CINE > STAR TREK: EN LA OSCURIDAD, LA NUEVA REINVENCIóN DE VIAJE A LAS ESTRELLAS DE J. J. ABRAMS
Cuando empezó, en 1966, Viaje a las estrellas se proponía como una serie de ciencia ficción progresista, que tematizaba el mestizaje, la aventura y la tolerancia. Pero, con los años, se transformó en un producto vintage a veces ridiculizado y sus fans en objeto de burla. Todo eso empezó a cambiar cuando el joven genio del entretenimiento J. J. Abrams (Lost, Fringe, Súper 8) decidió revitalizar la saga en 2009, reuniendo actores jóvenes y apostando a las relaciones entre los personajes además de los aspectos más fantásticos. Funcionó: tanto que esta nueva entrega, En la oscuridad, es todavía mejor, más moderna, algo más violenta y hasta más sensual, con trazos de homoerotismo entre Spock y Kirk y la contundente presencia de Zoe Saldaña. Pero no todas son buenas noticias: en su imparable carrera, es posible que Abrams abandone Star Trek para intentar devolverle la magia a la otra saga espacial legendaria: ya está confirmado como el director de La guerra de las galaxias: Episodio VII, que se estrenará en 2015.
› Por Mariano Kairuz
Trekkies, se los llama, y son las legiones de fanáticos que se conocen al detalle la cronología del universo Star Trek, con eventos, personajes, generaciones, tecnologías, la trivia entera. Un documental de 1997, llamado precisamente Trekkies, se propuso retratarlos en sus variantes más exóticas y no faltaron las voces ofendidas de quienes sintieron que se pintaba a los fanáticos más fieles como una secta de anormales y sociópatas incapaces de conectarse con el mundo real mientras sueñan con tripular la inexistente nave futurista Enterprise o dominar la lengua de los Klingon. El director del documental, Roger Nygard, se defendió alegando que los casos extremos de fanatismos suelen ser los más interesantes, que todos tenemos obsesiones y que, finalmente, ser identificado como un geek debería ser un honor, ahora que “los geeks están heredando la Tierra”.
Y sí: entre los súper héroes, el animé, el fantasy, la Tierra Media, robots y extraterrestres la constelación de Nerdonia se ve más grande que nunca. Y se analiza y autocelebra (The Big Bang Theory) y se vuelve multimillonaria: los anteojudos a los que treinta años atrás molían a patadas en el patio de la escuela, hoy tienen 200 millones de dólares a su disposición para gastar en películas sobre juguetes gigantes. Lo cierto es que trekkies hay por todas partes, y también en Argentina: fueron ellos quienes impulsaron el estreno local en cines de la octava película de Star Trek: First Contact, cuando el distribuidor argentino de Paramount no quiso hacerlo aduciendo que se trataba de un nicho reducido.
Hubiera sido simpático verlos también en las funciones de la noche del pasado jueves de estreno en los complejos de cines más convocantes (Hoyts Abasto), con orejitas puntiagudas y flequillo carré, las frentes arrugadas a lo Klingon o sencillamente con buzos de colores con la insignia de la Flota Estelar. Pero no, no había nada de eso en las primeras exhibiciones de Star Trek: En la oscuridad, duodécima película inspirada por la serie de Gene Roddenberry, segunda del relanzamiento de la saga iniciado por J. J. Abrams hace cuatro años. No hubo mucho más que algunos aplausos, una ovación moderada cuando aparece Leonard Nimoy (el vulcano original, el Sr. Spock), y algún que otro exabrupto de entusiastas, como el “¡Chupala, Darth Vader!” que se escuchó al aparecer en pantalla el título, tras la de verdad emocionante secuencia de apertura de la película.
Y una de las razones por las que Star Trek no produjo manifestaciones obsesivas como las que sí se vieron en los estrenos locales de las nuevas Star Wars y varias Harry Potter es que, por un lado, la saga Viaje a las estrellas ya tiene 47 años y parte importante de sus fans están grandecitos. Otra posible es que J. J. Abrams hizo con el universo de Roddenberry algo notable y arriesgado: lo sacó del ghetto trekkie. Le quitó ese barniz de berretez que siempre tiñó a las series y las películas y las convirtió en una franquicia moderna (“Este no es el Star Trek de tu padre”, prometía uno de los slogans del primer film), bastante sofisticada y cara. Empezó a contar la historia casi desde el principio (la primera película llevó el subtítulo: El futuro comienza) cambiando casi todas las caras conocidas y, sin renegar de su mitología y sus artilugios tecnológicos, puso tanto énfasis en las relaciones entre los personajes, en sus dramas protofiliales y fraternos, amistosos, amorosos, íntimos y filosóficos, como en los aspectos más fantásticos de la historia. Con sus coguionistas Roberto Orci y Alex Kurtzman (que acompañan a Abrams desde la serie Alias e hicieron Fringe con él) y Damon Lindelof (cocreador de Lost) le agregaron intimidad, y fundamentalmente mucho humor, un factor altamente necesario después de las incontables parodias a las que fue sometido el universo Viaje a las estrellas, como la divertida comedia Galaxy Quest y los sketches de Saturday Night Live: en uno particularmente recordado, William Shatner se interpretaba a sí mismo en una convención de trekkies reunida en el Restaurante Enterprise, diciéndoles a sus fans: “Get a Life!”. “¡Consíganse una vida!”
De algún modo, Abrams humanizó un poco más Star Trek, y le fue bien. En parte, se habrá debido a que este auténtico wunderkind nerd hollywoodense, factótum de uno de los fenómenos geek más masivos de la cultura popular reciente (Lost) y ahora además apadrinado por Spielberg (que produjo su discutiblemente spielbergiana Súper 8), no es un trekkie y nunca lo fue. “Nunca entendí del todo Viaje a las estrellas –dijo–. De chico me resultaba un poco aburrida, nunca me interesó, y eso que lo intenté... Como todos mis amigos la amaban, yo me decía: ‘Bueno, esta vez realmente me voy a enganchar’. Y me sentaba a ver un episodio y nada; terminaba dejándolo por la mitad. Creo que mi modo de entrar a un relato es a través de la imperfección: nunca tuve la arrogancia del capitán Kirk, ni fui tan inteligente ni lógico como Spock, así que nunca pude identificarme con ellos. Pero la imperfección sí encuentra un lugar en mi reparto: mientras que muchos actores guapos de su generación no se atreven a arriesgar su imagen, Chris Pine (el nuevo Jim Kirk) y Zachary Quinto (Spock) son la cabeza de un grupo de gente que está muy dispuesta a mostrarse vulnerable, a parecer confundido y aterrorizado. Lo que los vuelve tan cool es justamente su disposición para verse tan poco cool en ocasiones.”
Gene Roddenberry concibió aquella primera Viaje a las estrellas a principios de los ’60 como una suerte de western cósmico, una travesía de exploración y no de conquista, una aventura humanitaria que buscaba salvaguardar la paz y la convivencia en el espacio sideral. Veía la ciencia ficción como el vehículo perfecto para hacer comentarios sobre “el sexo, la religión, Vietnam, la política y los misiles intercontinentales”; y una de sus apuestas fundamentales –aceptada no sin reticencias por los canales de televisión– era la de reunir en su nave central a un conjunto de personajes multiétnico, que representara diversas razas y culturas terrestres, alienígenas y mestizas. Como lo saben no solo los trekkies, aquella primera serie de 1966 no fue un éxito masivo y fue cancelada después de solo tres temporadas: el culto que después disparó cinco nuevas series, incluyendo una animada, y las exitosísimas La nueva generación, Deep Space Nine y Voyager y la menos perdurable Enterprise, además de diez películas previas a las de Abrams, empezó cuando el original protagonizado por William Shatner y Leonard Nimoy empezó a repetirse a fines de los ’60 y ya no paró más. La operación de resurrección y reinicio con Abrams a cargo mantuvo en el centro aquella pretensión humanista, esperanzada, “progresiva” diríase, de Roddenberry, y por supuesto, el crisol racial. De hecho, buena parte del humor que eleva estas nuevas dos películas por fuera del círculo nerd proviene de la interacción de la tripulación de la Enterprise con Spock, el prominente mestizo –mitad humano, mitad vulcano– de la saga y de cómo todos los demás lidian con el comportamiento exasperantemente lógico-racionalista, el espíritu cientificista, el inquebrantable código de obediencia y la extrema literalidad del orejudo, todas características que ya existían en el personaje original, pero que en esta era inevitablemente menos optimista que la de Kennedy generan otros sentidos y reacciones. Su gran contrapunto es, por supuesto, el mujeriego, pendenciero, soberbio e impulsivo capitán Kirk, a quien Pine da, sin dejar de recordar un poco al siempre presente Shatner, una presencia propia, mientras que la amistad entre ambos adquiere en esta nueva película visos casi románticos. Sobre el choque de hardware inevitable en la ciencia ficción espacial, se impone el choque de filosofías de sus compinches protagonistas, haciendo de ésta la space opera más moderna posible. Moderna hasta las orejas: inclusive el coming out en la vida real de Zachary Quinto –que entre ambas películas de Star Trek interpretó a uno de los fantasmas gays de la casa embrujada de American Horror Story– pareció incrementar el aura de muchacho cool del actor, y de su incomprendido personaje.
Todo el reparto aporta a la renovación: John Cho y Anton Yelchin por su juventud, Simon Pegg (en el papel del jefe de ingenieros Scotty) porque es muy gracioso, y fundamentalmente, Zoe. Porque aunque acá casi no hay sexo, ni antigravitacional ni en tierra firme, está la teniente Uhura, oficial de comunicaciones que interpretada por la actriz afroamericana Nichelle Nichols fue el gran sex symbol de la serie original, y que ahora, encarnada por Zoe Saldana –la chica N’avi de Avatar– está, disculpen las potenciales implicancias raciales de la expresión, más buena que el chocolate. El noviazgo de la chica con Spock, el vulcano que se resiste a eruptar –una relación interracial e interplanetaria donde se cruzan minorías étnicas cercanas y lejanas, reales e inventadas–, es una de las cosas con más potencial de las nuevas Star Trek, por su esencial absurdo: la chica más caliente con el tipo más frío. No hay sexo, decíamos, pero se lo sugiere, hay una vibración sensual en la imagen, tanto en el breve plano en que Kirk despierta en su cama junto a dos chicas de alguna especie alienígena con largas colas felinas, como cada vez que la cámara toma los ojos o las siderales piernas de Saldana.
Algo paranoide desde que su guión para una frustrada resurrección de Superman se filtró en el influyente sitio Aint it Cool, Abrams mantiene un secretismo casi psicótico en lo que respecta a las tramas y detalles de sus nuevos proyectos. Por esto, hasta hace muy poco no se supo que el argumento de Star Trek: En la oscuridad remite a la segunda y (según el consenso general) mejor de las películas de la vieja serie, Viaje a las estrellas II: La ira de Khan (Nicholas Meyer, 1982). En la oscuridad recupera al temible némesis de aquel film, que se había originado en un capítulo de la primera serie, interpretado por Ricardo Montalbán, y lo rediseña para uno de los actores más promisorios (o mejor vendidos, al menos) del momento: el inglés Benedict Cumberbatch, el Sherlock de culto de la televisión británica.
Cuando, bien al comienzo de la nueva película, este sombrío personaje pergeña un atentado con bomba en el centro de Londres, uno bien puede pensar: “Oh, no: otra de ciencia ficción con alegorías políticas prendidas del reiterativo imaginario del 11-S”. Y efectivamente de eso se trata, pero con un par de vueltas interesantes. Khan es un ejemplar de una raza genéticamente “mejorada”: más potente física e intelectualmente, y provista aparentemente de todo lo que suele venir adjuntado a la noción de superioridad racial: un instinto vengativo y genocida; básicamente, con ganas de esclavizar o exterminar a todo ser al que considere inferior. Lo que sabremos conforme avanza el asunto es que la ira destructora de Khan fue despertada por las acciones irresponsables y belicosas de un miembro de la mismísima Flota Estelar de la Federación, tan a contramano de los propósitos pacifistas de esta suerte de ONU idealizada. Las ideas del enemigo engendrado desde adentro, de la manipulación política de armas de destrucción masiva y la eventual misión de cazar y ejecutar al terrorista sin juicio previo, adquieren resonancias obvias que le agregan potencia a la historia. En última instancia, el espectáculo termina sosteniéndose sobre una serie de secuencias de acción extraordinarias y visualmente subyugantes, pero que le valieron una reiterada crítica entre la prensa norteamericana, no muy de acuerdo con la creciente “militarización” de Star Trek (después de todo, un asunto que la propia película tematiza). De algún modo, las escenas de batalla entre la Enterprise y otra nave de la Federación acercan más que nunca a este Viaje a las estrellas al choque de hardware de la otra gran saga sideral: La guerra de las galaxias. Lo cual nos lleva a...
Eso de “¡Chupala, Darth Vader!”, que responde, claro, a una presunta y longeva pica entre trekkies y fans de la saga de George Lucas. Una fue antes que la otra (Star Trek arrancó en 1966, Star Wars en 1977), pero la segunda estuvo inspirada en relatos mucho más viejos (Flash Gordon) y tuvo un éxito instantáneo que indudablemente inspiró la resurrección en cine de la primera. Más costosa y sofisticada, recién en los últimos Star Wars empezó a multiplicarse en series animadas y cruces de merchandising, pero lo que potencia la pica el día de hoy es el anuncio de que el hombre elegido para continuar la saga de los jedis contra el lado oscuro fue, ya no es una novedad para nadie, J. J. Abrams.
Y primero dijo que no y luego que sí, y la que le hizo la oferta que no pudo rechazar fue la productora Kathleen Kennedy, veterana colaboradora de Lucas y de Spielberg, y quien le dio a Abrams uno de sus primeros trabajos para la industria treinta años atrás: restaurar viejos cortos hechos en súper 8 por el director de ET. Kennedy está hoy a cargo de LucasFilms, la compañía megamillonaria adquirida hace un par de años por Disney, la cual no ha perdido el tiempo a la hora de explotar sus nuevas y valiosísimas propiedades (entre ellas los súper héroes de la Marvel): la aún sin título Star Wars episodio VII tiene fecha de estreno para dentro de no más de dos años. Así que muchos trekkies están que arden: porque sienten que Abrams los traicionó, que sus nuevos compromisos le impedirán hacerse cargo de Star Trek 3, y porque, después de todo, JJ, o estás con un bando o estás con el otro.
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