Dom 03.08.2003
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TELEVISIóN

Invulnerables

Resistiré está en la cima. Cada entrega diaria ofrece lo mismo que muchos de los mejores unitarios. Para algunos, ya tuvo una de las escenas más altas de la televisión en años: una fiesta en la que todos los invitados fueron envenenados. Otros van más allá y creen que directamente está cambiando el modo de hacer telenovelas. Pero no por eso falta quien se pregunta por qué todas sus virtudes no hacen más que resaltar los defectos de las telenovelas argentinas.

POR CLAUDIO ZEIGER

Son buenos tiempos para Resistiré: acaba de festejar sus 120 emisiones y se ha situado como la ficción más interesante entre las tiras diarias. Malandras pudo haber sido una competencia leal, pero ya no está en el aire, y si bien Soy gitano y Costumbres argentinas son productos exitosos en cuanto a sus mediciones, poco y nada han aportado en materia de estética televisiva. Y ése fue el fuerte inicial de la novela protagonizada por Celeste Cid y Pablo Echarri: sobreimprimir una estética elegante y moderna sobre el viejo y cansado cuerpo de la telenovela tradicional.
Imágenes ralentadas, musicalización personalizada (cada personaje o tipo de escena tiene su canción), citas cinematográficas y televisivas veladas (en rigor, Leonor Manso repite casi calcado su personaje de Vulnerables, de los mismos autores, Gustavo Bellati y Mario Segade) y un nivel de diálogos muy “psi” que la alejan del standard de telenovela. Tan es así que en los pasillos se empezó hablar de “telenovela fashion”, “telenovela para gente que no mira telenovelas”, “telenovela Palermo” y otras etiquetas que no se sabe del todo si son a favor o en contra.
El tiempo ha pasado y es un buen momento para realizar un balance. Y para hacerlo, nada mejor que una breve confesión personal para luego retomar el tono impersonal: poco y nada me convencía ese esteticismo palermitano de Resistiré. No me gustaba el tiempo que se tomaban para que una bala entre en un cuerpo. No veía emerger el conflicto real detrás del maquillaje: ¿qué duda tenía Celeste Cid, al comienzo del ciclo, entre Pablito y Fabián Vena? El amor entre los protagonistas parecía volcánico. Y como esta telenovela no violaba ningún tabú –no son hermanos ni estaban casados–, ¿cuál era el problema? Celeste pertenecía a una familia venida a menos, los Malaguer, pero, en un país venido a menos, no tener para pagar la tarjeta no es un drama muy contundente que digamos. Resumiendo: no me convencía la hostilidad hacia los códigos más elementales de la telenovela que creía detectar en los primeros tiempos de Resistiré.
Desde luego, ésta es una manera de ver las cosas y no una condena. Apreciaba y aprecio, al mismo tiempo, otras tantas buenas facetas del producto: el cuidado, la profundidad lograda en determinadas escenas, la riqueza de las historias secundarias y las actuaciones, con algunos picos notables como las de Carolina Fal, Daniel Fanego, Claudio Quinteros, Fabián Vena y Martín Slipak. Las ficciones van evolucionando hacia alguna parte y es muy obvio que desde Resistiré cambiaron muchas cosas.
Por estos días, y desde el famoso episodio de la fiesta de casamiento entre Julia y Mauricio en la que todos los invitados fueron envenenados (uno de los momentos más altos de la TV en mucho tiempo), a cada instante parece que estamos a un paso del final. Y sin embargo, sigue. Pero esa inminencia le imprime un suspenso adicional a la propuesta.
Resistiré avanzaba con una pata en la telenovela (la más floja, la que no lograba convencer con una pareja protagónica tironeada por cantidad de situaciones paralelas) y otra en la nostalgia de aquellos buenos unitarios como Verdad/Consecuencia y Vulnerables (¿cuándo volverán?, dicho sea de paso). Pero un día, como suele suceder en los mejores folletines, los acontecimientos se precipitaron. Todo empezó a cambiar cuando se produjo un giro hacia el maniqueísmo. Inventaron una mala muy mala llamada Eva Santoro (Sandra Ballesteros), mezcla de Cruella Deville y Gatúbela. Mauricio Dobal (Vena) empezó a crecer hacia un villano de increíble máscara. Todo se fue tornando más siniestro. La acción empezó a ordenarse bajo la vieja regla clásica de la unidad de lugar, aquí representada por “la granja” y la misteriosa “casa de al lado”.
Curiosamente, el maniqueísmo, que no suele ser un valor maleable, hizo crecer la ambigüedad de los personajes. Ahora, Diego Moreno (Pablo Echarri) ya no es el niño bueno de barrio de los comienzos y Julia se ve obligada a acostarse con un hombre que le da asco moral. También fue muy interesante la evolución de la historia de Leonarda y Andrés (Tina Serrano y Claudio Quinteros), cargada de ambigüedad, sexual en este caso. Lapreponderancia de la granja y la casa de al lado trajo tanto bien como mal: todo lo que sucede allí está cargado de electrizante suspenso y es muy interesante. El juego de complicidades y secreteos está todo el tiempo a punto de quebrarse y nos mantiene en ascuas, pero al mismo tiempo todo lo que sucede afuera de la granja ha perdido interés o se ha convertido en un relleno que fácilmente permite el zapping.
Resistiré sigue siendo un producto sinuoso. A veces no queda muy claro si no se están burlando un poquito de los espectadores. Si bien es cierto que Mauricio viene a ser un villano psicópata, hay veces que sus frases amables y atinadas y su defensa de la Familia parecen estar apuntando a otra cosa más allá de la verosimilitud psíquica del personaje. O como cuando el personaje de Carolina Fal dice sus parrafitos retorcidos frente a la atónita mirada de Echarri o la tía Leonarda declama sobre el amor más allá de la muerte: parecen estar haciendo guiños para estudiantes de guión, vea. Pero seamos justos: hay que aceptarlo, ya que es parte de la ambigüedad de esta propuesta que, sin dudas, debe ser bienvenida si la media son los delirios pasionales de Soy gitano o las inconsistencias adolescentes de Costumbres argentinas.
Por último: hay en Resistiré alguna falla con la emoción. Hace pocos días, Alberto Migré dijo algo muy interesante sobre las telenovelas: señaló que el problema del que adolecen las ficciones actuales es que ha desaparecido la “telenovela de autor” que, lógicamente, él habría representado en su máximo esplendor. ¿Es ésta una pista?
Si bien los tiempos cambiaron –y es lógico que así sea– y se trabaje en equipos y atendiendo varios frentes al mismo tiempo, algo de la melancolía de Migré debería ser tenida en cuenta más allá de la forma de trabajo que se adopte. Resistiré es un ejemplo de experimentación del género pero no una excepción, y le pasa lo mismo que a tantas otras ficciones de estos tiempos. La diversidad de elementos no termina de ocultar la falta de convicción en el género (de autor). Pasó con Franco Buenaventura y con Malandras. Y ahora está pasando con Resistiré. El rescate intelectual de la telenovela como género es algo ya muy aceptado (Umberto Eco ve telenovelas de Andrea Del Boca y Andrea Del Boca lee libros de Umberto Eco), pero no parece haber permitido avanzar en la posibilidad de escribir géneros populares sin culpa. No al menos en la psicoanalizada Argentina, donde cuesta el género tanto como la emoción.
Resistiré pone mucha carne al asador en cada emisión, sobre todo en los últimos meses, después de un arranque muy moroso. Si uno sumara y pudiera medir la cantidad de sufrimiento que encierran los personajes todos juntos, la pantalla debería estallar en pedazos, el corazón hacerse añicos. Y sin embargo, no estalla, y el corazón resiste.
¿Qué nos sucede, vida? ¿Será que no nos animamos a querernos más? ¿O que los dramas humanos que nos conmovían en Vulnerables se tienden a volver inconsistentes en Resistiré? ¿Hasta dónde se puede hacer una telenovela para los que no ven telenovelas? Un Migré ahí.

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