CRóNICAS > POSTALES DE LA SEMANA NEGRA EN PLENA CRISIS EUROPEA
La 26ª Semana Negra de Gijón es ya un clásico español, esta vez atravesada por la crisis del continente, aunque no por eso deja de ser una auténtica fiesta. Una marea de escritores de novela policial (en un sentido cada vez más amplio del género) se confunde con visitantes de todas partes del país y los habitantes de la bella ciudad asturiana. Entre conferencias, paseos y sobremesas, se habla de recortes y hasta hay algunas protestas obreras por los gastos del municipio. También, entre libreros y escritores se debaten opiniones divergentes respecto del futuro editorial de España. En síntesis, un evento que siempre termina por atrapar tanto a culpables como a inocentes.
› Por Javier Chiabrando
Desde Gijón
Todo es poco para dar una idea de lo que es la Semana Negra de Gijón. Feria, mercado, congreso, verbena, encuentro, tertulia, recital: un espectáculo desde donde se lo mire. Los escritores se amontonan de a docenas, los famosos, los que están en camino de serlo y los que ya se sienten recompensados por estar acá. La larga lista demuestra la vigencia que el género negro tiene en Europa. Y por ignoto que pueda ser un invitado, no conviene tratarlo como a un don nadie, no sea cosa que vuelva dentro de unos años transformado en una estrella de las que no dan reportajes. Dicen que el público roza el medio millón; como sea, es una marea de gente. Y si muchos se hacen el tiempo para ir a escuchar a escritores, más son los que aprovechan para visitar la rueda de la fortuna o los chiringuitos donde se puede comer, bailar y escuchar música en vivo como en el centro de cualquier ciudad. Dicen también que el impacto económico sobre la región es importante, y que el evento cuesta tres cuartos de millón de euros, aunque este año la organización habría contado con doscientos mil euros menos. Ese recorte, palabra ya adoptada en el imaginario europeo, no se percibe entre tanta agitación y escritores que están, estarán, y quieren estar, aun a costa de tener que llegar por sus propios medios.
El mito se pone en marcha con el tren negro –que no es ni nunca fue negro–, que sale de Madrid camino a Gijón con una cantidad de escritores por metro cuadrado como no es posible ver en otro lugar. Lo recibe una fanfarria (según mi oído latinoamericano, aunque no estoy seguro de acertar), que se mezcla con las protestas de un grupo de obreros descontentos porque su empresa habría destinado dinero al evento. Se cortan cintas, se brinda –nunca falta una ocasión para brindar– y comienzan las charlas y presentaciones. El tema no es la crisis, pero no deja de estar presente. A dos escritores españoles embarcados en el asunto les grité que nosotros la habíamos visto primero, pero apenas me prestaron atención. Nuestro pasado inmediato no conmueve a nadie. En Europa, los que tienen prioridad para opinar son los griegos. Y ahí anda Petros Márkaris hablando ante un auditorio repleto, más parecido a un político que a un escritor. “Grecia nunca debió ingresar en el euro. La revolución no es posible, es necesario ir paso a paso para salir de la crisis. El problema de los griegos, y sobre todo de los griegos jóvenes, es la falta de esperanza.” Alerta sobre el odio, es decir, racismo, xenofobia, quizá fascismo. Es probable que cuando él diga Grecia los oyentes oigan Europa.
El evento no parece haber sentido el impacto de que su creador y organizador todoterrreno, el medio asturiano y medio mexicano Ignacio Paco Taibo, haya delegado la dirección en sus colaboradores para dedicarse a la política mexicana, y hoy aparezca como escritor invitado. Y ni siquiera los vaivenes de la política española –el Ayuntamiento de Gijón cambió de manos; hoy en poder de Foro Asturias– han logrado interrumpir su rumbo y su mística.
La presencia argentina es numerosa. Se homenajea a Enrique Breccia. Horacio Convertini gana el Memorial Silverio Cañada, Guillermo Saccomanno el Hammett con Cámara Gesell, mientras en las noticias culturales del diario local encontramos la reseña de Un comunista en calzoncillos de Claudia Piñeiro, y se anuncia el estreno de una obra de Rafael Spregelburd. Gracias a la Semana Negra, este rincón (nunca mejor dicho) de España se volvió central en la historia cultural contemporánea. Gijón es la ciudad de nacimiento de Gaspar Melchor de Jovellanos, quizás el escritor español más importante del siglo XVIII. Se llega por tren, bus y mar, y por los mismos medios se puede huir. Digo huir, porque Gijón podría ser el escondite perfecto elegido por un hampón luego de cometer su crimen en alguna capital europea. Con tantos escritores, los sospechosos pasan a ser las personas comunes que cometen el pecado de ir de su casa al trabajo y del trabajo a su casa, previa y posterior parada en el bar. Cuesta creer que en este ámbito bucólico el tema sea el crimen y sus derivados, pero cada ciudad tiene su asesino, así como cada Gijón tiene su escritor negro, incluso sus crímenes. Eso cuenta Arantza Margolles, en el blog “El crimen de ayer”, que se ocupa de crímenes resonantes, entre ellos el shakespeareano “envenenador de Cimadevilla”, un ayudante de cocinero que por despecho personal agregaba gotas de un remedio que él mismo consumía en las copas de sus compañeros.
Pero en estos días de sol y calor, cuesta encontrar malas noticias. El diario local se ocupa de una vaca que escapó luego de herir a su dueño. Al día siguiente dos rumanos aparecen heridos a cuchilladas cerca del recinto de la Semana Negra, noticia que este cronista sospecha falsa, demasiado ajustada a abonar la mística del evento. Ya que de crímenes reales hablamos, el francés A. H. Benotman, ex ladrón de bancos de origen argelino, ilegal en Europa, pero aun así produciendo, editando y trabajando en proyectos ligados al cine y al teatro, declaró que “es más fácil robar un banco que escribir una novela” y “que la literatura arruinó una prometedora carrera de ladrón”.
Más escritores llegan y se van. Imposible saludarlos a todos, sacarles una palabra para esta nota. Antonio Skármeta se demora nadando en la playa. “Nunca tuve la experiencia de nadar en la niebla. Hice doscientos metros y es como nadar en el infinito”, dijo. Habla del cuadragésimo aniversario del golpe de Pinochet en Chile. Defiende las democracias latinoamericanas y “las salidas posibles” que encontró cada país. “Hay que revalorizar las democracias. Tu vida está asegurada, no sufrirás ni exilios ni secuestros ni tortura ni muerte”, agrega.
La literatura como mercado difícilmente logre escapar a las generales de la ley, de las leyes del mismo mercado y de las leyes del mundo globalizado. Los libros que venden masivamente en casi todos lados, también venden masivamente en España, y en Gijón. Pero las leyes permiten excepciones, y es posible encontrar entre los autores que vendieron más de cien mil libros en 2012 al menos a tres españoles: Carlos Ruiz Zafón, María Dueñas y Eduardo Mendoza, que si bien no son escritores exclusivos de novela negra, uno podría ubicar ahí a Zafón y a Mendoza sin temor a equivocarse. Escritores que venden más de cien mil ejemplares significa fortaleza, que se traduce en que España tiene alrededor de tres mil quinientas editoriales en actividad, seis de cada diez libros se editan desde Madrid o Barcelona, que concentran el noventa por ciento de los ingresos del mercado. Esa fortaleza también se puede medir en el número de editoriales con subsidiarias en el extranjero, lo que contribuyó a aumentar la cantidad de autores españoles editados y/o traducidos en países extranjeros. Según datos del Observatorio del Libro, del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España, hasta abril del 2012 las editoriales españolas tenían veintiséis filiales en el resto de los países europeos, y ciento cincuenta y seis en el resto de Iberoamérica. El motor de la industria era la novela histórica, hasta que el gusto cambió y en los últimos años ubicó en ese lugar a la novela negra. Pero llegó la gran crisis, y entre 2010 y 2012 la facturación de la novela negra en España bajó un cincuenta por ciento. A pesar de eso, el librero Paco Camarasa, de Negra y Criminal de Barcelona, opina que “en ese marco de crisis la novela negrocriminal no sólo aguanta sino que incrementa ventas, tanto de autores españoles como traducidos”, y cita como ejemplos a Andreu Martín, Lorenzo Silva, Juan Madrid, Toni Hill, Carlos Zanón, Dolores Redondo y Rosa Ribas. El escritor argentino radicado en España Marcelo Luján, ex librero, opina algo similar a Camarasa: “En términos generales la novela negra goza de una muy buena salud, tanto en calidad como en índice de ventas. La mayoría de las editoriales ha creado o apostado por colecciones de género negro. El mercado comprendió que el género negro atrae al lector, que todo lo que tenga que ver con el mal, con la vileza del ser humano, gusta. Este descubrimiento modificó los escaparates de las librerías”. Ese optimismo, justificado cuando uno percibe la vigencia del género en la Semana Negra, choca con la opinión de Beatriz de Moura, fundadora de Tusquets, recientemente fusionada con Planeta, que en declaraciones al diario El País alerta con que “se vende infinitamente menos que hace dos años; estamos un poco como en Fahrenheit 451 simplemente, se ha dejado de leer”.
La crisis del sector editorial no sólo se cobra cantidad de ejemplares vendidos, sino que es uno de los fantasmas más temidos por escritores y editores: las fusiones de sellos que dejan una gran cantidad de viudas entre gente sin trabajo y escritores sin sellos. Carola Moreno, de la coqueta editorial Barataria, se anota con sus opiniones: “El gran peligro de la actual situación es que las estructuras sobre las que se apoya el sector del libro, como las imprentas, los distribuidores y, sobre todo, los libreros, editores y autores, empiecen a quebrarse ante la imposibilidad de obtener financiación y ante la prefabricada y extendida idea entre los lectores jóvenes de que la cultura de autor debe ser gratuita. Los ganadores: las grandes cadenas online, los monopolios editoriales y el libro-producto-bestseller. Los perdedores: los libreros de oficio, los editores con carácter y los autores con ideas. En el terreno de las pérdidas, las mayores corresponderían a la diversidad cultural y el rigor académico y científico. Algo muy semejante a lo que está ocurriendo en otros ámbitos: los medios de comunicación, el cine, la música... Estamos ante un cambio radical que exige ideas nuevas y radicales”.
Se espera el futuro con incertidumbre y a la vez con expectativas. No faltan los anuncios de que la crisis económica habría tocado fondo y que en breve comenzarían a verse los resultados positivos. El mercado del libro intenta aguantar, entre ellos el de la novela negra, sea para garantizar el trabajo, sea para poder contarlo. En un país donde han comenzado a desaparecer los clubes de fútbol, eso no será fácil.
En las largas sobremesas en la terraza del hotel Don Manuel se cierran acuerdos editoriales, amistades, o el desafío entre dos uruguayos y dos periodistas españolas a meterse en el mar y soportar el frío. Una de las periodistas cuenta que en la revista donde trabaja recibieron la propuesta de una reducción salarial del cuarenta y cinco por ciento. Por la televisión alguien pide la renuncia de Rajoy. Paco Taibo y Leonardo Padura hablan de literatura y política, de Cuba y de México, de Trotsky. Por ahí deambulan los norteamericanos Joe Haldeman y el historietista Howard Chaykin. El pintor asturiano Félix de la Concha entrevista mientras pinta a los invitados. Si paseás sin rumbo, es probable que te lo encuentres a Saccomanno escribiendo en un bar. Marcelo Luján cuenta de su amistad con Viggo Mortensen, ambos de San Lorenzo. En otro rincón, los editores de la revista Mongolia hacen mongoliadas. Se augura un gran futuro para la novela negra, pero no tanto para el libro tal como se lo conoce. Casi un oxímoron, pero sirve para tratar de aproximarse a esta época de cambios.
El cierre de la Semana Negra se da por primera vez sin la asistencia de ningún político local, como para que quede en claro que la mala relación no es ficción. Imposible tratar de resumir lo visto. Pero diría que esta gente ama las causas perdidas. Se homenajea a la literatura de la desaparecida República Democrática Alemana, a la de Chile de Allende, como en otra ocasión se homenajeó a los obreros de los ya paralizados astilleros locales. Y la mayor de las causas perdidas, que era defender un género menor, se volvió una causa ganada.
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