Domingo, 12 de mayo de 2013 | Hoy
El trabajo de toda una vida. Así define Adriana Lestido al increíble Lo que se ve, el libro y la muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes que reúnen treinta años de imágenes poderosas, desde aquella en Avellaneda, en la que madre e hija con pañuelos en la cabeza clamaban por un ausente, hasta los recientes paisajes de la costa atlántica, donde la fotógrafa vive la mitad del año. Desde la amorosa aspereza de sus primeras series hasta la concepción casi mística de las imágenes borrosas y ensoñadas de los últimos años, Lestido presenta esta obra completa donde late la angustia de la separación, la calidez de los vínculos y una empatía casi existencial entre lo que se tiene, lo que se ha perdido y lo que puede perderse.
Por Angel Berlanga
“¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra.”
El amanecer desde la orilla y en el horizonte, entre la línea del mar en la lejanía y los nubarrones, una franja de luz. Luego un autorretrato: el perfil que apenas asoma detrás del pelo, el cielo que asoma apenas detrás de los tamariscos, los tamariscos y el pelo casi mimetizados. Y a vuelta de página esos versos de Raymond Carver: “Ultimo fragmento”, del libro Todos nosotros. Así es el comienzo del cierre de Lo que se ve, el conmovedor libro que acaba de publicar Adriana Lestido, un trabajo destilado a lo largo de toda su vida que, a la vez, podrá verse desde pasado mañana con su formato de muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes. La exposición y el volumen condensan un caudal de fotografías tomadas entre 1979 y 2007, pero las imágenes que ofrece esta artista son como espejos que viajan más allá de los tiempos, cuerpos y caras y expresiones y paisajes y materiales que se abren camino en el que mira hasta que ve, ve, un signo esencial de su propia existencia.
“Descubrí que a esta altura siento como si las fotos ya no me pertenecieran”, dice Lestido en su departamento-estudio de la calle Chacabuco, en San Telmo. Hasta hace un par de días estaba dando una de sus clínicas de fotografía en Mar de las Pampas, el pueblo al borde del Atlántico en el que pasa gran parte de su tiempo, y ahora acaba de ofrecer té de jengibre con canela y miel. “Me alegra mucho que existan, y obvio que son mis fotos –se sonríe–, pero incluso con las series más recientes, ‘El amor’ y ‘Villa Gesell’, siento que se cierra una etapa. Cinco años atrás, cuando hice la retrospectiva en el Recoleta, mi fantasía era poder liberarme de todas las imágenes, todo lo que había visto en estos treinta años, y estar lista para lo que vendrá. Bueno: sentí que no me había liberado del todo. Así que espero que ahora, con el libro y la muestra, la etapa se cierre. A veces me pasa que las miro y por ahí me emociono como si fueran de otro, como si fueran más allá de mí. El título del libro, que es una frase de Sara Gallardo sacada de Eisejuaz, también es medio eso, y me gusta. Lo que se ve más allá de uno. O a través de uno. Qué sé yo.”
Dice Lestido, confirma, que para encarar su trabajo siempre necesitó involucrarse a fondo. “Y me pasa lo mismo con los talleres, realmente quiero estar presente en cuerpo y alma en cada cosa que hago –dice–. Y si no puedo trabajar así, no me interesa. Si me pongo a mirar estoy a pleno: creo que uno tiene que transformarse en instrumento y vehículo de algo. Pero no es que me lo proponga: es como funciono.” Lo que se ve, entonces, es cosecha de una persistencia de trabajo y sensibilidad que se retroalimentan. Dentro de la Historia de este país está la suya, fundante, signada en la dedicatoria que abre el libro: “A Guillermo Willy Moralli, compañero de vida y de lucha, secuestrado y desaparecido por la dictadura militar el 18 de julio de 1978. A su luz, bondad y belleza”. Ese año Lestido empezó a fotografiar. En 1982, apenas iniciada como reportera en el diario La Voz, retrató durante una protesta en Avellaneda a una mujer con su hija en brazos, gritos dolidos, puños cerrados, pañuelos en sus cabezas. Reclamaban por un hombre ausente, desaparecido. Una orfandad. Es la primera foto de Lo que se ve. Un grito de muchos aquí. De muchas. También de Lestido. Una orfandad, en su caso, con otro eco lejano y también profundo: cuando era chica, su padre estuvo preso. A las cicatrices de esas separaciones en 1984 se agregaría otra: la muerte de su madre. Sus primeras series están directamente relacionadas con estas marcas.
Libro y muestra son una suerte de antología que reúne varias de sus series: Hospital infanto juvenil (1986-1988), Madres adolescentes (1989-1990), Mujeres presas (1991-1993), Madres e hijas (1995-1999), El amor (1992-2005) y Villa Gesell (2005). Campean la soledad o el destino de separación, el desamparo, cierta desolación y una tristeza inconmensurable. La cercanía e incluso la convivencia con los retratados le permitieron registrar lo íntimo en lo cotidiano, el gesto de la desavenencia, la duda y la determinación, la zozobra, el consuelo, a veces la alegría, a veces la desesperación. La primera mitad del libro contiene fotos tomadas en interiores, puertas adentro, y a medida que se avanza en las páginas (ya desde la serie Madres e hijas) van apareciendo más y más exteriores, playas, algún camino desierto en la lluvia, algún árbol o alguna roca fantasmal: acaso versiones de aquellos rostros, sus estados. Dice Lestido que le cuesta hablar de sus fotos, que prefiere no hacerlo: “Creo que es mejor que cada uno se apropie de la imagen, porque la autora diciendo esto o lo otro tiene mucho peso en quien ve, ya condiciona a mirar en una dirección –explica–. Hay tantas lecturas como miradas posibles y momentos posibles, y a mí me gusta que pase eso. Me interesa cuando una imagen resuena internamente en quien la mira y la siente como propia, siente que tocó cosas propias, y se olvida de quién es esa foto. Si una imagen es poderosa, tiene vibración y se impregna, se mete y mueve cosas: lo que uno pueda decir, entonces, no le hace justicia. Una imagen tiene que ser mucho más que lo que el autor piensa, tiene que ir más allá de él. Así que mejor dejarla ahí, y que cada uno experimente qué le pasa”. “Yo simplemente quiero ver las cosas como son, contemplar sin filtros –subraya Lestido– . Poder estar en lo que es. Presente en la imagen. Lo mío más que una búsqueda es un descubrimiento, en el sentido de poder sacarle la cubierta a las cosas. Creo que, como dice Koudelka, una buena fotografía es un milagro, y los milagros no se hacen ni se provocan, se descubren. Tienen que ver con la percepción, no con conceptos o emociones. Aunque también creo que toda expresión genuina incide sobre todo en las emociones de una persona, tocando su alma y haciéndola receptiva hacia lo bueno.”
¿Cómo era Lestido cuando empezó, cómo recuerda a aquella que fue? Bastante más ingenua que ahora, dice, pero tampoco tan diferente. “¿Sabés que no sé bien cómo era? Creo que me tenía menos confianza y entonces por ahí era más insegura. Pero no sé hasta qué punto, porque también era un poco más salvaje que ahora. No me siento tan distinta a la que estaba ahí, en Avellaneda, haciendo esa foto de la Madre de Plaza de Mayo con su hija. Es raro. Porque a la vez es como si todas las que fui convivieran, y no me siento muy distinta a ellas.” Su forma de fotografiar ha ido cambiando a través de los años, dice, más allá de que sus temas y sentimientos de fondo sean los mismos, incluso en los paisajes. “Es como si en la serie con las presas me hubiera sacado lo más áspero, oscuro y denso de encima –ensaya–. Con Madres e hijas también, como que hacer eso me dejó más en paz. Lo que vino después es más tranquilo. No sé si es tranquilo la palabra. Suave. Como si lo crudo del principio con el tiempo se hubiera ido suavizando: eso dio lugar a otros matices. Por supuesto, tuvo que salir primero lo duro para que así fuera.”
Hacia atrás y hacia adelante en el tiempo hay otro proyecto: la Antártida. “Fui el verano pasado, estuve en una residencia artística que organizan el Instituto Antártico, Cancillería –cuenta–. La idea tiene que ver con lo mismo, una necesidad de volver al origen. Necesitaba ir a un lugar desierto, y también terminar de limpiar. Yo creo que la creación es limpieza, que lo único que uno puede hacer es limpiar, y que venga lo que venga. Hice muchas fotos, pero voy de a poco: sólo pude editar unas poquitas panorámicas; me prestaron una cámara que con el frío se trababa, la mitad de los rollos están estropeados. Eso lo pude ver, pero todo el material blanco y negro, que es muchísimo, falta. Cuando me libere del libro, la idea es ponerme con eso. Yo quería ir a un lugar extremo: la Antártida es el lugar donde menos vida hay. Es como un lugar de vida y de muerte, la muerte está muy presente ahí, y yo necesitaba ir. Como para que muriera algo en mí, que no sé bien qué es.” ¿Qué sería limpiar? “Limpiar es sacarse ruido de encima –responde Lestido–. Para mí la creación genuina se da cuando uno se convierte en una especie de canal, por decirlo de alguna manera remanida, para que la afluencia de imágenes se proyecte a través de uno. Y para eso hay que estar limpio, limpio de locura. La limpieza también tiene que ver con el eterno trabajo de cultivo de sí mismo y, desde ahí, por ahí, se da la expresión. Para mí la limpieza es la conexión con la naturaleza. Los meditación es limpieza, y estar en el presente, en lo que es. Desde ahí se abre el espacio para que venga lo que tiene que venir.”
Muchas de tus fotos hacen pensar en los sueños. ¿Sentís una especie de camino hacia lo onírico?
–Sí, sí. A mí los sueños me interesan especialmente. Ese mundo: me interesa la idea de poder tocar otro plano, sobre todo. Lo que está ahí y no se ve, y que por ahí se hace visible a través de una imagen. Eso, que es tan difícil de aprehender, me interesa. Sería hermoso poder fotografiar las imágenes de los sueños: esa imagen que no tiene color, que está ahí, que puede ser tan confusa y borrosa y movida. Ahí hay una diferencia con el principio: supongo que por inseguridad me preocupaba mucho más la cosa técnica, que no se vean movidas. Y con el tiempo, a partir de Madres e hijas, me liberé de eso: siento que muchas imágenes son más reales o verdaderas en su indefinición, en su movimiento. Como los sueños, como el alma misma, que es borrosa a veces. Ahora me gusta cuando aparece esa cosa, que medio roza otro plano, ¿no?
Hay una frase de John Berger que articula, de algún modo, Lo que se ve. “El nacimiento da comienzo al proceso de aprendizaje de la separación –cita Lestido en su libro–. La separación es difícil de aceptar o creer. Y, sin embargo, a medida que la aceptamos, se desarrolla nuestra imaginación, la capacidad de reconectar, de unir, aquello que está separado. La metáfora descubre los indicios que muestran la totalidad. Los actos de solidaridad, compasión, abnegación, generosidad, son intentos de restablecer –o al menos una negativa al olvido– una unidad perdida. La muerte es la prueba más difícil en el proceso de aceptar la separación que la vida ha provocado.” “Creo que eso, darse cuenta de la totalidad, es la esencia –dice Lestido–. Yo creo que la separación atraviesa todo mi trabajo. La separación como largo proceso de aprendizaje y como necesidad también de volver a juntar y unir. Quizá la tristeza que está por detrás de todo mi trabajo es eso: el amor como necesidad de recuperar una unidad perdida. Y bueno, lo difícil que es.”
Cita, Lestido, a Gastón Bachelard: “Para una imagen no hay proyecto, sólo hace falta un movimiento del alma –apunta–. Pero para penetrar en su espacio poético hay que entregarse sin reservas, y esto es siempre una felicidad. La poesía, de una imagen o de lo que sea, tiene siempre una felicidad que le es propia, más allá del drama que descubra. Esa felicidad, dolorosa a veces, es lo mejor que me llega como devolución, ¡es lo más que puedo pedir!”. Lestido está a poco de ofrecer otro té de jengibre y canela y miel, y está a poco de contar que el colgante celeste en su cuello es un escarabajo egipcio que le trajo una amiga muy querida, que siempre la protege con sus cosas, por ejemplo también con la pulsera, una piedra ovalada del mismo color unida a un hilo oscuro, que llegó urgente en reemplazo de otra que se llevó el mar. Pero antes de eso dice que Lo que se ve es su mejor expresión, y que se puede morir tranquila. “Esto es lo que hice y ahí está, de la mejor manera –subraya–. Voy a seguir, no me voy a morir ya –se sonríe–, pero la sensación es esa: esto es lo que hice y lo que vi. La inclusión de los textos y de las citas, además, para mí son parte fundamental, porque con la mayoría de estos autores convivo, y los siento parte de mí.” Pizarnik, Lispector, Jung, Pedro Salinas, por completar la cifra de quienes ya habían sido citados aquí. “Hice el libro con el apoyo de Mecenazgo Cultural, de Insud y de Capital Intelectual, y realmente no hubo un pero: lo hice sin ninguna limitación –destaca–. Es un lujo haberlo podido hacer. Más que un lujo, es una bendición. Así que ahí están mis treinta años de trabajo. Mi vida, en realidad, porque es mucho más que esos años de trabajo. Ahí están. De la mejor manera.”
Lo que se ve. Fotografías 1979-2007 Libro.
Editorial Capital Intelectual
296 páginas
Exposición.
Del 14 de mayo al 14 de julio
Museo Nacional de Bellas Artes
Libertador 1473
Martes y viernes de 12.30 a 20.30
Sábados y domingos de 9.30 a 20.30
Entrada libre y gratuita
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