Dom 28.04.2013
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CRUCES > DARíO SZTAJNSZRAJBER: ROCK Y FILOSOFíA SE CRUZAN EN ESCENA

Desatormentándonos

¿Qué dice Charly de Nietzsche o Spinetta de Platón o Fito Páez de Derrida? Con un espíritu didáctico, pero a la vez relajado, teatral sin ser pesado, repleto de diagonales inesperadas que unen el pensamiento y la vida cotidiana, Darío Sztajnszrajber viene ofreciendo en su programa Mentira la verdad una manera refrescante de abordar asuntos filosóficos, capaz de interpelar a adultos y adolescentes. Ahora, da dos saltos al mismo tiempo: pasar al teatro y hacerlo con el rock. Desencajados busca iluminar cómo el rock habla de los griegos, el existencialismo y la deconstrucción (y viceversa).

› Por Gustavo Santiago

Darío Sztajnszrajber es un joven filósofo y docente (UBA, Flacso) convencido de que la filosofía debe circular por carriles no convencionales si quiere llegar a un público amplio. Esto lo llevó, hace un tiempo, a apostar por un formato televisivo novedoso para dar cuerpo a la filosofía en Mentira la verdad, programa que lleva varias temporadas en Canal Encuentro. Pero su más reciente desafío parece aún más osado: conjugar al rock nacional con la filosofía. En eso consiste Desencajados, la obra que cada jueves a las 21 ocupa un escenario en la Ciudad Cultural Konex.

“Lo que me interesa desde hace tiempo es sacar a la filosofía de sus propios dogmas y de sus claustros –dice Darío–. De ahí surgió la idea de ponerla en diálogo con la música y, luego, de subirla al escenario. Podríamos decir que nuestro desafío fue llevar la filosofía al registro del recital. Y eso es Desencajados, un recital de filosofía.”

Más allá del título del espectáculo, la relación música/filosofía parece muy armónica.

–Por un lado, tendría que decir que a mí Charly o Spinetta me acompañaron toda la vida. Yo llegué a la filosofía por lo que ellos me hicieron pensar, mucho antes de leer un libro de Platón. Hay mucha filosofía en la música. Pero, también hay música en la filosofía. Hay textos que me resultan musicales cuando los leo. Nietzsche, Derrida, Nancy... ¡son música pura! Hay una presencia muy importante de lo filosófico en el arte y del arte en la filosofía. Entonces, no se trata de inventar una relación entre música y filosofía, porque esa relación ya está. En todo caso, lo que intentamos hacer es “desocultar” esa relación, como diría Heidegger, ver por dónde va, dejarla hablar...

¿Por qué, entonces, “desencajados”?

–Porque lo que nosotros pretendemos hacer es una especie de deconstrucción. Por un lado, de los temas musicales. En el espectáculo los temas no comienzan y terminan como una totalidad. Están entrecruzados por textos o por explicaciones filosóficas. Pero, otra vez, esto es reversible, porque en medio de una explicación o de un discurso filosófico se filtra una canción. Y ahí se produce la incomodidad. Uno está esperando que la canción siga o que la explicación termine de cerrar, pero se cruzan, se desacomodan, se desencajan los dos géneros. Y esto está representando desde lo estético, el desencaje que queremos poner en evidencia en los temas filosóficos mismos. Porque consideramos que, por ejemplo, el amor es más un desencaje que un encaje, que Dios tiene más que ver con lo que abre que con lo que cierra, que el tiempo es algo incomprensible. Habría un desencajamiento que incluye tanto la forma como el contenido.

La banda merece un párrafo aparte. Porque hay que tener coraje para atreverse a interpretar clásicos como “Desarma y sangra” o “Barro tal vez”. Pero hay que tener un enorme talento para hacer que el público no extrañe las versiones originales. Y lo logran. Como si estuviéramos en un recital, presentemos a la banda.

–Tenemos a Lucrecia Pinto poniendo la voz y el cuerpo en las canciones, Guillermo Martel en guitarra, Juan Finger en bajo y coros y Lucas Wilders en percusión.

Cada uno con una ambientación propia.

–Sí, hay cinco espacios diferenciados: Juan está en la oficina; Lucas en una fábrica, es un operario; Guillermo está en su cama, en medias; Lucrecia está en su living, desgarrada, como si la hubieran dejado plantada: la chica que esa noche no salió; y Darío, el profesor de filosofía, está en un bar. También acá hay otro desencaje. Porque esos cinco lugares no encajan. Todo funciona en los pasillos, en los cruces, en las tensiones entre los distintos espacios. La acción está en el “entre”. Es ahí donde se produce la creación de algo nuevo. Por eso en el espectáculo nosotros hablamos de la importancia de los pasillos, más que de las habitaciones.

Otro aspecto interesante es que cuando tu personaje se pone a disertar sobre cuestiones filosóficas no se queda en el terreno de la exposición neutra. Hay una toma de posición. Casi podríamos hablar de una especie de “misión” en términos socráticos. ¿Cuál sería esa misión? O, dicho de otro modo, ¿qué pretenden provocar en el espectador?

–Nosotros cuestionamos fuertemente el pensamiento binario. Eso es algo que intentamos romper. Entendiendo que las lógicas binarias son lógicas en las que el abroquelamiento en uno de los polos termina negando, invisibilizando e, incluso, exterminando, a lo que no encaja. Ese pensamiento binario es nocivo; el pensamiento tiene que jugarse en la apertura a la otredad. Hoy hay una especie de sentido común que domina cuatro o cinco de los grandes temas que hacen a nuestra existencia cotidiana: el yo, Dios, el amor, el tiempo y lo real. En estas cinco grandes cuestiones existenciales la inmediatez de la cotidianidad nos lleva, en el pensamiento binario, a respuestas rápidas que, en general, se asientan en una reivindicación de lo que somos a partir de una negación del otro y de una construcción incluso intencionada de un otro como enemigo contra el que permanentemente hay que seguir batallando para que la propia realidad tenga sentido. Todo esto se traduce para nosotros en expresiones como “mercantilización de los vínculos”, “lecturas dogmáticas de la realidad”, “obsesión por la objetividad” –que siempre es la objetividad del que escribe la Historia–. Lo que buscamos es que todos estos temas exploten, sean deconstruidos. También ahí se ve la importancia del rock. Porque el rock tiene esa potencia capaz de hacer saltar todo. Cuando Lucrecia canta “¿Qué ves?”, de Divididos... te parte al medio.

Esa lucha deconstructiva genera también una ética...

–Obviamente que en esto hay una ética. No una ética fundada en un valor de verdad, sino en el desenmascaramiento permanente. Nuestra apuesta es tratar de sacar al espectador de ese sentido común binario y llevarlo a un extrañamiento con él mismo. Lo queremos llevar a eso que Levinas denomina la ética como una manera de salirse de uno mismo, de desapropiarse. Donde hay una prioridad de lo otro por sobre el Yo. Lo llevamos a la puerta abierta, o a la demolición de las puertas. A la extranjería. Al corazón de Nancy trasplantado que le salva la vida.

Pero, además, ustedes están proponiendo otro tipo de subjetividad: alegre, hedonista, abierta, hospitalaria.

–Es que creemos que si se hiciera del extrañamiento, de la apertura al otro, del autocuestionamiento una ética de vida, el mundo sería menos violento. No estamos bajando línea hacia una ética que construya nuevamente dicotomías entre buenos y malos. Hay una ética de la hospitalidad, contingencialista. La cuestión de la contingencia la tomo de Rorty. El dice que nunca desde la metafísica se puede construir la democracia. Porque desde la metafísica el otro es un hereje, un equivocado. Nosotros hablamos de democratizar la existencia sin perder su sacralidad. Hay un momento en el espectáculo en el que decimos que la muerte de Dios no tiene que ver con la ausencia de trascendencia, sino con sacralizar cada momento de la existencia. ¡Y ahí te quiero ver si te la bancás! Lo fácil es ponerlo a Dios afuera y hacer cualquier desastre en la Tierra. Pero el Eterno Retorno, el amor fati de Nietzsche de lo que nos hablan es de sacralizar cada momento.

Personalmente, creo que un gran acierto de tus propuestas es que, si bien se mueven en el terreno de la divulgación, no caen en ese tipo de enciclopedismo en el que abunda la infografía, las ilustraciones pintorescas y los contenidos completamente lavados, empequeñecidos...

–Para mí el enciclopedismo traiciona lo que yo entiendo como una de las formas esenciales de la filosofía, que es la provocación. El enciclopedismo de divulgación te puede hacer digerible un contenido filosófico, pero no te desacomoda. Y lo que nosotros intentamos, tanto en los programas televisivos como en el teatro, es pegar martillazos, nietzscheanamente, sobre ciertas concepciones comunes que hay acerca de las cosas. Por ejemplo, hacer un programa sobre la amistad para ir derribando una a una nuestras idealizaciones de la amistad, me parece que es hacer lo que debe hacer la filosofía.

Hay un arte también, en ese martilleo. Hay que saber pegar.

–Es todo un trabajo. En los programas de televisión, el producto sale tal como se ve porque entre nosotros nos matamos discutiendo. Y lo mismo pasa con Desencajados en relación con la música. Todos quieren que yo hable menos, me dicen que con menos alcanza, y yo peleo por hablar más, para mí siempre falta... Por eso nuestros productos sostienen las tensiones. No son meras exposiciones de un punto de vista. También en este aspecto me referencio en la filosofía decontructivista: lo que me interesa es poner en evidencia las paradojas de nuestro tiempo. Nosotros apostamos a una filosofía de las paradojas, no de las certezas. Hay una pregunta que atraviesa todo el espectáculo que es “¿cómo buscarle un sentido a las cosas si la paradoja existencial que nos atraviesa es el sinsentido de que nacemos para morir?”. Lo que el espectáculo busca es que recuperemos lo paradójico no como algo negativo, sino como algo que nos alivia al sabernos más abiertos que cerrados. Nosotros decimos: “Vení, bancate un espectáculo de una hora y media en el que lo único que hay son martillazos para derribar conceptos y dejarte con las tensiones propias de lo que es un amigo, de lo que es una pareja...”. No vamos a dar una clase sobre “el concepto de alma en Platón”, sino que vamos a trabajar la tensión con la vida propia. Es acá donde estamos intentando recuperar algo del sentido originario del porqué de la filosofía, de esa sensibilidad propia de lo filosófico que hoy está presente más en la literatura, en el cine, en las producciones estéticas desde la imagen, que en el género típico del ensayo académico de investigación.

Creo que en ese sentido son coherentes los medios que elegís para difundir tu propuesta. En el teatro el espectador está ahí, sentado, sin mediadores, y la televisión llega directamente a la casa, a la intimidad. No hay academia, pero tampoco tribuna. Y entonces puede ser una buena herramienta para generar una ética por multiplicación, desde el contacto directo, desde la intimidad.

–Ojalá propuestas como éstas lleguen a la intimidad y logren torcer un poco esa violencia que en algún momento se creyó que era innata, de lo humano contra lo humano. Si se pudiera disolver algo de eso, estaríamos dando grandes pasos. Algo que seguro que logramos con el programa, y yo considero fundamental, es que estos formatos provocativos, por paradójico que suene, ingresen en las instituciones tradicionales. Se lo ve en las casas, se lo pasa en los colegios. A mí me llegan unos veinte mails por día por el programa. Por ejemplo, me llegó un mail de un maestro rural de Catamarca, que tiene sexto y séptimo grados juntos, que trabajó con ellos el tema de la amistad. Y ese programa precisamente buscaba derrumbar la idea contractualista más trillada de la amistad y recuperar el amor por el otro desde el desinterés. Y creo que eso tiene que ver profundamente con la política comunicacional y educativa del Canal Encuentro. Es una estructura del Estado que está cumpliendo un rol formativo real.

Antes de llegar a la televisión y al teatro trabajaste muchos años como docente. Supongo que es ahí donde surge esta manera de posicionarte en relación con la filosofía.

–Con la docencia descubrí que la filosofía tiene mucho que ver con la impostura. Yo nunca fui un docente del estilo de los que tuve: sentado en un escritorio, leyendo unos apuntes que hacían dormir a los alumnos hasta que lo único que quedaba “vivo” era un grabador, y nosotros después leíamos las clases desgrabadas... Si lo que queremos generar es un acto filosófico, un acontecimiento filosófico, la clase de filosofía tiene que ser una clase distinta, donde se pongan en juego elementos diferentes de los tradicionales.

A la salida del estreno de Desencajados había un grupo de chicas y coincidían en que ver el espectáculo había sido como participar “en vivo”, de aquello que disfrutaban por la tele. ¿No te sentís un poco un rock star?

–¡Ja! No creo que sea para tanto... Pero se ve que no nos equivocamos al pensar que podíamos conjugar la fuerza de la filosofía con la potencia del rock.


Desencajados
Jueves, 21 hs
Ciudad Cultural Konex

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