Dom 05.05.2013
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CINE II > BLASZKO III, DE IGNACIO MASLLORENS

La comedia del arte

Martín Blaszko nació en Alemania, se nacionalizó argentino en 1939, y poco antes de morir (en 2011) había alcanzado los noventa años con una vitalidad sobrenatural. Fundador a mediados de los ’40 del mítico Grupo Madí, durante siete décadas no dejó de producir y encantar a todos con su espíritu ilustrado y juguetón. Uno de sus admiradores devotos es Ignacio Masllorens, integrante de El Pampero Cine, lo tuvo como protagonista de dos cortometrajes. Ahora, en este documental que es también el cierre de una trilogía y primer largo sobre Blaszko, Masllorens registra al artista en movimiento, en interacción con personas y espacios, especialmente con el museo. Y logra una película que es una comedia y también una especie de manifiesto artístico, un liviano pero certero comentario sobre el arte contemporáneo.

› Por Mercedes Halfon

Blaszko III es, como su nombre lo indica, la tercera entrega de la serie de piezas fílmicas que Ignacio Masllorens dedicó al escultor, pintor y dibujante de origen alemán Martín Blaszko. Si bien los primeros dos fueron cortometrajes, el trío comparte un espíritu de composición particular, una impronta formal que se impone al mero registro documental, o al de por sí atrayente retrato de un artista fascinante y mítico. Blaszko es, además, de esas personas que pueden hablar con sencillez de asuntos muy complejos (la función del arte para el hombre, el sentido del gusto como una cualidad idéntica para todos los seres humanos, la relación entre arte, ciudad y naturaleza), definiciones que en el arte contemporáneo parecen volverse difusas o muy abstractas y él las pone en negro sobre blanco, sin perder ni un ápice de visión crítica, poseído por un entusiasmo juvenil a sus 90 años.

Berlín-Buenos Aires

Blaszko nació en Berlín en 1920. En los años ’30, su familia se instaló en Polonia, donde estudió dibujo con Henryk Barczynsky y Jankel Adler. En 1938 visitó París, donde tuvo una serie de inspiradores encuentros con Marc Chagall. Al año siguiente se estableció en Buenos Aires y, tiempo después, adoptó definitivamente la ciudadanía argentina. Hacia 1945 conoció a Carmelo Arden Quin, con quien participó en el mítico Grupo Madí, propulsor del arte abstracto en nuestro país (el nombre se considera como un acrónimo de cuatro conceptos artísticos básicos: movimiento, abstracción, dimensión, invención). Desde entonces, sus obras han sido exhibidas en numerosos museos y muestras alrededor del mundo. Ignacio Masllorens se topó con él a raíz de un documental que realizó sobre una muestra colectiva en Tigre, en el cual Blaszko era uno de los artistas a entrevistar. “Su departamento frente al Jardín Botánico era un lugar increíble, lleno de obras y libros en español, inglés y alemán. Martín me cayó bien de entrada: tenía un excelente sentido del humor y permanentes ganas de hablar o discutir sobre arte. Pero más que nada transmitía un entusiasmo y una energía poco común para alguien de su edad. Uno desearía ser así cuando llegase a esa etapa de la vida”, explica el director. Rápidamente la entrevista se transformó en corto, luego apareció la idea de hacer un segundo y tiempo más tarde un tercer capítulo, pero esta vez en formato largometraje. Cada uno con una propuesta formal, clara y diferente del anterior.

Para capturar el espíritu a la vez ilustrado y juguetón de Masllorens hay que saber que viene de ser parte de varios de los proyectos de la troupe El Pampero Cine, llegando a codirigir con Mariano Llinás un exquisito documental inédito, El humor (pequeña enciclopedia ilustrada), sobre la historieta argentina. Su filmografía es diversa, algo errática, insular: ha hecho los telefilms Alabanza a la papa (2004) y Pablo Dacal y el misterio del lago Rosario (2008), videoclips para Francisco Bochatón, Rosal, entre muchas otras producciones. Ignacio vivió en Bariloche durante su infancia, donde estudió en una escuela alemana. He ahí otro punto de contacto con Blaszko.

Los curadores

En esta tercera entrega de la trilogía nos encontramos al nonagenario artista trabajando en su estudio/sótano de la peletería familiar en la que trabajó toda su vida. Blaszko, hablando con mucho acento alemán, coordina una muestra que debe montar a los pocos días en el Museo Malba. Lo acompaña un reducido grupo de ayudantes jóvenes con quienes realiza las tareas de restauración de sus piezas escultóricas. Mezcla pinturas para llegar al amarillo limón que necesita (“uuh, cómo me enchastré”, dice Blaszko tras un pequeño derrame), taladra metal para ajustar dos piezas. Así como el primer corto había sido la mencionada entrevista y el segundo, una desordenada reconstrucción de su vida a partir de fotografías, en este tercer film la idea de Masllorens fue registrar a Blaszko en movimiento: recorriendo la ciudad, afuera de su hogar, en la interacción con personas y espacios. “Pero al igual que los otros cortometrajes, necesitaba que éste también tuviese una restricción formal, por llamarla de algún modo. Utilicé siempre un mismo gran angular con el que hice tomas extremadamente largas.” Con esa idea inicial, Ignacio filmó este primer día de trabajo y luego el proceso de embalaje y traslado de las esculturas hasta el museo y, finalmente, todo lo sucedido allí en el montaje. “Se me ocurrió pensar en un documental realizado con la menor cantidad de planos y cortes posibles. Quería ver si era posible realizar un film así y que además sea mínimamente bueno, o por lo menos interesante. En los momentos iniciales hay un momento que me gusta mucho, que es un largo plano en donde se ve a Martín en el sótano de la peletería, y de repente suena el timbre de calle. Se nos informa que quien tocó es Gabriel, su asistente, que al rato baja, entra en cuadro y se pone a trabajar, ignorando por completo a la cámara. A mí me parece prodigioso que la primera aparición de Gabriel esté marcada por ese timbre, cuando él todavía no era consciente de que estaba a punto de ingresar en el plano de una película, es decir, en convertirse en un personaje importante de una trama que tanto él como yo desconocíamos en ese entonces. Este tipo de intromisiones de lo que podríamos llamar ‘lo real’ en cualquier puesta en escena siempre me han parecido algo casi mágico.”

Esa misma magia es la que aparece en la terraza del Malba en el momento del montaje de las piezas. Y eso es lo que hace que el film se despegue de lo documental hacia una narración de otro orden (¿ficción?, y en ese caso, ¿comedia?) que ocurre frente a los ojos del espectador: casi como si estuviera guionada. Una vez en el espacio museístico, con las obras a su disposición, Blaszko comienza a pedir que las ubiquen. Los montadores le explican que no pueden hacerlo, que deben esperar a la llegada del curador (ahí uno de los mejores chistes que realiza Blaszko, cuando dice que hace diez años esas figuras no existían en el mundo del arte y sugiere el nombre para una banda “Los Curadores”). Blaszko se las ingenia con su simpatía y el peso específico de sus ideas para que todos se pongan a trabajar para él. Corren las esculturas de adentro hacia afuera, otra vez adentro, para arriba, para abajo. No conviene revelar lo que sucede cuando entra en escena el curador, pero quedará en los anales de los documentales de artista por largo tiempo.

“¡Qué aventura!”, había dicho Blaszko un rato antes, cuando la última de sus obras ya había sido subida al camión y se dirigía hacia la muestra. Es a esa íntima, bella y rara aventura a la que accedemos en este film.

Blaszko III se proyectará los sábados a las 18 en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3416.

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