PERSONAJES > NéSTOR FRENKEL ESTRENA SU DOCUMENTAL SOBRE RENé LAVAND
El Gran Simulador es un documental alucinante que busca iluminar sin trucos los secretos de un hombre con una sola mano que dedicó su vida a la ilusión y el misterio. Hoy mito viviente del ilusionismo, a los nueve años René Lavand perdió su brazo derecho y de ahí en más lanzó su revolución minimalista del arte de la prestidigitación. Néstor Frenkel narra la vida cotidiana, fortunas y adversidades de un autodidacta, bon vivant y barajador de anécdotas que a los 84 años se sigue subiendo a los escenarios del planeta, armado solo con un mazo de cartas.
› Por Nicolás G. Recoaro
La mano es la ventana de la mente. Esta aseveración rotunda del filósofo Immanuel Kant inspiró numerosos trabajos científicos durante la primera parte del siglo XIX. En su libro El artesano (2008), el sociólogo norteamericano Richard Sennett cuenta que la imagen de la “mano inteligente” apareció por primera vez una generación antes de Darwin, con la publicación del volumen The Hand (1833) de Charles Bell. Este anatomista y cirujano escocés creía que la mano estaba diseñada por Dios: otro miembro del hombre bien adaptado a una finalidad. Cristiano devoto, Bell atribuía a la mano un lugar privilegiado en la Creación. Realizó varios experimentos para probar que el cerebro recibía información más fiable del tacto que del sentido de la vista, tantas veces engañado por bellezas y fealdades ilusorias. Poco después, Darwin demolió la idea de Bell acerca de la atemporalidad de la mano, tanto en la forma como en la función. Sennett resume las conjeturas evolucionistas: con mayor capacidad cerebral, nuestros antepasados humanos aprendieron a mantener objetos en las manos, pensar en esos objetos y, finalmente, darles forma; los homínidos pudieron construir herramientas; los humanos, cultura.
Acaso no tan lejos de aquellas discusiones filosóficas y científicas, sobre un laboratorio labrado por un pequeño paño verde, René Lavand construyó la leyenda de un artesano, y a la vez de un artista, que agotó todas las destrezas experimentales con el arte de su mágica mano izquierda. Ilusionista autodidacta de alto vuelo y verónicas sobre la mesa, bon vivant empedernido y barajador de anécdotas, a los 84 años sigue recorriendo escenarios del planeta, armado solamente con un mazo de cartas. Un personaje poderosísimo por donde se lo mire y escuche. El alucinante documental de Néstor Frenkel, El Gran Simulador, se mete de lleno en la vida (real cotidiana) y en la obra (realista mágica) del ilusionista más importante de la historia argentina. Un devoto de los naipes de estricta observancia: “A la baraja hay que quererla, amarla, acariciarla —predica Lavand en la película—. Domarla, pero no jinetearla. Es como un frágil pájaro que si lo aprieto demasiado, lo mato. Y si lo suelto por demás, se me vuela.” Un hombre que cree, como Homero Manzi, que “la vida misma es como un mazo marcado. Baraja las cartas la mano de Dios”.
Todo hombre afortunado tiene siempre un lugar adonde llegar, adonde volver. Tandil es ese lugar en el mundo para René Lavand. Entre sierras y cientos de árboles, su “casa botánico” es el refugio que eligió desde hace varias décadas para vivir con su esposa Nora, su gato negro, una colección de 60 bastones y su inseparable paño verde, el “laboratorio” para catar trucos. Hace algunos años, Néstor Frenkel también se acercó hasta la bonaerense ciudad de Tandil: “piedra que late”, en lengua mapuche y en flagrante alusión a su Piedra Movediza. “Me habían invitado al festival de cine de Tandil para presentar mi documental Amateur, y un día uno de los organizadores me ofreció presentarme y conversar con René. En Tandil es más que un ciudadano ilustre, tiene hasta su monumento. En un principio dudé, nunca me gustó demasiado la magia. Los trucos me ponen ansioso y nervioso. Pero cuando conversé un rato con él me di cuenta de que era el mejor personaje para una película. Como narrador, como actor, René es todo un personaje; el mejor que he tenido la posibilidad de encontrar en toda mi carrera”, cuenta el director de El Gran Simulador. “Lo conocía como todos: recuerdos de sus presentaciones en algún que otro programa de televisión. Era un tipo que creaba un clima único. Y al verlo te dabas cuenta de que comparado con otros magos o ilusionistas, René Lavand siempre estuvo en otro nivel, estaba más allá.” En lengua pampa (la toponimia es disputada), Tandil significa “lo más alto”.
La historia narra que durante un agitado día de carnaval de 1937, el destino marcó para siempre las cartas del pequeño Héctor René Lavandera. Mientras jugaba en la calle con un grupo de amigos, un auto lo atropelló y le aplastó el antebrazo contra el cordón de la vereda. La decisión de los médicos fue inapelable. Al chico le amputaron la mano derecha.
En una entrevista de Radar del año 2001, el ilusionista recordaba: “Me agarró entonces el síndrome paranoide de la castración. Ese complejo lo traduje en un deseo de superación desmedido. Ya desde los siete años jugaba un poco con los naipes. Cuando todavía vivíamos en Buenos Aires, una tía me había llevado a ver a un mago chino que venía desde el Lejano Oriente para deslumbrar a grandes y chicos con sus trucos. Chang se llamaba. Me acuerdo que lucía un kimono de seda natural con dragones bordados a mano. Su show transcurría con una serie increíble de apariciones y desapariciones, y es todavía hoy uno de los recuerdos imborrables de mi infancia. Como en mi casa yo no hablaba más que de Chang, un amigo de la familia aficionado a la prestidigitación me enseñó un juego con cartas, que empecé a practicar. Después del accidente, las cartas se transformaron en una obsesión para mí”.
Paso a paso. En la adolescencia, siguió los consejos de un librito sobre cartomagia para principiantes firmado por Bernat y Fábregas. Ya de muchacho, mientras trabajaba como dactilógrafo en el Banco Nación de su ciudad, el joven Lavandera fue puliendo una rutina de ilusionismo única en su especie. En un fragmento de El Gran Simulador, el mago explica: “Tuve la suerte de no poder copiarle a nadie. Porque no hay libro ni maestro que te enseñen técnicas para mano izquierda, así que tuve que hacerme autodidacta. Porque yo tenía la suerte de tener una sola mano. Y así surge el estilo, la personalidad, lo que no se puede copiar”. En 1960 el ex bancario dio su primer gran golpe y ganó un torneo de magia. Después vinieron las primeras presentaciones en la calle Corrientes, en los varietés del Tabarís y El Nacional, y luego en tantos otros teatros y estudios de televisión a lo ancho y a lo largo del mundo. Moñito al cuello, enfundado en su smoking, y el muñón de la mano derecha siempre guardado en el bolsillo, René Lavand (ya se había galicado así) hizo delirar a las pantagruélicas audiencias del programa de Johnny Carson y aun del Ed Sullivan Show (antes que los Beatles). Nació así la leyenda del hombre por el cual los públicos caían como subyugados a sus pies: el joven mago vencía la baraja con la destreza de un acróbata. El ilusionista de voz hechicera que mareaba el destino de la baraja con su mano izquierda. El mago que dominaba las cartas más difíciles con la paciencia impertérrita de un monje tibetano. Así nació también el personaje. El único. El más grande. Señoras y señores, con ustedes, ¡¡¡¡Reneeeeeeeeeeeé Lavand!!!!!!
Pero ¿quién es en realidad René Lavand, el personaje que se comió a Héctor René Lavandera? ¿Será nada más que la leyenda viva de la cartomagia y el close up? ¿O también el sibarita que disfruta de los placeres de la vida en su remanso bonaerense? ¿También el filósofo cínico y barrial que encanta con su chamuyo? ¿El excepcional narrador? ¿O el maestro que genera reverencia entre sus discípulos? ¿O a lo mejor es ese hombre que ya pisando los 84 pirulos visita a su médica y, entre risas, reconoce que la artrosis ha mejorado sus rutinas en el escenario? ¿O será también el artista que odia que le pidan autógrafos y a la vez odia que no se los pidan? ¿Quizás el marido algo dependiente? ¿O el gran amigo de sus amigos? Nada por aquí, nada por allá.
En su documental, Frenkel se acerca a Lavand tratándolo como un personaje, un hombre que parece no poder quitarse de encima el título del “gran simulador”. Sin embargo, entre pases de magia y recorridas de Lavand por los pagos tandilenses con ese aire a mitad de camino entre David Niven y Clint Eastwood, se filtran retazos de verdad, hilos con los que se pueden tejer, más allá del mito, una posible biografía del hombre que prefiere ser catalogado como especialista en naipes: “Magia es la fascinación del artista, con la que logra la comunicación, artística y humana, con su público. Yo soy un hacedor de juegos de barajas, un experto en cartas. Y si dicen que tengo magia en escena, me halaga enormemente. Pero no me gusta que me llamen mago. Es una palabra que confunde a los públicos”.
La vida cotidiana, el riquísimo material de archivo y varios momentos dedicados a relatos ficcionales (como el contrapunto, el reencuentro con su mano derecha) son senderos que se bifurcan y que Frenkel elige trenzar para construir un perfil híbrido, que borra las fronteras entre la realidad y la ficción. Cuánto de lo que vemos y de lo que se nos cuenta es verdadero, en estos tiempos en que ya nadie cree en los ilusionistas. Quizás, como dice el propio Lavand en un fragmento del documental: “El arte es una mentira, y mentir es un arte, una bella y sutil mentira”.
“No se puede hacer más lento. No se pue-de ha-cer más lento. No-se-pue-de-ha-cer-más-len-to”, dice el mantra que recita Lavand mientras su mano acaricia las cartas en el living de su casa. Y de repente, imperceptible, el nocaut que llega con la baraja desplegada en escalera real sobre el paño verde.
Los trucos de Lavand irritan, histerizan, humillan por la belleza de su simplicidad. Bien lejos del estereotipo del mago “moderno” de bronceado artificial, pelvis movediza, entrepierna de paño, brushing en el pelo y armado hasta los dientes de trucos tecnológicos, Lavand apuesta al misterioso ritual de la baraja. “Hay una historia que cuentan de cuando David Copperfield quiso conocer a Lavand después de un show, y éste se negó diciendo que lo que hacía Copperfield no valía nada. Lavand es todo lo opuesto de esos magos que viajan con aviones cargados con cientos de kilos en equipaje para hacer sus shows. El anda por la vida solamente con un mazo de cartas. Esa imagen del último gran mago”, dice Frenkel. En un fragmento de El Gran Simulador, el escritor Rolando Chirico, amigo y autor de varios de los relatos a los que Lavand pone el cuerpo en sus shows, le explica: “Vos inventás un lenguaje. Como los alquimistas, que buscaban transformar el plomo en oro. Ellos qué hacían. Buscaban, con un discurso de cifras secretas, palabras precisas, de fórmulas rituales, darle órdenes a las leyes de la naturaleza. Más o menos es lo que estás haciendo. Tomás elementos comunes, que son naipes, que son cartones pintados; pausas, silencios. Los armás y después el relato sale siempre perfecto. Como una fórmula, un recitativo. Por eso se llama sacramental, porque es como un recitativo de un sacramento, porque cuando lo pronunciás operás un cambio sobre la realidad”.
Mientras la cámara hace foco en unas manos que colorean un retrato del ilusionista, Lavand se recuerda con Atahualpa Yupanqui, bebiendo vino de Burdeos a la orilla del Sena. Y cuenta que aquella mañana, Atahualpa le dijo: “Los artistas no trabajamos, paisano René. Los artistas nos preparamos permanentemente para entretener, divertir y emocionar a aquellos que trabajan. En el recreo de los públicos, ahí estamos nosotros, los artistas”.
El Gran Simulador se estrena el 2 de mayo en los cines Monumental, Cosmos UBA, Centro Cultural San Martín, Arte Cinema y Cine Club Hugo del Carril (Córdoba).
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