MúSICA> JORGE NASSER TOCA EN BUENOS AIRES
Hace dos años, cuando le diagnosticaron una enfermedad en la médula, el uruguayo Jorge Nasser confiesa haber pensado en Alfredo Zitarrosa, que murió a la edad que él tenía entonces, y en Gustavo Cerati. Pudo salir adelante y por estos días toca en Buenos Aires, en el ciclo dedicado a autores del Uruguay en Argentina. En esta entrevista, Nasser cuenta su compleja y finalmente entrañable relación con Buenos Aires bajo la dictadura, su fulgurante conversión en estrella de rock popular y su dedicación a las siempre atrapantes y rendidoras milongas.
› Por Mariano Del Mazo
Nadie es el mismo luego de rozar su propia muerte; Jorge Nasser tampoco. Y si, como se suele afirmar, en esa instancia límite la vida se despliega en la mente como una película en fast rewind, ahora Nasser está recordando lo que recordó hace dos años, al borde del knock-out, diciendo que pensó en Alfredo Zitarrosa (“que murió a los 55 años, la edad que yo tenía cuando pensaba que no la iba a contar”) y en Gustavo Cerati. Y las apelaciones no son azarosas: Nasser se volvió en su madurez un talibán de la milonga, un salieri de don Alfredo en clave de rock, y muchos encuentran en su banda Níquel –en el suceso de su banda Níquel– una analogía con lo que representó Soda Stereo en la Argentina.
Esta historia cabe en el arco que va de un gurrumín que escribió su primer éxito a través de un candombe que hablaba de su barrio, la Aduana del puerto de Montevideo, y el tipo al que le declararon en 2011 un mal en la médula que lo iba a dejar parapléjico. “Me empezaron a doler los brazos. Por esos días fui al médico por una verruga, algo no le gustó, me pidió una resonancia y saltó una lesión en la médula. Me mandaron a hacerme un diagnóstico a una clínica de La Plata, y me dijeron que, si no me operaba, con suerte iba a quedar parapléjico. La operación era carísima. Toqué como loco para juntar dinero. Unos amigos quisieron hacerme conciertos benéficos, pero me negué. No sé, no quería dar lástima. Me operé. Antes de la anestesia un médico me preguntó qué expectativas tenía. Le respondí: ‘Abrir los ojos y ver que estoy’. Salió bien. Casi no quedaron secuelas. Quedó un poco de dolor, y una nueva forma de ver la vida.”
Nasser está en Buenos Aires con motivo del ciclo Autores de Uruguay en Buenos Aires. Toca el viernes 26 en el Café Vinilo, y aprovecha el furtivo cruce del río para hacer unas compras y visitar amigos. Conoce bien la ciudad, y hasta cancherea (“¿Sánchez de Bustamante viene después de Billinghurst?”). Aquí vivió entre 1976 y 1982, aquí jugó seriamente a ser periodista, aquí descubrió el rock and roll en su ancha acepción, aquí formó Níquel. Era militante del Partido Comunista uruguayo, y se escapó de la dictadura de allá para caer en las fauces de la dictadura de acá. “Un error de cálculo. Igual acá no me conocía nadie: me hacía el uruguayo boludo, y me salía bien. En una ciudad tan grande traté de pasar inadvertido. Al poco tiempo igual fui descubriendo a Buenos Aires, me hice amigos y viví un período alucinante. No sabía qué hacer, y me metí primero en una revista troska y después en El Periscopio, que dirigía Jorge Dorio. Fue una experiencia buenísima, El Periscopio era como una comunidad. También estaba Sandra Russo. Hice un montón de notas: a Astor Piazzolla, a Paco de Lucía, a Gilberto Gil, a Caetano Veloso. Le hice un reportaje muy polémico a Charly en la época del primer disco de Seru que titulé ‘¿Idolo o qué?’, que después usaron en La grasa de las capitales. En 1982 pasé a El Expreso Imaginario, y conocí a toda esa gente impresionante. Yo ya tocaba la guitarra, y fue Alejandro del Prado el que me dijo que me largara a hacer música. Me acuerdo perfectamente del momento: fue una charla en La Trastienda de Thames y Gorriti. Hicimos juntos algunas canciones como ‘La vida está llena de cosas peores’. Me volví fanático del rock argentino. En pocos años pasé de tener una actitud muy cerrada, muy PC, a curtir la libertad total. Acá conocí la droga, el rock, otra forma de vida. Me volví muy anarco, muy antisistema, un hippy, un reo. Era yo contra el mundo.”
¿Cómo era tu relación con Uruguay?
–Iba mucho para hacer notas. Cuando Pipo Lernoud me convocó para El Expreso me puso a cargo del rock de América latina. Pero estaba muy insertado en Buenos Aires. Me acuerdo de que me llevaron a ver a Los Redondos a San Telmo, cuando recién arrancaban... No entendí nada; había mimos, gente que subía y bajaba. Empecé a parar en un barsucho de Rodríguez Peña y Sarmiento, donde iban la Negra Poli y Enrique Symns. Me convertí en una especie de discípulo de ellos. Aprendí algo que no tenía: la contracultura. Pero ya me empezaba a picar el bicho del exiliado. Extrañaba Uruguay. Era muy amigo de Jaime Roos, y con el tiempo crucé el río, empecé a tocar el bajo en la banda de Jaime y paralelamente a cranear Níquel. Iba y volvía, y al final me radiqué en Montevideo.
Níquel surge de su amistad con el guitarrista argentino Pablo Faragó, que tocaba en Canturbe. Hicieron algunas presentaciones en el Bar Latino, y no podían escapar de cierta melancolía urbana muy del pub de la época. “Barajamos y dimos de nuevo. En Buenos Aires nos costaba todo mucho. Empezamos a tocar en Montevideo y arrancamos. Ahora se acaba de reeditar toda la obra de Níquel en CD.”
¿Cuál era tu plan con Níquel?
–Cuando estaba en la Argentina creía que quería hacer candombe y murga, pero en Uruguay me di cuenta de que me interesaba el rock. El primer disco que grabamos era muy intelectual, tipo Talking Heads mezclado con Eduardo Mateo y The Police. Sumando los elementos estaba bárbaro, pero el resultado final no fue bueno. Y ahí tuve una epifanía con el rock suburbano argentino: Pappo, Manal y Vox Dei, la trilogía santa. Me dije: “¡La luz es esto!”. Empezamos por ese camino, y a tocar más sencillo. Era 1987. Hicimos el disco Gusano loco, que fue importante. El grupo empezó a pegar en Uruguay. Dejé de tocar con Jaime Roos porque no podía las dos cosas. Con todo el dolor del alma: venía de grabar con él 7 y 3 que es un disco genial, con Jaime en la cresta de la ola arriesgando, poniendo máquinas de ritmo en el candombe. Yo fui el encargado de hacer las programaciones... ¡porque era el único que tenía una caja de ritmo en Uruguay!
Níquel se transformó en una bola masiva. Rock de pueblo, que duró hasta el año 2000 y que vendió una cantidad de discos inédita para la época. Batió todos los records en Uruguay. A mediados de los ‘90 tuvo su época de oro y, como suele ocurrir, la fama fue corroyendo la cabeza de los integrantes. “Yo me hago cargo de lo mío. El rock es bravo. Si tenés abierto el agujerito de la soberbia, el rock te lo agranda a más no poder. Entre toda la locura, nosotros firmamos con BMG. El director de BMG estaba enamorado de la banda, nos bancaba a muerte. Nos quiso abrir las puertas del mercado argentino, pero lo boicoteamos. Siempre poníamos trabas. Fuimos unos estúpidos: si el hotel era de cuatro estrellas, exigíamos uno de cinco, esas cosas. Pasaba que teníamos mucho trabajo en todo Uruguay, y era como que no necesitábamos de la Argentina.”
Habla de la amistad de la banda con Pappo, con quien se cansaron de tocar blues y rock en los veranos del Este y en el Roxy porteño, y de su decisión de bajarse de la moto. “El desgaste del rock es brutal. Te dicen tanto que sos Napoleón que al final te ponés el sombrero y la mano adentro del gabán. La vida personal también era medio caótica, y bueno, paré. Yo ya había hecho un disco con el Cuarteto Zitarrosa, y me di cuenta de que así como los norteamericanos se nutren de la raíz, nuestro blues es la milonga. Sentí la necesidad de explorar la renovación del folklore, pero siempre desde la canción. Hablamos de vestimentas, de pilchas... mi núcleo duro es la canción.”
En 2003 edita Milongas del querer. Jorge Nasser se reformuló como un cowboy urbano –sombrero, chaqueta, patillas– que recorría una y otra vez, de punta a punta, el Uruguay. Su Never Ending Tour personal, a caballo de una milonga rock que había patentado Dino Ciarlo con su mítica “Milonga del pelo largo”. La fórmula fue irresistible: canciones adhesivas, estribillos heredados de la época de Níquel, pero con una base rural. Nasser tambien se dedicó a descubrir perlas folklóricas, yuyos agrestes –“verdaderos”, dirá– en los pueblos que recorría y su porte tex mex se fusionó con los acordeones del Litoral y las guitarras y guitarrones de las cuchillas y la Pampa. “Para resumirte: me di cuenta de que Zitarrosa y El Sabalero son Neil Young y Bob Dylan, que ésa era la ruta.”
Ahora está presentando un disco doble titulado Pequeños milagros. Llamó a su hijo Francisco, de 31 años, tecladista de No Te Va Gustar, para que lo produjera. “Eso le dio un sonido un poco más rockero. Igual es un disco que atraviesa muchísimos géneros: desde el rock hasta la zamba, la murga, la cumbia... Ya está, creo que va a ser mi último disco.”
¿Por qué?
–Lo veo como un legado. No sé si tengo ganas de sacar más discos. Componer y tocar, sí, pero discos... No le encuentro mucho sentido. Debo ser yo que me cargo de mucha presión. ¡Por eso me duele la espalda! Este negocio es fascinante, y de algún modo tengo miedo de volver a caer en la trampa. Es una adicción de la que me quiero cuidar.
Hablaste de miedo...
–Viniendo de la década del ’70, el miedo es parte fundamental de mi vida. Hoy veo a las nuevas generaciones y admiro a los chicos como mi hijo: no tienen miedo de saltar arriba de un patrullero, no tienen miedo de fusionar músicas, no tienen miedo del qué dirán. Nosotros teníamos miedos, y más cuando los Falcon verdes se te acercaban. Eramos bichos clandestinos, que nos escondíamos, que teníamos que diseñar estrategias para sobrevivir.
¿Ahora tenés estrategias?
–No, no siento obligación con nada ni con nadie. Creo que ya cumplí con todos. Quiero vivir liviano, con poco, con humildad. Mis planes a largo plazo duran una semana. Ahora voy a tocar en Café Vinilo. Entran 120 personas. Ojalá esté lleno, pero si viene la mitad está muy bien. A nadie le importa nada. Y a mí tampoco.
El ciclo de Agadu presenta Autores de Uruguay en Buenos Aires comenzó el 13 de julio con Tabaré Cardozo. El viernes actúa Jorge Nasser en el Café Vinilo, Gorriti 3780. La serie continúa hasta septiembre con la presentación en diferentes salas de Leo Maslíah, Daniel Drexler, Ana Prada, Fernando Cabrera y Trovalina.
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