Dom 18.08.2013
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MúSICA > EL NUEVO DISCO DE LUCAS MARTí, EL GRAN DESCONOCIDO POPULAR

Ahora lo ves, ahora no lo ves

› Por  Mariano del Mazo

Entre el orgullo y la resignación, Lucas Martí parece destinado a ser una figura espectral dentro del rock argentino. Un lobo estepario de la canción que se relame las heridas solo, sin resentimiento, incluso casi con una extraña alegría. Hoy, después de casi 20 años de música, es el desconocido más célebre en cierto ambiente de músicos y periodistas, un talento atravesado por ráfagas geniales que pasan inadvertidas al gran público. Solo por ese motivo canciones como “Rasante oscuridad” no pasan del secreto compartido en vez de encabezar esas encuestas del tipo Las Mejores 10 Canciones del Siglo XXI.

Y acá está, en el estudio de Ortúzar que comparte con su hermano Emmanuel Horvilleur. Ni tan nerd del pop, ni tan oscuro, ni tan enrevesado. Habla serenamente de su hija Isabel, de un año y medio. Convida mate lavado. Titubea, busca palabras precisas, se enoja, por momentos parece ausente, jamás se queja, reflexiona y desanda su notable nuevo disco, El gran desconocido popular. Un título que sugiere una humorada sobre su condición de héroe anónimo. Pero no. Sorpresivamente El gran desconocido popular tiene que ver con la tragedia de Once de 2012. Al final la realidad se mete, también, en artistas como Lucas Martí, más emparentado con cierta idea de vanguardia críptica que con el apunte social. Las apariencias engañan.

“Mi hermano me dijo: el gran desconocido popular sos vos. Puede ser, de alguna manera. Pero en realidad surgió desde otra idea. Este disco yo lo concebí viajando mucho en el Sarmiento al Oeste, porque muchos amigos músicos con los que estoy trabajando viven en Morón, Ramos, Ituzaingó. Se generó una relación ambigua, atractiva, con ese viaje casi cotidiano. Hasta que pasó el accidente. Me di cuenta de que no había manera de que eso quedara afuera del disco. Le quise dar una vuelta poética, mágica, pero no pude. Me destrozó lo que ocurrió. Yo lo sabía: vivenciaba las condiciones en que se viaja. Y pasó. Y me di cuenta de que toda esa gente anónima de pronto adquirió una relevancia trágica. Salieron a la luz... pero como víctimas. Fueron, por unas semanas, los grandes desconocidos populares. Yo no veo tele, no tengo tele, pero es siniestro cómo los muertos se vuelven personajes públicos. No es cínico lo que digo: cualquiera puede ser popular.”

A la manera de aquellos textos que Moris incluía en sus primeros discos (Moris, el autor de una de las frases ferroviarias más bellas: “ferrocarriles transportando pueblos con calor”), Lucas Martí escribió un texto que colabora a definir el concepto del disco:

Estoy yendo en tren. Están los que sienten que lo empujan y cargan con él día a día, pero yo, que soy un visitante, y sólo lo tomo cada tanto, todavía puedo sentir que me lleva con cierta normalidad. Voy hacia el Oeste que yo relaciono con hacer música, ensayar y concebir este disco. En el tren del calor y el frío alguien pide plata, aclara que no es para comer sino para comprar una birra. ¡Bizarro! La gente ríe sin esfuerzo. Yendo en el tren y viajando en los auriculares suena Kino, banda rusa que se adapta muy bien al paisaje ferroviario. Surgen ideas y preguntas: ¿cómo hacer para que algo de esta música y estos paisajes quede en el disco? La experiencia se repite numerosas veces hasta irse transformando en algo ya más mecánico y menos creativo. Algunos tipos se animan a viajar con la mitad del cuerpo afuera, como si la buena suerte los estuviera sujetando desde el interior del vagón. Un día cualquiera la magia de lo precario se va repentinamente, era sólo cuestión de tiempo. Con la noticia del accidente en la estación todo esto queda en un segundo plano. Gente común se gana el premio al Gran Desconocido Popular. Cuánto lo lamenté... Dedico mi disco al recuerdo de todos ellos con la esperanza de que aprendamos a cuidarnos más entre los argentinos.

ASIMILAR TODO

Once, gran metáfora, también funciona aquí como un punto de partida. El disco –Martí lo hizo otra vez– es un baldazo de canciones inquietantes, delicadas, incómodas. Hay algo molesto en las canciones de Martí; en esa molestia radica curiosamente su atractivo. Se podría decir que es una piedra en el zapato spinetteano, pero él disiente. “Por supuesto que me marcó mucho Luis. También Federico Moura. Pero no advierto que ellos estén demasiado presentes en mis discos. Tal vez algo de la actitud.” Habrá que repetir que Lucas es el hijo del fotógrafo Eduardo “Dylan” Martí, amigo y autor de muchas de las fotos de las portadas de los discos de Spinetta; que creció entre el chisporroteo teen del proto Illya Kuryaki. “¿Ves? A mí creo que me marcaron más los Kuryaki que Luis. Los grandes eran grandes, pero Illya Kuryaki fue la demostración de que pibes más o menos de mi edad podían hacer algo buenísimo. Era verlos y aprender. Es raro que saliendo de ese entorno no haya seguido el camino del hip hop. Pero bueno, yo asimilé todo. Lo hippie de mis padres, y lo que escuchaban los de mi edad. En casa siempre hubo una guitarra, intenté estudiar pero no pude. La agarré solito y lo que aprendí, aprendí. Soy tan acelerado que necesito largar todo al instante, no tengo paciencia para estudiar. Los primeros discos con A Tirador Láser los hice sabiendo que no estaban bien. No me arrepiento, era lo que podía hacer en esa época.”

–¿Qué te quedó de ese hippismo de tus mayores?

–No sé. Yo trato de ver siempre hacia adelante. Lo que te puedo decir es que ahora me ponen de punta algunas cosas. Los Beatles, por ejemplo. Ya está, ya los escuchamos. Veo revistas que te ofrecen “La guía completa de los discos de Los Beatles”, o no sé qué de Pink Floyd. Basta por favor. Es nocivo. ¡La gente no conoce ni a Kraftwerk! Uno se va quedando, la música nueva siempre está. A mí también me pasa. Me tira muy por el piso escuchar a la gente hablar del pasado.

¿Por qué creés que pasa eso en el rock? Esa nostalgia compulsiva?

–Creo que lo que pasó es que en un momento hubo una comunión muy fuerte entre los medios, lo que el pueblo común consumía y lo que hacían los artistas. Esa conexión se cortó. Ahora es todo más directo, por Internet, por las redes. Van a ver tres mil tipos a Boom Boom Kid y ni te enterás. Lo mismo pasa con mis recitales. No circula por los medios. Antes sí circulaba. Ahora es una comunicación sesgada, súper directa, entre gente interesada y nada más.

¿Pero por qué se cortó esa conexión entre artistas, medios y público?

–No sé. Yo veo una mano siniestra. Hay un atraso de 30 años... hay un lapso de 30 años para descubrir música “nueva”. ¡Pero lo que se escucha y convoca gente son bandas de covers! Es más honesto aceptar que uno está grande que afirmar que no hay nada nuevo... Yo asumo que estoy desconectado.

Habla maravillas de la chilena Javiera Mena, se desliza por los sudafricanos de Die Antwoord (otros incómodos, ver sino el clip de “I Fink U Freeky”), dice que no le interesa nada Andrés Calamaro y sí Lisandro Aristimuño. “Acá hay mucha cultura rock, de la buena y de la mala también. El fuerte de la Argentina es la canción... Te ponés a escuchar tango y en definitiva son grandes canciones. Igual no me gustan los rockeros que terminan haciendo tango. ¿Para qué, si hay gente que lo sabe hacer bien? No se puede abarcar tanto. Si querés escuchar tango escuchá a El Arranque, que la rompe.”

LO POP Y LO POPULAR

Postal lírica arbitraria de El gran desconocido popular: “Cómo hacerte el amor / sin que olvides quién soy / Cómo ser el mejor entre ídolos de rock / Nunca logro entender si es bueno darle plata a un nene en el tren/ Aunque Internet lo quiera explicar / dame una respuesta que provenga de tu voz” (“El nene en el tren”).

Martí maneja las letras con filo y, pese a que él señala que sus textos no son gran cosa (“siempre le doy más importancia a la música, la letra es como una decoración”), en ese desdén prosaico aparecen destellos de un mensaje cuestionador. ¿Es bueno darle plata a un nene en el tren? “Es una pregunta compleja y tonta a la vez”, minimiza. Otras letras del álbum giran en torno de la frivolidad, el consumo, ciertas formas de la argentinidad, la televisión y la necesidad de que cada uno logre dar con su voz propia. “No le encuentro sentido a hablar de otras cosas. Igual, creo que todo surge de mis limitaciones.” Escribe, Lucas Martí, en “Hay más”: “Mirate, disfrutate / que no hay confirmaciones de otra vida / Por más rockero que te hagas no estás exento / Por ser rapero no tenés que estar tan serio y tenso... / En el intento por ser vos hay más, hay más”.

Este disco, dice, es un hermano sonoro de Pon en práctica tu ley (2008). Tocan Ezequiel Kronemberg (bajo), Diego Arcaute (batería), Nicolás Pedrero (guitarras) y Alejandro Carrau (teclados), y hacen coros María Ezquiaga y Julieta Brotsky. La tapa es una foto tomada por Ezequiel Muñoz, diseño de Theo Lafleur y realización plástica del propio Lucas: una cabeza en llamas con una estética que se puede linkear con el arte de Rocambole. “Me gustan cosas de Rocambole, por supuesto la tapa de Oktubre. Pero él a su vez se inspiró en otros. La pintura y las artes plásticas en general me gustan. Querría tener espacios para dibujar más. Pero bueno, ahora los tiempos y las prioridades cambiaron con la llegada de mi hija.”

Lado B de Emmanuel Horvilleur –a quien le compuso algunos de sus hits–, creador de formidables artefactos pop como “Papa” y “Se puede”, cerebro detrás del trunco lanzamiento solista de Migue García (“hace tiempo que no sé nada de él”), con más de quince discos editados en banda y solo, el quid de la cuestión tiene vuelo raso pero es insoslayable y va por el lado de la paradoja de ser pop y no popular. “¡Más bien que me gustaría que me escuchara más gente! Cualquier banda que la hacés sonar todos los días en la radio tiene al menos un hit. Ninguno de mis discos tuvo difusión, y no me quejo. Es mi elección. Estoy en un sello independiente como Los años luz, que me trata bien y me cuida. No sé qué pasaría si tuviera difusión. Me interesaría saberlo, pero sinceramente es algo que no sé cómo funciona... Sí sé que en mi música hay algo de agresividad, algo chocante. Hay que meterse ahí. Es un laburo. Bueno, así me sale. Y estoy contento. A mí me gustan los artistas así. Creo que la fórmula de mis canciones –que no la hay, pero ponele que la hubiera– es ‘te confundo, te confundo, te confundo, y al final te tiro una buena’.”

¿Tiene sentido sacar discos hoy en día?

–No lo sé... Es un mambo mío. Yo lo siento como una misión. ¿Por qué alguien crea? Por el vacío, por la necesidad de dejar algo, por el ego... Son un montón de cosas. Ahora tengo una hija. Escucha mis canciones con mucha naturalidad y una conexión infernal. A mí me gusta que le gusten mis canciones. Cuando crezca las va a odiar y después las va a volver a querer. Es así.

¿Cuál sería esa misión de la que hablás?

–No lo tengo muy claro. No lo sé expresar en palabras. Es una sensación. Creo que no hay nada nuevo en el rock. Lo único que me queda es destruir lo viejo y con todos mis errores y limitaciones intentar algo que le rompa el mate a alguien.

Lucas Martí se presenta en La Oreja Negra, Uriarte 1271, sábado 7 de septiembre, a las 21.

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