, ganó en el 2011 el premio Emecé.
¿Te costó tomar la decisión de reeditar Rockología?
–Me sorprendió, sobre todo. No tenía pensado hacerlo, pero en los últimos tiempos algunas personas que quiero y respeto mucho me habían sugerido que lo hiciera y después se acercó Galerna con la propuesta. Antes de responder quise pegarle una nueva lectura. Al releerlo confirmé toda el agua que pasó bajo el puente. ¡Pasó un océano bajo el puente! Pero a la vez sentí que el libro terminaba siendo lo que, en forma algo inocente, proponía desde su subtítulo original: un “documento” de los años ochenta.
¿Cómo nace la idea del libro?
–El libro se fue nutriendo de una serie de notas que yo iba escribiendo en ese entonces en diversos medios, sobre todo en el viejo El Porteño, cuando era una revista cooperativa. Tenía apenas 24 años, y lo que intentaba hacer me superaba bastante. Pero había leído trabajos como Sociología del rock de Simon Frith o Cómo vino la mano de Miguel Grinberg y los primeros libros de Juan Carlos Kreimer, y pensaba que el rock argentino pedía y merecía una aproximación menos “de fan” y menos hagiográfica. Una especie de mirada “transversal”, que en vez de narrar el ascenso y la gloria de cada una de las bandas, cotejara los diferentes discursos y analizara también la industria, el contenido ideológico de las letras, los vínculos con los medios o con el poder, entre otras cosas. Un año antes, había publicado mi libro de charlas con Spinetta y tuve la propuesta de hacer un segundo libro. No quise hacer otro libro parecido en su formato, pero dedicado a otro músico, y preferí otra mirada, más próxima al abordaje de esas notas que estaba escribiendo.
Tu libro retoma el pensamiento sobre el rock argentino justo donde lo deja Cómo vino la mano. Como lector juvenil, era imposible no frustrarse por el hecho de que Grinberg no siguiese con la historia...
–Esa frustración fue también la mía. El libro de Miguel Grinberg significó una especie de Biblia para toda una generación. Con gran admiración hacia ese trabajo, yo quise continuar un aspecto: el de los ciclos históricos del rock argentino. En aquel libro, Grinberg hablaba de tres ciclos fundamentales. Y esto de los ciclos ayudaba mucho a entender no solamente los cambios estéticos, sino los diferentes contextos políticos o sociales en los que se habían desarrollado los primeros pasos del rock nacional, desde 1966 hasta la última dictadura militar. Yo intenté pensar cuál podía ser el corte entre el último ciclo del que habla Grinberg, el ciclo 3, y un posible ciclo 4. Me pareció bastante obvio que era la guerra de Malvinas y el principio del final de la dictadura. Después me pregunté si los años ochenta podían englobarse en un único ciclo o si, más bien, podían dividirse en dos. En su momento hice una división y hablé de ciclo 4 y ciclo 5. Pero, más allá de los “ciclos”, creo que el acento lo pongo en el año 1985, que es el primer año en el que no editan un disco ni Charly ni Spinetta y salen los primeros discos de Sumo y los Redondos... Sirve para demarcar dos momentos diferentes en los años ochenta: un inicio de euforia y una segunda etapa más “dark”, más desencantada. Más “rockera”, si cabe el término.
Si la ausencia de disco nuevo de Spinetta y Charly fue suficiente para hacer de 1985 un año bisagra, qué podrás pensar de la realidad del rock nacional, en la que Spinetta y también de alguna manera García están ausentes...
–Más que una bisagra, es una puerta entera... Una puerta que fue arrancada, ¡y media casa que se vino abajo!
¿Tenías conciencia entonces de que con Rockología estabas de alguna manera abandonando el periodismo de rock?
–Por entonces no lo sospechaba, ni por asomo. Y, mucho menos, que el alejamiento iba a ser tan rápido. Si alguien me hubiese dicho el día que salió publicado Rockología que cinco o seis años después iba a estar haciendo documentales sobre la historia del tango me hubiese matado de risa. Y, sin embargo, eso fue lo que pasó. Dejé el periodismo de rock, primero, y podría decirse que me desinteresé después del así llamado rock argentino. No tanto el rock internacional. Volví a la MPB, que con los Beatles, fue mi “primer amor”, y que reencontré con pasión intacta. Me puse a investigar bastante a fondo el tango, que me dio otra visión de la obra de muchos rockeros argentinos. El rock ha dejado de ser algo central en mi vida, eso está clarísimo. Pero por mucho desapego o desencanto que pueda haber sentido, sobre todo a partir de mediados de los noventa tras el regreso de Seru Giran y el boom de Tango Feroz, sigo encontrando cada tanto cosas que me interesan. Y sigo agradeciéndole al rock el pequeño y enorme espacio de libertad y lucidez que le dio a toda mi generación en los tiempos de la dictadura y también toda la vitalidad que nos inyectó en los primeros tiempos de democracia.
Además de abandonar el periodismo de rock, decidiste dedicarte a la literatura... ¿Fue muy difícil pasar de un mundo a otro?
–Yo no tenía planeado ser periodista de rock, ni nada por el estilo. El rock fue una puerta de entrada al periodismo así como, años antes, había sido una especie de puerta de salida, o puerta de emergencia, del infierno y la chatura de la época de los milicos. Desde que tengo uso de memoria quise escribir ficción. Tenía dos tías maestras de literatura que eran solteras, y vivían juntas en un viejo departamento del barrio de Caballito, a las que visitaba muy a menudo. Yo escribía cuentos entre sus libros, con la máquina de escribir Olivetti de una de ellas, y todo eso lo hacía antes de tener la más mínima idea de que existía una cosa llamada rock. Años después, mientras descubría a los Beatles, empecé a hacer periodismo. Tenía, no sé, trece o catorce años cuando fundé, con un amigo, una revistita “subte”, como se decía por entonces. Aunque parezca un disparate, y si lo parece está bien porque lo era, la nuestra era una revista subte especializada en... deportes. Y bastante bizarra. Estaba centrada, sobre todo, en la épica de la cosa. Lo más divertido era hacer reportajes. Nunca me voy a olvidar cuando logramos una entrevista con Juan Manuel Fangio. Era un día feriado. Estábamos en casa de Marcelo Fernández Bitar, con el que somos como hermanos, y mucho después, cuando empezamos a publicar profesionalmente, firmamos durante un tiempo juntos las notas. Ese día él agarró la guía telefónica y dijo: llamemos a la agencia de Mercedes Benz de Fangio. El tipo que atendió oyó una voz de mocoso que preguntaba por “el señor Fangio”. Hubo un silencio. Cinco horas más tarde, el Quíntuple nos recibía en su agencia. Nos mostró un auto histórico. Nos recibió en su oficina. Y pidió que nos sirvieran leche y vainillas.
Ahora que empezaste con las reediciones... ¿existe la posibilidad de que le toque el turno a tu libro de entrevistas con Spinetta?
–En un momento dado tuvimos una charla con Luis acerca del libro y quedamos en que solamente se reeditaría de común acuerdo, si los dos lo queríamos. Esa charla fue en 1994, aproximadamente. Nunca más volvimos a hablar del libro, pese a que volvimos a vernos en más de una ocasión. Durante años yo sentí que no hacía falta reeditarlo, y nadie se me acercó tampoco a proponérmelo. La primera vez que me pregunté si acaso no estaría piola reeditar el libro de Spinetta fue cuando armó lo de las bandas eternas en Vélez. Sentí, no sé, que ese gesto, tan excepcional, tan maravilloso, no se hubiera llevado mal con una posible reedición. Pero entonces yo estaba viviendo de nuevo en el extranjero. Así que me dije que, acaso, en un próximo viaje a Buenos Aires podría llamarlo a Luis por teléfono y proponérselo. Sin embargo, cuando me tocó viajar no lo llamé. Tiempo después me enteré de su enfermedad, igual que nos enteramos todos. Hoy no sé muy bien qué hacer con el libro. En cualquier caso, sé que no daré un solo paso sin el consentimiento de los hijos de Luis. Esto mismo le dije a Catarina en una charla que tuvimos hace algunos meses. Entre medio, tras la muerte de Luis, encontré una valijita con un verdadero tesoro: todas las grabaciones de las charlas. Solamente me animé a escuchar un par de cassettes y fue impresionante. La voz de Luis, su sabiduría, su sensibilidad, su paciencia. Y mi voz de pibe de apenas 22 años, y mis preguntas a veces francamente idiotas. No estaría mal, acaso, reeditar ese libro con algunas de esas grabaciones en un CD y con el armado final que Spinetta y yo queríamos y, por distintas razones, nunca se pudo hacer: fotos de Dylan Martí y un prólogo de Fito Páez. Esa era la idea original.
¿Alguna vez Luis te dijo si llegó a leer Rockología?
–No sé si leyó el libro entero, pero sé que leyó el capítulo de las letras porque me hizo un comentario. Me dijo que le había gustado, pero (medio en serio, medio en broma) que no hablaba de él. Tenía razón con esto último. Creo que el libro habla poco de Luis (menos de lo que debería) por dos razones. Por un lado, porque yo no quería abusarme ni abusar de él, después de haber hecho un libro entero. Por otro lado, pero esto lo pienso ahora, tal vez porque la obra de Spinetta tiene su propio mundo. Hay un frase que dijo Pedro Aznar en un viejo reportaje, explicando que Charly era más bien un cronista del mundo concreto y Luis más bien un explorador de cosas más intangibles. Es bastante sensato, supongo, que Charly, sobre todo su obra entre mediados de los setenta y fines de los ochenta, tan determinante, tan genial, fuese un pilar mucho más “concreto” para la mirada “rockológica”: más pendiente de lo social.
Charly parece estructural para el libro: elegís a Clics modernos como el disco esencial de la primera mitad poptimista de los ’80, y en el epílogo señalás que el regreso de Seru Giran, junto al fenómeno Tango Feroz, marca el tardío final del segundo ciclo...
–Es muy fuerte lo que pasó con el regreso de Seru Giran. Yo no soy de recordar mis sueños, pero a veces recuerdo alguno. Y durante años, cuando tenía 22, 23, 24 años de edad, cada tanto soñaba que Seru Giran volvía y tocaba en el estadio de River. ¡Mirá vos mis sueños...! Aquella tarde de 1991, creo, en que Charly me dijo “venite a casa que tengo una primicia” fue muy rara. Primero porque me abrió la puerta Zoca, cuando hacía años que ya no era su pareja. Segundo porque, mientras yo le hacía la entrevista a Charly, la mismísima Zoca iba a pedir ayuda médica y se empezaba a planear lo que fue la primera internación de García. Y tercero porque Charly me anunció que volvía Seru Giran. Era una noticia fuerte y él lo sabía. Pero yo le dije, casi sin sorpresa: “En River, ¿no?”. Como confirmando algo. Me miró raro y dijo: “Sí”. Le conté el sueño y me respondió, casi con piedad: “Bueno, es tu sueño”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux