Dom 17.08.2003
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LIBROS

La felicidad, ja ja

Will Ferguson es canadiense y sobrevivía escribiendo libros de humor sobre su ser nacional hasta que entregó a su editor la novela Felicidad MR. Entonces, lo que era una sátira sobre el mundillo editorial y el fenómeno de los libros de autoayuda lo convirtió en un fenómeno de ventas y en uno de los emblemas del antinorteamericanismo en boga. De paso por Buenos Aires, confirmó su reputación, se despachó contra el país vecino y vaticinó la próxima extinción de Canadá.

POR MARIANA ENRIQUEZ
Will Ferguson es canadiense, pero a simple vista parece un turista estadounidense. Y eso, francamente, lo irrita. Antes de tener una novela muy exitosa en el mercado, Felicidad MR, que acaba de publicarse en la Argentina, se dedicó casi exclusivamente a la no ficción, y en particular a libros humorísticos, sátiras sobre el ser canadiense. En fin, que es un convencido de la singular identidad de su patria, y ser confundido con uno de sus vecinos le cae mal. Sobre todo porque, admite, es consciente de que, fuera de América del Norte, nadie sabe muy bien cuál es la diferencia entre un nativo de Canadá y un nativo de EE.UU. Y esa zona gris lo desvela, como a tantos de sus compatriotas. “¿A quién le gusta ser confundido con un norteamericano? A nadie. Y a nosotros, menos. Para colmo, las aerolíneas y las compañías de turismo estadounidenses recomiendan a sus ciudadanos que digan ser canadienses en el exterior, para evitar maltratos y eventuales atentados. Están arruinando nuestra reputación.” Más serio, agrega: “En Canadá tenemos miedo de despertar y comprobar que nuestro país ha dejado de existir. Nadie lo sabrá, ni le importará, y Canadá va a disolverse en el aire. Económicamente, cada año estamos más colonizados por EE.UU. Estamos perdiendo la batalla. Tenemos miedo de perder nuestra identidad, que de verdad es muy distinta. Cada vez que nos confunden con estadounidenses, nos recuerdan que quizás este miedo es real, que quizá ya somos estadounidenses”.
Felicidad MR es una novela satírica, que le toma el pelo al mundo editorial, los libros de autoayuda y, en el fondo, el american way of life. En Europa, donde fue muy exitoso, se leyó como un libro antinorteamericano. “Me preocupa que les atraiga sólo por eso: después del atentado contra las Torres Gemelas y las guerras, los europeos están mirando muy atentamente el derrumbe del sueño americano, con mucho placer. Los ingleses estaban felices porque leyeron el libro como una burla a los Estados Unidos. Obviamente, la novela critica al sueño americano. Pero si sólo hubiera querido eso, hubiese escrito un ensayo. La novela es sólo una historia graciosa, que con suerte puede hacer pensar.”
El protagonista, Edwin de Valu, es un editor de libros de autoayuda que necesita publicar urgente un libro que colme las expectativas de la editorial. Casi por casualidad, cae en sus manos un manuscrito llamado Lo que aprendí en la montaña. Es una mezcla de new age con Spinoza y tests de Cosmopolitan, y Edwin lo juzga banal e inocuo. Por eso decide publicarlo. Pero resulta que el libro de autoayuda funciona, y provoca una revolución mundial, un derrumbe del mundo tal cual lo conocemos.
En Felicidad MR, los editores y publicistas son empleados de oficina alienados, cínicos. ¿Tomó estas características de su experiencia personal?
–Todo lo relacionado con el mundo editorial naturalmente está algo exagerado, pero me arriesgaría a decir que no es sátira. Es casi realista. Los editores estadounidenses y canadienses son así: publican tanto que no les importa nada, son engranajes en una maquinaria. Tengo un ejemplo muy reciente: el título de mi novela iba a ser Tengan sexo, hagan dinero, pierdan peso, sean felices. Pero el editor me dijo que era muy largo, que hoy en día la gente no tiene tiempo de leer un título así. Pasa todo el tiempo. Sobre todo porque, para cada lanzamiento, se planean tours de escritores que son una locura, agotadores, donde uno se cruza con los mismos autores una y otra vez a lo largo y a lo ancho del país, todos diciendo exactamente las mismas tonterías en cada entrevista. Los publicistas que los acompañan suelen ser personas muy cínicas y que a veces explotan, porque son maltratados por los autores famosos, que tienen comportamientos de divos.
¿Por qué los libros de autoayuda tienen tanto éxito en Estados Unidos?
–El éxito de ese tipo de libros es mundial, pero en EE.UU. es un fenómeno sin precedentes. Lo investigué para escribir Felicidad MR y me sorprendió la magnitud del fenómeno, es fabuloso. EE.UU. es un país que quiere solucionar todos los problemas y quitar todos los obstáculos. Creen que el confort los hará felices. Y no creen que el conflicto ni la reflexión sean buenos, no creen que formen parte de la vida; creen que la vida es un problema que se puede arreglar. Son excelentes para la tecnología, para hacer edificios, para llegar con un cohete a la luna, y para hacer dinero. Es su filosofía. Son muy prácticos, y yo admiro eso. Pero el problema es que esa necesidad de arreglarlo todo no puede aplicarse a los problemas humanos. La autoayuda es un intento de arreglar la vida, y por eso es un gran negocio en Estados Unidos.
En la novela se burla sin piedad de los baby-boomers, la generación que fue joven en la guerra de Vietnam. ¿Por qué?
–Porque son unos hipócritas. Son insoportables. Algo le pasó a Estados Unidos, y creo que tuvo que ver con esa generación. Durante la guerra de Vietnam, lo que pudo ser un despertar se convirtió en otro producto más. Todos pensaron que llegaba la conciencia social, pero no fue así. Parte de la idea de este libro es volver a ciertos valores y al espíritu de EE.UU. antes de esa generación. Yo tengo una teoría muy ofensiva quizás: creo que la generación que hoy tiene entre 45 y 50 años protestó contra Vietnam porque existía un sistema de reclutamiento, y ellos podían ir a pelear. Ahora, en Irak, la tropa es profesional y voluntaria, no hay peligro, no van a llevarte a la guerra, entonces no hay protesta. O hay muy poca, de una minoría. Si en Vietnam hubieran usado tropa profesional, no les hubiera importado. Eso son los baby-boomers.
Usted escribió muchos libros humorísticos sobre Canadá...
–Sí, porque nadie nos critica, ése es mi trabajo. Somos una colonia de Estados Unidos, pero nos negamos a aceptarlo. Los canadienses somos muy soberbios, porque vivimos al lado de EE.UU., tenemos el mismo lujo, tenemos dinero y el mismo estilo de vida, hasta mejor, porque no tenemos pobreza. Nos sentimos muy superiores a los estadounidenses y tenemos ideas muy locas: por ejemplo, creemos que todo el mundo nos ama. Y lo cierto es que el mundo ni siquiera nos conoce.

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