› Por Pablo Paredes M
Desde Santiago de Chile
La idea de tener un hijo siempre me ha perseguido y aterrorizado. Es que imagínate a ese negrito pelopincho parado en la mitad de una escuela pública chilena, con la rabia de la falta de recursos. O, peor aún, en una escuela privada, con la vergüenza del privilegio. Imagínate a esa negrita ojos pequeños, sentada en mis hombros, levantando una pancarta de colores que pintamos por la mañana antes de ir a la marcha por la educación pública. Nada más bello, nada más terrible.
Me enteré por el diario, aunque lejos de las páginas de “política”, que la ex dirigente estudiantil del 2011 –ahora candidata a diputada– está embarazada y decidió tener ese hijo. Por eso, cuando unos días después llegó a presentar el libro El país que soñamos, de otro gran ex dirigente estudiantil, Giorgio Jackson –también ahora candidato a una diputación– las miradas, en vez de dirigirse a su cara, ya parte del paisaje del Chile movilizado, se posaron en su pancita ligeramente prominente. Escuchamos con atención su análisis de un Chile que abandona a la derecha para adoptar algo que aún no sabemos bien qué es. Pero esta vez sus palabras tenían una narrativa distinta, una sobre la cual no había ya total control. Ahora esa cosa llamada a futuro tendrá por momentos nombre de mujer, de la misma manera que, a ratos, el futuro andará gateando entre sus piernas.
Mientras escuchaba las presentaciones, no dejé de pensar en que la primera habitante de El país que soñamos estaba justo ahí, adentro de Camila. Pensé también en todas esas otras niñas y niños que no tuvieron siquiera la suerte de nacer el año de la indignación y que fueron antes atropellados por el neolilberalismo como un camión que aplasta una caja con perritos quiltros. Pensé en ésos que no nacieron nunca, porque no siempre ha sido lindo nacer. Ahí se me hizo claro lo que antes sólo había coreado, todo esto no es para nosotros, no es para la última generación nacida en dictadura ni para la primera nacida en democracia, esto es para ésos que pujan hoy desde adentro de nosotros.
Al terminar el lanzamiento, una señora me preguntó con curiosidad sonriente si el hijo de “la Camilita” era de Giorgio. Me vino un impulso a decirle que sí, pero me acordé de que esto no es –ni debe ser– Disney, que esto es Latinoamérica movilizada y acá el niño del barrio es hijo de todos los vecinos. Entonces le dije que sí, pero que también es mío, y me toqué la panza. La señora, muy parecida a la ex presidenta, aunque con un caminar de mujer pobre que ha trabajado toda la vida, se fue con una sonrisita extraña y me hizo pensar que allá afuera otra gran metáfora de Chile intenta su lugar: “Bachelet ha vuelto y la orfandad de Chile se acaba”.
Volví a casa pensando en que prefiero el otro poema-país, el que me obliga a vérmelas con mi gran miedo, el que me obliga a ser padre. Una amiga toca el timbre e intento explicárselo de otra manera: ya fue el tiempo del padre de la patria. Algunos dirán que ahora es el tiempo de la mamá de Chile, pero lo que viene, y de eso estoy convencido, es que esa niña que nace tendrá un montón de padres y un montón de madres y que esa mocosa debe ser todas las mocosas que nacen y, si me apuras un poco, creo que es tiempo de parir otro país. Mi amiga, que tampoco tiene hijos, me sonríe.
Le comenté a otros amigos que escribiría sobre esto. Algunos se llenaron del mismo pudor con que partí o, derechamente, se enojaron. Dijeron cómo vas a estar hablando como si fuese la hija de una modelo, de un futbolista y de la sobreexposición. Yo les dije que pensaba que a veces no era malo que se cruzara la prensa del corazón con la política, les dije que hay que hablar de ella, que hay que prepararle un cuartito nacional, que hay que pedirle a la marcha que grite una canción de cuna frente a La Moneda, un arrurú por la educación pública, un arrurú por todas nuestras guaguas. En la política a veces sobran himnos y faltan canciones de cuna.
Pablo Paredes M. es dramaturgo, escritor y poeta chileno.
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