Dom 01.09.2013
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RESCATES> PERRAMUS, DE BRECCIA Y SASTURAIN

El abrigo de la memoria

Aunque terminó siendo un personaje irónico que en su última aventura buscaba por el mundo los dientes de Carlos Gardel con la ayuda de Borges, los comienzos de Perramus fueron mucho más sombríos. Ultimo gran personaje de la larga carrera de Alberto Breccia y primer guión de Juan Sasturain, su historia es la de un militante que elige el olvido, pierde la memoria y el nombre, y sólo le queda una marca: Perramus. Publicada aquí en la primera Fierro en los comienzos de la democracia, una lujosa reedición de De la Flor permite volver a leerla como corresponde.

› Por Guillermo Saccomanno

Revisar ahora las aventuras de la genial y literariamente rizomática obra de Sasturain/Breccia me impone, una vez más, volver a esa parte de nuestra historia que son los ’70. De pronto, cuando empezaba a releer el primer volumen, ya en la primera página de la primera aventura, volví a sentir lo mismo que cuando respiraba el terror, no como género sino como terror de Estado. Quiero compartir con ustedes las asociaciones que me dictan estas viñetas expresionistas de Breccia y muy especialmente la narración de Sasturain, un fraseo donde se alternan la biblioteca con el empedrado, el centro con el arrabal.

Las relaciones entre literatura e historieta siempre fueron conflictivas. En particular para quienes pensaban que un género se valida por la reducida y escogida selección de un público que subestimaba la palabra frente a la imagen. Un ejemplo clásico: la editorial Columba. Sus revistas El Tony, Fantasía, D’Artagnan, Intervalo se publicaban todavía en los ’70 como introductoras de “novelas completas”, resumidas e ilustradas pedagógicamente para un público que –se presumía– tenía un nivel intelectual inferior al de los lectores selectos de las novelas ya publicadas en libro, tanto más prestigioso. Si hago acá alusión a este caso, el de la Editorial Columba, es porque al leer Perramus, de Sasturain y Breccia, nos encontramos con una de las experiencias más arriesgadas en profundizar este conflicto entre palabra e imagen. Iré más allá: creo que, sin restarle mérito a la labor plástica ya consagrada de Alberto Breccia, Perramus se presenta como una operación literaria extrema que, aprovechando al máximo la veta expresionista del dibujante, confronta lo que se entiende por aventura tradicional (intriga, acción, épica) y se interna en las tensiones de lo ideológico explorando cómo resignificar temas de la considerada “alta literatura” (Borges, ejemplo mayor) y la cultura popular sin esquivar la historia real, transformándola en otra cosa, su recreación ficcional simbólica y aquello que perdura como trauma de una sociedad.

Para empezar, o mejor dicho siguiendo con los ’70, lo que afirma Osvaldo Soriano en el prólogo a Perramus titulado “Una pesadilla argentina”: “La primera obra cumbre sobre la dictadura argentina está aquí, en este libro de imágenes inquietantes como las pesadillas del amanecer”. Unas líneas después Soriano escribe: “Si la culpa es una de las cargas más pesadas y secretas que arrastra la sociedad argentina, en este fresco magistral el drama va a ser abordado de entrada”. Perramus, el antihéroe, se presenta como cobarde, como fugitivo de un operativo de la represión. El protagonista querrá entonces, atribulado por la culpa, olvidar, escaparle a la memoria. Y su deseo le será concedido. No me voy a detener en las imágenes de esa aterradora primera página de la tragedia, porque al relato le queda corta la categoría de épica. Las peripecias que habrá de atravesar Perramus irán desde desaparecer rebeldes en el mar hasta perderse en una trama desasosegada en la búsqueda de los dientes de Gardel acompañado por un Borges inefable, menos solemne que pedo de inglés, que ya obtuvo el Nobel y ahora dirige, como inteligencia revolucionaria, la insurgencia en Santa María. A esta altura cabe preguntarse hasta dónde el humor que cultiva Perramus, la escritura de Sasturain, no es una herencia dilecta del Marechal de Megafón o la guerra, una reivindicación y resignificación de ese libro en el que el autor de Adán Buenosayres se comprometía con la lucha de los jóvenes integrantes del multitudinario movimiento nacional y popular. Pero en esta situación, en sus contrapuntos, cabe –sin chicana– recuperar una pregunta borgeana: ¿ser argentino será acaso una fatalidad? Pregunta sobre la que habré de volver.

En efecto, no son pocas las referencias literarias de la escritura de Sasturain. Y en cada lector esta obra evocará reminiscencias íntimas que pivotearán sobre la experiencia vivida en sociedad. Que el nombre del protagonista sea el de un abrigo, la marca de un abrigo, puede favorecer una asociación. Perdida la memoria, el sueño que le fue concedido, el héroe no puede librarse de la marca del pasado, siempre ahí. “Perramus” no es un nombre: es una marca. Y aunque su conciencia haya logrado eludir la traición del pasado, su cuerpo, en cambio, necesita andar abrigado eludiendo otra clase de marca –ya no de la industria textil–, marca que no lo abandonará. Y ésta no es la única referencia encriptada a lo social que puede detectarse en el relato. ¿Acaso el significante “snowwhite” no alude a esa nevada que determinará la tragedia de los personajes de El Eternauta, texto ya tan clásico como malversado por el oportunismo de turno?

Si la persecución del olvido no es inocente, tampoco lo son determinados significantes que se ponen en escena. Que la resistencia contra los mariscales –metaforización de los milicos de la Junta Militar– se proclame “Vanguardia Voluntarista Victoria” induce a recordar el voluntarismo de quienes, autoerigiéndose en vanguardia de la lucha popular, derraparon en la derrota. Citas, una lectura de citas, interpretaciones que se arremolinan. El destino y el sentido, como asevera este Borges sasturainiano, funcionan como anagramas del mismo modo que esta Santa María onettiana es más porteña que la avenida Corrientes. Corresponde anotarlo, esta Santa María es una complicidad del guionista con el origen uruguayo de Breccia, el mataderiense. Entonces, los remitentes de lo nacional y popular están ahí, entreverándose todo el tiempo, del mismo modo que en la avenida Corrientes conviven las librerías con las pizzerías, los teatros con la mendicidad ambulante.

Y hay más. Se me ocurre que hay en esta obra un aliento homérico. “Mala hora para los pueblos que no escuchan al cantor, el hacedor de su destino.” ¿Quién es este cantor, quién el Homero que escribe el destino y el sentido del destino de Perramus? ¿Es Sasturain o es Borges? ¿Por qué, en la medida en que los grandes escritores nos leen, no pensar un Sasturain leído por Borges? Entonces no es casual esa búsqueda que el final de la historia augura continuar, esa búsqueda de una Itaca que es la de Kavafis pero también la de la mitología homérica. Esa Itaca que, se me hace, es y no es Santa María en la medida en que Santa María es y no es Buenos Aires?

Si me refiero poco a Breccia en estas anotaciones no es casual. Poco cabe agregar a lo que ya se ha escrito sobre Breccia, el maestro, su leyenda de tripero autodidacta y su consagración como artista plástico. No obstante me parece interesante señalar algunos antecedentes experimentales gráficos de Perramus. Y van en este orden, en el orden en que describen la búsqueda y experimentación del dibujante: Richard Long de Oesterheld, Un tal Daneri y, ahora sí, Perramus. Tampoco se puede, a la vez, pasar por alto el Breccia gótico que va desde la ilustración de la segunda versión de El Eternauta, el Breccia de Lovecraft y también el de las adaptaciones de cuentos góticos clásicos. Acá hay, en Perramus, una convergencia de lo que puede considerarse lo noir, el policial negro, con el temperamento de lo gótico. El resultado es estremecedor cuando no alucinante. A esto aludía Soriano, me parece, cuando hablaba de las pesadillas del amanecer.

Pero hay más, porque siempre hay más cuando nos enfrentamos con una pieza de arte que nos enfrenta a nosotros mismos. Y ahora, como intentando cerrar eso que decía al principio, la dificultad de dejar atrás los ’70. En lo personal, ese abandono de la historia que nos marca –como a Perramus lo marca la historia–, creo que reside una y otra vez, parafraseando al tango, en “el pasado que vuelve”. Perramus y sus amigos se enredan en travesías que tienen que ver con la búsqueda de elementos del pasado, objetos que pueden tener un alto valor simbólico para los coleccionistas y no sólo, porque de lo que se trata todo el tiempo en esta historia es de impedir que la dictadura servil del capitalismo le robe el alma a la ciudad. Un ejemplo, y no es menor, es el de la búsqueda de los dientes de Gardel, búsqueda que interesa a García Márquez para escribirse un best-seller. En este tramo, donde lo noir y lo gótico confluyen en su deriva en el realismo mágico, hay dos sentencias que me parece pertinente subrayar. La primera la enuncia Fidel Castro: “Si estos –dice Fidel aludiendo a los personajes– pusieran tanto empeño cuando se juega el destino de la patria y no en estas cosas, la historia sería otra”. De forma parecida piensa un personaje británico, Sir Richard: “Los sudamericanos, aferrados a sus mitos, jamás saldrán del subdesarrollo”. Lo cual nos obliga a retornar a la pregunta borgeana: ¿ser argentinos será acaso una fatalidad? Pero, y si la respuesta –sin salirse de la cancha– fuera otra pregunta: ¿No será que en estos rescates de aquello que tiene el valor simbólico subyace el afán de restauración de una memoria que se nos quiso tantas veces borrar y que, en este afán de su rescate, subyace la lucha interminable de un pueblo por su emancipación y la urgencia de un mundo más justo?

Este texto fue leído en la presentación de Perramus el pasado martes, en El Ateneo/ Gran Splendid, de la que participaron también Juan Sasturain, Daniel Divinsky y Oscar Steimberg.

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