LIBROS > SIN SUEñO SE DUERME TAMBIéN, DE NORA LEZANO
El primer libro de Nora Lezano no contiene fotografías ni imágenes de ninguna clase, como quizá muchos habrían creído lógico, tratándose de una de las más destacadas retratistas de Argentina. Sin sueño se duerme también es el registro textual de veinte años de recorrido por los interiores de la escena nacional del rock, de sus camarines, fiestas y espacios más íntimos, a partir de observaciones personales, frases escuchadas al pasar, arrebatadas en algún momento de la madrugada. Sin nombres rutilantes, sin maquillaje, tan sólo una recopilación mínima y estremecida de lo que alguien puede llegar a mirar, escuchar, observar y pasar en limpio desde el lado más pudoroso de la cámara.
› Por Agustina Muñoz
Sin sueño se duerme también es un objeto raro. Un libro de escasa tirada, pagado por un autor que podría conseguir editorial y que por eso mismo, en esa acción, parecería estar pagando su libertad, su razón de ser extraña y personal. El primer libro de Nora Lezano es un libro de texto: ni de fotos ni de imágenes; un compilado errático de palabras de una generosa y cruda intimidad que atraviesan más de veinte años de vida. En ese tiempo, no sólo se hizo mujer, se separó, se volvió a enamorar, encontró profesión, tocó fondo; sino que se volvió fotógrafa personal y amiga de muchos artistas capaces de cambiar el rumbo no sólo de la música sino del pensamiento de varias generaciones. Joven, talentosa y atrevida, tocó la puerta de los hombres del rock, y ellos la dejaron pasar, y mientras hacían sus cosas, ella se paseaba con su camarita. Y fue esa pasión, seguramente –la que sentía por ellos– la que construyó su relación con la lente. Una relación informal, caprichosa y austera, que logra –como pocos fotógrafos– encontrar la intimidad, el lugar de quiebre, la hendija en la que el otro se vuelve indefenso y accesible –y por eso– más hermoso que en ninguna otra foto.
Nora empezó a fotografiar a las personas que amaba, las que encarnaban su idea de lo vital, de lo inspirador. Cuando Nora fotografía a Charly García, parecería estar fotografiando lo que Nora ve de ella en Charly. Lo que ve, lo que odia, lo que añora, lo que teme de ella. Cada foto que hizo no sólo muestra al fotografiado, sino también a ella. Y es eso lo que se encuentra en este libro: esa misma lente –como forma de mirar al mundo– replegada sobre ella misma. Como una bajada a texto del mismo ejercicio que viene haciendo hace años, que a veces es público pero la mayoría de las veces es privado. Por eso, no hay foto en la solapa del libro, no hay curriculum, no hay nombres propios; como una aspiradora que retiró todo lo superfluo y dejó lo esencial, lo que le pertenece a ella más allá de la fama de los protagonistas. Ya quisiéramos saber quién dijo la frase de amor de la página 110; podemos fantasear que fue Spinetta o Cerati –podrían serlo– pero también puede ser un desconocido, o incluso, una parte de un diálogo escuchado en una fiesta que a Nora le llamó la atención. Lo que importa es el texto, su eco, sin fechas, como un diario íntimo encontrado en el banco de una plaza. Pero como el dueño es artista, es también una hoja de ruta para recorrer una obra. Y es interesante ver lo que pasa al leer a alguien a quien se conoce por sus imágenes. Algo de la palabra y su cualidad única se vuelven ineludibles. Todas las polaroids de Patti Smith y las cientos de fotografías de Mapplethorpe no lograron contar esos años como lo hizo el libro Eramos unos niños; la contundencia y verdad de las fotos de Nan Goldin tienen la fuerza que la palabra envidiaría para contar un instante, pero el relato del sida que hace en su documental exponen los años ochenta y noventa como ninguna otra foto de sus amigos lo hizo. Una foto de una mujer ojerosa capta el fulgor único de un instante, pero el libro de Nora cuenta lo que pasó antes y después de esa foto, el pensamiento que cruzó por esa cabeza en el instante en que miraba o era mirada por una lente o volvía de una fiesta, sola a la madrugada. Lo que se captura en una imagen, se entrega y confiesa con la palabra de un modo distinto. Este libro puede ser la voz en off de todos sus autorretratos y retratos, lo que uno imagina que pasó en esos autos, en esos livings, en esas noches, en veinte años de una vida agitada.
¿Cuando escribías estos textos tenías la intención, o al menos la idea, de una publicación?
–No, sólo tenía intención de guardar esos momentos. Hay algunos pasajes que en las sucesivas ediciones que fui haciendo del texto cambiaron de forma; por ejemplo, con una situación de mi vida personal que decidí escribirla como una escena teatral, sin saber cómo se hacía, copié la forma de un libro de Camus que tenía en la biblioteca. De esa forma, el texto tomó distancia de la escena original. Este libro contiene partes de muchísimos cuadernos que tengo guardados. Es consecuencia de cosas que escuché en el colectivo, cosas que me pasaron, pensamientos que tenía. Llevaba los cuadernos a todos lados, hay anotaciones que hice en el sillón de un boliche a las cinco de la mañana. Yo me pregunto por qué habré elegido contar tal o cual cosa. Como una foto, ves todo pero decidís conservar sólo algo. Yo, como fotógrafa, trabajo con pocos elementos, voy con mi cámara, no llevo luces, trabajo con lo que hay, y acá fue lo mismo: lo mínimo de lo mínimo. Me pasó de sacar sólo un frase de un texto largo, “con el afán de guardar, perdí”; sólo eso es lo que quedó en la edición. Y me gusta.
¿Cómo fue la decisión de publicarlo?
–Decidí pasarlo a un archivo de word y varios amigos que lo fueron leyendo me dijeron que tenía que hacer algo con eso. Tuve muchas dudas, no es un lugar donde me sienta segura; yo en la fotografía voy adelante, pero este lugar me daba más pudor. Los libros los tengo en cajas desde noviembre del año pasado y tardé varios meses en sacarlos. Es la pregunta que todas las personas que crean algo se hacen, supongo, ¿por qué ahora?, ¿para el otro o para mí?, ¿por qué esa cuestión egocéntrica de creer que otro debe leer eso que yo escribí para mí?, ¿por qué compartirlo? Todavía no tengo la respuesta... yo soy una gran consumidora de diarios, me encantan, los primeros de mi vida fueron los de Anaïs Nin, que los leí todos, después los de Kafka, los de Baudelaire, los de Victoria Ocampo. Como yo disfruté de esos textos, pienso que tal vez a otros les pueda pasar lo mismo con los míos.
Mucha de la obra que no hacés por encargo te tienen a vos como protagonista, no sólo en imagen sino en frases en primera persona o que insinúan un pensamiento íntimo. Este libro también es sumamente íntimo, personal y confesional.
–Yo trabajo con la fotografía, soy un montón de cosas, no soy solamente fotógrafa. Empecé a fotografiar músicos de rock, me gusta retratar gente, la foto es lo que pasa entre los dos, haya buena onda o no, sea una sesión de media hora o de ocho, me gusta mostrar lo que yo veo de la otra persona. En mi obra más personal, se trata de hablar de lo que más conozco, que soy yo. Todo es una catarsis para mí. Mi obra personal podrían ser todos estos retratos; siempre me sentí menor porque no hago trabajos como esos otros fotógrafos que se dedican un año a retratar a ciegos, o bomberos, o familias. Yo hace veinticinco años que sigo el mismo trabajo de profundización, de retratar gente. Me gusta trabajar en soledad, los autorretratos, estos textos... el trabajo para mí no es salir a la calle a retratar gente, sino salir a buscarme.
¿Por qué sale primero un libro tuyo de textos y no de fotos?
–El archivo de fotos es tan inabarcable... es más jodido ver, verme, que leerme, supongo. Te ves vos a los veinte, a los treinta, con gente que ya no está. Adentrarse en ese archivo me cuesta mucho. Es eso. Algún día lo tendré que hacer, lo sé. Yo en una época de mi vida sacaba diez rollos por día, es un volumen enorme. Puedo hacer tantos libros, que no sé por dónde empezar. Me supera. Todavía no, más distancia, más distancia necesito.
¿Creés que el texto te da esa distancia?
–En el texto yo traté de universalizar, el que me conoce me va a ver, pero el que no, también puede ver más allá de quién soy. En la primera página dice: “qué importa quién habla”. Está mi voz, hay frases que me dijeron músicos amigos, conocidos, yo decidí no poner sus nombres, sacar esa referencia, esos signos a través de los cuales leer el texto. Quería que las palabras se pudieran leer solas.
El libro no va por orden cronológico, ¿qué tránsito creés que hace?
–Al sacar las fechas que en un momento encabezaban los textos, vi cómo frases del ’86 se repetían en el 2012, vi mi propia repetición. Después empecé a cambiar los texos de lugar y creo que ahí empezó a aparecer el libro, con esa libertad de poder dar vuelta las cosas, verlo como si no fuera yo. Yo soy una persona estructurada, ordenada, y darme cuenta de que podía hacer lo que quisiera con esas palabras fue muy liberador. Un amigo lo definió como el poemario de una vida, y es eso, hay un hilo más allá de que uno pueda abrirlo en cualquier página y leer. Empieza diciendo: “abro los ojos, nunca río cuando me despierto”. Que termine con un manifiesto también es importante. Quería darle el recorrido de una vida: mis novios, mi familia, mis amigos, está todo ahí. Yo no me arrepiento de nada. El libro transita todo, momentos oscuros y momentos de mucha luz. Es un libro sobre mi vida, todo lo que está, es.
¿Por qué ese título?
–Es una frase que estaba en un cuadernito. Es de una canción de Las Pelotas que se llama “La Cortina”. Una vez, hace varios años, yo llevaba un par de días sin dormir y había puesto esa canción en repetición, y esa canción sonó horas, días. Y esa vez yo anoté: “sin sueño se duerme también” y agregué: “sin sueño se duerme tan bien”. En el momento de buscar el título yo estaba leyendo a Gurdieff, él dice que estamos dormidos, que somos una máquina que va en automático y que cuando la gente toma conciencia de sí, se despierta. Y yo hace un tiempo que empecé a tomar conciencia. Me gustaría estar más presente, pero soy más reflexiva ahora que antes y pensé que ése era un buen título.
Sin sueño se duerme también se consigue en: Elefante Club de Teatro (Guardia Vieja 4257); Cine Si (Pje. Giuffra 311); Librería del Mármol (Lavalle 2015); Librería Galerna (Perú 1064) y Librería Alamut (Borges 1985).
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