Dom 28.04.2013
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TELEVISIóN > ARRANCA LA SEGUNDA TEMPORADA DE BLACK MIRROR

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En un escenario de ciencia ficción tenue –un futuro muy cercano, a la manera de Ballard–, la serie británica Black Mirror abraza como ninguna otra las vidas en red, ese mundo tecnológico que ya no puede llamarse virtual porque se ha vuelto igual de real que la realidad. La segunda temporada, que empieza la semana que viene, suma a las intrigas políticas que dominaron la primera las relaciones de pareja y la espectacularización del sufrimiento, sin caer nunca en la tecnocracia, más bien demostrando que lo humano es indivisible de la máquina.

› Por Natali Schejtman

La frase se repite en todos los círculos, con valoraciones variables: los avances tecnológicos más recientes cambiaron radicalmente nuestras vidas. Pero, ¿qué pasaría si la viralización de un video de YouTube se convirtiera en una extorsión para pedirle al poder político una demanda irrisoria? ¿O si aquel escenario de The Truman Show se multiplicara por cada nueva cámara personal de video? ¿Y si un líder político surgiera de la combinación de impacto en los medios más el furor en las redes sociales, aunque fuera animado e incorpóreo a la vista?

Esos escenarios ficticios pero posibles plantea la serie Black Mirror, atravesada por el amargor que caracteriza a las series inglesas. Una ciencia ficción que transcurre en un tiempo indeterminado, no demasiado diferente del que vivimos, y escrutado con el prisma de una preocupación más bien ambivalente.

Charlie Brooker, humorista, autor y productor, creó un universo a partir de diferentes aspectos nuevos de nuestra vida cotidiana combinados con noticias de lo que vendrá y extremados con lucubraciones acerca del potencial del ser humano, sus instituciones y sus industrias.

Sería fácil decir que Black Mirror es una serie sobre el lado B del avance tecnológico, amenazante y peligroso. Pero la serie propone un universo más paradójico y dilemático en donde se juegan, entre otras cosas, los ímpetus humanos sobre todo en lo relativo a la libertad, frente a las posibilidades de control que aumentan con cada geolocalizador, cada foto subida a la web y cada cámara portátil. Si bien el eje libertad/control es uno de más cimentados, la relación con la ausencia material y con la muerte también tiene su protagonismo.

En el primer capítulo de la segunda temporada, “Estará de regreso”, una mujer joven que pierde a su novio –adicto al celular y a las redes sociales– decide acudir a un software en versión Beta que reconstruye a la persona a través de su actividad en la web: su voz, sus opiniones, su manera de expresarse, todo eso genera una adicción en la deuda, que no puede parar de chatear y hablar con una máquina. Porque está bien: será menos “real” que un cúmulo de huesos enterrados bajo tierra y presentados por una lápida, pero, ¿quién o qué se parece más al joven locuaz y alegre que ella conoció?

Brooker dice que este capítulo –tremendamente angustiante– se le ocurrió en un momento en que estaba haciendo lugar en su teléfono y se sintió muy culpable al borrar el nombre de un amigo suyo que se había muerto y cuyo teléfono probablemente no funcionaba más. Eso se unió con otra de sus ensoñaciones. Una noche en la que vagaba por Twitter y se preguntó: “¿Y si toda esa gente (del Timeline) estuviera muerta y todo lo que ellos dicen fuera una imitación de un software?”. Increíble: a principios de año se lanzó livesOn.org, cuyo slogan es Your Social Afterlife (“Tu más allá social”), es decir, una aplicación que permite tuitear después de muerto.

La relación de pareja, la espectacularización del sufrimiento y la política son los territorios recurrentes tanto en la primera temporada como en la segunda. El capítulo “Estará de regreso” podría funcionar como otra arista del universo que aparece en el capítulo “La historia de tu vida”, el mejor de la primera temporada, que mostraba un mundo en el cual todos eran capaces de filmar y almacenar todo lo que vivían todos los días gracias a un pequeño artefacto implantado al lado de la oreja. Acudir al archivo funcionaba tanto para fundamentar un reproche conyugal como para analizar cómo había sido la performance en una entrevista laboral. En cuanto a la temática política, “El himno nacional”, el primer capítulo de la primera temporada (y el más conocido), juega de alguna manera con el último de la segunda, “El momento de Waldo”. En el comienzo de Black Mirror, la premisa era muy potente. Alguien secuestró a una joven de la realeza británica, y para liberarla subió un video a YouTube en el que la chica, entre sollozos, dice lo que le dijeron que diga: que, para ser liberada, el primer ministro tiene que aparecer en televisión teniendo sexo con un chancho. Los servicios ingleses y todas las instituciones juntas no logran dar con el secuestrador, pero además tienen que cambiar el chip. El primer ministro pide que el video no se filtre, cuando ya se recontra viralizó y está en boca del mundo entero. “El momento de Waldo”, atravesado por la era de los indignados y la antipolítica (y con curiosas similitudes a lo que fueron algunos programas de televisión en la Argentina a fines de los ’90 y comienzos de los 2000), propone el surgimiento de un personaje animado y diagramado por un cómico, y un productor que agrede a políticos descaradamente y así se gana la empatía de una audiencia enojada y desilusionada que lo sigue al modo transmedia: por TV, Internet y cuando se estaciona en el medio de la vía pública gracias a una pantalla transportable. Todo genera cierta simpatía, claro. Y así, el dibujito/cómico/productor llega a presentarse a elecciones...

Black Mirror se detiene y reflexiona sobre temáticas no demasiado rebuscadas y más bien literales de nuestras vidas. Y lo bueno es que cae bastante poco en la sociología barata o apocalíptica. Más allá de lo que pueda parecer, tampoco es una serie tecnocentrista. En cambio fantasea sobre los alcances del ser humano cuando la tecnología aplicada lo conecta con sus debilidades y bajos instintos.

Black Mirror se estrena el 4 de mayo a las 22 por I.Sat

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