FOTOGRAFíA > EL AMAZONAS EN LA CáMARA DEL FOTóGRAFO ANTROPóLOGO NICOLáS JANOWSKI
Voluptuoso, atrapante, un largo universo que zizaguea latiendo de vida, frondosidad y secretos en el corazón de Sudamérica, el Amazonas no esconde un mundo sino cientos. En viajes periódicos de un mes, el fotógrafo y antropólogo Nicolás Janowski decidió explorarlos y recorrió la Amazonía ecuatoriana, boliviana y peruana registrando el mundo bajo la extracción petrolera y la inmensa mancha de cáncer y malformaciones que destila, las transformaciones en los ecosistemas por la llegada del hombre europeo y la prostitución, el alcoholismo y el turismo chamánico en los focos urbanos. La serpiente líquida es una serie que muestra, con parquedad y tremendo efecto, parte de lo que trajo de vuelta de sus expediciones.
› Por Verónica Gómez
En 1641 Cristóbal de Acuña no tuvo reparos en calificar al río Amazonas como el mayor y más célebre de los ríos del Orbe. Tan embelesado estaba con los efluvios selváticos y la fiebre exploratoria que, de un plumazo, en su “Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas”, Acuña desplazó a los titanes fluviales de la época –el Ganges, el Eufrates y el Nilo– para colocar al Amazonas en el podio. Pues si todos ellos desparramaban fecundidad a su paso, no cabía duda para el cronista de Indias de que “el Río de las Amazonas riega más eftendidos Reynos, fuftenta más hombres y aumenta con fus aguas a más caudalofos Occeanos”. Según el jesuita, sólo una cosa le faltaba al Amazonas para vencerlos en felicidad: tener su origen en el Paraíso. Pero Acuña era perspicaz: sabía que el Paraíso era una construcción labrada por la imaginación y la gracia literaria. Si “grandes Autores”, como Lucano, con sus poemas y relatos mitológicos, habían elevado a la categoría divina a los ríos mencionados, lo mismo se podía hacer con su querido río Amazonas. Sólo era cuestión de tiempo. Las arenas de oro y las infinitas riquezas ya estaban, sólo faltaba adorarlas con palabras. Casi cuatro siglos después, Nicolás Janowski (Buenos Aires, 1980) revisita el pulmón del mundo. En su muestra La serpiente líquida, curada por Julieta Escardó y vigente hasta fines de mayo en Casa Florida, podemos ver la punta del iceberg del copioso material que extrae en sus exploraciones. A diferencia de Cristóbal Acuña, no es la palabra la que guía a Janowski. A cada regreso de la selva, su mochila viene repleta de imágenes, imágenes atacadas por un destello súbito de movimiento. Fragmentos de nubosidad invariablemente oscura. Seres que, mitad animal, mitad humano, conservan su alma vegetal.
Si bien la Amazonía tiene alma vegetal, apenas una breve estadía es suficiente para que nos invada la sospecha de que no es savia lo que hace latir tanta selva. Por las nervaduras es más probable que corra algo parecido a la sangre. Si uno se interna en una selva por la noche, los colores se apaciguan hundidos en la negrura, pero los sonidos y los olores son tan violentos que pueden embriagarte hasta el desmayo. Uno se siente planta, pero no por parecerse a una planta. Sino porque en la selva las plantas son musculosas y las raíces pueden ser de un rojo tan brillante como un pedazo de carne cruda arrojada al suelo. En realidad, la selva es un gran animal. Carnívoro, sudoroso, sofocante. Por eso es tan fácil sentirse tragado por la selva, porque estamos hechos del mismo material. Mímesis y seducción. Maridaje con el paisaje hasta alcanzar el punto caramelo, la maravilla de la hibridación. Tal vez la palabra más adecuada para describir esa sensación sea voluptuosidad y es lo que aparece de un modo u otro en las fotografías de Janowski. Cuando captura con su lente un cúmulo de agua barrosa, los volúmenes, acentuados por el uso del blanco y negro, se fruncen y reverberan. Si nos descuidamos, puede que no sea sólo agua lo que tenemos delante, sino pedazos de seso de vaca revueltos en la corriente. Y hablando de vacas, el ser bovino es un motivo reiterado en la obra de Janowski. Figuras fantasmales de bueyes que se alejan por un camino nocturno en medio de un paisaje de cielo encapotado interrumpido por manchas negras. Un paisaje sucio y angustiante, donde los animales tienen el carácter de espectros blanquecinos. Otra foto: un hombre mira a la cámara luciendo una cabeza de buey superpuesta a la suya. La mitad del ser antropomorfo queda inmovilizada por el flash. La otra mitad es arrastrada por un movimiento de barrido vertical. El bailador moxeño, semioculto bajo la cabeza del animal, sonríe con cierto orgullo casi coqueto. Después de todo, está exhibiendo un atuendo sagrado y ritual. Sagrado, pero no ancestral: el ganado bovino es una introducción relativamente reciente en la región. Introducción que trae consigo algunos trastornos ecológicos: en 2011 se inició en el Amazonas ecuatoriano un brote feroz de rabia humana silvestre causada por la mordedura de murciélagos hematófagos. Los bichos beben la sangre de las vacas y bueyes y luego la transfunden al humano. Así la enfermedad se propaga. Para ahuyentar a los murciélagos, el gobierno usó la estrategia de la luz: repartió paneles solares, que transforman la energía solar en eléctrica. Los vampiros, renuentes a la luz, cejaron en la embestida, refugiándose en las sombras. En casi todas las fotografías de Janowski el flash fue decisivo. Pero a diferencia del gobierno ecuatoriano, Janowski no utiliza la luz artificial para ahuyentar a las bestias, sino para invocar sus espectros. Para decir que si algo queda fijo, quieto, inmovilizado, nada impide que a su alrededor las cosas se desvanezcan, se fuguen de sus propios contornos. Así es la Amazonía, una lucha continua por la supervivencia en medio de la superabundancia. “En esa transformación del curso de la vida, paulatina pero constante, la Amazonía también modifica al que se acerca a ella”, confiesa Janowski. Otra vez, la selva es antropofágica.
Nicolás Janowski es antropólogo por la UAB de Barcelona. Estudió fotografía en el Centre Iris de París y en 2011 recibió una beca nacional del Incaa para desarrollar un proyecto audiovisual sobre Sitios Arqueológicos en Argentina. Su romance con la selva amazónica tuvo tres etapas, tres viajes que durarían alrededor de un mes cada uno. En el primero –septiembre de 2011– el destino fue la región del Napo, en la Amazonía ecuatoriana, y su atención se dirigió especialmente a las actividades de extracción de petróleo y cómo esto afecta a las personas que conviven con ella. Con la construcción de la Vía Auca, una autopista para extraer petróleo rápidamente, aumentaron los derrames de crudo produciendo malformaciones, cáncer y enfermedades pulmonares. Este aspecto social que capturó la sensibilidad de Janowsky, por cuestiones de edición, no es el más presente en la muestra. En un segundo viaje, a principios de 2012, visitó la región del Beni, en la Amazonía boliviana. Esta vez, Nicolás haría hincapié en las modificaciones introducidas en el ecosistema original, como los bueyes, traídos por los jesuitas a finales del siglo XVII. En su tercer viaje, a fines de 2012, nuestro fotógrafo eligió Iquitos (Perú) como residencia para explorar los contrastes entre la Amazonía rural, visitada en los viajes anteriores, y la Amazonía urbana. Allí aparecieron otros temas, como la prostitución, el alcoholismo y el turismo chamánico. Como antropólogo, Janowski plantea hipótesis de trabajo. Pero el resultado, lejos de restringirse al documento o ilustración de una idea, apela a una poesía repleta de ambigüedades.
Su serie agrupada bajo el título La serpiente líquida es maleable y se adapta a los contextos de exhibición, variando la cantidad y tamaño de las imágenes. En esta oportunidad, la galería Casa Florida es la anfitriona. Nacida en julio de 2011, en el barrio de Vicente López, Casa Florida se propuso como objetivo apoyar y difundir la obra de fotógrafos emergentes y consagrados. Dentro de este espacio cuidado, cálido y barrial, funciona la librería Musaraña, un sitio encantador donde vale la pena demorarse y deleitarse con joyitas de la ilustración.
Las altas temperaturas obligan a los habitantes de la Amazonía a andar escasos de ropa. El cuerpo no se oculta, aunque tampoco se expone. Sin embargo, para cualquiera que provenga de la urbe, esta semidesnudez cotidiana resultará, por lo menos, novedosa. Janowski repara en los cuerpos desnudos para mostrarlos fundiéndose en el paisaje, camuflados por los efectos de la luz, que a veces se fragmenta rompiendo la unidad de un torso, de unos senos, de una espalda. Una mujer cierra los ojos e inclina la cabeza sumida en un estado de goce que bien podría ser la versión indígena de la Santa Teresa de Bernini. En su cuerpo, pliegues de algo que no llegamos a distinguir se superponen, de la misma manera que los hongos se adosan en niveles consecutivos al tronco de un árbol, como terrazas blanquecinas intercaladas. Otra mujer, también joven, también con los ojos cerrados, se aprieta los senos mientras quiebra la cadera, como una serpiente que transporta erotismo. Las mujeres posan, pero, paradójicamente, lo que posan es su propia intimidad. Porque aquí lo íntimo y lo público no son cosas separadas.
Las fotografías de Janowski oscilan entre el efectismo y la parquedad. Tal vez porque la selva, con su derroche superlativo de estímulos, es profundamente efectista. Tanto que, allí metidos, un silencio parco nos asalta, nos deja mudos, convertidos en un detalle más de la floresta.
La serpiente líquida
Nicolás Janowski
Hasta el 26 de mayo
Casa Florida
Gral. José María Paz 1530, Florida
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