Dom 05.05.2013
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CINE > DUSTIN HOFFMAN DEBUTA COMO DIRECTOR A LOS 75

Ningún viejo Verdi

A los 75 años, con una carrera de más de medio siglo, dos Oscar ganados (por Kramer vs. Kramer y Rain Man), otras cinco nominaciones (la primera, por su revelación: El graduado), clásicos en su haber (de Perdidos en la noche y Perros de paja a Mentiras que matan, pasando por Maratón de la muerte, Todos los hombres del presidente y Tootsie) y un frustrado intento previo por pasar del otro lado de la cámara, Dustin Hoffman acaba de estrenar finalmente su primera película como director, Rigoletto en apuros. Una comedia dramática basada en una obra de Ronald Harwood y protagonizada, sugestivamente, por los ancianos habitantes de un hogar de retiro para músicos ubicado en la campiña inglesa, que encuentran en la llegada de una nueva residente una inesperada vitalidad y una nueva oportunidad. Radar vio el debut y charla con el legendario actor devenido director.

› Por Tomás Marin

A mediados de los ’70, un cineasta amigo de Dustin Hoffman le regaló al actor una copia del libro No hay bestia tan feroz, del entonces convicto Edward Bunker. Hoffman fue a visitarlo a la cárcel y, entusiasmado con dirigir y protagonizar el proyecto, que se llamaría Libertad condicional, le compró ahí mismo los derechos del libro a Bunker (un par de décadas antes de que el autor, ya reformado, actuara para Tarantino como el Sr. Azul en Perros de la calle). Luego de pedirle a Michael Mann que se encargara de la adaptación del guión, Hoffman comenzó a dirigir la película. Un par de días después de comenzar a filmar, el actor llamó a Ulu Grosbard, el amigo que le había regalado el libro, y le pidió que se hiciera cargo de la dirección de la película.

“Yo protagonizaba y dirigía Libertad condicional pero, como director, ni siquiera tenía monitores para poder verme actuando. Eso me asustó un poco y preferí no dirigir la película. Y después, por una cosa o por otra, no conseguía volver a dirigir. O yo no me sentía del todo listo o desde el estudio pensaban que no estaba listo. O yo creía que a un guión le faltaban cosas o el estudio quería cambiarle de todo. Nunca se daba”, le cuenta a Radar Hoffman, a treinta y cinco años del estreno de Libertad condicional.

“Había dirigido a mediados de los ’70 All Over Town, una obra de teatro en Broadway, y también dirigí en el off-Broadway, pero ya consideraba una posibilidad real no dirigir nunca un film. Realmente necesitaba dirigir una película para sentirme realizado”, reconoce el actor ganador de dos premios Oscar, que recién ahora presenta Rigoletto en apuros, su primera película como cineasta. Hoffman enseguida aclara que “por suerte no era algo que estaba desarrollando desde cero. Esa era siempre la traba. Esta vez, me acercaron el guión con el proyecto listo. Yo tenía que hacerme cargo de dirigirlo nada más, así que acepté enseguida. Me sorprendió la oferta porque no me llegaban muchos guiones, algo que tenía sentido... ¿Por qué me los iban a ofrecer a mi, si no había dirigido ninguna película?”.

La voz de Hoffman suena relajada en el teléfono, como quien consiguió sacarse un gran peso de encima. La imposibilidad de dirigir era una mancha más en una carrera cinematográfica brillante, sí, pero que incluye remordimientos, por haberles dicho no a Federico Fellini, que lo llamó para La ciudad de las mujeres; a Ingmar Bergman, para filmar El toque (durante un embarazo de la primera esposa de Hoffman), y hasta a su amigo Steven Spielberg, en La lista de Schindler. Hoffman desairó al mismísimo Samuel Beckett, cuando el dramaturgo lo convocó para protagonizar una versión de Esperando a Godot y aguardó en un bar parisino más de una hora sin suerte a ese potencial protagonista que nunca apareció.

La fama de ser un actor bravísimo durante los rodajes siempre acompañará a Hoffman. Se conocen varias peleas épicas durante la filmación de Kramer vs Kramer, que le valió al actor su primer Oscar. Hoy, Hoffman atiende del otro lado del mostrador y, muy sereno, explica que “por lo general no tenía problemas con los directores. Me peleé con muy pocos y casi siempre porque ellos resolvían algunas escena muy rápido, mucho antes de que yo haya estado conforme con mi actuación. Los directores se apuran demasiado porque les tienen mucho miedo a los estudios y no quieren retrasar un plan de rodaje. Yo fui malcriado por otro tipo de directores, cineastas con coraje como Mike Nichols (El graduado) o John Schlesinger (Perdidos en la noche, Maratón de la muerte). A ellos no les importaba esperar hasta que consiguieran la mejor escena posible. Y ya no quedan muchos directores así en Hollywood. Barry Levinson contó mil veces lo bien que la pasamos filmando Rain Man y volvimos a trabajar juntos en Los hijos de la calle, Esfera y Mentiras que matan. Ellos tres son mis mejores influencias como director. Te daban todo el tiempo que necesitaras. Hoy eso es imposible. A los estudios no les gusta pagarle a un equipo para que ensaye. Te contratan y enseguida te paran frente a la cámara para que empieces. En Rigoletto... quería que los actores pudieran probar y equivocarse. Y que sigan probando y vuelvan a equivocarse. Esa es la única forma de mejorar. Levinson decía: ‘Si querés decir algo en cámara, lo decís y listo’. La improvisación es fundamental en una película. Si les das el mismo guión a cinco grandes cineastas, seguro harán cinco grandes películas, pero todas van a ser muy diferentes. Y lo mismo sucedería con cinco grandes actores y un mismo personaje. No existe una única manera de dirigir ni de actuar”, explica.

Una de las máximas de Hoffman dice que “el trabajo entre el actor y el director es casi como un matrimonio. Enseguida se nota si la relación va a funcionar o no. Es necesario tener cosas en común. Los actores no estamos para complacer a un director, necesitamos sentir que estamos haciendo las cosas bien. Y muy pocos directores son conscientes de eso. No sé por qué a los actores de los ’70 nos estereotiparon tan rápido. Yo era el problemático; Warren Beatty, el mujeriego; Jack Nicholson, el drogadicto... Nos costó mucho alejarnos de ese lugar común”.

Maggie Smith es la protagonista de Rigoletto en apuros. Hoffman eligió, para su debut como director, a una actriz que también tiene fama de complicarles la vida a los cineastas: “Ella tiene la misma reputación que yo y nos fue bárbaro trabajando juntos. Su mala fama también es porque no le gusta abandonar una escena hasta no sentirse del todo conforme. Es una irresponsabilidad tratar de seguir adelante sin resolver las escenas. Me causa gracia que, detrás de cámara, si los técnicos no son perfeccionistas, los echan por pavadas como un foco suave o por no llevarle un vaso de agua al director. Y delante de cámara, por alguna razón, somos nosotros mismos los que tenemos que exigir disciplina artística.”

“El cineasta es quien sostiene el pincel. Eso es un privilegio, por más que tengas que hacerte cargo de todos los problemas. Antes de empezar a dirigir estaba tan nervioso como cuando interpreté por primera vez a Shakespeare. Hice de Shylock en El mercader de Venecia y ahí recién me saqué de encima una gran deuda que hasta entonces tenía pendiente”, dice Hoffman aliviado. Enseguida su agente interrumpe la conversación y le explica que es la hora de terminar la entrevista.

El actor dice que lo lamenta y agrega que le “encantaría poder ir de paseo a Argentina y ver algo de su cine. Me acuerdo de una película sobre un torturador que me había gustado, creo que se llamaba La historia oficial”. Hoffman pide recomendaciones sobre cine argentino y, con amabilidad, pregunta si es posible que se le haga llegar alguna de esas películas que, con una breve descripción, lograron interesarlo. No demuestra tener ganas de cortar y prefiere seguir charlando un ratito de cine, por más que ya haya pasado un buen rato desde que su agente le recordó que era la hora de terminar la nota. Dustin Hoffman, a los 75, ya no tiene ganas de pelearse con nadie, pero también se nota que a esta altura de su carrera está un poco cansado de que le digan qué tiene que hacer.

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